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Authors: Alfred Shmueli

Tags: #Histórico, Aventuras

El harén de la Sublime Puerta (29 page)

BOOK: El harén de la Sublime Puerta
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Enfrentado con el riguroso escrutinio de Jaja, el rostro del escriba pareció mudar de color. Pero Jaja no podía estar seguro: la oscura piel del escriba y la luz parpadeante de la lámpara de aceite hacían que todo cambiara de color de un instante al siguiente.

—No lo sé, no he oído decir nada…

Evidentemente el escriba estaba tratando, infructuosamente, de encontrar la frase adecuada.

—¿Qué le habrá podido prometer el Padisha a Ipshir Bajá para asegurarse de su lealtad? —insistió Jaja.

—No creo que el Padisha le haya prometido nada a Ipshir Bajá… ¿Por qué lo iba a hacer?… ¡Después de todo Ipshir Bajá está sólo cumpliendo con su deber!

—Sí, sí, creo que estoy de acuerdo contigo —dijo Jaja. Había obtenido ya contestación a su pregunta y ahora lo que quería era que el escriba lo dejara en paz.

Jaja pasó todo el día siguiente acumulando información relativa a Ipshir Mustafá Bajá y por la tarde escribió dos cartas: una a Mahomet Bajá y la otra a Vardar Ali Bajá. En ambas cartas prevenía al destinatario de la traición, hipocresía y disimulo de Ipshir Mustafá Bajá y proporcionaba información acerca de sus antecedentes.

Al estimado y honorable Mahomet Bajá, hijo del difunto Gran Visir Saleh Bajá.

¡La paz y la bondad desciendan sobre vos!

Cuando llegue a vuestras manos esta carta, habréis recibido otra de nuestro Padisha nombrándoos gobernador de Egipto, con la condición de que os aliéis con Ipshir Mustafá Bajá y ataquéis a vuestro amigo y compañero de armas, el noble Vardar Ali Bajá. El Padisha ha enviado una carta semejante a Vardar AliBajá nombrándole gobernador de Egipto, con la condición de que os corte la cabeza y la mande a palacio.

No creo necesario advertiros de la trampa que se os ha tendido, si decidís actuar de acuerdo con la carta del Padisha. El recuerdo de vuestro tío y padre y la forma en que se les dio muerte debe serviros de ejemplo en este asunto. Os exhorto con la máxima urgencia a que escribáis a Vardar Ali Bajá a fin de aseguraros de la verdad de mis palabras.

En lo que concierne a Ipshir Mustafá Bajá, el anterior gobernador de Budin, Silistre, Mar'ash, Mawsil, Van, Karaman, Temeshvar y Alepo, he de decir que el Padisha lo ha nombrado ahora Beglerbegi de Anadolu, por la única razón de asegurarse de que seréis definitivamente derrotado como lo será vuestro digno amigo Vardar Ali Bajá. Se le ha prometido al menos un puesto de Visir si envía vuestras cabezas a Estambul. A pesar de ser el yerno de Vardar Ali Bajá, no se debe confiar en él. Desciende de la baja tribu de Apsil de Abkhas y ha demostrado poseer una personalidad vil. Sin conocer su verdadero carácter, fue el difunto Gran Visir Kara Kamenash Mustafá Bajá quien consiguió su admisión al servicio de palacio. Cuando era el Rikabdar principal del sultán Murat IV, huyó vergonzosamente, presa del terror, al enfrentarse con setenta persas, aunque él tenía bajo su mando trescientos soldados de caballería. Cuando lo hirió un persa, él aseguró que se había caído del caballo. En dondequiera que fuera se le odiaba y temía por sus actos de extorsión y crueldad. Por otra parte, no se debe subestimar su habilidad como guerrero y su carencia de escrúpulos cuando la suerte lo favorece. Es capaz de cualquier acción vil y traicionera.

Es mi deber, por consiguiente, advertiros que debéis prestar atención a mis palabras y que, en lugar de considerar a Ipshir Mustafá Bajá como un amigo, lo tengáis por el más traicionero de vuestros enemigos, dedicado exclusivamente a destruiros a vos y a vuestro amigo el noble Vardar Ali Bajá.

Quería firmar la carta «un amigo» o utilizar un nombre ficticio, pero decidió al final poner su propio nombre con todos sus títulos, para conferir a sus advertencias mayor autoridad al hacer evidente que la carta la había escrito una persona de dentro del palacio. Se daba cuenta de que, al hacerlo, estaba firmando su propia sentencia de muerte, si la rebelión fracasaba, pero se encontraba en uno de esos estados de ánimo dominados por la imprudencia y rebosante de odio hacia sí mismo y hacia el resto de la humanidad.

La carta a Vardar Ali Bajá era casi idéntica a la enviada a Mahomet Bajá, excepto que Jaja omitió en ella los detalles concernientes a la vida de Ipshir Mustafá Bajá que asumía eran bien conocidos del viejo Vardar.

Quedaba el problema de encontrar un mensajero de confianza para que llevara las cartas a su destino. Al pensar en el escriba del Sultán, sabía que ya no podía confiar en el servicio postal imperial. Fue a Estambul y encontró dos mensajeros que estarían dispuestos a ir a los confines de la tierra a cambio de un puñado de oro.

Vardar Ali Bajá estaba acampado en el pueblo de Cherkesh esperando a que se le uniera Ipshir Mustafá. Era un lugar ideal, con las altas montañas que protegían el pueblo por la parte de atrás y la corriente plateada del riachuelo Cherkesh a sus pies, marcando el comienzo de una inmensa llanura que se extendía en suaves ondulaciones hasta perderse en la distancia. Los vigías que habían colocado en la cima de las montañas podían ver a cualquier enemigo que se aproximara a la distancia de un día completo de marcha.

Los habitantes del pueblo eran pastores de ovejas y cabras, y se veían grandes rebaños de estos animales por todas partes. Pero dondequiera que el terreno rocoso se suavizaba un poco, había árboles y parcelas de frutas y verduras regadas a mano.

La gente del pueblo no estaba ni a favor de Vardar Ali Bajá, ni en contra de él. La precaria vida que llevaban les había enseñado que situaciones que cambiaban con rapidez hacían peligroso el declararse en favor o en contra de nadie. Pero cuando Vardar Ali y sus tropas aparecieron entre ellos, no tuvieron más opción que ofrecerles una cortés hospitalidad. Se sacrificaron ovejas en su honor y se distribuían entre las tropas, todas las noches, Shish Kebabs con arroz mantecoso. Las mujeres del pueblo amasaban pan todos los días, y tenían el agua fresca del río para aplacar su sed y las provisiones de frutos secos de que disponía el pueblo, para saciar el hambre del mediodía. No obstante, siendo Vardar Ali Bajá el hombre honorable que era, le dio al Muhtar de Cherkesh dos bolsas de oro como compensación de los gastos incurridos al albergar a sus tropas.

Exaltado por los éxitos recientes contra los tres bajas, que tenía todavía encadenados, desnudos, a los postes de su tienda, el viejo Vardar soñaba con entrar en Estambul y purgarlo de toda la maldad que, durante décadas, se había engranado profunda e inextricablemente en el tejido de su estructura. Mientras tanto, sus tropas pasaban el tiempo atiborrándose de comida y tratando de seducir a las mujeres del pueblo. Así que, en general, la vida era fácil en Cherkesh; hasta que un día el mesanjero de Ipshir Mustafá Bajá se presentó en el campamento para anunciar que su amo llegaría en el plazo de dos días.

Al viejo Vardar el corazón le dio un vuelco en el pecho. Al fin iba a encontrarse con su yerno, a quien no había visto desde hacía mucho tiempo. ¡Había tanto de que hablar, tanto que planear, tantas cosas que solucionar que no se habían mencionado en su correspondencia! Pero había también poco tiempo e Ipshir Mustafá Bajá merecía un gran recibimiento.

El viejo Vardar llamó inmediatamente al Muhtar del pueblo y, a cambio de otras dos bolsas de oro, se aseguró de que se les iba a preparar una suntuosa recepción a Ipshir y a sus hombres.

Cuando dos días después las tropas de Ipshir aparecieron en el horizonte, todo estaba preparado para recibirlas. Se utilizaron como mástiles todos los postes que sujetaban las tiendas y se izó en cada uno de ellos una bandera. Se extendieron tiras de banderitas por todos los callejones y aceras del pueblo. Se llenaron todas las jarras que había en él con leche de cabra para las tropas de Ipshir. Ataviado con el uniforme militar completo, con dos colas de caballo en el casco, la insignia distintiva de un Beylerbey, y montado en un caballo blanco de raza árabe, el viejo Vardar se apostó con sus generales junto al río Cherkesh para ser el primero en dar la bienvenida al campamento a Ipshir Bajá. Muchos de los aldeanos y partidarios de Vardar Bajá escalaron la montaña para ver mejor desde lo alto la ceremonia del recibimiento.

Lentamente y en perfecto orden la caballería y los soldados de Ipshir cruzaron el riachuelo Cherkesh y saludando a Vardar Ali Bajá se encaminaron hacia el campamento.

De repente se oyó el escalofriante grito de Allahu Akbar y pareció haberse desencadenado un pandemonio. En un instante el aire se llenó de polvo espeso y gritos de agonía. Las tropas de Ipshir se habían abalanzado sobre las desprevenidas tropas de Vardar para terminar con ellas.

Con un solo trallazo circular de su látigo, un rufián llamado Yousif hizo caer a Vardar de su caballo y lo ató como el que ata un fardo de ropa.

Pero después de la inmediata reacción de sorpresa, las tropas empezaron a defenderse. Lucharon valerosamente durante ocho horas, al final de las cuales la mayoría de ellos habían sido ejecutados y el resto cogidos prisioneros.

Se puso en libertad a los tres bajas Koprilu, Kor Hussien y Kara Seser y se les entregaron costosas pieles para que se las pusieran antes de comparecer ante Ipshir Mustafá Bajá que los abrazó por turno y los invitó a que se sentaran para llevar a cabo el juicio del viejo Vardar. Entonces Ipshir Bajá mandó que trajeran a su presencia al prisionero.

Sin turbante y cubierto de polvo, con las manos atadas detrás, Vardar Ali Bajá fue conducido a presencia de Ipshir Bajá. Pero el espíritu del anciano permanecía intacto. Clavó los ojos en Ipshir Bajá. Este último se inclinó hacia adelante y le tiró al viejo Vardar de la barba.

El anciano bramó:

—¿Es ésta la recompensa que merezco por haber protegido a tu esposa de una violación cierta y mantenerla a salvo en Tokat para que tú la recogieras allí? ¿Es solamente por esa acción mía honorable por lo que estos execrables bajas se han alzado contra mí? Yo les habría cortado la cabeza si no hubiera escuchado tus palabras. ¡Qué estupidez la mía al no haber prestado atención a Mahomet Bajá, el hijo de Saleh Bajá y a otros hombres honorables de palacio que me advirtieron de tu posible traición! Ahora puedes cortarme la cabeza y ponerla donde quieras para avergonzar a tu esposa.

Ipshir Bajá se echó hacia adelante otra vez y volvió a tirarle a Vardar de la barba.

—¡Estúpido croata! —dijo—. Sólo aquellos nacidos como tú en la asquerosa Bosnia pueden ser tan inocentes. ¿Es que no sabes que uno puede encontrar una esposa todos los días, pero que la oportunidad de llegar a ser Visir sólo se presenta una vez en la vida?

Koprilu Bajá intervino e hizo lo imposible por apaciguar a ambos, el victorioso y el vencido, pero inútilmente. Ipshir Bajá ordenó qué Vardar Bajá fuera estrangulado y que se rellenara su cabeza de paja antes de mandarla al palacio en Estambul.

XXV

Mientras tanto Kösem había regresado a palacio. Cundía el rumor de que, para aplacar a Ibrahim, le había enviado doce pieles de marta cibelina y tres rollos de una lujosa tela bordada con perlas de valor incalculable. Además, por supuesto, de sus sinceras y humildes súplicas de perdón.

Ibrahim, que encontraba difícil resistirse a las súplicas de las mujeres, accedió a reinstaurarla en la elevada posición que había ocupado hacía mucho tiempo, como Sultana Validé y por consiguiente señora del harén. El Gran Visir Ahmed Bajá aceptó su retorno fundándose en el hecho de que Kösem dentro de palacio era menos peligrosa que Kösem fuera de él. Lo único que Jaja vio en este retorno fue un mal presagio para la rebelión de Vardar.

Y efectivamente unos días después llegó a palacio la cabeza de Vardar Ali Bajá rellena de paja.

La gente aduladora e insensata se regocijó ante la muerte de un rebelde, mientras que muchos otros lamentaron el desvanecimiento de una fugaz esperanza de reforma y estabilidad. Deseoso de llevar algo más lejos su venganza de Vardar Ali Bajá, Ibrahim ordenó que se atara a la esposa de Vardar, desnuda y con los brazos y las piernas abiertas, a cuatro postes en la plaza de la ciudad, y que después se la violara a la luz de las antorchas. Se requirieron los esfuerzos conjuntos de Kösem, Djindji Khodja y el Gran Visir Ahmed Bajá para hacerle revocar la orden. Aun así, Ahmed Bajá desencadenó una nueva ola de terror con el propósito aparente de descubrir y castigar a aquellos que habían simpatizado secretamente con los rebeldes. De hecho era para poner en orden cuentas personales y sacar la mayor cantidad de dinero posible de acaudalados adversarios.

La crueldad es infecciosa. Tan pronto como Kösem se asentó en palacio, empezó a gobernar con mano dura. La primera víctima de su ira fue Sugarpara, su vieja enemiga y la antigua favorita y alcahueta de Ibrahim. Un día Kösem la hizo venir a su presencia y después de una breve discusión, empezó a azotarla con un látigo. Sugarpara tuvo suerte de salir con vida, con el cuerpo cubierto de heridas y moraduras. Pero el asunto no terminó ahí. Kösem se quejó a Ibrahim y, aprovechándose de la influencia que había vuelto a adquirir sobre él, le hizo emitir dos órdenes en relación con Sugarpara: una, la de desterrar a Sugarpara y a su fiel amiga Hamida, hija de la principal comadrona de palacio, a Ibrim, en Nubia; la segunda, el confiscar todas sus propiedades y averiguar su procedencia. Esta ocasión dio lugar a un extraordinario acto de lealtad. Cuando los bustanches vinieron a coger a Sugarpara para llevársela al barco, estaba allí la esclava de Hamida. Sin la menor vacilación la esclava se hizo pasar por su ama y consecuentemente acompañó a Sugarpara a Nubia, haciendo posible que Hamida se quedara en Estambul. La riqueza de Sugarpara resultó ser inmensa. Sus dos albaceas, Suleymandede y el comerciante en espinacas Ibrahim Celibi, fueron ejecutados: uno decapitado, otro estrangulado.

Y continuaron cayendo cabezas… Hasta el hermano pequeño del Gran Visir, Ibrahim, estuvo a punto de sufrir la muerte a manos de su eminente hermano. Ibrahim, que ocupaba el puesto de Kiaja, o ministro del Interior, solía emborracharse de vez en cuando. Una noche, cuando estaba borracho, rompió un plato en la cabeza de un bustanche que se le había enviado con una u otra misión. Cuando el Gran Visir se enteró de lo que su hermano había hecho, ordenó al bustanche que le propinara doscientos latigazos en las plantas de los pies. Hecho esto, el Gran Visir ordenó que se le diera la vuelta a su hermano, que estaba ya medio muerto, y se le dieran el mismo número de latigazos en el culo. Ciertamente Ibrahim habría muerto si no hubiera sido por el chambelán mayor, que en ese momento se arrojó a los pies del Gran Visir pidiendo merced y ofreciendo que se le castigara a él en lugar de a Ibrahim.

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