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Authors: Isaac Asimov

El Robot Completo (40 page)

BOOK: El Robot Completo
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—He estado pensando en todo esto, Greg —dijo—. Dave tiene un curioso fondo, para ser un robot. Seis dependen de él, con una estricta reglamentación. Tiene derecho de vida o muerte sobre ellos y tiene que reaccionar con su mentalidad. Supongamos que sienta la necesidad de confirmar su poder como concesión a su vanidad.

—Ve al grano.

—Supongamos que tenemos militarismo. Supongamos que está creando un ejército. Supongamos que los está instruyendo para unas maniobras militares. Supongamos...

—Supongamos que has perdido el tino. Tus pesadillas deberían ser en technicolor. Están postulando la mayor aberración de un cerebro positrónico. Si tu análisis fuese correcto, Dave tendría que infringir la Primera Ley Robótica; que un robot no debe perjudicar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sea perjudicado. El tipo militarista y de carácter dominador que supones debe tener como punto final de sus lógicas implicaciones la dominación de los humanos.

—Muy bien. ¿Y cómo sabes que éste no es el fondo de la cuestión? 

—Porque todo robot con esta mentalidad, primero, no hubiera salido jamás de la fábrica y, segundo, hubiera sido descubierto inmediatamente. He probado a Dave, ¿sabes? 

Powell echó su sillón atrás y puso los pies sobre la mesa.

—No. Seguimos en la situación de no poder asar la liebre porque todavía no sabemos dónde está. Por ejemplo, si pudiésemos saber qué significaba aquella danza macabra que hemos con templado, estaríamos en el camino de la verdad. Mira, Mike —prosiguió después de una pausa—. ¿Qué te parece esto? Dave deja de funcionar solamente cuando ninguno de nosotros está presente. Y cuando no funciona, la llegada de uno de nosotros lo vuelve loco.

—Ya te dije una vez que todo esto era siniestro.

—No me interrumpas. ¿En qué forma un robot obra de manera diferente cuando los humanos no están presentes?

—La respuesta es obvia. Se requiere una gran parte de iniciativa personal

—En este caso, busca las partes del cuerpo afectadas por la nueva necesidad.

—¡Caspita! —exclamó Donovan, incorporándose. Después volvió a echarse atrás—. No, no... No es bastante. Es demasiado vago. No cubre las posibilidades.

—No puedo evitarlo. En todo caso, no hay peligro de que no den el rendimiento previsto. Vigilaremos por turno a estos robots a través del visor. Cada vez que ocurra algo, iremos inmediatamente al teatro del suceso. Esto los hará trabajar.

—Pero de todos modos, los robots no seguirán las especificaciones, Greg. La U.S. Robots no puede seguir haciendo modelos Dv con unos informes como éstos.

—Es evidente. Tenemos que localizar el error de fabricación y corregirlo, y tenemos sólo diez días para conseguirlo. Lo malo es que... —añadió Powell rascándose la cabeza— En fin, mira tú mismo los planos.

Los planos sobre papel azul cubrían el suelo como una alfombra y Donovan se puso a gatas ante ellos, siguiendo el errante lápiz de Powell. Este dijo entonces: 

—Aquí es donde entras tú, Mike. Eres el especialista del cuerpo y quiero que me sigas. He estado tratando de cortar todos los circuitos no afectados por la iniciativa. Aquí, por ejemplo, en la arteria del tronco que comporta operaciones mecánicas. Corta todas las rutas laterales rutinarias como divisiones de urgencia... —Levantó la vista—. ¿Qué piensas? 

Donovan sentía un mal sabor de boca.

—La cosa no es tan sencilla, Greg. La iniciativa personal no es un circuito eléctrico que puedas aislar del resto y estudiarlo. Cuando un robot actúa por sí mismo, la intensidad de la actividad del cuerpo aumenta inmediatamente en casi todos los frentes. No queda ningún circuito enteramente sin afectar. Lo que hay que hacer es localizar las condiciones especiales, condiciones muy específicas, que lo afectan, y "entonces", empezar a eliminar circuitos.

—¡Ejem!... —dijo Powell, levantándose y quitándose el polvo—. Muy bien. Coge estos papelotes azules y quémalos.

—Ya ves que dada una sola parte defectuosa —dijo Donovan— cuando la actividad se intensifica, puede ocurrir cualquier cosa. El aislamiento cesa, un condensador salta, un contacto echa chispas, una espiral se calienta. Y si obras a ciegas, pudiendo elegir entre todo el robot, jamás encontrar s el punto defectuoso. Si desmontas a Dave y compruebas una por una cada pieza del mecanismo de su cuerpo, volviéndolo a montar y probando nuevamente...

—Bien, bien. Sé también mirar por una portilla...

Se miraron durante un momento, desalentados, y Powell, cautelosamente, dijo: 

—Supongamos que interrogásemos uno de los subsidiarios...

Ni Powell ni Donovan habían tenido hasta entonces la oportunidad de hablar con un "dedo". Sabía hablar; la analogía con el dedo humano no era, pues exacta. En realidad, tenía un cerebro bastante desarrollado, pero este cerebro estaba primariamente adaptado a la recepción de órdenes, vía campo positrónico, y su reacción a los estímulos independientes era un poco confusa.

Powell no sabía tampoco a ciencia cierta su nombre. Su número de serie era Dv-5-2, pero esto era de poca utilidad.

—Oye, camarada —le dijo para infundirle confianza—. Voy a pedirte que pienses muy intensamente y podrás volverte con tu amo.

El "dedo" hizo un rápido movimiento afirmativo con la cabeza, pero no llevó las limitadas funciones de su cerebro hasta hablar.

—En cuatro ocasiones recientes —dijo Powell—, tu amo se apartó del esquema cerebral. ¿Recuerdas estas ocasiones? 

—Sí, señor.

—Las recuerda —gruñó Donovan con rabia—. Ya te he dicho que hay algo muy siniestro...

—¡Oh, cállate, cállate! Desde luego el "dedo" recuerda. ¿Qué hay de mal en ello? —Powell se volvió hacia el robot—. ¿Qué estabais haciendo cada una de estas veces... todo el grupo, me refiero? 

El "dedo" tenía una curiosa manera de recitar las frases, como si contestase las preguntas bajo la presión mecánica de su cerebro, pero sin poner en ello entusiasmo.

—La primera vez estábamos trabajando en una difícil explotación en Túnel 17, Nivel B. La segunda estábamos asegurando el techo contra un posible hundimiento. La tercera vez estábamos preparando explosiones adecuadas para prolongar el túnel sin producir fisuras subterráneas. La cuarta vez fue después de un ligero desprendimiento.

—¿Qué ocurrió estas veces? 

—Es difícil de describir. Se transmitió una orden, pero antes de que pudiésemos recibirla e interpretarla, vino la nueva orden de avanzar en una extraña formación.

—¿Por qué? —saltó Powell.

—No lo sé.

—¿Cuál era la primera orden... la que fue anulada por la de marchar en formación? —intervino Donovan, interesado.

—No lo sé. Sentía que se acababa de dar una orden, pero no tuve tiempo de recibirla.

—¿No puedes decirnos nada de ella? ¿Era la misma orden, siempre? 

El "dedo" movía la cabeza, desalentado.

—No lo sé.

—Bien, en este caso, vuelve con tu amo —dijo Powell, echándose atrás.

El "dedo" se marchó, visiblemente aliviado.

—Bien, hemos conseguido bastante, esta vez —dijo Donovan—. Ha sido un diálogo, verdaderamente animado del principio al fin. Oye, Greg. Dave y el "dedo" nos están tomando el pelo a los dos. Hay demasiadas cosas que no saben ni recuerdan. Va a ser cosa de no confiar ya en ellos, Greg.

Powell se estaba peinando el bigote en sentido contrario.

—¡Válgame Dios, Mike! ¡Otra estúpida observación como ésta y no sé lo que será de ti!

—Bien, bien... Tú eres el genio del equipo. Yo no soy más que un pobre niño de pecho. ¿En qué quedamos? 

—Un poco más atrás que antes. He tratado de avanzar hacia atrás por mediación del "dedo" y no lo he conseguido. De manera que tendremos que avanzar hacia delante.

—¡Es un gran hombre! —se maravilló Donovan—. ¡Qué fácil es todo para él! Ahora tradúcemelo al idioma vulgar, Maestro.

—Lo entenderás mejor si te lo traduzco al lenguaje de los nenes. Quiero decir que tenemos que averiguar qué orden fue la que dio Dave antes de que todo fuese mal. Esta puede ser la clave del misterio.

—¿Y cómo esperas conseguirlo? No podemos acercarnos a él porque mientras estemos presentes, todo irá bien. No podemos captar sus órdenes por radio porque las transmiten vía campo positrónico. Esto elimina la proximidad y la lejanía, dejándonos ante un magnífico cero.

—Por observación directa, sí. Queda todavía la deducción.

—¿Eh? 

—Vamos a ver los relevos, Mike —dijo Powell con una mueca—. Y no apartaremos los ojos de la placa de visión. Observaremos todos los actos de estos cerebros de acero. En el momento en que dejen de actuar, habremos visto lo que ocurría inmediatamente antes y deduciremos Cuál era la orden.

Donovan abrió la boca y permaneció así durante un minuto entero. Después, como si se ahogase, dijo: 

—Dimito. Me voy.

—Tienes diez días para tomar una decisión mejor —dijo Powell. 

Qué es lo que durante ocho días trató de hacer Donovan. Durante ocho días, en guardias alternadas de cuatro horas, observó, con los ojos doloridos y congestionados, las relucientes formas metálicas que se movían sobre el vago fondo. Y durante ocho días, durante las guardias y los descansos, maldijo la U.S. Robots, los modelos Dv y el día en que nació.

Y entonces, el octavo día, cuando Powell entró con la cabeza dolorida y el sueño en los ojos para hacer su guardia, Donovan se levantó y, tomando lenta y deliberadamente la justa puntería, arrojó un libro al centro de la placa de visión. Se produjo el natural ruido de algo que se rompe.

—¿Por qué has hecho esto? —preguntó Powell, boquiabierto.

—Porque no quiero observar nada más —respondió Donovan, casi con calma—. Nos quedan dos días y no hemos averiguado nada. Dv-5 es sencillamente un fracaso. Se ha parado cinco veces mientras lo he estado observando y tres durante tu guardia y ni tú ni yo somos capaces de saber qué órdenes da. Y no creo que logres averiguarlo, porque no creo lograr averiguarlo yo.

—¡Pero, hombre, cómo quieres vigilar seis robots a la vez! Uno trabaja con las manos, el otro con los pies, uno como un molino de viento y otro salta arriba y abajo como un chiflado. Y los otros dos... el diablo sabe lo que están haciendo. Y de repente se paran todos.

—Greg, no hacemos lo que debemos hacer. Tenemos que estar más cerca. Tenemos que observar lo que hacen desde donde podamos ver los detalles.

Hubo un amargo silencio que fue roto por Powell.

—Sí, y esperar que ocurra algo con sólo dos días por delante.

—¿Es que hay alguna ventaja en vigilar desde aquí? 

—Es más cómodo.

—Ya..., pero hay algo que puedes hacer allí y no puedes hacer aquí.

—¿Qué es? 

—Puedes hacerlos parar... en el momento que quieras, y entre tanto estás preparado para ver qué es lo que ocurre.

—¿Cómo es eso? —dijo Powell, intrigado.

—Piénsalo tú mismo si tienes el cerebro que dices. Hazte algunas preguntas. ¿Cuándo para de trabajar el Dv-5? ¿Cuándo ha dicho el "dedo" que lo hacía? Cuando hay amenaza de derrumbamiento, o bien se produce; cuando hay que tomar delicadas medidas para la colocación de explosivos al encontrar un filón difícil.

—En otras palabras, cuando hay peligro —dijo Powell.

—¡Exacto! Cuando "esperas" que se produzca. Es el factor iniciativa personal el que nos causa la perturbación. Y es precisamente durante los momentos de peligro, en ausencia de un ser humano, cuando la iniciativa personal está a su máximo de tensión. Ahora bien, ¿Cuál es la deducción lógica? ¿Cómo podemos crear nuestra intercepción cuando y donde queramos? —Hizo una pausa, triunfante, ya que empezaba a gozar con su papel y contestaba sus propias preguntas adelantándose a la respuesta de Powell—. Creando nuestro propio peligro.

—Mike —dijo Powell—... tienes razón.

—Gracias, camarada. Sabía que algún día la tendría.

—Bien, pero ahórrate los sarcasmos. Los conservaremos en una jarra para los inviernos fríos. Entretanto ¿qué peligros podemos crear? 

—Podríamos inundar las minas, si no estuviésemos en un asteroide sin aire.

—Muy ingenioso, sin duda. Realmente, Mike, me dejas incapacitado de tanta risa. ¿Qué te parece un pequeño desprendimiento de tierras? 

Donovan avanzó los labios, reflexionó, y dijo: 

—Por mi parte... O.K.

—Bien. Manos a la obra.

Mientras avanzaba por el escarpado paisaje, Powell tenía todo el aspecto de un conspirador. En aquella baja gravedad, andaba por el abrupto suelo lanzando trozos de roca a derecha e izquierda bajo su peso y levantando nubes de polvo gris. Mentalmente, sin embargo, era el cauteloso avance de un conspirador.

—¿Sabes dónde estamos? —preguntó.

—Creo que sí, Greg.

—Muy bien, pero si un "dedo" se acerca a veinte pasos de nosotros nos "sentir ", estemos en su línea de visión o no. Espero que ya lo sabes.

—Cuando necesite una información sobre la ciencia robótica te la pediré por escrito y por triplicado. Metámonos por aquí.

Estaban ya en los túneles; incluso la luz de las estrellas había desaparecido. Los dos amigos seguían avanzando entre las paredes, iluminándolas con sus lámparas a espacios intermitentes. Powell buscó el seguro de su detonador.

—¿Conoces este túnel, Mike? 

—No muy bien. Es nuevo. Creo poderlo reconocer por lo que vi en la placa de visión, pero...

Transcurrieron unos interminables minutos. Finalmente, Mike dijo: 

—Toca eso...

Una ligera vibración de los muros se transmitió a través de la enguantada mano metálica de Powell. No se oía nada, naturalmente.

—¡Diablos! Estamos muy cerca.

—Abre bien los ojos —dijo Powell

Donovan asintió, impaciente.

La cosa se produjo y desapareció antes de que pudiesen sentirla; fue sólo un resplandor bronceado que atravesó su campo visual. Se agarraron uno a otro en silencio.

—¿Crees que nos sienten? —susurró Powell.

—Espero que no. Pero será mejor que los cojamos de flanco. Toma el primer túnel transversal a la derecha

—¿Y si no los encontramos? 

—Bien, y ¿qué quieres hacer? ¿Volver atrás? —gruñó Donovan, malhumorado—. Están a cuatrocientos metros. Los he estado observando por la placa de visión. Y tenemos dos días...

—¡Cállate! Estás malgastando el oxígeno. ¿Es éste un corredor lateral? —Lanzó un destello—. Sí, lo es. Vamos.

La vibración era considerablemente más fuerte y el suelo temblaba.

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