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Authors: Isaac Asimov

El Robot Completo (38 page)

BOOK: El Robot Completo
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—Quisiera empezar a trabajar. ¿Dónde debo ir?

Donovan corrió hacia la puerta.

—¡Baja estas escaleras! —dijo—. Ya te dirán lo que debes hacer.

El robot MC se había marchado y los dos hombres estaban solos delante del inconmovible Cutie.

—Y bien, ¿crees ahora que te hemos hecho nosotros?

—¡No! —fue la respuesta corta y categórica de Cutie.

Powell frunció intensamente el ceño y después fue relajándose. Donovan abrió la boca y permaneció así.

—¿Lo veis? —continuó Cutie tranquilamente—. No habéis hecho más que juntar piezas ya creadas. Lo habéis hecho extraordinariamente bien, por instinto supongo, pero en realidad no habéis creado el robot. Las piezas habían sido creadas por el Señor.

—Escucha —dijo Donovan, con voz enronquecida—, estas piezas han sido fabricadas en la Tierra y mandadas aquí.

—Bien, bien... —dijo Cutie, tranquilizador—, no discutamos...

—No es ésta mi intención. —Donovan saltó hacia delante y agarró el brazo del robot—. Si fueses capaz de leer los libros de la biblioteca, te lo explicarían de modo que no te quedaría la menor duda.

—¡Los libros... los he leído! ¡Todos! Son muy ingeniosos.

Powell intervino súbitamente.

—Si los has leído, ¿qué mis hay que decir? No puedes negar su evidencia. ¡No puedes!

—Por favor, Powell —dijo Cutie con la compasión en la voz—, no puedo considerarlos como una fuente valida de información. También ellos fueron creados por el Señor... y lo fueron para ti, no para mí.

—¿Cómo has descubierto esto? —preguntó Powell.

—Porque yo, como ser dotado de razón, soy capaz de deducir la Verdad de las Causas a priori. Tú, ser inteligente, pero sin razón, necesitas que se te dé una explicación de la existencia, y esto es lo que hizo el Señor. Que te procurase estas visibles ideas de mundos lejanos y pueblos, es, sin duda, excelente. Vuestras mentes son demasiado vulgares para comprender la Verdad absoluta. Sin embargo, puesto que es la voluntad del Señor que deis crédito a vuestros libros, no quiero discutir eso con vosotros.

Al marcharse, se volvió y en tono más amable, dijo:

—Pero no temáis nada. En el plan de las cosas del Señor hay sitio para todo. Vosotros, los pobres humanos, tenéis vuestro lugar, y, si bien es humilde, seréis recompensados si lo ocupáis dignamente.

Se marchó con el aire de beatitud propio del Profeta del Señor y los dos seres humanos permanecieron solos, evitando mirarse.

—Vámonos a la cama, Mike. Abandono —dijo Powell haciendo un esfuerzo.

—Oye, Greg —dijo Donovan con voz ronca—, ¿no creerás que tiene razón en todo esto, verdad? Parece tan seguro de sí mismo que...

—No seas idiota —dijo Powell volviéndose rápido— Ya te convencerás de que la Tierra existe cuando vengan los relevos la semana próxima y tengamos que regresar a escuchar el concierto.

—Entonces... ¡por la salud de Júpiter!, tenemos que hacer algo. —Casi lloraba—. No nos cree ni a nosotros, ni a los libros, ni a sus ojos.

—No —dijo Powell amargamente— ¡Es un robot con razón, maldita sea, con sus propios postulados! Cree sólo en la razón, y esto tiene un inconveniente... —Su voz se desvaneció.

—¿Cuál es?

—Que por la pura razón y la lógica se puede probar cualquier cosa... si encuentras el postulado apropiado. Nosotros tenemos los nuestros y Cutie tiene los suyos.

—Entonces veamos estos postulados enseguida. La tempestad es mañana.

—Aquí es donde falla todo —dijo Powell con un suspiro de desaliento—. Los postulados están establecidos por la suposición y reforzados por la fe. Nada en el Universo puede conmoverlos. Me voy a la cama.

—¡Oh, demonios¡ ¡No puedo dormir!.

—Yo tampoco. Pero siempre puedo intentarlo... por cuestión de principio.

Doce horas después el sueño seguía siendo esto, una cuestión de principios, inalcanzable, en la práctica.

La tormenta llegó a la hora prevista y el rubicundo rostro de Donovan se había quedado sin sangre. Powell, con los labios secos y las mandíbulas apretadas, miraba a través de la portilla y se tiraba desesperadamente del bigote.

En otras circunstancias, hubiera sido un maravilloso espectáculo. El chorro de electrones a alta velocidad que penetraba en el haz de energía florecía en forma de microscópicas partículas de intensa luz. El chorro se desparramaba por el vibrante vacío, formando un revoloteo, de brillantes copos.

El haz de energía permanecía inmóvil, pero los dos terrestres sabían el valor de las apariciones a simple vista. Una desviación en arco de una centésima de milésima de segundo, invisible al ojo humano, era suficiente para apartar el haz de su foco, y convertir centenares de kilómetros cuadrados de la Tierra en incandescentes ruinas. 

Y un robot, indiferente al haz, al foco y a la Tierra, todo menos a su Señor, era dueño de los mandos.

Las horas pasaron. Los dos hombres seguían mirando en un silencio de hipnosis. La tormenta habla cesado.

—Se acabó —dijo Powell con voz incolora.

Donovan había caído en una especie de sopor y Powell lo miraba con envidia. La señal luminosa brillaba una y otra vez, pero ninguno de los dos prestaba atención a ella. Nada tenía importancia. Quizá en el fondo Cutie tuviese razón... y él no era más que un ser inferior con una memoria metódica y una vida que había sobrepasado su propósito.

¡Ojalá fuese así! Cutie estaba ante él.

—No habéis contestado a la señal, de manera que he venido —dijo en voz baja—. No tenéis buen semblante y temo que el término de vuestra existencia no esté lejano. Sin embargo, ¿queréis ver algunas de las anotaciones registradas hoy?

Powell se daba vagamente cuenta de que el robot trataba de mostrarse amistoso, quizá para apagar sus remordimientos, restableciendo a los humanos en el mando de la estación. Cogió las hojas de papel de la mano, que se las tendía y las miró sin verlas.

—Desde luego, es un gran prodigio servir al Señor —dijo Cutie, al parecer satisfecho—. No debéis tomaros a mal que os haya reemplazado.

Powell lanzó un gruñido y siguió recorriendo maquinalmente las hojas de papel basta que se fijó en una tenue línea roja que cruzaba la hoja.

Miró... y volvió a mirar. Se apoyó con fuerza sobre los puños y se levantó, sin dejar de mirar. Las demás hojas cayeron al suelo, mezcladas.

—¡Mike! ¡Mike! —Sacudió a su amigo furiosamente—. ¡Se mantiene en dirección!.

—¿Eh? ...¿Cómo? —preguntó Donovan, volviendo en sí, mirando también con los ojos salidos, la hoja que tenía delante.

—¿Qué ocurre? —preguntó Cutie.

—Te has mantenido en el foco —gritó Powell— ¿Lo sabias?

—¿Foco? ¿Qué es eso?

—Has mantenido el haz dirigido exactamente a la estación receptora... dentro de una diezmillonésima de segundo de arco.

—¿Qué estación receptora?

—Tierra. La estación receptora es Tierra —balbució Powell—. Has mantenido la dirección del foco.

Cutie giró sobre sus talones, contrariado.

—Es imposible mostrar la menor amabilidad con vosotros. ¡Siempre el mismo fantasma! No he hecho más que mantener todas las esferas en equilibrio de acuerdo la voluntad del Señor.

Y recogiendo los esparcidos papeles, se retiró secamente; una vez hubo salido, Donovan se volvió hacia Powell y dijo:

—¡Júpiter me confunda!... Bien, ¿y qué hacemos?

—Nada —dijo Powell, cansado—. Nada. Nos ha demostrado que puede dirigir perfectamente la estación, jamás he visto hacer mejor frente a una tempestad de electrones.

—Pero esto no resuelve nada. Ya has oído lo que ha dicho del Señor. No podemos...

—Mira, Mike, sigue las instrucciones del Señor a ha través de relojes, esferas, gráficos e instrumentos. Esto es lo que siempre hemos hecho nosotros. En realidad, equivale a negarse a obedecer. La desobediencia es la Segunda Ley
[6]
. No hacer daño a los humanos es la primera. ¿Cómo podía evitar hacer daño a los humanos sabiéndolo o no? Pues manteniendo el haz de energía estable. Sabe que es capaz de mantenerlo más estable que nosotros, ya que insiste en que es un ser superior, y por esto tiene que mantenernos alejados del cuarto de controles. Si tienes en cuenta las leyes Robóticas, es inevitable.

—Bien, pero no es ésta la cuestión. No podemos consentir que siga con el sonsonete ese del Señor.

—¿Porqué no?

—Porque ¿quién ha oído jamás decir estas tonterías? ¿Vamos a dejar que siga manteniendo la estación si no cree en la existencia de la Tierra?

—¿Puede dirigir la Estación? 

—Sí pero...

—Entonces, ¿qué más da que crea una cosa que otra?

Powell extendió los brazos con una vaga sonrisa de satisfacción y cayó de espaldas sobre la cama. Estaba dormido.

Powell seguía hablando mientras luchaba por endosarse su ligera chaqueta del espacio.

—Será muy sencillo. Puedes traer nuevos modelos QT uno por uno, los equipas con un conmutador de lanzamiento automático que actúe en el plazo de una semana, como para darles tiempo de aprender... el... el culto del Señor, de boca del mismo Profeta; después los conmutas con otra estación para revitalizarlos. Podemos tener dos QT por...

Donovan levantó su visor de glassita y se rió.

—Cállate y vámonos de aquí. El relevo espera y no estaré tranquilo hasta que sienta la superficie de la Tierra bajo mis pies..., sólo para estar seguro de que realmente existe.

La puerta se abrió mientras estaba hablando y Donovan volvió a cerrar inmediatamente el visor de glassita, volviéndose enojado hacia Cutie.

El robot se acercó a ellos lentamente.

—¿Os vais? —preguntó con una nota de pesar en la voz.

—Vendrán otros en nuestro lugar —respondió Powell.

—Vuestro tiempo de servicio ha terminado y la hora de la disolución ha llegado —dijo Cutie con un suspiro—. Lo esperaba, pero... En fin, la voluntad del Señor debe cumplirse...

—Ahorra tu compasión —saltó Powell, indignado por el rollo resignado de Cutie—. Nos vamos a la Tierra, no a la disolución.

—Es mejor que lo creáis así —suspiró nuevamente el robot —. Ahora comprendo la cordura de la ilusión. No quisiera tratar de conmover vuestra fe, aunque pudiese. —Y se marchó, convertido en la imagen de la compasión.

Powell le echó a reír y se dirigió hacia Donovan. Con las maletas cerradas en la mano, se encaminaron hacia la compuerta neumática.

La nave estaba en el rellano exterior y Franz Muller, su relevo, los saludó con rígida cortesía. Donovan le prestó escasa atención y entró en la cabina del piloto a tomar los mandos de manos de Sam Evans.

—¿Cómo va la Tierra? —preguntó Powell, quedándose atrás.

Era una pregunta bastante convencional y Muller dio la respuesta convencional que merecía:

—Sigue girando.

—Bien —dijo Powell.

—En el U.S. Robots han ideado un nuevo tipo, a propósito —dijo Muller, mirándole—. Un robot múltiple.

—¿Un qué?

—Lo que he dicho. Hay un importante contrato de tiene que ser adecuado para los trabajos de minería en los asteroides. Es un robot principal, con seis robots alrededor. Como tus dedos.

—¿Lo han probado ya? —preguntó Powell con ansiedad.

—Te están esperando a ti, he oído decir —dijo Muller sonriendo.

—¡Maldita sea!... —exclamó Powell, cerrando el puño. 

—Necesito vacaciones.

—¡Oh, las tendrás! Dos semanas, creo.

Se estaba poniendo los gruesos guantes del espacio para su estancia allí y sus espesas cejas se juntaron.

—¿Y que tal va este nuevo robot? Será mejor que se porte bien o antes me condeno que dejarle tocar los mandos.

Powell hizo una pausa antes de contestar. Sus ojos recorrieron el cuerpo del orgulloso prusiano desde su cabello encrespado hasta los pies, reglamentariamente cuadrados..., y un súbito resplandor de sincera alegría recorrió su cuerpo.

—El robot es muy bueno —dijo lentamente—. No creo que tengas que preocuparte mucho de los mandos…

Hizo una mueca y entró en la nave. Muller tenía que estar allí varias semanas...

Atrapa esa liebre

Tuvo más de dos semanas de vacaciones. Esto, Mike Donovan tenía que reconocerlo. Tuvo seis meses, con paga. Esto tenía que admitirlo también. Pero esto, como explicaba enfurecido, fue fortuito. U.S. Robots tenía que quitarle las pulgas al robot múltiple, y había muchas pulgas, y siempre quedaban por lo menos media docena de pulgas dejadas para el campo de pruebas. De manera que descansaron y esperaron hasta que los hombres de la sección de planos y los supervisores dijeron O.K. Y entonces, Powell y él salieron hacia el asteroide y "no fue" O.K. Repitieron la cosa una docena de veces, con el rostro compungido.

—¡Por lo que más quieras, Greg, sé un poco realista! ¿De qué sirve aferrarse al pie de la letra a las especificaciones y ver la prueba irse al garete? Es ya hora que te quites esta manía rutinaria tuya y pongamos manos a la obra.

—Digo únicamente —respondió Gregory Powell pacientemente, como el que explica la teoría de los electrones a un niño idiota— que, de acuerdo con las especificaciones, estos robots están equipados para los trabajos de minería en los asteroides sin supervisión. No estamos encargados de vigilarlos.

—Muy bien. Mira... ¡Lógico! —Levantó sus velludos dedos y señaló—: Uno; este robot ha pasado por todas las pruebas en el laboratorio de la Tierra. Dos; U.S. Robots garantiza el éxito de la prueba de actividad en un asteroide. Tres; los robots no pasan tal prueba. Cuatro; si no la pasan, U.S. Robots pierde diez millones de créditos en efectivo y unos cien millones en reputación. Cinco; si no la pasan y nosotros no somos capaces de explicar por qué no la pasan, es muy posible que tengamos que decir un tierno adiós a dos buenos empleos.

Powell lanzó un gruñido a través de una visible sonrisa poco sincera. El tácito "slogan" de la United State Robots / Mechanical Men Corp. era bien conocido de todos. "Ningún empleado comete el mismo error dos veces. Es despedido a la primera".

—Tienes la lucidez de Euclides en todo —dijo—, menos en los hechos. Has vigilado tres grupos de estos robots durante tres turnos y han hecho su trabajo perfectamente. Tú mismo lo has dicho. ¿Qué más podemos hacer? 

—Averiguar qué es lo que no funciona. Esto es lo que tenemos que hacer. Trabajaron perfectamente mientras los vigilé. Pero en tres diferentes ocasiones, cuando no los vigilé, no sacaron ningún mineral. No llegaban siquiera a la hora. Tenía que ir a por ellos.

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