El Robot Completo (42 page)

Read El Robot Completo Online

Authors: Isaac Asimov

BOOK: El Robot Completo
12.54Mb size Format: txt, pdf, ePub

—La verdad habló por su boca, doctora Calvin. 

Su voz se hizo más recia.

—Voy a resumirlo en forma de píldora concentrada. Hemos producido un cerebro positrónico que se supone de ordinaria y normal vendimia, pero que tiene la notable propiedad de ser capaz de sintonizar con las ondas del pensamiento. Esto señalaría el adelanto más importante en «robótica» en unas décadas si supiéramos cómo ha ocurrido. No lo sabemos y tenemos que averiguarlo. ¿Queda claro?

—¿Puedo hacer una sugerencia? —preguntó Bogert.

—¡Adelante!

—Sugeriría que mientras no resolvamos el lío -y como matemático me supongo que será un endiablado lío-, mantengamos secreta la existencia del RB-34. Hasta para los demás miembros del personal. Como directores de los departamentos se supone que no deberíamos encontrar ningún problema insoluble, y cuantos menos sepan de ello...

—Bogert tiene razón —dijo la doctora Calvin—. Desde e! mismo día en que el Código Interplanetario fue modificado para permitir que los prototipos de robot fueran comprobados en las factorías antes de ser embarcados hacia el espacio, la propaganda anti-robot se ha acrecentado. Si una sola palabra se filtra al exterior acerca de un robot capaz de leer pensamientos antes de que podamos anunciar un completo control del fenómeno, escaso capital efectivo sacaremos de ello.

Lanning chupeteó su cigarro y asintió gravemente. Se volvió hacia Ashe:

—Creo que dijo que estaba usted solo cuando por vez primera tropezó con este asunto de lectura del pensamiento.

—Y tanto que estaba solo —llevándome el susto más grande de mi vida. RB-34 acababa de ser retirado de la mesa de ensamblaje y me lo enviaron abajo a mi sección. Obermann estaba fuera en algún sitio, y por consiguiente me ocupó de llevarlo yo mismo al cuarto de comprobación, por lo menos empecé a llevármelo.

Ashe hizo una pausa y una tenue sonrisa asomó a sus labios.

—Oigan ¿alguno de ustedes ha estado conversando mentalmente sin darse cuenta?

Nadie se molestó en replicar, por lo cual él prosiguió:

—Al principio no se da cuenta uno, ¿saben? Él simplemente me habló -tan lógica y sensatamente como puedan imaginarse-, y fue solamente al haber ya recorrido la mayor parte del trayecto hacia los cuartos de ensayo cundo me di cuenta que yo no había dicho nada. Claro, pensé en montones de cosas, pero eso no es lo mismo ¿verdad? Encerré el objeto y corrí en busca de Lanning. Tener aquello caminando a mi lado, escudriñando calmosamente en mis pensamientos y eligiendo los que le convenían, me dio un pánico cerval.

—Me lo imagino —dijo Susan Calvin pensativamente, fijos los ojos en Ashe de una manera extraña e intensa—. Estamos tan acostumbrados a considerar como terreno privado nuestros propios pensamientos...

Lanning intervino impacientemente.

—Entonces solamente cuatro de nosotros estamos enterados. ¡Muy bien! Tenemos que abordar este asunto sistemáticamente. Ashe, quiero que usted compruebe todo el tren de ensamblaje desde su principio hasta el final, todo. Deberá eliminar todas las operaciones en las cuales no hubo la menor posibilidad de un error, y catalogar todas aquellas donde la hubo, juntamente con su naturaleza y posible magnitud.

—El encargo se las trae —gruñó Ashe.

—¡Desde luego! Naturalmente, colocará a los hombres bajo sus órdenes trabajando en esto, y no me importa si nos retrasamos en el horario de programa previsto. Pero ellos no han de saber el porqué ¿comprendido?

—Humm-m-m», sí —y el joven técnico torció la boca—. Pero sigue siendo un trabajo peliagudo.

Lanning hizo describir a su silla un giro y dio frente a Susan Calvin.

—Tendrá usted que abordar el trabajo desde la otra dirección. Es usted el «robotsicólogo» de la fábrica, y por consiguiente estudiará al propio robot y deberá trabajar en retrocesión, de manera retrógrada. Intente hallar como «tictaquea». Vea qué otra cosa está emparejada con sus poderes telepáticos, hasta qué grado se extienden, como modifican su trazado y exactamente qué daño ha causado a sus corrientes propiedades RB. ¿Lo captó todo?

Lanning no aguardó a que la doctora Calvin replicase.

—Yo coordinaré el trabajo y también interpretaré las averiguaciones que se hagan, matemáticamente.

Aspiró con fuerza de su cigarro y masculló el resto a través del humo.

—Bogert me ayudará a hacerlo, naturalmente. 

Bogert pulimentó las uñas de una mano regordeta con la palma de la otra y dijo blandamente:

—Seguro que sí. Conozco algo de esta materia.

—¡Bien! Voy a entrar en funcionamiento —y Ashe empujó hacia atrás su silla, levantándose. Su juvenil y agradable rostro se arrugó en mueca sonriente—. Me ha tocado una tarea más endemoniada que cualquiera de la de ustedes, y por lo tanto me voy a empezarla.

—¡Ya nos veremos!

Susan Calvin replicó con una cabezada apenas perceptible, pero sus ojos le siguieron hasta perderle de vista y ella no contestó cuando Lanning gruñó y dijo:

—¿Quiere ir arriba y ver al RB-34 ahora, doctora Calvin?

Los ojos fotoeléctricos de RB-34 se alzaron del libro al oírse el apagado sonido de bisagras girando y estaba en pie cuando Susan Calvin entró.

Ella se detuvo para reajustar el enorme cartel «Prohibida la Entrada» sobre la puerta y luego se aproximó al robot.

—Te he traído los textos sobre motores hiperatómicos, Herbie. Algunos de ellos, claro. ¿Te importaría leerlos?

RB-34 -más conocido por Herbie- alzó los tres pesados libros de brazos de ella y abrió la página titular de uno:

—¡«Hm-m-m»¡ «Teoría de los Hiperatómicos».

Farfulló inarticuladamente para sí mismo mientras hacía correr hojas y luego habló con aire abstraído:

—¡Siéntese, doctora Calvin! Esto me ocupará unos cuantos minutos.

La sicóloga sentose y observó fijamente a Herbie mientras cogía una silla al otro lado de la mesa y echaba vistazos de un modo sistemático a los tres libros.

Al cabo de una media hora, cerró los libros.

—Naturalmente, sé por qué trajo estos libros. 

La comisura labial de la doctora se contrajo nerviosamente.

—Me lo temía. Es difícil trabajar contigo, Herbie. Siempre me llevas unos pasos de ventaja.

—¿Sabe una cosa? Con estos libros pasa lo mismo que con los otros. Sencillamente no me interesan. No hay nada en sus libros de texto. Su ciencia es solamente una masa de datos coleccionados y emplastados juntos en una teoría para ¡r tirando, y todo tan increíblemente simple que apenas vale la pena molestarse en leerlo.

Su poderosa mano gesticuló vagamente como si buscase las palabras apropiadas.

—Lo que me interesa es su literatura novelesca. Sus estudios de la acción recíproca de los impulsos y emociones humanas.

Susan Calvin susurró:

—Creo que comprendo.

—Veo dentro de las mentes ¿sabe? —prosiguió el robot— y no tiene ni idea de lo complicadas que son. No puedo comprenderlo todo debido a que mi propia mente tiene tan poco en común con ellas, pero lo intento, y sus novelas ayudan.

—Sí, pero me temo que después de haberte leído algunas de las experiencias horripilantes y desgarradoras de la novela sentimental de nuestra época actual —y había un asomo de amargura en la voz de ella— encontrarás que las mentes reales, como las nuestras, son incoloras y sosas.

—¡No opino así!

La súbita energía en la respuesta hizo que ella se levantase. Sintiéndose enrojecer, pensó ella alocadamente: «¡Debe estar enterado!»

Herbie se apaciguó súbitamente, y murmuró en una voz baja de la cual había desaparecido casi por entero el timbre metálico:

—Por supuesto que estoy enterado, doctora Calvin. Siempre piensa en ello y por consiguiente, ¿cómo puedo evitar saberlo?

El semblante de ella se endureció.

—¿Lo has... dicho a alguien?

—¡Claro que no! —y añadió son sincera sorpresa—. Nadie me lo ha preguntado.

—Bien, entonces, supongo que piensas que soy una tonta.

—¡No! Es una emoción normal.

—Quizá por esto mismo es por lo que es tan tonto.

La ansiedad en su voz ahogaba cualquier otra tonalidad.

Algo de la mujer asomaba a través de la capa del doctorado.

—No soy lo que tú llamarías... atractiva.

—Si se refiere usted a la mera atracción física, no puedo juzgar. Pero, de cualquier modo, sé que hay otros tipos de atracción.

—Ni soy ya joven.

Susan Calvin apenas había oído al robot. Una ansiosa insistencia se había infiltrado en la voz de Herbie.

—Todavía no ha cumplido los cuarenta.

—Treinta y ocho según tu modo de contar los años; una arrugada sesentona en cuanto concierne mis perspectivas emocionales en la vida. Para algo soy sicóloga ¿no?

Prosiguió con acre desaliento:

—Y él apenas tiene treinta y cinco, además de parecer y comportarse como mucho más joven. ¿Acaso supones que él pueda verme bajo ningún otro aspecto sino... sino tal como soy?

—¡Está usted equivocada! —y el puño de acero de Herbie golpeó la mesa recubierta de plástico con estridente retintín—. Escúcheme...

Pero Susan Calvin se revolvió mirándole y el anhelante dolor en sus ojos se convirtió en llama.

—¿Por qué iba a escucharte? ¿Qué sabes tú de todo eso, tú, una máquina? Para ti soy solamente un espécimen; un insecto interesante con una mente peculiar desplegada a tu inspección. Un maravilloso ejemplo de frustración ¿no es verdad? Casi tan curioso como los de tus novelas.

Su voz, emergiendo entre secos sollozos, se atragantó.

El robot se había intimidado ante la explosión verbal. Meneó la cabeza implorante.

—¿Quiere escucharme, por favor? Podría ayudarla si usted me dejase.

—¿Cómo? —y se fruncieron sus labios—. ¿Dándome buenos consejos?

—No, nada de esto. Se trata simplemente de que yo sé lo que otras personas piensan; Milton Ashe, por ejemplo.

Hubo un largo silencio, y los ojos de Susan Calvin se cerraron.

—No quiero saber lo que él piensa —dijo jadeante— Guarda silencio.

—Creo que usted desearía saber lo que él piensa. 

La cabeza femenina permaneció inclinada, pero su respiración se hizo más apresurada.

—Estás diciendo disparates —susurró.

—¿Por qué habría de decir disparates? Estoy intentando ayudar. Milton Ashe piensa de usted... —y se calló.

Entonces, la sicóloga levantó la cabeza.

—¿Bien, qué?

El robot dijo sosegadamente:

—Él está enamorado de usted.

Durante un largo minuto, la doctora no habló. Se limitaba a mirar sin ver, dilatados los ojos. Luego dijo:

—¡Estás en un error! Tienes que estar equivocado. ¿Por qué iba él a... amarme?

—Así es. Una cosa así no puede ocultarse, por lo menos, a mí no.

—Pero yo soy tan... tan... —y el tartamudeo se truncó en silencio.

—Él mira más hondo que la piel, y admira el intelecto en los demás. Milton Ashe no es el tipo de los que se casan con una cabeza de hermosos cabellos y un par de ojos.

Susan Calvin se sorprendió a sí misma pestañeando rápidamente y aguardó un poco antes de hablar. Aún entonces su voz tembló:

—Sin embargo, él indiscutiblemente nunca y de ningún modo dio señales...

—¿Acaso le dio usted nunca la oportunidad?

—¿Cómo iba a hacerlo? Nunca pensé que...

—¡Exactamente!

La sicóloga hizo una pausa reflexiva y luego alzó la mirada repentinamente.

—Una muchacha le visitó aquí en la factoría hará cosa de medio año. Era bonita... rubia y esbelta. Y, lógicamente, apenas era capaz de sumar dos y dos. Él se pasó el día, echando fuera el pecho, intentando explicarle a ella cómo se iba ensamblando un robot —y la dureza había regresado—. ¡Y ella sin entender ni una palabra! ¿Quién era ella? 

Herbie contestó sin vacilación:

—Conozco la persona a la cual se refiere usted. Ella es su prima hermana y no existe ningún interés romántico entre ellos, se lo aseguro.

Susan Calvin se puso en pie con una vivacidad casi juvenil.

—Pues, ¿no resulta curioso todo eso? Es exactamente lo que yo acostumbraba a decir a mí misma algunas veces, aunque nunca pensé verdaderamente que fuera posible. Entonces todo ello debe ser verdad.

Corrió hacia Herbie y asió su fría y pesada mano entre las suyas.

—Gracias, Herbie.

Su voz era ahora un susurro apremiante, ronco.

—No hables con nadie de todo esto. Deja que sea nuestro secreto... y gracias otra vez.

Tras dar un convulsivo apretón a los insensibles dedos metálicos de Herbie, ella se fue.

Herbie regresó lentamente a su abandonada novela, pero no había nadie que pudiera leer sus pensamientos.

Milton Ashe se desperezó lenta y espléndidamente, al compás de crujido de tendones y coro de gruñidos, y finalmente miró a Peter Bogert.

—Oiga —dijo— ya llevo una semana en este asunto casi sin la ración elemental de sueño. ¿Cuánto tiempo más tendré que aguantar? Creo que usted dijo que el bombardeo positrónico en la Cámara D de Vacío era la solución.

Bogert bostezó delicadamente y contempló sus blancas manos con interés.

—Así es. Estoy en la pista.

—Ya sé lo que «esto» significa cuando lo dice un matemático. ¿Y cuánto le falta para llegar al final?

—Depende

—¿De qué? —y Ashe dejose caer en una silla estirando lo más posible sus largas piernas.

—De Lanning. El viejo camarada no está de acuerdo conmigo —y suspirando, agregó—: Un poco atrasado a la época, éste es su problema. Sigue agarrado a las matrices mecánicas como el no va más, y el problema actual requiere unas herramientas matemáticas más poderosas. Es muy terco.

Ashe murmuró soñoliento:

—¿Por qué no le pregunta a Herbie y resuelve así todo el asunto?

—¿Preguntarle al robot? —y las cejas de Bogert ascendieron.

—¿Por qué no? ¿No le contó la solterona?

—¿Quiere decir Calvin?

—Eso es. La propia Susie. Este robot es un brujo. Se lo sabe todo y aún más. Resuelve de memoria triples integrales y como postre hace análisis de tensores.

El matemático le miró escéptico:

—¿Habla en serio?

—¡Y tanto! La pega es que al artefacto no le gustan las matemáticas. Prefiere leer novelitas amerengadas. ¡Palabra! Tendría usted que ver los callos con que Susie le nutre: «La Púrpura de la Pasión» y «Amor en el Espacio».

Other books

The Catiline Conspiracy by John Maddox Roberts
Gentle Control by Brynn Paulin
Ivory Innocence by Susan Stevens
Memory and Desire by Lillian Stewart Carl
Conjure Wife by Fritz Leiber
The Headmasters Papers by Richard A. Hawley
Eternal Ride by Chelsea Camaron
Demon Bound by Demon Bound