Authors: Isaac Asimov
Cutie aceptó los gráficos que le tendían y salió sin decir palabra. Donovan se echó atrás en su silla y se mesó los cabellos.
—Ese robot nos va a dar trabajo. ¡Está como una cabra!
El soñoliento zumbido del Transformador se oye más fuerte en la cámara de mando y mezclado a él se oye la aspiración de los contadores Geiger y el intermitente ruido de las señales luminosas.
Donovan apartó los ojos del telescopio y encendió los Luxites.
—El haz de Estación 4 capta Marte en horario. Podemos cortar los nuestros ya.
Powell parecía abstraído.
—Cutie está en el cuarto de máquinas. Le daré la señal y puede hacerse cargo de ello. Oye, Mike, ¿qué piensas de estas cifras?
Donovan las estudió atentamente y lanzó un silbido de perplejidad.
—¡Hombre, esto es lo que yo llamo intensidad de rayos gamma! El viejo Sol hace de las suyas... —respondió Powell amargamente—, estamos en mala posición para aguantar una tormenta de electrones, además. Nuestro haz de Tierra está probablemente en el sendero indicado. —Apartó su silla de la mesa— ¡Cuernos! ¡Si tan sólo aguantase hasta que venga el relevo, pero lleva ya diez días! Oye, Mike, ¿y si fueses abajo a echar una mirada a Cutie?
—O.K. Dame algunas de estas almendras. —Agarró el saquito que le arrojó Powell y se dirigió hacia el ascensor.
El instrumento se deslizó suavemente hacia abajo y se detuvo en la pequeña puerta de la sala de máquinas. Donovan se asomó a la barandilla y miró hacia abajo.
Los enormes generadores estaban en plena acción y de los tubos-L salía el agudo silbido que saturaba toda la estación.
Vio la enorme y reluciente figura de Cutie al lado del tubo-L de Marte, observando atentamente a los demás robots que trabajaban al unísono.
Y entonces Donovan se quedó rígido. Los robots, que parecían empequeñecidos junto el enorme tubo-L, estaban alineados delante de él, con la cabeza doblada en ángulo recto, mientras Cutie andaba lentamente arriba y abajo por delante de ellos. Transcurrieron quince segundos y entonces, con un estruendo metálico que retumbó en la estancia, cayeron todos de rodillas.
Donovan bajó precipitadamente la estrecha escalera. Corrió hacia ellos, con el rostro rojo como sus cabellos, agitando furiosamente los puños en el aire.
—¿Qué diablos significa esto, idiotas sin seso? ¡Vamos! ¡Ocupaos del tubo-L! Como no lo tengáis en perfecta condición, limpio, antes de que termine el día, os coagulo el cerebro con corriente alterna!
Ni un solo robot se movió.
Incluso Cutie, en el extremo, el único que estaba de pie, permaneció silencioso, con la mirada fija en los oscuros rincones de la gran máquina que tenía delante. Donovan dio un fuerte empujón al primer robot.
—¡Levántate! —rugió.
Lentamente el robot obedeció.
Sus ojos fotoeléctricos se fijaron con reproche sobre el hombre de la Tierra.
—No hay más Señor que el Señor —dijo—, y QT-1 es su profeta.
—¿Eh?... —Donovan se encontró frente a veinte pares de ojos fijos en él y veinte voces de timbre metálico que declaraban solemnemente:
—“No hay más Señor que el Señor y QT-1 es su profeta…
—Temo —dijo Cutie al llegar a este punto—, que mis amigos obedecen ahora a alguien más alto que tú.
—¡Qué diablos dices! ¡Sal de aquí inmediatamente! Ya te arreglaré las cuentas más tarde, y a estos chismes animados, ahora mismo.
—Me apena —dijo Cutie lentamente moviendo despacio la cabeza—, pero veo que no me entiendes. Todos estos son robots, y por lo tanto seres dotados de razón. Les he predicado la Verdad y ahora reconocen al Señor. Me llaman el Profeta. Soy indigno de ello —añadió bajando la cabeza—, pero quizá...
Donovan consiguió recobrar el aliento e hizo uso de él.
—¿Sí, eh?... ¡Vaya, qué bonito!—. Pues escucha que diga una cosa, chimpancé de bronce. Aquí no hay tal Señor, ni tal Profeta, ni es cuestión de quién da órdenes. ¿Entendido? —Su voz, se convirtió en un mugido—. ¡Y ahora, fuera de aquí!
—Obedezco solamente al Maestro.
—¡Al diablo el Maestro! —Donovan escupió sobre el tubo-L—. ¡Esto para el Maestro! ¡Haz lo que te digo!
Ni Cutie ni los demás robots dijeron una palabra, pero Donovan se dio cuenta de un aumento de tensión. Los ojos fríos aumentaron la intensidad de su color, y Cutie parecía más rígido que nunca.
—¡Sacrílego! —murmuró, con voz metálica emocionada.
Donovan tuvo la primera sensación de miedo al ver aproximarse a Cutie. Un robot no puede sentir odio, pero los ojos de Cutie eran inescrutables.
—Lo siento, Donovan —dijo el robot—, pero después de esto no podéis seguir por más tiempo aquí. Por consiguiente, Powell y tú tenéis vedado el acceso a la sala de control y la sala de máquinas.
Había hecho un gesto pausado y en el acto dos robots sujetaron los brazos de Donovan.
Donovan no tuvo tiempo de hacer más que una angustiada aspiración antes de sentirse levantado y llevado escaleras arriba a la velocidad de un buen galope.
Gregory Powell andaba arriba y abajo de la habitación con el puño cerrado. Dirigió una intensa mirada de desesperación a la puerta y se acercó a Donovan amargamente.
—¿Por qué diablos tenias que escupir contra el tubo-L?
Mike Donovan se desplomó sobre el sillón y golpeó el brazo furiosamente.
—¿Qué querías que hiciese con este espantajo electrificado? ¡No voy a doblegarme ante sus caprichos!, ¿verdad?
—No; Pero ahora estamos en la sala de oficiales con robots de centinela en la puerta. Esto no es doblegarse. ¿Verdad?
—Espera a que lleguemos a la base. Alguien pagara todo esto —dijo Donovan—. Los robots deben obedecernos: Es la Segunda Ley.
—¿De qué sirve esto? No nos obedecen. Y esto responde seguramente a una razón que descubriremos demasiado tarde. A propósito, ¿sabes lo que nos ocurrirá cuando estemos de regreso en la Base?
Se detuvo delante del sillón de Donovan, furioso.
—¿Qué?
—¡Oh, nada!. Veinte años de Minas de Mercurio. O quizá el Presidio de Ceres.
—¿Qué estás diciendo?
—La tempestad de los electrones que se acerca. ¿Sabes que avanza directamente hacia el centro del haz de Tierra? Acababa de calcularlo cuando el robot me ha levantado de la silla. ¿Y sabes lo que le va a pasar al haz? Porque la tormenta va a ser de alivio. Que va a saltar como una pulga con el contacto. Y todo esto con Cutie solo en los controles, y si sale de foco... que el Cielo proteja a la Tierra..., y a nosotros.
Donovan sacudía frenéticamente la puerta cuando Powell estaba sólo a medio camino de ella. La puerta se abrió y el hombre de la Tierra avanzó, pero encontró un duro e inamovible brazo de acero que lo detuvo.
El robot lo miraba con indiferencia.
—El Profeta ha dado orden de que no os mováis. Por favor, obedeced.
El brazo se movió, Donovan fue empujado hacia dentro y en aquel momento apareció Cutie por el fondo del corredor. Apartó con un gesto suavemente la puerta. Donovan se dirigió a Cutie jadeando, indignado.
—¡Esto ha ido va bastante lejos! ¡Vas a pagar cara la farsa!
—Por favor, no te contraríes —dijo el robot con suavidad—, tenía forzosamente que ocurrir. Los dos habéis perdido vuestra función... Hasta que fui creado vosotros velabais por el Maestro. Este privilegio me pertenece ahora a mí y por consiguiente, la razón de ser de vuestra existencia ha desaparecido. ¿No es esto evidente?
—No mucho —respondió amargamente Powell—, pero ¿qué crees que vamos hacer ahora?
Cutie no contestó enseguida. Permaneció silencioso como si reflexionase sobre el hombro de Powell. El otro agarró a Donovan por la muñeca y lo acercó.
—Me gustáis los dos. Sois criaturas inferiores, pero siento realmente cierto afecto por vosotros. Habéis servido fielmente al Señor y Él os lo recompensará. Habiendo terminado vuestro servicio, no existiréis probablemente por mucho tiempo, pero mientras existáis, tenemos que procuraros comida, ropas y abrigo, a condición de que os mantengáis apartados de la sala de controles y de máquinas.
—¡Nos está poniendo a pensión, Greg! —gritó Donovan—. ¡Haz algo! ¡Es humillante!
—Oye Cutie, no podemos tolerar esto. Somos los amos. Esta Estación ha sido exclusivamente creada por seres humanos como yo, seres humanos que viven en la Tierra y otros planetas. Esto no es más que un colector de energía. Tú no eres más que... ¡Ay... cuerno!
Cutie movió la cabeza gravemente.
—Esto frisa ya la obsesión. ¿Por qué insistís en un punto de vista tan radicalmente falso? Aun admitiendo que los no-robot carecen de la facultad de razonar, queda todavía el problema de...
Su voz se desvaneció en un reflexivo silencio y Donovan dijo, en un susurro saturado de intensidad:
—Si tuvieses un rostro de carne y hueso te lo rompería.
Con los dedos, Powell se acariciaba el bigote y sus ojos brillaban.
—Escucha, Cutie, si no existe una cosa que se llama Tierra, ¿cómo te explicas lo que ves por el telescopio?
—¡Perdona...!
—¿Te he ganado, eh? —dijo Powell—. Desde que estamos juntos has hecho muchas observaciones telescópicas, Cutie. ¿Has observado que muchos de estos puntos luminosos se convierten en disco cuando los ves así?
—¡Oh, esto!... Sí, ciertamente. Es una mera ampliación con el propósito de dirigir más exactamente el haz.
—¿Por qué no aumentan igualmente de tamaño las estrellas, entonces?
—¿Quieres decir los demás puntos? No se les manda haz alguno, de manera que no necesitan ampliación. Verdaderamente, Powell, incluso deberías ser capaz de comprender esto.
—¡Pero ves más estrellas a través del telescopio! —dijo Powell, mirándolo perplejo—. ¿De dónde vienen? ¿De dónde demonios vienen, por Júpiter?
—Escucha, Powell —dijo Cutie, contrariado—. ¿Crees que voy a perder el tiempo tratando de buscar interpretaciones físicas de todas las ilusiones ópticas de nuestros instrumentos? ¿Desde cuándo puede compararse la prueba ofrecida por nuestros sentidos con la clara luz de la inflexible razón?
—Mira —intervino Donovan súbitamente, liberándose del amistoso, pero pesado brazo metálico de Cutie—, vamos al fondo de la cuestión. ¿Para qué sirven los haces? Te estamos dando una explicación lógica. ¿Puedes hacer tú algo mejor?
—Los haces de luz son emitidos por el Señor para cumplir sus designios. Hay ciertas cosas — añadió elevando piadosamente los ojos— que no deben sernos probadas; en esta materia, trato sólo de servir y no de interrogar.
Powell se sentó y hundió el rostro en sus manos temblorosas.
—Sal de aquí, Cutie. Sal de aquí y déjame pensar.
—Te mandaré comida —dijo Cutie amablemente.
Un gruñido fue la única respuesta y el robot salió.
—Greg —dijo Donovan en voz baja y sombría—, esto requiere estrategia. Tenemos que aplicarle un cortocircuito en el momento en que no lo espere. Acido nítrico concentrado en las articulaciones.
—No digas tonterías, Mike. ¿Crees acaso que nos dejará acercarnos a él con ácido nítrico en las manos? Tenemos que hablar con él, te digo. Tenemos que convencerlo de que nos deje tomar de nuevo posesión de la sala de control antes de cuarenta y ocho horas, o seremos reducidos a papilla. Pero —añadió balanceándose, desalentado ante su impotencia—. ¿Quién va a discutir con un robot?
—Es vejatorio... —terminó Donovan.
—¡Peor!
—¡Oye! —dijo Donovan, echándose a reír— ¿Por qué discutir? ¡Demostrémoselo! ¡Construyamos otro robot ante sus propios ojos tendrá que tragarse sus palabras, entonces!
En el rostro de Powell apareció lentamente una sonrisa que se fue ensanchando.
—¡Y piensa en su cara de espanto cuando nos vea hacerlo!— terminó Donovan
Los robots son fabricados, desde luego, en la Tierra, pero su expedición a través del espacio es mucho más fácil si puede hacerse por piezas y montarlos en el sitio donde deben emplearse. Elimina además la posibilidad de que robots completamente montados vayan rondando por la Tierra, enfrentando de esta manera la U. S. Robots con la estricta ley que prohibe el uso de robots en la Tierra.
Sin embargo, esto hacía pesar sobre hombres como Powell y Donovan las necesidades de sintetizar robots completos, tarea laboriosa y complicada.
Powell y Donovan no se habían dado nunca tanta cuenta de la verdad de este hecho como el día en que, reunidos en la sala de montaje, emprendieron la creación de un nuevo robot bajo la inspección y vigilancia de QT-1. Profeta del Señor.
El robot en cuestión, un simple MC, vacía sobre la mesa, casi terminado. Tres horas de trabajo lo habían dejado sólo con la cabeza por terminar y Powell se detuvo para enjugarse la frente y mirar a Cutie.
La mirada no fue muy tranquilizadora. Durante tres horas, Cutie había permanecido sentado, inmóvil y silencioso, y su rostro, siempre inexpresivo, era ahora absolutamente inescrutable.
—¡Vamos ya con el cerebro Mike! —gruñó Powell.
Donovan abrió un receptáculo herméticamente cerrado y del baño de aceite del interior sacó un segundo cubo. Abriendo éste a su vez, sacó un globo de su revestimiento de esponja de goma.
Lo manejó rápidamente por que era el mecanismo más complicado jamas creado por el hombre. En el interior de la tenue piel chapada de platino del globo, había un cerebro positrónico, en cuya inestable y delicada estructura habían insertados senderos neutrónicos calculados, que dotaban a cada robot de lo que equivalía una educación prenatal.
El cerebro se adaptaba exactamente a la cavidad craneana del robot. El metal azul se cerró y quedó sólidamente soldado por la diminuta llama atómica. Se adaptaron cuidadosamente los ojos electrónicos, fuertemente atornillados en su lugar y cubiertos por una delgada hoja transparente de plástico de la dureza del acero.
El robot sólo esperaba ya la vitalizadora corriente de una electricidad de alto voltaje, y Powell se detuvo con la mano sobre el interruptor.
—Ahora mira esto, Cutie. ¡Fíjate atentamente!
El interruptor estableció el contacto y se oyó un zumbido. Los dos terrestres se inclinaron emocionados sobre su creación.
Al principio sólo se produjo un leve movimiento en las articulaciones. La cabeza se levantó, los codos se apoyaron sobre la mesa y el robot modelo MC bajó torpemente al suelo. Su paso era inseguro y dos veces unos infructuosos gruñidos fueron todo lo que se consiguió sacarle en materia de palabra. Finalmente su voz, incierta y vacilante, adquirió forma.