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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III (2 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Orden y el Caos - TOMO III
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Esto, si todavía estaba vivo…

Cyllan no era propensa al llanto. Su dura vida le había enseñado la futilidad de mostrar cualquiera de los tradicionales signos de debilidad femenina, pero bruscamente se halló al borde de las lágrimas. Si Tarod vivía… Lo último que recordaba, antes de que el caballo saliese disparado, era que le había visto en la escalinata de la puerta principal del Castillo, desarmado y rodeado de tres o cuatro Iniciados dispuestos a atravesarlo con sus espadas antes de que pudiese defenderse. El Warp había estallado sobre sus cabezas y ella no había vuelto a ver a Tarod, pero seguramente, seguramente, incluso su poder reducido sería suficiente para salvarla, ¿no? Podía haber escapado del Castillo y, en tal caso, la estaría buscando. Aunque era imposible imaginar por dónde empezaría, teniendo todo el mundo para elegir.

Cyllan se obligó a mirar de nuevo la piedra e hizo una mueca al verla brillar como un ojo maligno, desorbitado, entre el enrejado de sus dedos. Después, cuidadosamente, volvió a introducirla debajo del corpiño, sintiendo su contacto frío y duro contra la piel. Por ambiguos que fuesen sus sentimientos al respecto, la piedra era un talismán, su único enlace con Tarod, y si esto era posible, le atraería hacia ella.

Yandros podía no ser capaz de prestarle una ayuda directa, pero el Señor del Caos quería que la gema fuese devuelta a Tarod, y si era ésta la única esperanza que tenía ella de encontrarle, haría todo lo posible para contribuir a que Yandros alcanzase su objetivo. Cerró la mente a todo pensamiento de lo que podía ocurrir después; lo único que importaba era que Tarod y ella se reuniesen de nuevo.

Pero el claro de un bosque que sólo los dioses sabían en qué parte del mundo se hallaba, difícilmente sería el lugar más propicio para empezar una búsqueda. En el breve tiempo transcurrido desde que había recobrado el conocimiento, la luz había menguado perceptiblemente, diciéndole que el tiempo estaba empeorando. No tenía comida ni agua ni albergue, ni la menor idea de lo lejos que podía estar del pueblo más próximo o siquiera de un camino utilizado por los conductores de ganado. No podía calcular la hora; posiblemente se acercaba el crepúsculo, y el bosque no era un lugar seguro para pasar la noche; sería mejor que dejase a un lado sus especulaciones y prestase atención a los problemas más prácticos e inmediatos de la supervivencia.

Se puso trabajosamente en pie y el caballo levantó receloso la cabeza. Sacudiéndose el arrugado y sucio vestido (advirtió un gran desgarrón en un lado de su falda), se llevó dos dedos a la boca y lanzó un silbido grave y peculiar. El caballo echó atrás las orejas; Cyllan silbó de nuevo y el animal, obedeciendo de mala gana la orden, se acercó lo bastante para que ella le asiese la brida. Mientras enderezaba la silla y comprobaba que no se habían roto las correas, dio gracias, tal vez por primera vez en su vida, por los cuatro años que había pasado viajando por los caminos a lomos de un poney como aprendiza en el grupo de boyeros de su tío. Aquel silbido era un truco que aprendió pronto y con el que se podía dominar al animal más recalcitrante; el caballo no le crearía dificultades y ella estaba acostumbrada a pasar largas horas sobre la silla. Con la ayuda de Aeoris, mentalmente se corrigió, sonriendo maliciosamente para disimular la inquietud que le producía…, con la ayuda de la suerte, podría encontrar rápidamente el lugar habitado más próximo.

El arnés estaba seguro. Subiendo sobre una raíz de árbol para ganar altura, Cyllan saltó sobre la silla. Mirando entre las ramas entrelazadas de los árboles, trató de discernir la posición del sol poniente, pero el trocito de cielo que podía ver estaba nublado. Permaneció un momento inmóvil, reflexionando, y después hizo que el caballo volviese la cabeza en la que le dijo su intuición que era aproximadamente la dirección al sur. La mayoría de las zonas boscosas que cruzaban las partes occidental y central de la Tierra se extendían de este a oeste; por lo tanto, si cabalgaba hacia el sur, no tardaría en alcanzar el lindero del bosque y, desde allí, podría encontrar sin grandes dificultades alguno de los caminos empleados por los ganaderos.

No sabía, ni quería imaginar, lo que podía esperarle en el curso de su viaje. Si Tarod había escapado, pronto se sabría la noticia y empezarían a darle caza; posiblemente también a ella, aunque era más probable que el Círculo la creyese muerta. De alguna manera, tenía que encontrarle antes de que…

Tocó con los tacones de sus botas los flancos del caballo y lo condujo entre los espesos y expectantes árboles.

El canto que se oía débilmente, procedente del salón principal del Castillo de la Península de la Estrella, sería delicioso de escuchar si las circunstancias hubiesen sido menos espantosas. Las voces conjuntas de las mujeres que cantaban eran bellas, y el tono subía y bajaba en la ligera brisa de la tarde; pero Keridil Toln no podía olvidar un solo instante que las Hermanas de Aeoris estaban cantando un réquiem por el hijo del hombre que estaba sentado delante de él en su estudio.

Gant Ambaril Rannak, Margrave de la provincia de Shu, escuchaba el coro con la cabeza gacha, inmovilizada una mano sobre el pie de su copa de vino. De cuando en cuando, miraba hacia la ventana abierta, como esperando ver algo o a alguien, y Keridil percibía un momentáneo destello de rabia contenida en sus ojos.

Por fin habló Gant, con voz pausada y tranquila.

—El canto de las Hermanas es conmovedor. Aprecio el gesto, Sumo Iniciado, de su parte y de la tuya. —Pestañeó y frunció tristemente el entrecejo—. Sólo lamento que sus himnos no nos puedan devolver a Drachea de entre los muertos.

Keridil suspiró. Había temido tener que dar la noticia de que el hijo y heredero del Margrave había muerto estando bajo su protección.

Gant había llegado aquel mismo día con su esposa y su séquito y se regocijó al enterarse de que Drachea había desbaratado por sí solo las maquinaciones del Caos, prestando un gran servicio al Círculo. Su hijo era un héroe…, pero en vez de compartir su gloria, el anciano recibió la noticia de su espantosa e ignominiosa muerte. Keridil había previsto palabras violentas, lamentaciones, acusaciones; pero el dolor callado y amargo del Margrave le resultaba aún más difícil de soportar. La Margravina se había desmayado y yacía ahora en la mejor habitación para invitados del Castillo, atendida por el médico Grevard; pero Gant rehusó todos los ofrecimientos de sedantes o calmantes, y en cambio, después de ver el cadáver de su hijo, solicitó una entrevista en privado con el Sumo Iniciado.

Keridil le contó toda la historia de la muerte de Drachea: cómo había sorprendido a Cyllan, después de que ésta escapara, en el acto de robar la piedra del Caos, y cómo ella le había asesinado. Hubiera querido confesar su sentimiento de responsabilidad por la muerte del joven; sin embargo, las disculpas parecían grotescamente inadecuadas; lo mejor que podía hacer era esperar a que Gant dijese lo que tenía que decir. Conociendo al Margrave, Keridil no dudaba de que hablaría sinceramente.

El canto se extinguió en una última y conmovedora armonía y el Margrave asintió con la cabeza como en señal de aprobación. Después miró de nuevo a Keridil y, esta vez, sus ojos eran duros como el hierro.

—Bueno, Sumo Iniciado. Sólo tengo que hacerte una pregunta. ¿Qué se hará para vengar el asesinato de mi hijo?

Keridil miró las notas que había estado tomando hacía algún rato. Aunque traerían poco consuelo a Gant, al menos vería que no había estado ocioso.

—Ya he puesto las cosas en movimiento, Margrave —dijo—. Tal vez habrás oído hablar de los recientes experimentos realizados en la provincia Vacía y en la de Wishet con aves mensajeras…

—Así es, Sumo Iniciado. En realidad, sugerí que se emplease este procedimiento en la búsqueda de mi hijo cuando desapareció por primera vez.

Keridil se sonrojó al oír el tono del anciano.

—Ciertamente…, bueno, los primeros experimentos fueron lo bastante afortunados para que pusiésemos la idea en práctica aquí, en el Castillo. Tenemos un maestro halconero de la provincia Vacía que ha venido a visitarnos, y sus aves han resultado más seguras y más rápidas que los mejores jinetes relevándose.

Los ojos de Gant adquirieron un brillo febril.

—Entonces puedes enviar…

—Ya lo he hecho. Tres aves han sido enviadas hoy, a mediodía, para llevar a la Tierra Alta del Oeste, a Han y a Chaun la noticia de lo que ha sucedido aquí. En cuanto lleguen a su destino, otras aves serán enviadas a otras provincias. La noticia llegará mañana a los sitios más apartados, e incluso el Alto Margrave la conocerá el mismo día.

Gant frunció los párpados.

—Y la muchacha, esa pequeña serpiente asesina…, ¿has enviado su descripción a todos los Margraviatos? ¿A todos los jefes de las milicias? —Cerró involuntariamente los puños sobre la mesa—. Hay que encontrarla, Sumo Iniciado, ¡y debe ser ejecutada!

La obsesión del Margrave era comprensible, dadas las circunstancias, pero Keridil no debía pensar solamente en el paradero de Cyllan. De las dos personas a quienes se buscaba, era con mucho la menos peligrosa, y aunque estaba resuelto a llevarla ante la justicia, tenía prioridades más urgentes. Sin embargo, se daba perfecta cuenta de que había que tratar a Gant con mucho tacto; cualquier insinuación de que el asesinato de su hijo ocupaba el segundo lugar en relación con otras consideraciones acarrearía más dificultades que las que Keridil Toln podía resolver en aquel momento.

—Ciertamente —dijo—, hemos difundido su descripción, Margrave, y confío en que no podrá escapar de la búsqueda durante mucho tiempo…, si es que sigue con vida, cosa que solamente podemos suponer. Todas las milicias serán puestas sobre aviso, y he pedido la máxima colaboración a todas las provincias. No obstante, debo añadir que nos enfrentamos con algo que podría tener consecuencias incluso más graves que el asesinato de Drachea. —Levantó la cabeza, vio la expresión del viejo y prosiguió, precavidamente—: Ahora sabes lo que ocurrió recientemente en el Castillo, cómo se produjo y quién lo perpetró. El causante está todavía en libertad y es mil veces más peligroso que Cyllan Anassan. Por favor… —añadió rápidamente, cuando pareció que Gant iba a protestar—, comparto tu afán de encontrar a la muchacha y castigarla. Pero no me atrevo a descuidar la búsqueda de Tarod. Es mucho más que un simple homicida; es una encarnación del Caos. Margrave, tú mismo has visto y oído hablar un poco de los estragos que es capaz de provocar. ¿Puedes imaginarte cuál sería el destino de todos nosotros si semejante poder monstruoso del mal circulase a sus anchas por el mundo?

Gant guardó silencio y Keridil supo que sus palabras habían dado en el blanco.

—No quiero causar una alarma innecesaria en la Tierra, sobre todo en este momento —añadió a media voz—. Pero faltaría a mi deber si no advirtiera inmediatamente del peligro. Si he de ser brutalmente sincero, nuestro mundo podría estar expuesto a un peligro como no se ha visto igual desde la caída de los Ancianos. Y no me avergüenza confesar que tengo miedo.

¿Había cometido un error al ser tan franco? La cara del Margrave adquirió una expresión crispada y tensa, y su mirada se fijaba inquieta, a intervalos, en la ventana.

—Sumo Iniciado, me cuesta creer… —tosió para aclararse la garganta al quebrarse involuntariamente su voz—, me cuesta creer que el Círculo, en el que reside el poder y la sanción del propio Aeoris…

Hizo la señal del Dios Blanco sobre el corazón, pero pareció incapaz de terminar la frase.

Keridil suspiró.

—Desearía fervientemente que la mitad de lo que se cuenta sobre las facultades del Círculo fuese verdad, Margrave; pero lo cierto es que, aunque tengamos el beneplácito de Aeoris, sería tonto presumir que tenemos su poder o algo que se le parezca. —Su expresión se endureció—. Esta es una lección que he aprendido recientemente por amarga experiencia, y pretender lo contrario sería tentar al destino. —Apretó los puños y sus nudillos se pusieron blancos—. Sin la joya de que te hablé, Tarod no es en modo alguno invencible. Pero si encuentra a esa muchacha antes que nosotros y recupera la piedra, tendrá de nuevo todo su poder. Y esto significa el poder de traer de nuevo todas las fuerzas del Caos y la oscuridad sobre el mundo.

—¡Pero ningún hombre puede ejercitar semejante hechicería!

—Ningún hombre, es verdad; pero ahora no nos enfrentamos a un hombre. Tarod está emparentado con el Caos; ha nacido del Caos. No pongas en duda sus facultades, Margrave. Yo cometí una vez ese error.

Gant rebulló incómodo en su sillón, contrariado.

—Esto es más grave de lo que creía. Comprendo tu preocupación, Keridil, y la comparto. —Trató de sonreír—. Si el deber te obliga, también me obliga a mí, y reconozco que las consideraciones personales deben pasar a segundo plano. ¿Cómo te ayudará la provincia de Shu?

Keridil dio gracias en silencio por el firme sentido común innato que caracterizaba al viejo, reforzado por veinte años de rígido gobierno. La provincia de Shu podía jactarse no sólo de tener el puerto de mar más grande y seguro del mundo, sino también de poseer una fuerte y eficaz milicia, y los recursos del Margraviato eran de los mejores que podían encontrarse en cualquier parte. Gant sería un aliado de valor inestimable.

Asintió con la cabeza.

—Agradezco tu apoyo, Señor, y tu generosidad, y no me importa confesar que necesitaré toda la ayuda que pueda encontrar, especialmente en hombres.

—Lo creo. Pero, naturalmente, puedes suponer que, una vez se extienda el rumor, correrás el riesgo de que el pánico se apodere de todo el mundo, a pesar de la ayuda que puedas recibir. —Se mordió el labio—. El miedo al Caos está profundamente arraigado en todos nosotros, y la idea de su posible retorno…

Se encogió de hombros, para disimular un temblor, de un modo que no podía ser más elocuente.

—Ya lo he tenido en cuenta, pero no me atrevo a quitar importancia al peligro que nos amenaza —dijo Keridil, recordando las horas de tormento mental que había padecido mientras se esforzaba en valorar la prudencia de la decisión que había tomado—. La gente debe saberlo, Margrave. En buena conciencia, no puedo ocultarles la verdad.

Gant inclinó la cabeza.

—Sí… Comprendo tu dilema y creo que debo aceptar lo que dices. Sin embargo, para evitar el histerismo, puede que sea necesario imponer ciertas restricciones por encima de las leyes de nuestro mundo. Por ejemplo, en mi propia provincia…

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