El símbolo perdido (54 page)

Read El símbolo perdido Online

Authors: Dan Brown

BOOK: El símbolo perdido
4.8Mb size Format: txt, pdf, ePub

«Levanta, Robert. Tienes que ayudarla.»

Ahora las piernas le hormigueaban, la sensación ardiente, dolorosa, que anticipaba la recuperación, pero seguían negándose a colaborar. «¡Moveos!» Sus brazos se crisparon cuando empezó a notarlos de nuevo, al igual que el rostro y el cuello. Haciendo un gran esfuerzo consiguió volver la cabeza, arrastrando a duras penas la mejilla por la madera, para poder ver el comedor.

Sin embargo, se lo impidió la pirámide de piedra, que se había salido de la bolsa y descansaba de lado en el suelo, la base a escasos centímetros de su cara.

Por un instante Langdon no supo qué era lo que miraba. A todas luces, el cuadrado que tenía delante era la base de la pirámide, pero, de alguna manera, parecía distinto. Muy distinto. Seguía siendo cuadrado y de piedra..., pero ya no era liso y uniforme. La base de la pirámide estaba repleta de marcas. «¿Cómo es posible?» Clavó la vista en ella unos segundos, preguntándose si no sufriría alucinaciones. «La he mirado una docena de veces... ¡y no había nada!»

Entonces cayó en la cuenta.

Su respiración se activó involuntariamente y se volvió trabajosa al entender que la pirámide masónica aún guardaba secretos que compartir. «He sido testigo de otra transformación.»

En un abrir y cerrar de ojos, Langdon supo a qué se refería Galloway con su última petición. «Dígale esto: la pirámide masónica siempre ha guardado su secreto... sinceramente.» En su momento las palabras le resultaron extrañas, pero ahora comprendía que el deán le estaba enviando a Peter un mensaje en clave. Irónicamente, esa misma clave había sido la causante de que el argumento de una novela de suspense mediocre que él había leído hacía años diera un giro inesperado.

«Sin cera.»

Desde los tiempos de Miguel Ángel, los escultores ocultaban las imperfecciones en sus obras introduciendo cera caliente en las grietas para después frotarla con polvo de piedra pómez. El método se consideraba tramposo y, por tanto, las esculturas sin cera —literalmente,
sine cera
— se tenían por una obra de arte
sincera.
La locución perduró, y a día de hoy continuamos utilizando el adverbio «sinceramente» para expresar que algo carece de artificio.

Las inscripciones que figuraban en la base de la pirámide habían sido ocultadas empleando ese mismo método. Cuando Katherine, siguiendo las instrucciones marcadas por el vértice, hirvió la pirámide, la cera se derritió, dejando al descubierto las inscripciones de la base. Galloway pasó las manos por la pirámide en la sala de estar, al parecer notando dichas incisiones.

Aunque sólo fuera por un instante, Langdon había olvidado el peligro que corrían Katherine y él. Observaba el increíble conjunto de símbolos que quedaba a la vista en la base de la pirámide. No sabía qué significaban... ni qué desvelarían en último término, pero había algo más que claro: «La pirámide masónica aún guarda secretos. Ocho de Franklin Square no es la respuesta definitiva.»

Ya fuera por esa revelación, que le insufló una buena dosis de adrenalina, o sencillamente por los segundos de más que pasó allí tumbado, de pronto Langdon sintió que recuperaba el control de su cuerpo.

Movió como pudo un brazo hacia un lado, apartando la bolsa para poder ver el comedor.

Descubrió, horrorizado, que Katherine estaba atada y tenía un enorme trapo metido en la boca. Dobló las articulaciones, procurando ponerse de rodillas, pero acto seguido se quedó helado, sin dar crédito a lo que veía. En el umbral del comedor acababa de surgir una visión escalofriante: una forma humana que no se parecía a nada de lo que había visto en su vida.

«Pero ¿qué diablos...?»

Rodó sobre sí mismo, sacudiendo las piernas, tratando de retroceder, pero el gigante tatuado lo agarró, le dio media vuelta y se sentó a horcajadas sobre su pecho. A continuación le sujetó los bíceps con las rodillas, clavando su cuerpo contra el suelo. El torso del hombre lucía un ondulante fénix bicéfalo; el cuello, el rostro y la afeitada cabeza se hallaban cubiertos de un increíble despliegue de símbolos de lo más intrincado —Langdon sabía que eran sigilos— que se utilizaban en rituales de magia ceremonial negra.

Antes de que pudiera asimilar nada más, el gigante le agarró la cabeza con ambas manos, se la levantó y, con una fuerza increíble, se la estrelló contra el suelo.

Todo se volvió negro.

Capítulo 96

Mal'akh estaba en el pasillo examinando la carnicería. Su casa parecía un campo de batalla.

Robert Langdon yacía inconsciente a sus pies.

Katherine Solomon estaba maniatada y amordazada en el comedor.

El cadáver de una guardia de seguridad descansaba no muy lejos, tras caer de la silla que lo sustentaba. La mujer, deseosa de salvar la vida, había hecho exactamente lo que le había ordenado Mal'akh. Con un cuchillo contra el cuello, había cogido el teléfono de Mal'akh y había contado la mentira que había inducido a Langdon y a Katherine a acudir corriendo a su casa. «No tenía ninguna compañera, y desde luego Peter Solomon no se encontraba bien.» En cuanto la mujer hubo representado su papel, Mal'akh la estranguló con toda tranquilidad.

Para reforzar la impresión de que Mal'akh no estaba en casa, él mismo había telefoneado a Bellamy desde el manos libres de uno de sus coches. «Voy conduciendo —le dijo a Bellamy y a quien quisiera que estuviese escuchando—. Llevo a Peter en el maletero.» Lo cierto es que tan sólo había ido en coche del garaje al jardín delantero, donde había dejado sus numerosos coches estacionados al azar con los faros encendidos y el motor en marcha.

El engaño había salido a la perfección.

Casi.

La única pega era el ensangrentado bulto negro del recibidor con el destornillador clavado en el cuello. Mal'akh lo cacheó y soltó una risita al dar con un puntero transmisor y un móvil que exhibía el logotipo de la CIA. «Por lo visto, hasta ellos están al tanto de mi poder.» Les sacó la batería y aplastó ambos dispositivos con un pesado tope de bronce.

Mal'akh sabía que ahora había de moverse de prisa, sobre todo si la CIA andaba por medio. Se acercó a Langdon. El profesor estaba inconsciente, y así seguiría durante un buen rato. Después los ojos de Mal'akh se centraron, inquietos, en la pirámide de piedra que reposaba en el suelo, junto a la bolsa abierta del profesor. Contuvo la respiración, el corazón desbocado.

«Llevo años esperando...»

Sus manos temblaron ligeramente cuando extendió los brazos para coger la pirámide masónica. Al pasar los dedos despacio por las marcas, se sintió sobrecogido por la promesa que encerraban. Antes de que se quedara demasiado extasiado, metió la pirámide y el vértice de nuevo en la bolsa de Langdon y la cerró.

«La recompondré dentro de poco..., en un lugar mucho más seguro.»

Se echó la bolsa al hombro y después trató de cargar con su dueño, pero el cuerpo en forma del profesor pesaba mucho más de lo que había supuesto, de manera que decidió cogerlo por las axilas y arrastrarlo por el suelo. «No le va a gustar nada a donde lo llevo», pensó Mal'akh.

Mientras tiraba de Langdon, el televisor de la cocina sonaba a todo volumen. Las voces televisivas habían formado parte del engaño, y Mal'akh aún no había tenido tiempo de apagar el aparato. La cadena mostraba ahora a un telepredicador que rezaba el padrenuestro con sus fieles. Mal'akh se preguntó si alguno de sus hipnotizados espectadores tendría idea de cuál era el verdadero origen de esa oración.

—«... así en el cielo como en la tierra...» —entonaba el grupo.

«Sí —pensó Mal'akh—, como es arriba es abajo.»

—«... no nos dejes caer en la tentación...»

«Ayúdanos a dominar las debilidades de la carne.»

—«... mas líbranos del mal...» —rogaban.

Mal'akh sonrió. «Eso podría ser difícil. La oscuridad va en aumento.» Así y todo, había de reconocer que tenían mérito por intentarlo. Los humanos que hablaban con fuerzas invisibles y solicitaban ayuda eran una especie en extinción en este mundo moderno.

Mal'akh arrastraba a Langdon por el salón cuando los fieles dijeron «amén».

«Amón —corrigió él—. Egipto es la cuna de vuestra religión.» El dios Amón fue el prototipo de Zeus..., de Júpiter..., y de todos los rostros modernos de Dios. A día de hoy, todas las religiones del planeta pronunciaban variantes de ese nombre. «Amén,
amin, aum.»

El telepredicador comenzó a citar versículos de la Biblia que describían jerarquías de ángeles, demonios y espíritus que regían tanto en el cielo como en el infierno.

—«Proteged vuestra alma de las fuerzas del mal —les advertía—. Elevad vuestro corazón en oración. Dios y sus ángeles os oirán.»

«Tiene razón. —Como bien sabía Mal'akh—. Pero también lo harán los demonios.»

Mal'akh había aprendido hacía tiempo que si se aplicaba como era debido el Arte, un practicante podía abrir un portal al mundo espiritual. Las fuerzas invisibles que existían allí, más o menos como sucedía con el hombre, adoptaban numerosas formas, tanto buenas como malas. Las de la luz sanaban, protegían y tenían por objetivo instaurar el orden en el universo; las de la oscuridad funcionaban justo al revés..., sembrando la destrucción y el caos.

Si eran llamadas debidamente, se podía convencer a las fuerzas invisibles para que cumplieran las órdenes del practicante en la tierra..., infundiéndole un poder aparentemente sobrenatural. A cambio de ayudar al peticionario, dichas fuerzas exigían sacrificios: oraciones y alabanzas para las de la luz... y derramamiento de sangre para las de la oscuridad.

«Cuanto mayor el sacrificio, mayor el poder transferido.» Mal'akh había comenzado su práctica vertiendo la sangre de animales sin importancia. Pero con el tiempo la elección de sus víctimas se había tornado más osada. «Esta noche daré el paso final.»

—«¡Cuidado! —chilló el predicador, que advertía de la llegada del Apocalipsis—. La batalla final por el alma de los hombres se librará muy pronto.»

«Ya lo creo —pensó él—. Y yo seré el mejor guerrero.»

Esa batalla, naturalmente, había comenzado hacía mucho, mucho tiempo. En el Antiguo Egipto, quienes perfeccionaron el Arte se convirtieron en los grandes maestros de la historia, destacándose de las masas para ser auténticos practicantes en busca de la luz. Se movieron por la tierra como si fueran dioses y construyeron grandes templos de iniciación a los cuales acudían neófitos del mundo entero para beber de su sabiduría. Nació una raza de hombres excelsos. Durante un breve espacio de tiempo la humanidad pareció estar lista para elevarse y trascender de los límites terrenales.

«La época dorada de los antiguos misterios.»

Y sin embargo el hombre, al ser de carne, era propenso a los pecados del orgullo desmedido, el odio, la impaciencia y la avaricia. Con el tiempo hubo quienes corrompieron el Arte, pervirtiéndolo y abusando de su poder en beneficio propio. Comenzaron a utilizar esa versión distorsionada para convocar a fuerzas de la oscuridad. Surgió un nuevo Arte..., una influencia más poderosa, inmediata y embriagadora.

«Así es mi Arte.»

«Así es mi Gran Obra.»

Los maestros iluminados y sus hermandades esotéricas fueron testigos de la creciente presencia del mal y vieron que el hombre no estaba empleando los recién adquiridos conocimientos en pro del bien de su especie, de manera que ocultaron su sabiduría para mantenerla fuera del alcance de quienes no eran dignos de ella. Al final se perdió en la historia.

Con ello llegó la gran caída del hombre.

Y una oscuridad eterna.

En la actualidad, los nobles descendientes de los maestros seguían al pie del cañón, buscando ciegamente la luz, intentando reconquistar el poder perdido del pasado, intentando mantener a raya la oscuridad. Eran los sacerdotes y las sacerdotisas de las iglesias, los templos y los santuarios de todas las religiones de la tierra. El tiempo había borrado los recuerdos..., los había separado del pasado. Ya no conocían la fuente de la que un día manó su poderosa sabiduría. Cuando se les preguntaba por los divinos misterios de sus antepasados, los nuevos custodios de la fe renegaban de ellos a voz en grito, tachándolos de herejía.

«¿De verdad lo han olvidado?», se preguntó Mal'akh.

Ecos del antiguo Arte resonaban aún en todos los rincones del universo, de los cabalistas místicos del judaismo a los sufís esotéricos del islam. Se conservaban vestigios en los rituales arcanos del cristianismo; en el rito del Santísimo Sacramento, mediante el cual el pan se convertía en el cuerpo de Cristo; en sus jerarquías de santos, ángeles y demonios; en sus cantos y sus ensalmos; en los cimientos astrológicos de su santoral; en sus vestiduras consagradas y en su promesa de vida eterna. Incluso ahora sus sacerdotes ahuyentaban a los malos espíritus haciendo oscilar incensarios, tañendo campanas sagradas y asperjando agua bendita. Los cristianos todavía practicaban el sobrenatural arte del exorcismo, una práctica primigenia de su fe que requería la capacidad no sólo de expulsar demonios, sino también de convocarlos.

«Y, sin embargo, ¿no son capaces de ver su pasado?»

En ningún lugar era más palpable el pasado místico de la Iglesia que en su epicentro. En el Vaticano, en el corazón de la plaza de San Pedro, se alzaba el gran obelisco egipcio. Tallado mil trescientos años antes de que Cristo viniera al mundo, ese monolito pagano no tenía nada que hacer allí, no guardaba relación alguna con el cristianismo moderno. Y sin embargo allí estaba, en el centro de la Iglesia católica. Un faro de piedra que clamaba ser escuchado, una memoria para los pocos sabios que recordaban dónde empezó todo. Esa iglesia, nacida del seno de los antiguos misterios, todavía conservaba sus ritos y sus símbolos.

«Un símbolo sobre todo.»

Adornando sus altares, vestimentas, chapiteles y Sagradas Escrituras, se hallaba la imagen por excelencia del cristianismo: la de un ser humano querido sacrificado. El cristianismo, más que cualquier otro credo, comprendía el poder transformador del sacrificio. Incluso en la actualidad, para honrar el sacrificio efectuado por Jesús, sus seguidores ofrecían sus pobres gestos de sacrificio personal: el ayuno, la vigilia de cuaresma, el diezmo...

«Todos esos sacrificios son impotentes, claro está. Sin sangre... no hay sacrificio que valga.»

Los poderes de la oscuridad habían abrazado hacía tiempo los sacrificios de sangre, y al hacerlo habían cobrado tanta fuerza que los poderes del bien ahora pugnaban por contenerlos. Pronto la luz se extinguiría por completo, y los practicantes de la oscuridad se moverían a su antojo por la mente de los hombres.

Other books

It’s a Battlefield by Graham Greene
Damned If You Do by Gordon Houghton
The Flamingo’s Smile by Stephen Jay Gould
HOLD by Cora Brent