Crozier
Latitud 70° 5'N — Longitud 98° 23' O
15 de febrero de 1848
—Caballeros, es hora ya que de que pensemos en nuestras posibles vías de acción en los próximos meses —dijo el capitán Crozier—. Tengo que tomar decisiones.
Los oficiales y algunos suboficiales y otros especialistas, como los dos ingenieros civiles, los capitanes de la cofa del trinquete y los patrones del hielo, así como el único cirujano superviviente, habían sido convocados a aquella reunión en la sala Grande del
Terror.
Crozier había elegido el
Terror
no para incomodar al capitán Fitzjames y sus oficiales, que tenían que hacer la travesía durante la breve hora de luz diurna y esperaban volver de nuevo antes de que se hiciera oscuro, ni tampoco para destacar el cambio del buque insignia, sino porque había menos hombres de Crozier confinados a la enfermería. Había sido más fácil trasladar a aquellos pocos a una enfermería temporal en la proa para liberar la sala Grande para la reunión de oficiales; el
Erebus
tenía el doble de hombres con síntomas de escorbuto, y el doctor Goodsir había indicado que algunos de ellos estaban demasiado enfermos para moverlos.
Ahora, quince de los líderes de la expedición estaban apiñados en torno a la larga mesa que en enero se había cortado en trozos más pequeños para servir como mesas de operaciones para el cirujano, pero que ahora había vuelto a componer el señor Honey, el carpintero del
Terror.
Los oficiales y civiles habían dejado sus ropas impermeables, guantes, gorros y pañoletas en la base de la escala principal, pero seguían vestidos con todas las demás capas de ropa. La sala olía a lana húmeda y a cuerpos sin lavar.
El enorme camarote estaba helado, y ninguna luz atravesaba las claraboyas patentadas Preston que tenían encima de sus cabezas, porque la cubierta seguía teniendo casi un metro de nieve y la cubierta de lona de invierno. Las lámparas de aceite de ballena en los mamparos parpadeaban diligentemente, pero hacían poco para disipar la oscuridad.
La reunión en aquella mesa parecía una versión más lúgubre del consejo que había convocado sir John Franklin en verano, casi dieciocho meses antes, en el
Erebus,
pero ahora, en lugar de sir John a la cabecera de la mesa, en el costado de estribor, se encontraba sentado allí Francis Crozier. En el costado de popa de la mesa, a la izquierda de Crozier, estaban los siete oficiales y suboficiales del
Terror,
a los cuales se había pedido que estuvieran presentes. Su oficial ejecutivo, el primer teniente Edward Little, estaba a la izquierda inmediata de Crozier. A continuación se encontraba el segundo teniente George Hodgson, con el tercer teniente John Irving a su izquierda. Luego el ingeniero civil, con el estatus de contramaestre en la expedición, pero más delgado, pálido y cadavérico que nunca, James Thompson. A la izquierda de Thompson se encontraban el patrón del hielo Thomas Blanky, que parecía arreglárselas muy bien cojeando por ahí con su pierna de madera, y el capitán de la cofa de trinquete, Harry Peglar, el único cabo de mar al que había invitado Crozier. También estaba presente el sargento Tozer del
Terror,
que había caído en desgracia desde la noche de carnaval en la que sus hombres dispararon sobre los supervivientes del fuego, pero que seguía siendo el superviviente de mayor rango de su muy mermado grupo de casacas rojas, y que hablaba en nombre de los marines.
Al costado de babor de la larga mesa se sentaba el capitán Fitzjames. Crozier sabía que Fitzjames no se había molestado en afeitarse durante varias semanas, y se había dejado una barba rojiza sorprendentemente veteada de gris, pero había hecho el esfuerzo aquel día, o quizás había ordenado al señor Hoar, su mozo, que lo afeitase. Así sólo había conseguido que su rostro se viera más demacrado y pálido todavía, y ahora además estaba cubierto de innumerables pequeñas rozaduras y cortes. Aunque llevaba muchas capas de ropa puestas, era obvio que las prendas colgaban de su cuerpo, mucho más delgado todavía que antes.
A la izquierda del capitán Fitzjames, a lo largo del costado de proa de la larga mesa, se sentaban los seis hombres del
Erebus.
Inmediatamente a su izquierda estaba el único oficial naval superviviente, ya que sir John Franklin, el primer teniente Gore y el teniente James Walter Fairholme habían sido asesinados por la criatura del hielo; era el teniente H. T. D. Le Vesconte, el hombre con el diente de oro que brillaba las pocas veces que sonreía. Junto a Le Vesconte estaba Charles Frederick des Voeux, que se había hecho cargo de las funciones de primer oficial de Robert Orme Sergeant, asesinado por la cosa mientras supervisaba la reparación de los mojones con antorchas en diciembre.
Junto a Des Voeux se sentaba el único cirujano superviviente, el doctor Harry D. S. Goodsir. Aunque técnicamente era cirujano de Crozier y de la expedición, tanto los oficiales al mando como el propio cirujano creyeron que resultaba apropiado que se sentase con sus antiguos compañeros de tripulación del
Erebus.
A la izquierda de Goodsir estaba el patrón del hielo James Reid y a su izquierda el único cabo de mar presente del
Erebus,
el capitán de la cofa de trinquete Robert Sinclair. Y sentado en la parte más a proa de la mesa se encontraba el ingeniero del
Erebus,
John Gregory, con un aspecto mucho más saludable que su homólogo del
Terror.
Sirvieron té y galleta con gorgojos el señor Gibson, del
Terror,
y el señor Bridgens, del
Erebus,
ya que los mozos de los capitanes estaban ambos en la enfermería con síntomas de escorbuto.
—Discutamos las cosas por orden —dijo Crozier—. En primer lugar, ¿podemos permanecer en los barcos hasta un posible deshielo en verano? Y la respuesta a esta pregunta debe incluir otra: ¿podrán navegar los barcos en junio, julio o agosto, si hay deshielo? ¿Capitán Fitzjames?
La voz de Fitzjames era apenas una sombra hueca de la que fue, firme y confiada. Los hombres a ambos lados de la mesa se acercaron para oírle mejor.
—No creo que el
Erebus
dure hasta el próximo verano, y ésa es mi opinión... y la opinión de los señores Weekes y Watson, mis carpinteros, y del señor Brown, mi segundo contramaestre, del señor Ridgen, mi timonel, y del teniente Le Vesconte y del primer oficial Des Voeux, aquí presentes... Creen que se hundirá cuando se funda el hielo.
El aire frío de la sala Grande pareció enfriarse más aún, y oprimir mucho más a todos los presentes. Nadie habló durante medio minuto.
—La presión del hielo a lo largo de los dos inviernos pasados ha estrujado la estopa y la ha sacado de las junturas de las cuadernas del casco —continuó Fitzjames con su voz débil y áspera—. El eje principal de la hélice se ha retorcido de tal modo que es imposible repararlo..., y todos ustedes saben que estaba diseñado para retraerse hacia un túnel de hierro construido dentro de la bodega del sollado, para mantenerlo protegido de cualquier daño, pero ya no se puede retraer más allá de la parte inferior del casco, y no tenemos ejes de repuesto. La propia hélice ha quedado destrozada por el hielo, igual que nuestro timón. Aunque podríamos improvisar otro timón, el hielo ha desgarrado el fondo del casco y lo ha hecho astillas a lo largo de toda la quilla. Nos falta casi la mitad de nuestras planchas de hierro a lo largo de la proa y los costados.
—Y peor aún —prosiguió Fitzjames—, el hielo ha apretado el casco de modo que los refuerzos de hierro añadidos y los repuestos forjados en hierro para las articulaciones, o bien han saltado, o bien han perforado el casco en más de una docena de sitios. Si tuviéramos que flotar, aunque consiguiéramos tapar todas las brechas y reparar el problema del hueco para el eje de la hélice, de modo que no filtrase, no habría refuerzo interior contra el hielo. Y mientras los canales de madera añadidos a los costados para esta expedición han conseguido evitar que el hielo subiera por encima de las bordas elevadas, la presión hacia abajo de esos canales, resultante de su posición elevada en el hielo invasor, ha hecho que las cuadernas del casco se agrietasen en todas las costuras del canal.
Fitzjames pareció notar la atención con la que le escuchaban por primera vez. Su mirada imprecisa se abatió, y miró hacia abajo, como si se sintiera avergonzado. Cuando la levantó de nuevo, su voz sonaba casi contrita.
—Y lo peor de todo —añadió— es que la presión del hielo ha retorcido tanto la popa y arrancado de tal modo los extremos de las cuadernas que el
Erebus
ha quedado completamente desnivelado por la tensión. Las cubiertas ahora se inclinan hacia arriba..., lo único que las mantiene enteras es el peso de la nieve, y ninguno de nosotros cree que las bombas puedan compensar las vías de agua que habría, si se reflotara de nuevo. Dejaré hablar al señor Gregory ahora acerca del estado de la caldera, suministros de carbón y sistema de propulsión.
Todos los ojos se desviaron hacia John Gregory.
El ingeniero se aclaró la garganta y se humedeció los labios agrietados y sangrantes.
—No queda sistema de propulsión a vapor alguno en el
HMS Erebus
—dijo—. El eje principal está retorcido y clavado en el pozo de retracción, y por tanto necesitaríamos un astillero seco para repararlo. Tampoco nos queda el suficiente vapor para un solo día de navegación. A finales de abril nos quedaremos sin carbón para la calefacción del buque, aunque sigamos desplazando solamente cuarenta y cinco minutos de agua caliente por día, y sólo a partes de la cubierta inferior que seguimos intentando mantener habitables.
Crozier preguntó:
—Señor Thompson, ¿en qué situación se encuentra el
Terror,
en términos de vapor?
El esqueleto viviente miró a su capitán durante un minuto largo y dijo con una voz sorprendentemente fuerte:
—No seríamos capaces de navegar a vapor durante más de una hora o dos, señor, si el
Terror
se reflotase esta misma tarde. El eje de la hélice se retractó correctamente hace un año y medio, y la hélice funciona, y además tenemos repuesto para ella, pero casi nos hemos quedado sin carbón. Si no transferimos lo que queda del carbón del
Erebus
aquí y nos limitamos a «calentar» el buque, podríamos mantener la caldera en funcionamiento y el agua caliente circulando dos horas al día hasta..., me atrevo a decir..., primeros de mayo. Pero no nos quedaría carbón para hacer vapor. Sólo con las reservas de combustible del
Terror,
tendremos que dejar de usar la calefacción a mediados o finales de abril.
—Gracias, señor Thompson —dijo Crozier. La voz del capitán era tranquila, y no traicionaba emoción alguna—. Teniente Little y señor Peglar, ¿serían tan amables los dos de informar de la navegabilidad del
Terror?
Little asintió y miró en torno a la mesa antes de devolver la mirada a su capitán.
—No estamos tan mal como el
Erebus,
pero sí que ha habido daños por la presión del hielo en el casco, refuerzos exteriores, planchas exteriores, timón y refuerzos interiores. Algunos de ustedes ya saben que antes de Navidad, el teniente Irving descubrió no sólo que habíamos perdido gran parte de nuestro refuerzos de hierro a lo largo del costado de estribor a partir de la proa, sino que los veinticinco centímetros de roble y de olmo de la zona de la proa realmente habían hecho saltar las cuadernas en el pañol de cables de proa, en la cubierta del casco, y desde entonces hemos comprobado que los treinta y tres centímetros de roble sólido a lo largo del fondo han saltado o están en mal estado en veinte o treinta sitios. Las cuadernas de la proa fueron reemplazadas y reforzadas, pero no podemos llegar a toda la parte inferior a causa del agua helada que hay allí abajo.
»Creo que podríamos flotar y navegar, capitán —concluyó el teniente Little—, pero no puedo asegurar que las bombas sean capaces de compensar las vías. Especialmente ya que el hielo tiene otros cuatro o cinco meses para actuar. El señor Peglar puede explicar esto mejor que yo.
Harry Peglar se aclaró la garganta. Obviamente, no estaba acostumbrado a hablar ante tantos oficiales.
—Si flota, señores, los gavieros colocarán de nuevo los masteleros, los aparejos, la obencadura y las lonas dentro de las cuarenta y ocho horas desde el momento en que den la orden. No puedo garantizar que la lona nos saque a través del hielo grueso como el que vimos viniendo del sur, pero si tenemos agua abierta debajo de nosotros y por delante, podríamos volver a convertirnos en un buque de vela. Y si no les importa que les dé una recomendación, señores..., yo sugiero que aparejemos los palos más pronto que tarde.
—¿No le preocupa que se forme hielo y el buque pueda volcar? —preguntó Crozier—. ¿O que nos caiga hielo cuando estemos trabajando en cubierta? Tenemos meses de ventiscas todavía ante nosotros, Harry.
—Sí, señor —dijo Peglar—. Y volcar siempre es una preocupación, aunque aquí sólo cayéramos sobre el hielo un poco, y el barco quedase torcido nada más. Pero, aun así, creo que deberíamos aparejar los palos y las jarcias, por si hay un súbito deshielo. Podríamos intentar navegar con un aviso de diez minutos. Y los gavieros necesitan ejercicio y trabajo, señor. En cuanto al tema de las caídas de hielo..., bueno, sería otra cosa que nos mantendría alerta y bien despiertos, allá afuera. Eso y el animal del hielo.
Varios hombres en torno a la mesa soltaron una risita. Los informes bastante positivos de Little y Peglar habían ayudado a aflojar un tanto la tensión. La idea de que al menos uno de los dos buques era capaz de flotar y navegar elevaba la moral. A Crozier le pareció que la temperatura en la sala Grande se había elevado... y quizá fuese así, porque muchos de los hombres parecían respirar de nuevo.
—Gracias, señor Peglar —dijo Crozier—. Parece que si queremos salir de aquí navegando, tendremos que hacerlo, ambas tripulaciones, a bordo del
Terror.
Ninguno de los oficiales supervivientes presentes mencionó que eso era precisamente lo que Crozier había sugerido hacía casi dieciocho meses. Todos los oficiales presentes, al parecer, pensaban en ello.
—Hablemos ahora un minuto de esa criatura del hielo —dijo Crozier—. No parece que haya asomado recientemente.
—No he tenido que tratar a nadie por heridas desde el 1 de enero —dijo el doctor Goodsir—. Y no ha muerto o desaparecido nadie más desde carnaval.
—Pero sí que ha habido avistamientos —dijo el teniente Le Vesconte—. Algo grande moviéndose entre los seracs. Y los hombres de guardia han oído cosas en la oscuridad.