Historias de la jungla (9 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

BOOK: Historias de la jungla
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En su frenética agitación, Teeka bailoteaba sobre la rama que sostenía su enorme peso y azuzaba a los machos de la tribu, mientras Thaka, Mumga, Kamma y las demás hembras del clan de Kerchak contribuían con sus gritos estridentes o sus feroces rugidos al pandemónium que reinaba en la jungla.

Repartiendo y recibiendo dentelladas, desgarrando y sufriendo zarpazos no menos desgarradores, Sheeta luchaba por su vida, pero la superioridad numérica de sus enemigos era abrumadora. Hasta Numa, el león, hubiera dudado antes de enfrentarse a todo aquel contingente de grandes machos de la tribu de Kerchak. Y lo cierto es que en aquel momento, a cosa de kilómetro y medio de distancia, el estrépito de la terrorífica contienda despertó al rey de los animales, que se revolvió inquieto, al ver interrumpida su siesta y se alejó selva adentro, como si se escabullera para eludir complicaciones.

Destrozada y manando sangre por múltiples heridas, Sheeta cesó en sus titánicos esfuerzos. Se cuerpo se tensó espasmódicamente y, tras una contorsión, se inmovilizó, rígida. Pero los monos continuaron desgarrándola hasta que la hermosa piel del felino quedó reducida a jirones. Al final, por puro agotamiento físico, los simios abandonaron su labor destructora y de entre la maraña de cuerpos ensangrentados se irguió un gigante teñido de rojo, derecho como una flecha.

Apoyó la planta de un pie en el cadáver de la pantera, alzó su rostro manchado de sangre hacia el azul del cielo ecuatorial y envió a las alturas el horripilante grito triunfal del mono macho.

Uno tras otro, los peludos miembros de la tribu de Kerchak siguieron su ejemplo. Las hembras descendieron de las ramas en las que se habían refugiado y sobre el cuerpo sin vida de Sheeta cayó una lluvia de golpes e insultos. Los monos jóvenes revivieron el combate imitando las acciones de sus mayores.

Teeka estaba muy cerca de Tarzán. Al volverse, éste vio a la mona con su
balu
en brazos, apretado contra el peludo pecho. El hombre mono alargó la mano para coger al pequeño, medio convencido de que Teeka le enseñaría los colmillos y se precipitaría sobre él, pero lo que hizo la mona, en cambio, fue poner a su bebé en los brazos de Tarzán, acercarse más a éste y lamerle las atroces heridas.

Taug, que había escapado de la pelea con apenas unos rasguños, se acercó también a Tarzán, se sentó en cuclillas a su lado y le observó mientras el hombre mono jugaba con el
balu
. Por último, Taug se inclinó también hacia adelante y colaboró con Teeka en la tarea de limpiar y curar las heridas de Tarzán.

CAPÍTULO IV

TARZÁN SALE EN BUSCA DE DIOS

E
NTRE los libros que su difunto padre tenía en la pequeña cabaña construida en la playa de la ensenada, Tarzán de los Monos encontró muchas cosas que sembraban el desconcierto en su joven cerebro. A base de esfuerzo y de infinita paciencia había llegado a descubrir, sin ayuda ajena, el significado de aquellos microbios negros que pululaban por las páginas impresas. Comprendió que, a través de las numerosas combinaciones que constituían, expresaban en un lenguaje silencioso, en un idioma extraño, una serie de maravillas que el pequeño muchacho mono ni por lo más remoto podía entender totalmente, aunque sí despertaban su curiosidad, estimulaban su imaginación y colmaban su espíritu de un poderoso anhelo de aumentar sus conocimientos.

Un diccionario demostró ser un espléndido caudal de información cuando, tras varios años de infatigables intentos, resolvió el misterio de su finalidad y forma de utilizarlo. Llegó a convertir su uso en una especie de cacería, a base de seguir el rastro de las nuevas ideas por el dédalo de las diversas definiciones que cada nueva voz le obligaba a consultar. Venía a ser como perseguir a una presa por los vericuetos de la jungla, o sea, como cazar, y Tarzán de los Monos era un cazador incansable.

Naturalmente, algunas palabras despertaban su curiosidad en mayor medida que otras; eran términos que, por uno u otro motivo, estimulaban su imaginación. Por ejemplo, había un vocablo en particular cuyo significado le era dificilísimo captar. Se trataba de la palabra Dios. De entrada, a Tarzán le llamó la atención el que fuese muy corta y que su primer signo fuese mayor que los otros: que fuese un bichito macho, porque para Tarzán las letras minúsculas eran hembras. Otro detalle que le sorprendía de aquella palabra era la cantidad de microbios machos que figuraban en su definición: Divinidad Suprema, Creador o Valedor del Universo. Indudablemente, era una palabra importante de veras, que tendría que analizar y estudiar a fondo. Así lo hizo, aunque al cabo de muchos meses de investigación y meditación seguía tan desorientado como al principio.

A pesar de todo, Tarzán no creía que fuese tiempo perdido el que dedicaba a aquellas extrañas expediciones de caza por las reservas del conocimiento, porque cada término y cada definición le llevaban a parajes extraordinarios, a nuevos mundos en los que, con frecuencia cada vez mayor, encontraba viejos rostros familiares. Y siempre añadía nuevos saberes a su acervo cultural.

Respecto al significado del vocablo ‘Dios’, sin embargo, aún le embargaba la duda. En una ocasión creyó haberlo entendido: Dios era un poderoso cacique, rey de todos los manganis. Pero tampoco estaba absolutamente seguro, puesto que eso significaría que Dios era más poderoso que Tarzán, cosa que a Tarzán de los Monos, que no reconocía igual en la jungla, le costaba trabajo reconocer.

Pero en ninguno de los libros de la cabaña había una sola imagen de Dios, aunque Tarzán encontraba muchas referencias que confirmaban su convicción de que Dios era un ser importante y todopoderoso. Veía grabados que representaban lugares en los que se le rendía culto, pero ni el menor rastro gráfico de Dios. Por último, empezó a preguntarse si no tendría una forma distinta a la suya y, al final, decidió lanzarse a la búsqueda de Él.

Empezó por interrogar a Mumga, que era viejísima y había visto infinidad de cosas insólitas en su larga vida, pero Mumga, como no pasaba de ser una simia sólo estaba facultada para recordar lo trivial. Aquel accidente que sufrió Gunto, cuando confundió un insecto dotado de aguijón con un escarabajo comestible, había impresionado a Mumga mucho más que todas las innumerables manifestaciones de la grandeza de Dios que la mona había presenciado y que, naturalmente, no había comprendido.

Al oír las preguntas de Tarzán, Numgo se las arregló para arrancarse del divertido deporte de la caza de pulgas el tiempo suficiente para exponer su teoría de que el poder creador del rayo, el trueno y la lluvia procedía de Goro, la luna. Afirmó que lo sabía porque la danza del
dum dum
se bailaba siempre al resplandor de Goro. Aunque totalmente satisfactorio para Numgo y Mumga, tal razonamiento no acababa de convencer a Tarzan. No obstante, le proporcionó una base para llevar a cabo ulteriores investigaciones en una nueva dirección. Estudiaría a Goro.

Aquella noche se encaramó a la rama más alta del más gigantesco de los árboles de la selva. Era luna llena, una enorme y gloriosa luna ecuatorial. Erguido sobre una rama delgada y cimbreante, el hombre mono alzó su bronceado rostro hacia la esfera de plata. Y entonces, cuando se encontró en el punto más alto al que podía llegar, descubrió con descomunal sorpresa que Goro seguía tan lejana como cuando la miraba desde el suelo. Pensó que Goro intentaba rehuirle.

—¡Ven, Goro! —llamó—. ¡Tarzán de los Monos no te hará ningún daño!

Pero la luna continuó en su remota estratosfera.

—Dime —continuó Tarzán— si eres tú el gran rey que envía a Ara, el rayo, que provoca el ruido atronador y los formidables vientos y que hace que el agua caiga a raudales sobre los pobladores de la selva cuando los días son oscuros y reina el frío. Dime, Goro, ¿tú eres Dios?

Naturalmente, Tarzán no pronunciaba
Dios
como nosotros, ya que desconocía el idioma de sus padres; pero sí contaba con un nombre, ideado por él mismo, para cada uno de los microbios, de los signos que constituían el alfabeto. A diferencia de los simios, Tarzán no se conformaba con una imagen mental de las cosas que conocía, necesitaba un término que describiera cada una de esas cosas. Al leerlo, comprendía el vocablo y su significado, pero al expresar las palabras aprendidas en los libros de su padre, las pronunciaba de acuerdo con los nombres que había asignado a los diversos bichitos que las formaban y añadía a cada uno de esos nombres, por regla general, el prefijo de su género.

De modo que el término que había asignado a
Dios
, resultaba algo de lo más impresionante. El prefijo masculino de los monos es
bu
, el femenino,
mu
.
Dios
en inglés es
God
. Tarzán convertía la
G
en
la
; la
o
en
tu
, y la
d
en
mo
. Así que la palabra
God
venía a ser, con el añadido de los correspondientes prefijos masculino y femenino, nada menos que
Bulamutumumo
.

A través de un proceso similar, había llegado a una extraña y preciosa articulación de su nombre. Tarzán se deriva de dos palabras,
tar
y
zan
, que en el lenguaje de los simios significan ‘piel’ y ‘blanca’, respectivamente. El nombre se lo puso la mona Kala, su madre adoptiva. Cuando Tarzán lo escribió por primera vez en el idioma de sus progenitores aún no se había tropezado en el diccionario con las palabras
blanca
y
piel
, pero como en un silabario había encontrado la imagen de un niño blanco escribió su nombre así:
bumude-mutomuro
, o sea: ‘niño macho’.

Seguir el extraño sistema silábico de Tarzán resultaría tan laborioso como inútil, de modo que en adelante, lo mismo que hemos venido haciendo hasta ahora, nos ceñiremos a las formas que se emplean en nuestros libros escolares, con las que estamos familiarizados. Sería fatigosísimo tener que recordar cada dos por tres que
do
significa ‘b’, que
tu
equivale a ‘o’, y que
re
es ‘y’. O sea que, para decir
niño macho
habría que poner el prefijo masculino de los monos,
bu
, al principio de la palabra, y el prefijo femenino,
mu
, delante de cada una de las letras minúsculas que forman la palabra
chico
. Lo cual acabaría por poneros a vosotros al borde del agotamiento y a mí al borde de la enajenación mental.

Como quiera que, tras varias arengas, Goro se abstenía de responder, Tarzán de los Monos se puso hecho una furia. Hinchó el amplio pecho, enseñó los colmillos y dirigió al inerte satélite, a voz en cuello, el grito de desafío de los monos machos.

—¡Tú no eres
Bulamutumumo
! —chilló—. No eres el rey de los habitantes de la selva. No eres tan grande como Tarzan, poderoso luchador, formidable cazador. No hay nadie tan grande como Tarzán. Si existe un
Bulamutumumo
, Tarzán puede matarlo. Baja, Goro, cobarde, y lucha con Tarzán. Tarzán te matará. Yo soy Tarzán, «el matador».

Pero la luna no se dignó responder a las bravuconerías del hombre mono, y cuando una nube ocultó la cara del satélite, Tarzán creyó que Goro le tenía miedo y se ocultaba de él. Así que el mangan descendió de las ramas de los árboles, despertó a Numgo y le explicó lo grande que era Tarzán y cómo había metido el miedo en el cuerpo de Goro, hasta que, temblando de pavor, huyó del cielo. Tarzán se refería a la luna aplicándole el género masculino, porque, para los monos, todas las cosas grandes o que imponen respeto son machos.

Numgo no se sintió muy impresionado, pero como tenía mucho sueño ordenó a Tarzán que se largase y dejara en paz a sus mayores.

—¿Pero dónde voy a encontrar a Dios? —insistió Tarzán—. Eres muy viejo. Si Dios existe, tienes que haberlo visto. ¿Qué aspecto tiene? ¿Dónde vive?

—Dios soy yo —respondió Numgo—. Ahora vete ya a dormir y no me des más la tabarra.

Tarzán contempló a Numgo durante varios minutos, hundida levemente entre los hombros la bien formada cabeza, caído el mentón, curvado hacia arriba el labio superior, expuesta la blanca dentadura. Luego, al tiempo que profería un sordo gruñido, se abalanzó sobre el simio y le hundió los colmillos en el peludo hombro, mientras clavaba los dedos de acero en el cuello de Numgo. Zarandeó dos veces al anciano simio y luego dejó de morderle el hombro.

—¿Tú eres Dios? —le preguntó.

—No —gimoteó Numgo—. No soy más que un pobre mono viejo. Déjame tranquilo. Ve a preguntar a los gomanganis dónde está Dios. Lo mismo que tú, ellos tienen el cuerpo limpio de pelo y además son muy sabios. Sin duda pueden informarte bien.

Tarzán soltó a Numgo y se alejó. La sugerencia de que acudiera a consultar a los negros no dejaba de atraerle y aunque las relaciones que mantenía con el pueblo de Mbonga, el cacique, eran todo lo contrario de amistosas, siempre le quedaba al menos el recurso de espiar a sus odiados enemigos y enterarse de si se relacionaban con Dios de alguna manera.

Y fue así que Tarzán se dirigió, saltando de árbol en árbol, a la aldea de los negros, estimulado por la perspectiva de descubrir al Ser Supremo, al Creador de todas las cosas. Mientras se desplazaba por las frondas, revisó mentalmente el armamento de que disponía —la condición de su cuchillo de caza, la cantidad de flechas, el estado de la cuerda del arco— y enarboló el venablo de guerra, que en otro tiempo había sido el orgullo de algún guerrero de la tribu de Mbonga.

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