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Authors: Leopoldo Abadía
Y quizá les convenza. Y luego me iré otra vez a cualquier cadena de televisión y explicaré lo del Pebecero y diré que algunas Comunidades Autónomas ya están trabajando en esa dirección. La primera vez no diré los nombres de los que no me hacen caso todavía, pero si pasa un tiempo —quince días, por ejemplo— y siguen sin hacerme caso, diré los nombres.
Es que no podemos perder el tiempo: en primer lugar, porque la situación en España es lo suficientemente grave como para perder el tiempo en bobadas y, en segundo lugar, porque el
safety car,
o sea, nosotros, nos apartaremos de la carrera dentro de cuatro años y nos han contratado para que la dejemos bien ordenada. Y por nosotros no va a quedar.
Punto n.º 6. Y todo esto me servirá…
Todo esto me servirá para ver si es cierta una hipótesis que me parece que sí que es cierta: que con esto de las Comunidades Autónomas se tira el dinero a la basura en cantidades industriales. Que está muy bien lo de las Comunidades Autónomas, pero está muy bien si los responsables de las mismas son
RESPONSABLES
, no si, como sucede en algún caso que yo conozco, son una cuadrilla de impresentables que han encontrado en la politiquilla —no en la política— su
modus vivendi,
o sea, la manera de comer, porque de la otra manera —trabajando— no la encontrarían nunca, por falta de entrenamiento.
Y también me servirá para que los españoles —y llamo españoles a cada uno de los cuarenta y seis millones y pico, sean del color que sean y hayan nacido donde hayan nacido— se den cuenta de una vez de que España no es el paraíso donde mana leche y miel. Donde todos tenemos derechos, donde nadie tiene obligaciones, donde a los jóvenes de dieciocho años se les paga la suscripción al diario que quieran porque son jóvenes, en vez de animarles a que, si no tienen dinero, corran detrás del autobús, que es gratis, y así, de paso, hacen ejercicio y ahorran para comprar el periódico. Donde a los viejecitos se les busca un inmigrante o una residencia/asilo de más o menos lujo en vez de que la familia les ayude, les quiera y les acompañe en sus últimos días. Donde procuramos no tener niños, mientras aseguramos a los viejos que no se preocupen, que sus pensiones están seguras.
Punto n.º 7. Pero hay más
Ahora necesito saber más cosas. Quiero que me digan cuánto debemos en total. Porque parece que pedimos prestado mucho y, como con frecuencia me lo dicen en porcentajes del Producto Interior Bruto, me pierdo. Quiero que me lo digan en euros. Vuelvo a acordarme de mi amigo José Antonio: «Déjate de porcentajes!
¡Perras!».
Al Gobierno y a las Autonomías y a otros organismos les ha dado por gastar. Como en la canción mexicana, parece que todo es gastar y gastar —allí, «rodar y rodar», pero casi es lo mismo—. Lo que pasa es que en esa canción, dice: «Que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar». Y, a este paso, no llegamos. Bueno, sí. Llegaremos al desastre total.
Quiero saber cuánto debemos y cuándo lo tenemos que pagar para ponerlo en el Plan de Tesorería. Debe haber préstamos a diez años. Pues los pondré en el Plan de Tesorería en el año diez. Luego, otros a cincuenta y cinco. Otros, a uno. Y así, poquico a poco, podré explicar al pueblo español cómo vamos de verdad. Y cuando una ministra diga, exultante de gozo, que podemos endeudarnos en ciento cincuenta mil millones de euros más —no intentéis, por favor, traducirlo a pesetas—, podremos decidir entre todos si echamos cohetes para festejar a la ministra o echamos a la ministra.
O sea, nuevo encargo para el VP 1, que ya empieza a palidecer cuando me ve que tomo la palabra.
Porque aquí sucede una cosa que he explicado en las conferencias y que a la gente la pone nerviosa. Y es que cuando gastamos más de lo que ingresamos, esa diferencia —los listos lo llamamos
gap—
se puede sacar de seis sitios:
1. De los ahorros (no tenemos).
2. De subir los impuestos (ya hemos empezado y
SEGUIREMOS
).
3. De endeudarnos (ya hemos empezado, hemos continuado y continuaremos mientras el cuerpo aguante, o sea, mientras las agencias de
rating
no nos califiquen como deuda WWW, que no sé si existe, pero que no serían las iniciales de una web, sino las de un bono asqueroso).
4. De darle a la maquinita y fabricar
perras,
cosa que no podemos hacer, porque de eso se encarga Trichet, presidente del Banco Central Europeo, cuando dice cosas como: «No descarto la adopción de medidas heterodoxas».
5. De vender cosas que tengamos. Cuando se habla de «privatizar» algo, quiere decir vender ese algo a alguien y convertir ese algo en euros. Nos quedan pocas por vender: AENA y no sé si alguna más.
6. Y, aunque parezca una locura, también se pueden reducir los gastos, cosa que a mucha gente de esta que está en puestos de responsabilidad parece que no se le ha pasado ni por la imaginación.
O sea, que cuando desde hace una temporada digo que aumentarán los impuestos, que nos endeudaremos más, que nos subirán los intereses del dinero que presten los de fuera a este bendito Reino de España, de profeta no tengo nada. Así profetiza cualquiera, porque aquí pasa lo mismo que en una familia que estira el brazo más que la manga: que se queda sin dinero y que cubre esa diferencia:
1. Sacando los ahorros que tenía en la Caja de Ahorros de San Quirico, suponiendo que quede algo.
2. Pidiendo prestado a alguien —a una abuela o a la citada Caja de Ahorros, que no sé si está para prestar mucho.
3. Vendiendo un cuadro que heredaron y que la familia decía que era un Velázquez, pero que ningún experto se atreve a certificar que sí que lo es, porque dicen que Velázquez firmaba los cuadros de dos maneras: o con su nombre y apellido o con una pincelada. Y este es de pincelada.
4. Reduciendo gastos, que a todos nos cuesta un poco.
5. La familia no puede subir impuestos, pero puede intentar subir el alquiler de un inquilino que es buena persona y que comprenderá que con el alquiler que paga, no vamos —nosotros— a ningún sitio.
6. La familia, por supuesto, no puede fabricar dinero, porque sería un delito. Por cierto, algunos lo hacen y muy bien, pero, cuando les cogen, les meten en la cárcel por falsificadores.
Y esto lo hace una familia, porque se da cuenta de que si gasta mucho, ingresa poco, se endeuda mucho y se fía de que alguien fabricará dinero, esa familia no es que vaya a la deriva, es que perdió el
oremus
hace bastante tiempo.
Digo esto de la familia, mirando a mi amigo, porque él, cuando habla de España, siempre le llama «mi gran familia».
Mi amigo me dijo que había leído que, cuando una empresa necesita dinero, sale a Bolsa, o sea, vende un trozo a la gente, pero que no se imagina a España saliendo a Bolsa, porque sería curioso que Andorra nos comprase. Es posible que en la operación alguien saliera ganando, pero no puede imaginarse la situación y prefiere eliminar esa posibilidad.
O sea, que esto del Pebecero me va a servir para muchas cosas. En Harvard a esto lo llaman sinergia. En San Quirico, «matar dos pájaros de un tiro».
Punto n.º 8. Y más
Ahora quiero saber cuánto dinero tiene la Seguridad Social. Por varias razones:
1. Porque es la hucha de lo que guardo para la vejez de los españoles y no quiero que se mezcle con lo otro.
2. Porque esto de la vejez es algo que llega enseguida —yo mismo, hace nada, tenía treinta y cinco años.
3. Porque quiero saber si los viejecitos podemos estar tranquilos —me lo han preguntado muchas veces en las conferencias.
4. Porque quiero saber dónde están invertidos los cincuenta y ocho mil millones de euros que en el verano de 2009 tenía el Fondo de Garantía de la Seguridad Social.
5. Porque quiero evitar que esos cincuenta y ocho mil millones les apetezcan a algunos —no sería la primera vez—, que prometan que van a dar un rendimiento buenísimo, que le manden el dinero a un primo de Madoff y la fastidiemos para siempre.
6. Porque quiero saber si el Estado pone este año en ese Fondo ocho mil millones de euros, con lo cual, en vez de cincuenta y ocho, ya tendríamos sesenta y seis mil millones.
F
IN DEL SEGUNDO DÍA
Esta vez le ha tocado al VP 1. Para algo es el Ama de Casa. Tiene mucho trabajo, pero también tiene gente que le ayude, los buenos de los que había antes. Porque él va a empezar dando ejemplo del Pebecero y va a decirme cuánta gente necesita de verdad y cuánta gente no necesita.
Acabamos, hoy más cansados que ayer. Pero confiados, porque cuando uno sabe en qué dirección va, se ilusiona. Y cuando no se sabe, uno trata de defenderse, de atacar, de echar cortinas de humo, de decir tontadas, de considerar las ruedas de prensa como un trámite doloroso que hay que cumplir en lugar de ser una reunión de amigos. Es posible que alguno de esos amigos tenga el colmillo un poco retorcido, pero eso pasa en las mejores familias y no es para tanto.
Para tranquilizar a los Jefes, les digo que no espero que me den las contestaciones inmediatamente. Les pido que se lleven el encargo —son «deberes para casa»— y que me digan en qué fecha lo tendrán preparado. No deberían tardar más de una semana.
Les parece bien.
Hemos acabado tarde. En el bar están preparando las mesas para la cena. Hoy, ni ibérico ni nada.
Me los llevo al restaurante ese al que suelo ir siempre. Pep, Jaume y Eloi nos están esperando. Nos sirve Sonia, una camarera muy maja que cuando llegan las vacaciones, en vez de irse a la playa, se va a fabricar pizzas. Esta lo ha entendido. No se queja de la crisis porque no tiene tiempo. Y, además, sonríe.
Han puesto un porrón de vino de la casa. Yo no bebo en porrón. Alguno de los Uvepés, sí. Mi amigo de San Quirico, por supuesto. He prohibido hablar de trabajo. Hablamos del tiempo —sigue haciendo calor—, de nuestras familias, del Barça, del Madrid, del Español y, como es natural, del Zaragoza.
El del Barça quiere repetir el triplete, el del Madrid dice que este año no les quita nadie ningún título, y los del Español y el Zaragoza nos conformamos, como siempre, con hacer un buen papel. Y, si hay suerte, hasta podemos ir a la UEFA, que, por lo que me han dicho, es bueno desde el punto de vista deportivo y malo desde el punto de vista económico.
Los que conducimos bebemos poco. Los otros se entusiasman un poco más. La reunión acaba tarde. Antes de que nos echen, nos vamos. Porque, ¿qué pensarían nuestros colegas extranjeros si nos vieran salir a las tantas?
Salimos del restaurante. Nos despedimos de todos. No hay ningún
paparazzi
ni ningún escolta. ¡Qué bien!
Los coches no están blindados. Ni falta que hace. Porque, además de ser muy caro el blindaje, luego el coche pesa mucho y no hay quien lo frene.
E
L ACTA DEL SEGUNDO DÍA
Antes de acostarme acabo el acta. Vuelvo a mandársela a todos. Vuelven a contestarme a vuelta de
e-mail
. Son majos. Se lo han tomado en serio. Así da gusto.
22
D
ÍA N
.º 3.
E
MPRESARIOS Y BANCOS
T
ERCER DÍA
H
ay que seguir trabajando y ahora les toca al VP 1 —otra vez— y al 3. Asiste el 2, que se ha ido un par de días a Francia a conocer a los franceses que nos ayudan y ha vuelto encantado. Hoy quiero hablar de dos puntos:
Punto n.º 1. Hay que ayudar a las empresas y a los empresarios
Si es verdad que esto o lo sacan adelante las empresas o no lo saca nadie, y yo creo firmemente que es así, tengo que hacer algo para que las empresas salgan del bache en el que están metidas.
Aquí tienen que trabajar el Ama de Casa (VP 1) y el de Relaciones con la Gente (VP 3), porque uno es el de las
perras
y otro el que trata con los que trabajan en las empresas y, en las empresas, las
perras
son muy importantes.
Vemos que hay que hacer muchas cosas. Escribimos unas cuantas y pensamos que las que falten, ya se nos ocurrirán, porque no hay mejor manera de que se te ocurran cosas que trabajando. Aquello que me parece que dijo Cela que procuraba que la inspiración le llegase cuando estaba trabajando, es una verdad como un templo.
Hay que conseguir que ser empresario esté bien visto y que la definición de empresario que me dio un señor sea solo eso, la opinión de ese señor, y no la verdad. Esa definición dice que el empresario es «depredador carroñero que suele unirse al gran depredador. Este quizá tenga más hambre que el primero y también más vicios, por lo que es de las especies más dañinas». (Nota: Del «gran depredador» hablaremos luego).
Y para que no sea la opinión generalizada, hemos de conseguir que el empresario
NO SEA ESO
. Ya sé que muchos empresarios no son eso. Por lo menos, la mayoría de los que conozco, pero hay algunos, a los que también conozco, que hacen lo posible para que se les pueda definir como les definía ese señor.
Estos empresarios, que no son empresarios, y cuyos nombres podría recitar de memoria y, si me apretáis un poco, por orden alfabético, reúnen las siguientes cualidades:
1. Piensan que como a ellos se les ocurrió un negocio, los demás son unos desgraciados.
2. Piensan que esos desgraciados no tienen ningún derecho más que cobrar lo menos posible, porque para eso él es el jefe, el listo, el amo, el que puso el dinero.
3. Piensan que el horario de esas personas debe ser el que cada día le apetezca a él, en función de la hora de su siesta, de si está de buen humor a las nueve de la noche, etc.
4. Piensan que si las cosas van bien, es gracias a ellos y si van mal, es culpa de los demás.
5. Piensan que los demás les engañan siempre, que nadie juega limpio y si alguien hace bien algo, tienen un violento ataque de celos y se lo cargan, porque ¿a quién se le ocurre tener ideas?
6. «Piensa mal y acertarás», les parece la regla de oro.
7. Piensan…
Al llegar aquí, me doy cuenta de que he utilizado mal la palabra «piensan», porque estos señores, muy ricos, muy famosos y muy poderosos —poderosillos sería más exacto—, de pensar,
NADA
.
El empresario
NO ES ESO
. En el otro libro —
La Crisis Ninja—
dije que el empresario es el que se juega su dinero, se rodea de la mejor gente que puede, respeta a los que trabajan con él, da ejemplo con su trabajo y su dedicación a los demás, hace equipo, remunera bien a la gente y hace las reservas necesarias para que la empresa vaya bien —lo cual exige que no se lleve el dinero a casa en forma de dividendos enloquecidos porque para algo es el amo.
El empresario, con frecuencia, duerme mal. Porque sabe que se juega su patrimonio, sabe que hay bastantes familias que dependen de que él acierte y sabe que las cosas están como para no pensar que ya ha llegado al éxito definitivo, porque, como dice un amigo mío: «Torres más altas cayeron».
Necesitamos empresarios, muchos y muy buenos. Porque si no hay empresarios, no hay empresas. Y si no hay empresas, no hay puestos de trabajo para todos los que no son empresarios. Y si no hay puestos de trabajo, no hay dinero para que la gente se lo gaste por ahí —como diría algún político, «para que consuman», palabra que ya sabéis que me repele y me repugna, porque no quiero ser un consumidor. Quiero ser un gastador con cabeza—. Y no sigo, porque me estoy repitiendo y el que haya leído mi libro anterior se aburrirá y el que no lo haya leído, no lo comprará.
A los chavales, en las escuelas de negocios, hay que enseñarles lo bueno y lo apasionante que es ser empresario. Y cuando vemos que un chaval hace
negocietes,
sanos, por supuesto, nos tenemos que alegrar.
Yo tenía un amigo propietario de una empresa muy importante dedicada a la venta de artículos eléctricos. Era todo un comercial. Pero su imagen externa no era la del «clásico» comercial, alto y guapo, agresivo, charlatán. Era bajito, más bien feíto, no hablaba bien, ni se expresaba con claridad. Pero había creado una empresa fenomenal. Un día le pregunté cómo había empezado. Me dijo que, en el colegio, solía ir por las papeleras —eran otros tiempos—, recogiendo los lápices que los demás habían tirado porque ya casi no quedaba lápiz, a fuerza de sacarle punta. Él cogía los restos de lápices, los limpiaba, les volvía a sacar punta y se los revendía a sus compañeros. Entendí perfectamente cómo había llegado a ser lo que era y cómo, gracias a él, doscientas familias podían vivir.
Por supuesto, cuando un tío es un depredador, o sea, uno que «roba o saquea con violencia y destrozo», ese tío no es un empresario. Es otra cosa. Si, además, es carroñero, o sea, «persona ruin y despreciable», tampoco es empresario. Es, simplemente, un tío ruin y despreciable.
Después de este discurso, que han seguido los miembros de mi equipo con silencio sepulcral, me quedo descansado y digo: «H
AY QUE AYUDAR AL EMPRESARIO
».
Punto n.º 2. Hay que animar a las entidades financieras a que hagan lo que tienen que hacer y no hagan lo que no tienen que hacer
El VP 2, que por ahora no suele hablar, porque lo suyo es lo de la Paz, la Honradez y la Tranquilidad, me dice: «Oye, ha quedado pendiente lo del “gran depredador”. ¿Nos lo puedes aclarar?».
Voy otra vez al papel que me dio aquel señor, en el que ponía tibios a los empresarios. Realmente ponía tibio a todo hijo de vecino, incluidos los sindicatos, la clase política, los trabajadores y los parados. No se libraba nadie.
Y en ese papel, ese señor hablaba de la banca, y la definía como «el gran depredador de la cadena. Asesino nato, mata por puro placer, devora todo lo que sale al paso aunque no tenga hambre, es capaz de destruir especies completas, pero pide perdón a su dios particular y punto».
Cuando les leo esto, todos dicen: «¡Qué bestia!». Mi amigo de San Quirico, que se ha callado, me comenta en voz baja, pero suficientemente audible: «No es verdad, pero algunos se lo han ganado».
Y nos lanzamos a hablar de las entidades financieras, de las que me han dicho muchas cosas en las conferencias que he dado y a las que me he referido al principio del libro.
Lo más fino que podemos decir es que no se han lucido excesivamente en este período. Y peor aún, que siguen sin lucirse. Y mucho peor aún, que algunos tontainas que trabajan en esas entidades hasta parece que presumen de las bobadas que hacen. Y entre esos tontainas alguno ha dicho que ellos no tirarán de la economía, sino que la acompañarán en su recuperación. Este chico se podía callar de vez en cuando, o mejor, siempre. Menos mal que no sabemos quién es.
La noticia que leí decía que era «un alto ejecutivo». Supongo que ya le habrán degradado y ahora será un bajo ejecutivo, que llevará una etiqueta que ponga: «Peligroso. No escuchadle».
Lo de las entidades financieras es curioso. Porque el presidente Zapatero se ha reunido espectacularmente con ellos en la Moncloa varias veces. Recuerdo dos: una en la que todos estaban sentados en unos sillones muy majos, muy cómodos, de esos que sirven para echar la siesta, pero no para trabajar. Sin papeles. O sea, trabajando de memoria. Y la segunda, en unos pupitres de diseño y con papeles, para que se viera que allí habían ido en serio. Bueno, pues las dos reuniones han acabado en agua de borrajas. Porque todo el dinero que, de un modo u otro, ha entrado en las entidades financieras —en casi todas, y así no molesto a nadie— se lo han guardado porque lo están pasando muy mal y lo están pasando muy mal porque han hecho tonterías ingentes, entendiendo por
ingente
lo
enorme
. Porque han prestado billones —con b— de pesetas a empresas a las que no se les podía prestar ni un duro. Porque se han fiado del primer cantamañanas que les ha vendido unos productos superestructurados que no han entendido y nos los han vendido a nosotros, que los hemos entendido menos aún, pero que, por complejo de inferioridad, hemos comprado un producto absolutamente ininteligible, eso sí, firmando veinte o treinta páginas de contrato, sin saber en absoluto lo que hacíamos.
No puedo resistirme a contaros lo que me acaba de pasar. Tengo en la Caja de Ahorros de San Quirico una cuenta corriente. El otro día me enteré de que mi mujer no era titular y que solo estaba «autorizada». Quise que fuéramos titulares ella y yo. Según me dijo el director de la agencia, el tema era muy difícil, por razones fiscales. No sé cuáles. Pero en cuanto te nombran el fisco, te convencen.
Pensé que lo más práctico era cancelar la cuenta y abrir otra, tal como yo quería. Así se hizo. El director de la agencia de San Quirico conectó la impresora, que empezó a escupir papel, tanto que pensé que se había estropeado y que no se pararía hasta que se acabasen las hojas. Pues no, señor. Aquello era el contrato. Tenía doce páginas.
En contra de lo que aconsejo a todo el mundo, firmé sin leer. Conozco al director de la agencia hace tiempo, como muy bien sabéis, sé que es una buena persona y que no me va a estafar —conscientemente—. Pero así no se hacen las cosas. Porque si mañana me dijeran que le había donado graciosamente mi casa de San Quirico al presidente de la Caja, no me extrañaría.
Con las entidades financieras hay que hablar, en un bar, en su despacho o en donde sea. Uno por uno, sin prensa, sin tele, sin nada. Y hay que decirles bastantes cosas:
1. Que la labor social no consiste en ayudar a Zambia. Que a Zambia se la ayuda después de ayudar a los clientes honrados, que son muchos. Y a las empresas honradas llevadas por personas honradas, que también son muchas.
2. Que, si lo están pasando mal, se den cuenta de que otros, por su culpa, lo están pasando peor. Y que hagan un esfuerzo.
3. Que se arrepientan de sus pecados y dejen de vender fondos vehiculares estructurados garantizados por obligaciones convertibles ligadas a la cotización de las acciones de un banco islandés, que, por supuesto, ha quebrado.
4. Que si el dinero no llega al empresario y a las familias —y repito, al empresario honrado, o sea, a muchos, y a las familias honradas, o sea, a muchas—, que algo habrá que hacer. Y ese algo no sé qué es. Pero si ese algo fuera malo para ellos, no tendrían ningún derecho a quejarse.
Lo de nacionalizar la banca no me ha gustado nunca, como no me ha gustado nacionalizar nada, como no me ha gustado quitar la libertad a nadie. Pero cuando uno utiliza la libertad para jorobar al prójimo, es que no se ha enterado de qué es la libertad.
Le digo al Uvepé 1 que vaya pensando qué podemos hacer para que estos señores se den cuenta de lo que han hecho, se den cuenta de lo que están haciendo y actúen en consecuencia —que no sé exactamente qué quiere decir.
Pero quiero tener la respuesta de todos ellos, por escrito y firmada. No quiero que me respondan con una entrevista larga al día siguiente en los periódicos. Quiero que me contesten antes de una semana. Porque, vuelvo a recordar, no tenemos tiempo, ni los del
safety car,
ni, mucho peor, España.
Y como adorno, por favor, que se pongan los sueldos que quieran, pero que no lo digan. Que no digan tampoco que se han rebajado el sueldo cuando resulta que se lo han subido, pero, como no han conseguido los objetivos, la suma del fijo —sueldo— más el variable —lo que hubieran cobrado por objetivos— es inferior a la suma del año pasado. Eso no es rebajarse el sueldo. Eso es hacerlo mal y pagar las consecuencias.
Y, por favor, que ganen dinero, pero que no lo enseñen demasiado. Ya sé que es conveniente para los bancos que nos enteremos que sus negocios van bien y que ganan mucho, para que compremos sus acciones y sus participaciones preferentes y sus fondos vehiculares, etc., pero, en las actuales circunstancias, esos beneficios suenan mal y suenan a falta de pudor, que es una virtud que exige «honestidad, modestia y recato», según el
Diccionario de la Real Academia Española
que tanto utilizo.
Además, me gustaría que nos digan qué parte del dinero se debe a las comisiones que nos cobran por casi todo. Porque cuando lo publicaban, que ahora lo publican menos, muchas veces las comisiones coincidían con el beneficio neto. Y a mí, que no entiendo, me suena que, si no fuera por las comisiones, algunos no ganarían dinero, o ganarían bastante menos. Y no sé por qué, pero no me gusta.
Y si, además, incluyen como beneficios los dividendos que les han dado unas acciones que compraron, igual resulta que en su negocio normal han perdido bastante dinero.
Y como el director de una entidad financiera española ha dicho que deberían volver al negocio tradicional y un señor del Banco Central Europeo ha dicho lo mismo, pienso que como vuelvan al negocio tradicional, van a presentar unos resultados impresentables.
Todo eso hace que quien más, quien menos, piense mal. Y luego, cuando aparece Pepe el del Popular, que dicen que se llevó no sé cuántos millones de ese banco, hasta hay gente a la que ese señor le cae bien, aunque ese señor, si es verdad que se llevó el dinero, sea un personaje poco de fiar.
F
IN DEL TERCER DÍA
Acabo la reunión. Esto es duro, pero es que hay que hacer muchas cosas. Ya nos lo esperábamos. Mi amigo de San Quirico dice que a él le está resultando fácil, porque aquí lo único que hay que hacer es echarle sensatez. Y, mientras vamos a casa, me dice lo de siempre: «Ya me lo decía mi madre: “Hijo mío: sentido común y nada más”».