—Pobre Teidez —musitó Ista, con la mirada perdida—. Mi pobre Teidez. Naciste para ser traicionado.
—En cualquier caso —concluyó Cazaril—, a causa de esta extraña concatenación de milagros, el demonio de la muerte y el fantasma de Dondo fueron encerrados en mi estómago. Encapsulados en una especie de tumor, evidentemente. Cuando se liberen, moriré.
El semblante pesaroso de Ista se petrificó. Sus ojos buscaron el rostro de Cazaril.
—Ésa sería la segunda vez.
—Ah… ¿eh?
Las manos de la royina abandonaron el torturado pañuelo y saltaron a la pechera de Cazaril. Su mirada era abrasadora, casi dolorosa su intensidad. Su respiración se aceleró.
—¿Eres tú el de Lutez de Iselle?
—Yo, yo, yo —tartamudeó Cazaril; se le encogió el estómago.
—Dos veces. Dos veces. Pero ¿cómo llegar a la tercera? Oh. Oh. Oh… —Tenía los ojos dilatados, las pupilas latían. Sus labios temblaban, esperanzados—.
¿Qué eres?
—¡Soy, sólo, sólo soy Cazaril, mi lady! Yo no soy de Lutez, estoy seguro de eso. No soy brillante, ni rico, ni fuerte. Ni apuesto, bien lo saben los dioses. Ni valiente, aunque peleo si estoy atrapado, claro.
Ista hizo un gesto de impaciencia.
—Olvídate de esos adornos… desnudo de los pies a la cabeza, aquel hombre seguía brillando. Leal. Hasta la muerte. Pero… no hasta dos muertes. Ni tres.
—Yo… espere, esto
es
una locura. No es así como pretendo romper la maldición, se lo aseguro. —Por los cinco dioses,
ahogado
no—. Tengo otro plan para rescatar a Iselle.
Los ojos de la royina lo sondearon, investidos aún de esa ferocidad temible.
—¿Te han hablado los dioses?
—No. Me baso en la razón.
Ista se sentó, soltando a Cazaril, para alivio de éste, y juntó las cejas, desconcertada.
—¿Razón? ¿En esto?
—Sara… y vos… os casasteis con la Casa y la maldición de Chalion. Creo que Iselle puede escapar a ese matrimonio. Esta salida habría sido imposible para Teidez, pero ahora… Me dirijo a Ibra, para intentar organizar el enlace de Iselle con el nuevo Heredero de Ibra, el róseo Bergon. De Jironal intentará evitarlo, puesto que la boda anularía su poder en Chalion. Iselle quiere alejarse de él trayendo el cuerpo de Teidez aquí, a Valenda, para su entierro. —Cazaril detalló el plan de Iselle de viajar con el cortejo y luego citarse con Bergon en Valenda.
—Tal vez —exhaló Ista—. Tal vez…
Cazaril no sabía a qué se refería ella. Seguía mirándolo con aquellos ojos increíblemente enervantes.
—Vuestra madre. ¿Sabe ella todo esto? ¿La maldición, la verdadera historia de de Lutez?
—Quise contárselo, una vez. Decidió que yo estaba realmente loca. No es tan mala vida, estar loca, sabéis. Tiene sus ventajas. No tienes que tomar ninguna decisión. Qué comer, qué vestir, a dónde ir… quién vive, quién muere… Puedes probar, si quieres. Tú di la verdad. Dile a la gente que estás embarazado de un demonio y un fantasma, que tienes un tumor que te lanza improperios, que los dioses guían tus pasos, y ya verás lo que pasa luego. —Su carcajada gutural no invitó a Cazaril a sonreír. Ista frunció los labios—. No pongas esa cara de alarma, lord Cazaril. Si yo repitiera tu historia, sólo tendrías que negarlo todo y sería yo a la que tomaran por loca, no a ti.
—Creo… Creo que ya os han negado bastante, mi lady.
La royina se mordió el labio y apartó la mirada; le temblaba todo el cuerpo.
Cazaril cambió de postura y se acordó de su alforja, que tenía apoyada en la cadera.
—Iselle os escribió una carta, y otra para su abuela, y me encargó que os las entregara. —Rebuscó en la bolsa, encontró el fajo de papeles y dio la misiva a Ista. Le temblaban las manos a causa de la fatiga y el hambre. Entre otras cosas—. Tendría que ir a quitarme esta porquería y comer algo. Cuando regrese la provincara tal vez esté presentable para verla.
Ista apretó la carta contra su pecho.
—En ese caso, di a mis damas de compañía que vengan. Ahora creo que debería retirarme a dormir. Ya no hay motivo para despertar…
Cazaril levantó la cabeza de golpe.
—Iselle. Iselle es vuestro motivo para despertar.
—Ah. Sí. Ya sólo falta un rehén. Luego podré dormir por siempre jamás. —Se inclinó hacia delante y le dio una palmada en el hombro, un raro gesto tranquilizador—. Pero por el momento dormiré sólo esta noche. Estoy tan cansada… Me parece que he agotado todas mis lágrimas y lamentos anticipadamente, ahora no me queda nada. Estoy vacía.
—Lo comprendo, mi lady.
—Sí, lo comprendes. Qué extraño.
Cazaril se levantó del banco con cuidado y fue a llamar a las llorosas fámulas de la royina. Ista apretó los dientes y soportó sus palabras de consuelo. Cazaril recogió sus alforjas, hizo una reverencia y salió de la estancia.
Un baño, una muda de ropa y un plato caliente obraron maravillas para restaurar físicamente a Cazaril, aunque su mente seguía alterada tras su conversación con Ista. Cuando los criados le indicaron que esperara a la provincara en el tranquilo y pequeño salón que tenía ésta en el edificio nuevo, agradeció la oportunidad de ordenar sus ideas. Habían encendido para él un alegre fuego en la excelente chimenea de la cámara. Con todos los huesos doloridos, se sentó en la silla acolchada de la provincara, sorbió su vino muy aguado e intentó no dormitar. No era probable que la anciana dama trasnochara.
En efecto, apareció enseguida, flanqueada por su prima y asistenta lady de Hueltar y el grave sir de Ferrej. Estaba vestida de gala, con sedas y terciopelos de color verde, rutilante de joyas, pero un vistazo a su semblante cetrino bastó para decir a Cazaril que algún siervo alterado le había transmitido ya las malas noticias. Cazaril se puso de pie y se inclinó ante ella.
La anciana le cogió las manos, escrutando su cara.
—Cazaril, ¿es cierto?
—Teidez ha fallecido, de repente, a causa de una infección. Iselle se encuentra bien. —Cogió aliento—. Y es la Heredera de Chalion.
—¡Pobre niño! ¡Pobre niño! ¿Se lo habéis dicho ya a Ista?
—Sí.
—Oh, cielos. ¿Cómo lo ha encajado?
Bien
no era la palabra adecuada. Cazaril optó por un:
—Con serenidad, Vuestra Gracia. Al menos, no se sumió en ninguna especie de salvaje arrebato, como me temía. Creo que los golpes que le ha propinado la vida le han restado sensibilidad. No sé cómo estará mañana. Sus asistentas la han acostado.
La provincara exhaló un suspiro y parpadeó para enjugarse las lágrimas negras.
Cazaril se arrodilló para coger sus alforjas.
—Iselle me confió una carta para vos. Y hay una nota para vos, sir de Ferrej, de Betriz. No tuvo mucho tiempo para redactarla. —Entregó las dos misivas lacradas—. Ambas se dirigen hacia aquí. Iselle pretende enterrar a Teidez en Valenda.
—Oh —dijo la provincara, al tiempo que rompía la cera fría del sello, sin importarle dónde caían los trozos—. Oh, qué ganas tengo de verla. —Sus ojos devoraron las líneas escritas—. Qué corta —se quejó. Se alzaron sus cejas grises—.
Cazaril te lo explicará todo
, dice.
—Sí, Vuestra Gracia. Tengo mucho que contaros, parte de ello en privado.
La anciana despidió a sus acompañantes.
—Idos, os llamaré luego.
De Ferrej terminaba de abrir su carta cuando llegó a la puerta.
La provincara se sentó con un murmullo de telas, aferrada aún al papel, e indicó a Cazaril que ocupara otra silla, que éste acercó a sus rodillas.
—Debo ver a Ista antes de que se duerma.
—Intentaré ser breve, Vuestra Gracia. Esto es lo que he aprendido esta temporada en Cardegoss. Lo que he soportado para aprenderlo… —Ese precio, el resquebrajamiento de su mundo, Ista lo había comprendido de inmediato; no estaba seguro de que la provincara lo entendiera igual—. Ahora no importa, pero el archidivino Mendenal de Cardegoss puede confirmar que todo es verdad si habláis con él. Decidle que vais de mi parte y no os negará nada.
La provincara arqueó las cejas.
—¿Cómo es que tenéis influencia sobre un archidivino?
—Lo supero en rango —rezongó Cazaril.
Ella se sentó erguida, apretados los labios.
—Cazaril, no me vengas con chistes idiotas. Te estás volviendo igual de críptico que Ista.
Sí, el sentido del —del humor no, de la ironía— con el que se protegía Ista probablemente resultaba irritante si se sufría de cerca. Ista. ¿Quién hablaba por Ista?
—Provincara… vuestra hija está desconsolada, su voluntad se tambalea. Desea que la muerte la libere. Pero no está loca. Los dioses no son tan compasivos.
La anciana se encorvó, como si las palabras de Cazaril hubieran puesto el dedo en la llaga.
—Su dolor es extravagante. ¿Acaso no ha enviudado ninguna mujer antes que ella? ¿Ninguna ha perdido un hijo? Yo he sufrido ambas cosas, pero no me he dedicado a lamentarme y quejarme sin parar desde entonces, durante años. Lloré cuando me tocó llorar, sí, pero luego seguí cumpliendo con mi deber. Si no ha perdido la razón, entonces es que es demasiado indulgente consigo misma.
¿Podría él hacerle comprender las diferencias de Ista sin violar su confianza tácita? Bueno, quizá una verdad a medias sirviera de algo. Acercó la cabeza a la suya.
—Todo se remonta a la gran guerra entre Fonsa el Sabihondo y el General Dorado… —En pocas palabras, detalló los efectos de la maldición sobre la historia de la Casa de Chalion. El reino de Ias ofrecía suficientes desastres para no tener que mencionar la caída de de Lutez. La impotencia de Orico, la paulatina corrupción de sus consejeros, el fracaso de su política y su mala salud trajeron el relato hasta el presente.
La provincara frunció el ceño.
—Entonces, ¿toda esta mala suerte es obra de la magia negra roknari?
—No… según yo lo entiendo. Es un vertido, la perversión de alguna divinidad inefable, extraviada del lugar que le corresponde.
La mujer se encogió de hombros.
—Parecido. Si hace lo mismo que la magia negra es porque es magia negra. La cuestión práctica es cómo contrarrestarla.
Cazaril no estaba demasiado seguro de eso. Sólo la correcta comprensión conduciría a la acción adecuada. Ista e Ias habían intentado encontrar una solución a la fuerza, como si la maldición fuera magia que pudiera contrarrestarse con magia. Combatir el fuego con fuego.
—¿Qué tiene esto que ver con esa disparatada historia sobre Dondo de Jironal asesinado por arte de magia negra?
Al menos a eso sí que podía responder Cazaril, y mejor que nadie. Ya había decidido eliminar de la historia tantos detalles sobrenaturales como le fuera posible. No creía que la confianza que depositaba en él la provincara fuera a beneficiarse de una sarta de locuras relacionadas con demonios, fantasmas, santos, segundas visiones y cosas aún más grotescas. Quedaba más que de sobra para dejarla sin habla. Comenzó con el relato del desastroso compromiso de Iselle, aunque no hizo mención al origen del milagro de la muerte de Dondo, ocultándole su asesinato como había ocultado el de Ista.
La provincara no era remilgada.
—Si lord Dondo era tan malo como dices —bufó—, debería rezar por el alma de ese misterioso benefactor.
—Desde luego, Vuestra Gracia. Yo rezo por él todos los días.
—Y Dondo, un simple hijo menor… ¡para Iselle! ¿En qué estaba pensando ese inútil de Orico?
Renunciando a lo inefable, Cazaril le presentó la colección de fieras como una maravilla ingeniada por el Templo para conservar la frágil salud de Orico, algo que no distaba tanto de la verdad. La provincara comprendió de inmediato el secreto propósito político que había empujado a Dondo a buscar la destrucción de Teidez, y la de Orico, y rechinó los dientes. Se lamentó por la traición de Teidez. Pero la noticia de que ahora Valenda debía prepararse para un funeral, una boda y una guerra, posiblemente todo a la vez, la revitalizó.
—¿Puede contar Iselle con el apoyo de su tío de Baocia? —preguntó Cazaril—. ¿Cuántos más podéis reunir vos y él contra la facción de de Jironal?
La provincara hizo un rápido inventario de los lores que podría atraer a Valenda, ostensiblemente para asistir al funeral de Teidez, en realidad para arrancar a Iselle de las garras de de Jironal. La lista impresionó a Cazaril. Después de tantas décadas de observación política de Chalion, la provincara ni siquiera necesitaba consultar el mapa para trazar su estrategia.
—Que acudan al entierro de Teidez con todos los hombres que puedan reunir —dijo Cazaril—. Sobre todo, debemos controlar las carreteras entre aquí e Ibra, para garantizar la seguridad del róseo Bergon.
—Complicado. —La provincara apoyó la espalda en su asiento, fruncidos los labios—. Algunas de las tierras de de Jironal, y las de sus cuñados, se extienden entre la frontera y nosotros. Deberías llevar una tropa contigo. Dejaré Valenda desguarnecida para que no te falten hombres.
—No —rechazó despacio Cazaril—. Os harán falta todos vuestros hombres cuando llegue Iselle, lo que bien pudiera ocurrir antes de mi regreso. Y si llevo una tropa a Ibra, nuestra velocidad se verá limitada. No podemos esperar que haya caballos de refresco para toda la compañía por el camino, y viajar en secreto sería imposible. Mejor sería que viajáramos ligeros, deprisa y sin llamar la atención. Reservad la tropa para que nos reciba a nuestro regreso. Oh, y tened cuidado, el capitán baocio que enviasteis con Teidez se vendió a Dondo… no es de fiar. Tendréis que encontrar la manera de sustituirlo cuando vuelva.
La provincara soltó un juramento.
—Demonios del Bastardo, le cortaré las orejas.
Hicieron planes para entregar las cartas codificadas de Cazaril a Iselle, y viceversa, vía Valenda, dando a los espías de de Jironal la impresión de que Cazaril se encontraba aún en compañía de su abuela. La provincara aceptó empeñar algunas de las joyas de Iselle para él por la mañana, al mejor precio posible, para recaudar los posibles que le harían falta en la siguiente etapa de su viaje. Arreglaron una docena de detalles prácticos en otros tantos minutos. La determinación de la anciana la hacía invulnerable a los dioses, pensó Cazaril; por mucha atención que prestara a las ceremonias religiosas, no había dios que pudiera colarse en esa voluntad de hierro, ni siquiera de canto. Los dioses le habían dado dones menos peligrosos, que él sabía agradecer.
—Comprended —dijo Cazaril, por último—, creo que este matrimonio podría salvar a Iselle. No sé si salvará también a Ista. —Ni a Ista, que se marchitaba en el castillo de Valenda, ni a Orico, que yacía ciego e hinchado en el Zangre. Por mucho que exhortara la provincara a Ista para que se sobrepusiera a su congoja, sería en vano mientras aquella cosa negra continuara asfixiándola igual que una niebla envenenada.