—He sido castigado. Mi solaz y mi dicha, arrebatados…
—A veces, la gente puede aprender de nuevo las cosas que ha olvidado —dijo la médica, tentativamente—. Y vuestra comprensión auditiva de las palabras no os ha sido arrebatada, ni tampoco el de las personas que conocéis. He visto casos de gente afligida de ese modo. Alguien podría leeros los libros en voz alta…
Los ojos de Umegat se encontraron con los del mozo sin lengua, que estaba de pie a un lado sosteniendo aún el Ordol. El anciano se frotó la boca con el puño e hizo un extraño sonido en el fondo de su garganta, un quejido de pura desolación. Las lágrimas escapaban de las comisuras de sus ojos para trazar meandros en su accidentada cara.
Umegat dejó escapar el aliento entre los labios y meneó la cabeza; sacado de su turbación por su reflejo en aquel rostro envejecido, extendió el brazo para coger la mano del mozo de cuadra.
—Chis. Chis. Ya somos dos. —Suspiró y se dejó caer sobre los almohadones—. Que nadie diga que el Bastardo no tiene sentido del humor. —Se le cerraron los ojos transcurrido un momento. Por el cansancio, o por querer aislarse de todo, Cazaril no estaba seguro.
Sofocó su aterrorizada pregunta.
Umegat, ¿qué hacemos ahora?
El roknari no estaba en condiciones de hacer nada, ni siquiera de ofrecer consejo. ¿Ni de rezar? Cazaril ni siquiera se atrevía a pedirle que rezara por Teidez, dadas las circunstancias.
La respiración de Umegat se acompasó y se sumió en un sueño intranquilo. Despacio, con cuidado de no hacer ruido, el mozo de cuadra dejó los útiles de aseo encima de la mesilla y se sentó, armado de paciencia, a la espera de que se despertara de nuevo. La médica tomó algunos apuntes y se marchó discretamente. Cazaril la siguió hasta la galería que se miraba en el patio. La fuente central no borbotaba debido a la congelación del agua, que se veía negra y sucia a la gris luz invernal.
—¿De verdad es un castigo?
La mujer se frotó la nuca, con gesto de cansancio.
—¿Cómo voy a saberlo? Las heridas de la cabeza son las más extrañas de todas. Una vez vi cómo se quedaba ciega de un golpe en la
nuca
una mujer cuyos ojos no parecían haber sufrido daño alguno. He visto a gente quedarse sin habla, perder el control de una mitad del cuerpo pero no de la otra. ¿Castigo? Si lo es, entonces es que los dioses son unos monstruos, y no lo creo. Creo que es cuestión de azar.
Y yo creo que los dioses trucan los dados
. Cazaril sentía deseos de instarla a velar por Umegat, pero era evidente que ella ya lo estaba haciendo y no quería sonar histérico, ni que pareciera que dudaba de su talento o su dedicación. Optó por desearle educadamente que pasara un buen día y se dispuso a buscar al archidivino y ponerlo al corriente de las malas noticias relativas a Teidez.
Encontró al archidivino Mendenal en el templo, ante el altar de la Madre, oficiando una ceremonia de bendición en honor de la esposa de un adinerado comerciante y su hija recién nacida. Cazaril se vio obligado a esperar a que la familia hubiera rendido sus ofrendas de agradecimiento antes de irse para acercarse a él y murmurarle la mala nueva. Mendenal palideció y salió corriendo en dirección al Zangre.
Cazaril había desarrollado un nuevo y preocupante punto de vista referente a la eficacia y la seguridad de la oración, pero así y todo se tendió sobre las frías losas ante el ara de la Madre, pensando en Ista. Aunque apenas si quedara un ápice de esperanza para la compasión por el bien de Teidez, incitado a cometer violento sacrilegio y abandonado por Dondo, sin duda la Madre podría prodigar una brizna de conmiseración a su madre Ista. El mensaje que le había remitido la diosa vía el sueño de Su acólita el otro día le había parecido piadoso. En cierto modo. Aunque bien pudiera resultar ser brutalmente pragmático. Postrado sobre los patrones del suelo pulido, sentía el mortífero abultamiento de su vientre, una masa incómoda de aproximadamente el doble del tamaño de sus dos puños.
Se incorporó al cabo y buscó a Palli en el angosto palacio de piedra del provincar de Yarrin. Cazaril fue guiado por uno de los sirvientes a una sala de invitados en la parte posterior de la casa. Palli se encontraba sentado a una mesa pequeña, escribiendo algo en un libro mayor, pero dejó la pluma a un lado cuando entró Cazaril e invitó a su visitante a tomar asiento en una silla frente a él.
En cuanto el criado hubo cerrado la puerta tras él, Cazaril se inclinó y dijo:
—Palli, ¿podrías, si hiciera falta, dirigirte a Ibra en secreto en calidad de correo de la rósea Iselle?
Palli arqueó las cejas.
—¿Cuándo?
—Pronto.
Meneó la cabeza.
—Si por pronto quieres decir ahora, me temo que no. Mis deberes de lord dedicado me absorben… He prometido a de Yarrin que podría contar con mi voz y mi presencia en el consejo.
—Podrías dejar un apoderado con de Yarrin, o algún otro camarada de confianza.
Palli se acarició la barbilla rasurada y profirió un caviloso "Hm".
Cazaril pensó en informar a Palli de que él era un santo de la Hija, lo que le confería un rango mayor que el de su amigo, mayor que el de de Yarrin y que el de toda la orden militar. Para eso harían falta enrevesadas explicaciones. Tendría que divulgar el secreto de la maldición de Fonsa. Implicaría no sólo que admitía su… peculiar trastorno… sino que lo reafirmaba. Que estaba tocado por los dioses.
Violado
por los dioses. Y sonaría tan chiflado o más de lo que hubiera sonado Ista en su vida. Optó por un término medio.
—Tengo la impresión de que la Hija podría estar interesada en este asunto.
Palli sonrió.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé.
—Bueno, pues yo no.
—Espera, ya lo sé. Antes de acostarte esta noche, reza pidiendo consejo.
—¿Yo? ¿Por qué no rezas tú?
—Me paso las noches… atareado.
—¿Y desde cuándo crees tú en sueños proféticos? Pensaba que siempre habías defendido que eran bobadas, que lagente se engañaba a sí misma, o que fingía para gozar de una importancia que de lo contrario jamás obtendría.
—Es una… conversión reciente. Mira, Palli. Tú hazlo para… para ver qué pasa. Para complacerme, si lo prefieres.
Palli hizo ademán de rendirse.
—Por ti, vale. Por lo demás… —Sus cejas negras tendieron a juntarse—. ¿A Ibra…? ¿De quién tendría que ocultarme?
—De de Jironal. Principalmente.
—¿Oh? Eso podría interesar a de Yarrin. ¿Hay algo ahí para él?
—No, directamente no, creo. —A regañadientes, Cazaril añadió—. También tendrías que ocultarte de Orico.
Palli se apoyó en el respaldo y ladeó la cabeza. Bajó la voz.
—Cazaril, viejo zorro. ¿En qué clase de soga me estás pidiendo que meta la cabeza? ¿Traición?
—Peor todavía —suspiró Cazaril—. Teología.
—¿Eh?
—Ah, eso me recuerda una cosa. —Cazaril se pellizcó el puente de la nariz, intentando decidir si su jaqueca estaba empeorando o no—. Informa a de Yarrin de que hay un espía que da parte de sus consejos a de Jironal. Aunque a lo mejor es lo suficientemente perspicaz para haberlo descubierto ya por su cuenta, no lo sé.
—Esto va de mal en peor. ¿Duermes bien, Caz?
Una risotada amarga escapó de los labios de Cazaril.
—No.
—Siempre fuiste dado a las fantasías cuando te asaltaba el agotamiento, sabes. Bueno, no pienso ir a ninguna parte respaldado por un puñado de turbias intrigas.
—Si accedieras, te lo explicaría todo.
—Cuando lo sepa todo, accederé o no.
—De acuerdo —suspiró Cazaril—. Lo hablaré con la rósea. Pero no quería proponerle un hombre que fuera a defraudarla.
—¡Oye! —exclamó Palli, indignado—. ¿Cuándo he defraudado yo a la rósea?
—Nunca, Palli. Por eso pensé en ti. —Cazaril sonrió y, con un pequeño gruñido de dolor, se puso de pie—. Tengo que volver al Zangre. —En pocas palabras, resumió la desagradable evolución del zarpazo de Teidez.
El semblante de Palli se tornó solemne.
—¿Es muy grave?
—No lo… —La cautela atemperó la franqueza de Cazaril—. Teidez es joven, fuerte, robusto. No veo ningún motivo por el que no pueda superar esta infección.
—Por los cinco dioses, Caz, él es la esperanza de su Casa. ¿Qué sería de Chalion sin él? ¡Y Orico también está enfermo!
Cazaril vaciló.
—Orico… lleva enfermo algún tiempo, pero estoy seguro de que de Jironal nunca se imaginó que los dos pudieran enfermar de este modo a la vez. Quizá quieras comentar a de Yarrin que nuestro estimado canciller va a estar bastante ocupado durante los próximos días. Si los lores dedicados desean burlar su vigilancia para llegar al lecho de Orico y conseguir que éste les firme lo que sea, ahora disponen de una ocasión inmejorable.
Se aisló del torrente de cambios de opinión de Palli, aunque no de la insistencia de su amigo para que se llevara a los hermanos de Gura como escolta. De nuevo colina arriba, la órbita de sus pensamientos sobre cómo conseguir que Iselle escapara al derrumbamiento de su maldita Casa convergió en una simple y torva determinación por no desplomarse delante de estos jóvenes tan serios y llegar a casa sosteniéndose en sus hombros.
Cazaril encontró el pasillo de la segunda planta del bloque principal prometedoramente concurrido a su regreso. Los médicos, vestidos de verde, y sus acólitos ayudantes entraban y salían sin cesar. Los criados portaban agua, sábanas, mantas, extrañas bebidas en aguamaniles de plata. Mientras Cazaril esperaba, preguntándose en qué podría ayudar, el archidivino surgió de la antecámara y se dispuso a cruzar el pasillo, con semblante adusto e introspectivo.
—¿Su Reverencia? —Cazaril le tocó la manga de cinco colores cuando pasó junto a él—. ¿Cómo está el muchacho?
—Ah, lord Cazaril. —Mendenal se giró brevemente—. El canciller y la rósea me han hecho entrega de bolsas para rezar por su salud. Me disponía a organizar las preces.
—¿Creéis… que las plegarias servirán de algo? —
¿Creéis que las plegarias
sirven
de algo?
—Rezar siempre ayuda.
Bueno, siempre no
, quiso responder Cazaril, pero se mordió la lengua.
Mendenal bajó la voz y sugirió:
—Vuestras oraciones podrían resultar especialmente eficaces. En estos momentos.
No que Cazaril se hubiera percatado.
—Su Reverencia, no hay persona en este mundo a la que odie lo suficiente para desearle los resultados que pudieran reportarle
mis
oraciones.
—Ah —dijo Mendenal, nervioso. Consiguió esbozar una sonrisa antes de disculparse educadamente.
La rósea Iselle salió al pasillo y miró a uno y otro lado. Divisó a Cazaril y le indicó que se acercara.
Cazaril la saludó con una reverencia.
—¿Rósea?
También ella bajó la voz; parecía que todos los presentes se condujeran punto en boca.
—Se habla de tener que amputar. ¿Podéis… querríais… ayudar a sujetarlo si fuese necesario? Creo que estáis familiarizado con el procedimiento.
—En efecto, rósea. —Cazaril tragó saliva. Su mente se inundó de recuerdos de pesadilla de malos momentos pasados en hospitales de campaña. Nunca había sido capaz de decidir si eran los hombres que intentaban afrontarlo con valentía o los que sucumbían al terror los más difíciles de soportar para sus ayudantes. Los mejores eran los que estaban inconscientes, no le cabía la menor duda.
—Decidle a los médicos que estoy a su disposición, y al servicio de lord Teidez.
Cazaril escuchó desde la antecámara donde se encontraba apoyado en la pared el momento preciso en que se comunicó la propuesta a Teidez. Al parecer, el muchacho iba a ser de los de la segunda categoría. Comenzó a gritar, y a aullar que no pensaba permitir que lo tullera un puñado de traidores e idiotas, y a arrojar cosas. Su creciente histeria sólo amainó cuando un segundo médico opinó que la infección no era gangrena, después de todo —el olfato de Cazaril coincidía con él— sino envenenamiento de la sangre, y que la amputación haría más mal que bien en esos momentos. El tratamiento se redujo a una simple sangría, aunque a juzgar por los gritos y los denuedos de Teidez bien pudiera haberse tratado de una amputación. Pese al drenado de la herida, la fiebre de Teidez no remitía; los sirvientes trajeron cubos de agua fría que volcaron en una bañera en la sala de estar, donde los médicos introdujeron al chico a la fuerza.
Entre médicos, acólitos y sirvientes parecieron reunir manos suficientes para afrontar la tarea, por lo que Cazaril se retiró por un momento a su despacho en la planta de arriba. Allí se distrajo redactando ásperas cartas a aquellos consejos urbanos que se habían retrasado en el pago exigido por mandato real a la casa de la rósea, que eran prácticamente todos. Habían enviado misivas disculpándose tras el pretexto de lo pobre de la cosecha, el bandidaje, la plaga, el mal tiempo y los cobradores de impuestos corruptos. Problemas por valor de seis ciudades; Cazaril se preguntó si no les habría jugado Orico una mala pasada con su regalo de bodas y habría dejado las seis peores ciudades de su lista de rentas en manos de su hermana y de Dondo, o si en verdad era posible que toda Chalion estuviera tan mal organizada.
Entraron Iselle y Betriz, con aspecto de cansadas y nerviosas.
—Mi hermano está más enfermo de lo que yo pueda recordar —confesó Iselle a Cazaril—. Vamos a preparar mi altar personal para rezar antes de la cena. Me pregunto si no deberíamos ayunar, tal vez.
—Me parece que lo que hace falta aquí no son las plegarias de nadie más que las del propio Teidez; y no pidiendo salud, sino perdón.
Iselle meneó la cabeza.
—Se niega a rezar. Dice que no es culpa suya, sino de Dondo, lo que sin duda es verdad hasta cierto punto… Afirma que nunca pretendió hacer mal a Orico, y que son calumniadores los que lo dicen.
—¿Es que alguien lo dice?
—Nadie —intervino Betriz—, delante de la rósea. Pero circulan extraños rumores entre el servicio, dice Nan.
El ceño de Iselle se surcó de arrugas.
—Cazaril… ¿podría ser verdad?
Cazaril se acodó en la mesa y se masajeó el punto dolorido entre las cejas.
—Creo… que no, por parte de Teidez. Creo que es sincero cuando dice que fue idea de Dondo. Ahora bien, Dondo, de él me esperaría cualquier cosa. Mirémoslo desde su punto de vista. Se casa con la hermana de Teidez y luego lo organiza todo para que éste ascienda al trono siendo aún menor. El ejemplo de su hermano Martou le indicaba cuánto poder puede esgrimir el hombre que tenga a un roya en el bolsillo. Cierto, no sé cómo pensaba librarse de Martou, pero estoy seguro de que Dondo aspiraba a la cancillería, tal vez incluso la regencia, de Chalion. Quizá codiciara el trono de Chalion, según qué infortunios tuviera planeados para Teidez.