La reliquia de Yahveh (46 page)

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Authors: Alfredo del Barrio

BOOK: La reliquia de Yahveh
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El coro se mantuvo mudo.

—Tendremos que pensar —dijo por fin John.

—Pues pensemos, para eso nos pagan —sancionó Marie.

—El problema que se nos plantea ahora es adivinar la verdadera naturaleza de la trampa de la tierra —resumió John—. Su terrible función acabamos de adivinarla.

—Yo creo —avanzó Marie— que los egipcios realmente vaciaron todo el centro de la rocosa montaña donde se asienta esta sepultura y, antes de sellarla definitivamente, rellenaron todo ese hueco central con arena de otro lugar.

—¿Por qué piensas eso? —preguntó John.

—Porque la tierra que estamos extrayendo debe proceder de las orillas del Nilo, es oscura y se parece bastante al manto fertilizante que deja el río después de retirarse a su cauce normal una vez concluidas las crecidas —Marie trataba de ser convincente por eso abundaba en datos—. Además, la tierra está muy poco apelmazada, sin comprimir, parece que no sufre ni ha sufrido nunca las presiones del peso de la montaña que tiene encima. Francamente, yo creo que estamos ante un inmenso sarcófago relleno del humus fertilizante del Nilo.

John trató de dibujar el estuche propuesto por Marie en su plano. Encajaba bien con lo que ya tenían y así se lo hizo saber a la francesa.

—Bien, ya sabemos la función de la trampa y también su naturaleza, su morfología, ahora resta conocer su solución, la senda que deberemos tomar para franquearla —resumió el inglés.

John se quedó quieto, al pronunciar la palabra
senda
algún chasquido había resonado en su cerebro, algún escondido resorte se había movido dentro de los intrincados mecanismos de su inteligencia. ¿Dónde había visto esa palabra recientemente? ¿Dónde?

Pensó un poco, pero no lograba recordarlo.

Súbitamente se puso a rebuscar en los múltiples bolsillos de su pantalón.

Sacó todos los papeles y notas en los que había ido garabateando las numerosas traducciones de los jeroglíficos de Sheshonk. Por fin encontró lo que buscaba.

La palabra
senda
estaba justamente escrita en la piedra que tapaba la trampa de la tierra.

La

Forma

Perfecta,

De tres puntos

Debe estar compuesta.

En la colina primordial estás.

Si sabes esto, busca la senda correcta.

No podía ser casualidad, tenía que ser algo intencionado, pensó asombrado. Agitando el folio donde estaba plasmado ese mismo texto que acababa de releer, trató de hacer al resto del grupo cómplice de sus sospechas.

—¡Aquí está la solución! —exclamó arrebatado.

Todos le miraron extrañados, todavía no acertaban a comprender lo que quería decir John.

—¡Es una pirámide! —dijo dando una sonora palmada, seguramente para despertar a los durmientes.

Pero, por el común arqueamiento de las cejas y el inexpresivo intercambio de miradas, el inglés dedujo que la perplejidad todavía anidaba firme en los corazones de sus compañeros. Trató de ser un poco más explícito.

—¡La forma perfecta para los egipcios es la pirámide!

John arrancó el ya manoseado trozo de papel en el que había dibujado el plano de manos de Alí, que lo miraba sin comprender nada, y trazó con mano firme dos nuevas líneas discontinuas en el mapa de la tumba de Sheshonk: semejaban una pirámide en dos dimensiones

—¡Y nosotros estamos en el vértice superior! ¡Justamente en
la cima de la colina!

El inglés pasó de nuevo el mapa al egipcio, que notó como Marie y Osama se arrimaron a él para observarlo por encima de sus hombros.

—¡Ya lo comprendo! —chilló Marie después de ver el nuevo dibujo de John.

Por la cara que ponían Alí y Osama, ellos también acababan de verlo claro. Una imagen vale más que mil explicaciones, en arqueología también funcionaba esa manida máxima.

—Nosotros estamos situados en el vértice superior, en la cúspide de la colina, justo en el punto donde hemos hallado esta inscripción, y conociendo este vértice del triángulo podemos deducir los otros dos —descifró John, ya un poco más calmado.

—Hay que excavar entonces en diagonal, siguiendo la hipotenusa del triángulo rectángulo, así esquivaremos la trampa escondida en la tierra —dedujo Marie.

—Eso concuerda bastante bien con el restante plano de la tumba, sólo así conseguiremos dejar por debajo todas las galerías llenas de agua del laberinto de Hapi —concluyó Alí.

Osama no decía nada, pero parecía visiblemente impresionado de las capacidades especulativas de los tres egiptólogos.

Los cuatro integrantes de la expedición estaban visiblemente impregnados de autocomplacencia, por una vez se habían adelantado a los movimientos de Sheshonk; aunque, por otra parte, había sido el propio faraón quien les había facilitado las armas con las que había sido derrotado.

Marie y Osama explicaron, como pudieron, el nuevo cambio de planes a los trabajadores locales, por supuesto sin especificar ningún detalle que tuviese que ver con maldiciones o trampas. Los
fellah
no protestaron mucho, aunque emitieron algunos gruñidos ocasionales ágilmente esquivados y diplomáticamente ignorados por los dos capataces. A nadie le gustaba trabajar de balde.

Osama pensó que los nuevos materiales que desescombrasen podían ser vertidos en el túnel que ya habían abierto y que ahora se demostraba inservible. Así avanzarían más deprisa.

La solución no se mostró muy acertada en cuanto al ahorro de tiempo porque en la cabeza de la excavación podían trabajar máximo dos personas debido a la estrechez; pero sirvió, por lo menos, para dar un poco de estabilidad a la mina, para que no se produjese ningún derrumbe en una cavidad que ya no controlaban y que no servía para nada.

Claro que la dificultad de perforar un túnel de semejante inclinación era todo un desafío para los trabajadores y, también, para los encargados de los trabajadores.

Al final, y siguiendo las indicaciones de Osama, decidieron cavar formando escalones de un metro de longitud. Con ello conseguían una base firme para asentar el andamiaje que sujetaba el techo de la galería y evitaban los resbalones que sin duda se hubiesen producido por lo excesivo de la pendiente.

La solución era mucho más inestable y precaria que la que habían conseguido alcanzar en la anterior perforación horizontal, pero parecía aguantar; aunque, por si acaso, ahora procuraban deambular por el estrecho corredor con bastante más cuidado y precaución.

Mientras, John, una vez desembarazado de otras preocupaciones, consiguió concentrarse lo suficiente como para empezar la traducción de las nuevas memorias de un faraón que se tornaba más grande y egregio a cada momento que pasaba.

Así transcurrió la mañana del martes, una mañana en la que ni los obreros terminaron su complicado túnel declinante, ni en la que John pudo concluir la traducción de los extensos textos.

Tuvieron que parar para comer.

Los obreros estaban reventados, era difícil bregar en condiciones tan penosas, pero seguían sin emitir una sola queja.

Marie y Osama decidieron, como especie de premio de consolación o de agradecimiento por su denuedo, que fuesen los trabajadores los que dispusieran del primer turno para comer.

Osama también estaba algo cansado, lo de dedicarse a apuntalar una galería con tanta caída era una tarea bastante embarazosa para él, que no tenía ningún conocimiento en la materia. Desde luego, la apariencia del encofrado que estaba realizando junto con Marie para estabilizar el agujero era bastante frágil e inconsistente. El teniente empezó a pensar si la verdadera trampa de Sheshonk no sería realmente el insinuarles que cavasen con tan inestable grado de inclinación para sepultarles vivos. Admiraba a los arqueólogos y las cábalas tan perspicaces que llegaban a conjeturar, pero no por eso había dejado de pensar por sí mismo y elaborar sus propias conclusiones: no estaba nada convencido de la solución que habían tomado.

Los egipcios iban saliendo de la tienda comedor pausadamente, buscando algún sitio a la sombra para recostarse hasta que los llamasen de nuevo para cavar.

Marie fue a buscar a John, tan inmerso en su proceso de traducción que ni siquiera se le veía por el campamento. Marie dedujo que estaría dentro del compartimento del camión.

Subió las escaleras y entró. Allí estaba el inglés, tecleando a toda velocidad en un ordenador portátil mientras, en el otro equipo, iban deslizándose, mansamente, las imágenes de vídeo repletas de jeroglíficos que había grabado en el pasillo que precedía a la trampa de la tierra.

—¿Qué tal vas John? —dijo para hacerse notar.

—Bien, pero todavía me queda bastante para terminar —indicó sin dejar de escribir.

—¿Es la segunda parte de la historia del faraón? —preguntó la francesa mientras se acercaba para mirar.

—Pues sí, efectivamente, una jugosa segunda parte —confirmó John.

Terminó la frase que estaba escribiendo y apagó la pantalla de su ordenador antes de que Marie pudiese enterarse del más mínimo detalle del contenido de la traducción; después pausó la visualización de las ristras de pictogramas y se levantó de su asiento algo bruscamente. Marie, que estaba justo detrás de él, no hizo ningún amago por apartarse cuando se quedaron a apenas unos centímetros frente a frente.

Ni Marie ni, sorprendentemente, el retraído John parecían mostrarse azorados de tan cercana proximidad.

—¿Qué tal vosotros? —se interesó el inglés.

—¿Nosotros? —devolvió Marie mientras se separaba un poco de John para poder gesticular—. Pues no muy bien, hemos avanzado bastante en la excavación y no ha ocurrido ningún percance, pero el andamiaje que estamos montando Osama y yo para sustentar el túnel es tan endeble que como alguna lombriz despistada pulule por allí y le dé por tocar alguna tabla moriremos todos aplastados. John rió de buena gana.

—No será para tanto —dijo para animar a Marie.

—Sí, sí lo es, te lo garantizo. Y lo malo es que somos incapaces de hacerlo mejor.

—Quizá tendríamos que haber usado un magnetómetro desde el principio para ir más seguros —propuso el inglés.

Marie lo rumió por unos segundos.

La francesa, como John, también estaba al tanto de los ultimísimos y revolucionarios métodos de investigación y prospección arqueológica, fruto, cómo no, de los avances tecnológicos que inundaban todos los campos de la ciencia.

Se podían utilizar los más variopintos dispositivos geofísicos para buscar "tumbas olvidadas": aparatos de detección por radar, medidores de la refracción sísmica, sondas de resistividad eléctrica, sensores de rayos infrarrojos y más pruebas de pomposa denominación y sofisticada puesta en práctica. A tanto llegaba el grado de tecnificación que incluso se habían llegado a usar las cámaras y equipos de recogida de datos de los satélites para alguna que otra investigación.

Los variados y caros ingenios median cualquier alteración física del terreno, lo que daba pistas a los investigadores de las coordenadas del próximo sitio en el que debían hincar sus picos.

Estas técnicas ultramodernas se habían mostrado muy útiles en yacimientos con mucha variación de densidad entre el terreno circundante y los materiales que habitualmente forman parte de los restos que se querían encontrar. Por ejemplo, en terrenos blandos, si había alguna cámara de piedra enterrada, ésta era localizada con cierta facilidad y fiabilidad.

En Egipto se habían obtenido resultados muy satisfactorios, sobre todo en el Delta del Nilo, cuyo suelo de légamo sedimentario contrastaba considerablemente con cualquier estructura de piedra que pudiera ocultarse en su interior.

Los magnetómetros de protones, en concreto, funcionan detectando las mínimas variaciones locales en el campo magnético de la tierra, pero sólo eran eficaces en zonas muy concretas. Servían, más que nada, para localizar huecos ocultos en excavaciones ya iniciadas y localizadas, o en zonas específicas con fuertes indicios de probable actividad humana. Esto era así porque su radio de acción no era muy grande. Aunque tampoco eran la panacea, sus lecturas podían ser erróneas e indicar bolsas de aire, aguas subterráneas o capas de detritus sin ningún valor.

El magnetómetro había sido usado con éxito en el Valle de los Reyes, sobre todo por científicos norteamericanos, mucho más prácticos y con más medios financieros que sus colegas europeos.

Quizá por eso los investigadores del Viejo Continente tildaban a sus colegas estadounidenses de ser "poco románticos" en el desempeño de su trabajo.

A Marie tampoco le gustaban los artilugios que economizaban la capacidad de raciocinio del hombre, para ella excavar un yacimiento no era una labor meramente mecánica, como el que separa el polvo de la paja usando un rastrillo. El desvelamiento del pasado para la doctora era una gradual indagación en todo lo que el arqueólogo tiene a su alrededor, hasta lograr vencer las reticencias del tiempo por revelar sus secretos, hasta someter dignamente a la tierra y que ésta consintiera de buena gana en mostrar lo que esconde. Era una experiencia inmersiva total, como son todas las búsquedas. Marie creía firmemente que usar tantos aparatos automáticos e irreflexivos era como jugar al escondite haciendo trampas.

—Es muy difícil conseguir uno de esos artilugios —emitió por fin la francesa—. No tenemos tiempo y puede que ese chisme nos fuerce a cometer un error que hasta ahora no hemos cometido.

—Bien, estoy contigo —subscribió John.

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