—Espera —intervino Max—. Creía que habías dicho que abrieron fuego sobre el autobús.
—Ah, un par de
yihadistas
nos dispararon, pero o bien fallaban o apuntaban al techo sin que nadie resultara herido. Perro ladrador, poco mordedor, como suele decirse. Más tarde, después de escapar del control policial, nos lanzaron un misil desde un Predator. Yo ni siquiera lo vi, pero MacD sí, y se movió más rápido que un velocista olímpico. Nos salvó la vida.
Fue una hazaña impresionante para alguien que supuestamente había recibido una paliza tremenda a manos de los talibanes, y al que habían tenido unos cuantos días en el maletero de un coche. Era imposible que pudieras moverte de esa forma. Tus heridas eran en su mayoría falsas. Lawless no lo negó.
—No lo entiendo —insistió Hanley—. ¿Cómo supieron cuándo íbamos a rescatar a ese muchacho?
—¿Todavía no lo has pillado? —preguntó Juan—. El chico no necesitaba que le rescatasen porque su padre le había mandado a Pakistán para atraernos hasta aquel pueblo.
—Debo ser muy corto de entendederas. ¿Para qué querían atraernos hasta allí?
—Todo estaba amañado para que acogiéramos a MacD en el redil. Gunawan Bahar es el cerebro de todo lo que hemos pasado este último par de semanas. Quería infiltrar a un espía en el
Oregon
, así que nos contrató para que «rescatásemos» a su hijo de los talibanes mientras él infiltraba a un hombre, al que tiene bajo control amenazando la vida de su hija, con el fin de que nosotros también lo rescatásemos. »Fue una treta brillante para desorientarnos.
En cuanto Smith nos la jugó en Myanmar, todas las sospechas recayeron inmediatamente en Croissard. Ninguno consideramos que esta cebolla tenía otra capa y que Croissard no tenía más control sobre sus actos que MacD. Aquella última afirmación era totalmente cierta. Desde que estuvo en Insein, algo había estado rondándole la cabeza a Cabrillo. No sabía el qué, pero presentía que cierta información que le habían dado no encajaba.
Era el instinto el que hablaba, si bien con los años había aprendido a confiar en él, por lo que al ver a Soleil en la plataforma supo qué era lo que se le había escapado durante tanto tiempo.
—Lo que me dio la clave de todo fue el momento elegido para que la plataforma se hundiera. Gracias a Lawless, Bahar sabía que habíamos escapado de la prisión de Insein y que teníamos la ubicación de Linda gracias al chip localizador.
Eso hizo que adelantara sus planes para hundir la J-61 unos cuantos días o semanas. El factor decisivo fue cuando MacD subió al puente esta mañana. Le habían dicho que íbamos a toda máquina, pero no tenía ni idea de la velocidad que podía alcanzar el
Oregon
. En cuanto me dejó fue a llamar a su contacto, supongo que Smith, a juzgar por lo nervioso que le ponía en la selva. Le contó que solo nos sacaban unas horas de ventaja, y no días. El
Hercules
aún no había llegado al paso de Palawan, pero no tenían tiempo. Abrieron las válvulas y se largaron en las lanchas salvavidas. No solo querían matar a Linda y a Soleil, sino también ocultar el hecho de que la plataforma contenía una de las colecciones más grandes de ordenadores interconectados fuera de un laboratorio gubernamental. ¿Cómo voy? —le preguntó a MacD.
Antes de que Lawless pudiera responder, un fuerte estruendo hizo imposible seguir con la conversación. Se trataba del clamor de la Gatling disparando a los pesados flotadores de la plataforma. El fuego duró un minuto entero, en ráfagas sucesivas, y cuando guardaron el arma en su reducto y la taparon, había tres mil agujeros del tamaño de un puño en los flotadores, por encima y por debajo del agua. La plataforma se hundiría en cuestión de una hora.
—¿Qué me dices? —insistió Juan cuando fue evidente que Mark Murphy había terminado con su tarea.
—Has dado en el blanco. En todo.
—Ahora lo entiendo —exclamó Max—. Tenían a Croissard controlado porque Bahar había secuestrado también a su hija. Toda esa mierda que contó en su web acerca de que se iba a Myanmar era mentira. Debieron de intentar llegar ellos mismos a ese templo y fracasaron. Por eso utilizaron a Croissard para contratarnos, sabiendo que nosotros les haríamos el trabajo. Cabrillo asintió.
—Y con Smith y su espía en el equipo, Bahar contaba con informes regulares sobre nuestros progresos.
—Parece todo demasiado elaborado. ¿Para qué molestarse en meter a MacD en todo esto? ¿Para qué engañarnos? Bahar podría haberse limitado a contratarnos para que entrásemos en Myanmar.
—Eso no habría funcionado —respondió Juan—. No había motivación. Jamás aceptaríamos una misión para saquear un santuario. Necesitaba la clase de misión que sabía que no rechazaríamos. Ya había comprobado nuestra debilidad por los chicos descarriados con el salvamento de su hijo, así que volvió a poner en práctica el mismo truco, solo que esta vez utilizó a la hija de Roland Croissard como cebo. Luego, una vez que tuvo lo que había en la bolsa, llamó a sus amigos del gobierno para que nos liquidaran.
—¿Por qué no colaborar con el gobierno desde el principio? —se preguntó Max en voz alta.
—No lo sé, pero existe un motivo. De lo contrario no se habría tomado tantas molestias con nosotros. Mi teoría es que implicar al ejército fue algo de última hora. MacD, ¿alguna sugerencia?
—No, lo siento. No me proporcionaron ninguna información. Solo la recibían de mí.
—Así que no tienes ni idea de lo que había en la bolsa que recuperamos del cadáver del río, ¿no?
—No. Y antes de que me lo preguntes, ignoraba el nombre del tipo que estaba por encima de Smith. Sabía que no era él quien tenía la sartén por el mango, pero desconocía quién estaba detrás de él.
—Otro misterio resuelto —comentó Max, volviéndose hacia Cabrillo— es el atentado del hotel.
—¿Qué? ¿Es que no fue algo casual?
—Es evidente que Bahar nos considera una gran amenaza y que por eso sintió la necesidad de infiltrarse en nuestro equipo, pero también probó suerte para quitarnos de en medio en Singapur y acabar rápido con esa amenaza. Juan reflexionó sobre aquello durante un momento y meneó la cabeza.
—No lo creo. Como ya he dicho, ¿por qué no ordenar a Smith que nos volase los sesos en cuanto entramos en la suite? Hanley esbozó una sonrisa perversa.
—Porque sabía que el resto de la Corporación removería cielo y tierra para encontrar al tirador. Pero si moríamos en un atentado bomba, ¿a quién iba a perseguir? Cabrillo pensó que su amigo podría tener algo de razón, pero aún persistía cierta duda. Sin embargo, el pasado no era importante por el momento.
—Por ahora, hemos de concentrarnos en Bahar. Tenemos que averiguar qué ha planeado. Nos ve como una amenaza para sus planes, y están conectados con lo que sea que se llevaron del templo.
—Has sido muy concreto —dijo Max con sorna.
—¿Y qué hay de mi hijita? —preguntó MacD, armándose de toda la dignidad que pudo—. Ahora que Smith, o el tal Bahar, sabe que me habéis descubierto, la matarán. Van a volar por los aires a mi pequeña.
—¿Quién ha dicho que Smith y Bahar sepan que hemos descubierto por qué estás aquí?
—No comprendo.
—Es muy simple. Vas a contactar con Smith como se supone que debes hacer y a informarle de que la plataforma ya se había hundido cuando llegamos.
—Vaaaale —respondió Lawless alargando la palabra como si quisiera sacarles más información.
—Y luego rescataremos a tu hija, descubriremos qué están tramando estos hijos de puta y los clavaremos a la puerta del retrete más cercano.
Después de la ducha más larga y caliente que se había dado en mucho tiempo, Cabrillo se fue en busca de Linda Ross. Había redactado un informe pormenorizado de su odisea, pero quería un resumen de lo más destacado que le ayudara a trazar el próximo plan de acción. Pasó primero por su camarote y descubrió que Soleil estaba allí, recién salida de la ducha. Estaba envuelta en una toalla remetida bajo los brazos y con otra enrollada como un turbante en la cabeza.
—Una vez más, me pilla cuando no estoy en mi mejor momento —dijo con una tímida sonrisa.
—Es la historia de mi vida —respondió Juan—. Siempre llego en el momento oportuno salvo con las mujeres. ¿No le ha acomodado Linda en un camarote de invitados?
—Lo hizo, pero su selección de artículos de aseo femeninos no es demasiado buena. Linda ha tenido la amabilidad de dejarme utilizar sus cosas.
—Lo pondré en conocimiento del mayordomo —prometió, y luego le preguntó con sincera preocupación—: ¿Cómo se encuentra? Una expresión sombría apareció en sus ojos, pero desapareció rápidamente.
—He pasado por cosas peores.
—He leído sobre algunos de sus logros —afirmó Cabrillo—. Y me quedé muy impresionado. Sin embargo, es muy distinto que a uno le retengan contra su voluntad. La falta de libertad y de control puede afectar a cualquiera.
La impotencia es quizá la peor sensación del mundo. Ella abrió la boca para responder, pero se dejó caer sobre la cama de Linda y hundió el rostro entre las manos. Lloró en silencio al principio, pero luego el llanto subió de intensidad hasta que todo su cuerpo se estremeció. Juan no era la clase de hombre al que le repeliera que una mujer llorase, al menos cuando tenía buenas razones para hacerlo. Las pataletas sin sentido le sacaban de quicio, pero una descarnada expresión de temor como aquella era algo que comprendía demasiado bien. Se sentó junto a ella en la cama, colocando las manos sobre el regazo.
Si quería contacto humano, tendría que ser ella quien lo iniciase. En momentos como aquel, su instinto daba siempre en el blanco. Soleil apoyó el rostro sobre su hombro a los pocos segundos. Juan la rodeó con un brazo y esperó a que ella se desahogara. Menos de un minuto después, Soleil se enderezó y sorbió por la nariz. Juan cogió un par de pañuelos de papel de una caja sobre la mesita de noche y se los dio. Soleil se secó los ojos y se sonó la nariz.
—
Pardonnez-moi
. No ha sido propio de una dama.
—Ahora se encontrará mejor —predijo—. Sé que es una mujer fuerte, pero ha reprimido sus emociones durante mucho tiempo. Sospecho que no mostró debilidad a sus carceleros.
—
Non
. Ni una sola vez.
—Aunque eso no significa que no tenga ninguna. Así que al final han salido de golpe. No pasa nada.
—Gracias —repuso con suavidad. Su voz se tornó más firme y una débil sonrisa danzó en las comisuras de su boca—. Y gracias también por salvarme la vida. Linda confía tanto en usted que nunca dudó de que nos rescataría. Yo no estaba tan segura. Pero ¿ahora?
—Su sonrisa se hizo más amplia—. Ahora creo que no hay nada que no pueda hacer.
—En cuanto recoja mi capa roja de la lavandería. La referencia la dejó desconcertada durante un instante.
—Ah, se refiere a Superman, el personaje de cómic.
—Ese soy yo, pero a mí no me van las mallas. —Juan se puso serio—. He de hacerle algunas preguntas. Si le resulta muy duro, podemos dejarlo para otro momento.
—
Non
. Haré cuanto pueda. —O puedo volver cuando se haya vestido.
—Llevo una toalla. Es suficiente —repuso con pragmatismo europeo.
—¿Oyó algo mientras estuvo prisionera? ¿Cualquier cosa que nos proporcione una pista para dilucidar de qué va todo esto?
—No, nada. Me sacaron de mi casa en Zurich. Dos hombres entraron y me atacaron mientras dormía. Uno me inyectó algo que me dejó inconsciente mientras el otro me sujetaba. Cuando desperté estaba en aquella celda donde me ha encontrado.
Ni siquiera sabía que me hallaba en una plataforma petrolífera hasta que Linda me lo dijo. Debe saber que a ella también la drogaron. Pero dice que despertó en un helicóptero volando sobre el mar. Juan sabía que, al igual que él, Linda habría permanecido inmóvil después de recuperar el conocimiento para tomar conciencia de su entorno. Era un truco que le había enseñado.
—¿Tiene idea de por qué la escogieron a usted?
—Supongo que tiene que ver con mi padre —respondió Soleil—. Es un hombre rico y poderoso.
—Le conocí en Singapur cuando nos contrató para que fuéramos a Birmania, quiero decir Myanmar, a buscarla.
—Es cierto que estaba planeando ir a Bangladesh con un amigo para realizar una excursión extrema.
—Lo sabemos. El hombre que ordenó su secuestro se tomó la molestia de actualizar su página web para hacer que pareciera que se había marchado a ese viaje. Cubrieron bien sus huellas. ¿Alguna cosa en concreto sobre su padre? ¿Algún negocio reciente?
—Ya no estamos tan unidos —reconoció con pesar. Cabrillo sabía que muy pronto tendrían que decirle que con toda probabilidad su padre estaba muerto. Bahar tenía lo que quería, así que Roland Croissard se había convertido en un cabo suelto. Continuarían buscando, eso desde luego, pero no había muchas posibilidades de que hubieran dejado con vida al financiero suizo.
—Muy bien —repuso Juan, y se levantó—. Descanse un poco. Seguiremos hablando más tarde.
—Hay algunas personas a las que me gustaría llamar. Mi padre y algunos amigos.
—Bien, creo que debo decírselo ahora. Su padre ha desaparecido. Hace días que intentamos ponernos en contacto con él, pero no hemos tenido suerte. Además, me temo que hasta que tengamos más controlada la situación, deberemos mantener la farsa de que usted murió en esa plataforma petrolífera.
—¿Mi padre? ¿Desaparecido?
—Y la última vez que fue visto estaba con el hombre que posiblemente la secuestró a usted en Zurich. Culpa, temor e ira cruzaron por su rostro en un caleidoscopio de emociones. Se quedó inmóvil como una estatua; un hermoso maniquí al que acababan de arrancarle el alma.
—Lo siento —repuso Juan con voz queda. Deseó que ella no le hubiera pedido hacer esas llamadas. No estaba preparada para escuchar esa clase de noticias. No en esos momentos. Soleil alzó la mirada hacia él, con una expresión suplicante en los ojos que Juan deseó satisfacer más que nada en el mundo. Jamás había visto una vulnerabilidad tan descarnada. Se encontraba en un territorio donde no se sentía cómodo, pues le traía a la memoria recuerdos de su propia pérdida.
A él no le contaron que su esposa había muerto hasta que no regresó de una misión para la CIA, y para entonces ella llevaba semanas enterrada. Vio con alivio que ella se armaba de valor, erguía los hombros y sus ojos se tornaban duros.
—Creo que me gustaría vestirme y dar un paseo por cubierta, si es posible. Hace mucho que no veo el sol ni siento el aire fresco.