La selva (16 page)

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Authors: Clive Cussler,Jack du Brul

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: La selva
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Eddie Seng estaba al timón, pero se levantó en el acto cuando Juan entró en la sala de operaciones.

—Sigue con lo tuyo, señor Seng. —En la pantalla partida había imágenes de múltiples cámaras montadas en puntos estratégicos por todo el barco—. ¿Algo de lo que informar?

—Estamos solos, así que he puesto una velocidad de cuarenta nudos.

—¿Se sabe algo del joven señor Lawless?

—Sigue en Kabul, pero llegará a tiempo de que lo recojamos en Bangladesh.

—Infórmale de que un helicóptero le llevará hasta el barco junto con otro pasajero, y que la discreción es de valientes. Que tener la lengua suelta podría hundir este barco y todo ese rollo.

—¿Quién es el otro pasajero? —preguntó Eddie.

—Un guardaespaldas llamado John Smith —contestó Juan—. Un ex legionario. Es el guardián de Croissard y este insiste en que nos acompañe.

—Y a juzgar por tu tono de voz, no te hace ni pizca de gracia. —Nunca se han dicho palabras más ciertas, pero no nos queda otra.

A Cabrillo no le gustaban los factores que escapaban a su control, y Smith era uno de ellos. MacD Lawless era otro. No estaba seguro de que aquella fuera una primera misión adecuada para él, no con la presencia de Smith y sin que hubieran evaluado las habilidades de Lawless. Tendría que pensar en ello con un poco más de detenimiento. Mark Murphy y Eric Stone, su equipo de investigación, debían de tener ya todos los detalles sobre la carrera militar del hombre y las circunstancias de su captura en Afganistán. Los revisaría después de cenar y decidiría entonces si Lawless formaría parte de la misión de la Corporación para rescatar a Soleil Croissard.

El comedor del
Oregon
poseía la serena sofisticación de un club de caballeros inglés de tiempos pasados. Todo adornado con madera oscura y acabados en metal pulido. El mobiliario era sólido, con tapizados de estampados delicados, y la alfombra era suave y mullida. Lo único que faltaba eran cabezas disecadas de animales colgadas de la pared y un par de ancianos fumando un puro y regalándose con historias de safaris y guerras imperialistas. Juan pospuso la lectura del expediente de Lawless porque Murphy y Stone estaban sentados a una de las mesas. Eric Stone era un veterano de la Marina, pero no había entrado en combate.

Al igual que Mark, que había trabajado para un contratista de Defensa antes de unirse a la Corporación, Stone era un experto en tecnología. Solo después de subir a bordo afloraron sus dotes para manejar un barco. Eric Stone era el mejor timonel del
Oregon
, después de Juan. Hombre tímido por naturaleza, conservaba algo de la conducta que había aprendido en la Marina. Todavía se remetía las camisas y nunca llevaba un solo pelo fuera de su sitio. Mark, por otra parte, adoptaba un aire de empollón chic, aunque su parte de empollón destacaba más que su parte chic.

Tenía el cabello oscuro y daba la impresión de que se lo secaba en un túnel de viento. Había intentado sin éxito dejarse crecer la barba, y si bien se había dado por vencido, no se afeitaba con regularidad. Los dos hombres tenían una estatura media, pero Eric era más delgado. Debido a que se mantenía principalmente a base de comida basura y bebidas energéticas, Mark tenía que ejercitarse en el gimnasio para evitar ganar peso. Esa noche llevaba una camiseta con un dibujo de un perro salchicha dormido sobre una fuente con algunas patatas a su alrededor y una guarnición de ñoquis alemanes. Junto a la fuente había una jarra de cerveza medio llena y unos cubiertos.

Debajo del dibujo podía leerse «Perro salchicha empanado».

—Eso no está bien —comentó Juan cuando se acercó a la mesa.

—Lo he hecho yo mismo con el Photoshop —respondió Murphy lleno de orgullo—. Me he hecho otra con un chihuahua al chimichurri. Cabrillo se sentó enfrente.

—¿Estáis comiendo raviolis de lata?

—No se puede superar a Chef Boyardee —replicó Mark, tomando una cucharada.

—A veces me pregunto si tienes veintiocho años o solo ocho.

—Cabrillo cogió la limpia servilleta de lino de la mesa y se la colocó sobre el regazo. Al cabo de un momento, le pusieron delante una ensalada Wedge aderezada con vinagre balsámico de fresa—. En realidad estaba pensando en una César —dijo sin levantar la vista.

—Vas a comerte la Wedge —declaró Maurice, el impecablemente vestido, aunque irascible, mayordomo. Y agregó cuando ya se marchaba—: También tomarás la ternera a la bourguignon. El hombre regresó un momento después con una botella de Dom Romane Conti, un intenso borgoña francés que sería un acompañamiento perfecto para el plato del director. A continuación sirvió el líquido en una copa con un florido giro de muñeca para no derramar una sola gota.

—He tenido que beberme dos copas para cerciorarme de que no se había avinagrado. Juan rió entre dientes. Las pequeñas catas de Maurice le costaban alrededor de ochocientos dólares a la Corporación. Tal vez no estuvieran en su mejor momento económico, pero al ayuda de cámara retirado de la Marina Real no se le podía negar un «traguito», como decía él. Cabrillo se volvió hacia sus compañeros de mesa.

—Chicos, podéis evitar que me pase la noche delante del ordenador si me dais una versión abreviada de lo que habéis encontrado sobre MacD Lawless.

—A mí no me parece que tenga nada de malo pasar la noche delante del ordenador —adujo Murphy, dejando una lata de Red Bull.

—¿Y bien? ¿Qué me decís de Lawless?

—Linda ha echado mano de un contacto que tenía de sus días con los altos jefes del Estado Mayor y logró hacerse con su hoja de servicios.

—El tono de Eric se volvió serio—. Marion MacDougal Lawless fue un excelente soldado. Se le otorgó una medalla de Buena Conducta, un Corazón Púrpura y una Estrella de Bronce. Las dos últimas por la misma batalla a las afueras de Tikrit. Después de Irak pasó las pruebas para los Rangers y se graduó en Fort Benning. Enseguida se embarcó para Afganistán y estuvo en algunas batallas bastante importantes cerca de la frontera con Pakistán. »Estuvo ocho años y dejó el ejército como sargento de primera clase E 7.

Fortran Security Worldwide se le acercó enseguida y le ofreció un empleo como guardaespaldas en Kabul. Por lo que podemos deducir de su historial sin disparar ninguna alarma en las bases de datos, ha sido un empleado modélico durante el año pasado.

—¿Qué hay de su captura? ¿Habéis encontrado algo?

—Los informes son aún poco precisos, pero parece que sucedió tal y como él contó. El equipo de televisión paquistaní al que tenía que proteger había entrado desde Islamabad, pero en ningún registro figura que hayan trabajado en Pakistán.

Los dos tipos de seguridad afganos que estaban con él eran legales. Eran antiguos combatientes de la Alianza del Norte que habían recibido adiestramiento en nuestro ejército y que luego fueron por libre. El camión no ha sido hallado, pero una patrulla del ejército informó que había visto varios socavones de gran tamaño cerca de la carretera donde Lawless dice que le echaron el guante.

—¿Lo bastante grandes como para ocultar a un puñado de emboscados? —inquirió Juan, a lo que Stone asintió.

—Todo parece indicar que algún miembro de al-Qaeda tendió una trampa para conseguir a un estadounidense al que grabar mientras le hacían pedazos. Hace tiempo que no han grabado ninguna ejecución.

—Y en cuanto al incidente en Tikrit donde le hirieron... —apostilló Eric.

—¿Sí? —He leído partes del informe que se redactó posteriormente a la acción. Lawless entró solo en un edificio y acabó con once insurgentes que tenían acorralado a su equipo y lo estaban haciendo papilla. Recibió un balazo en el muslo cuando mató a los tres últimos. Si quieres que te diga mi opinión, yo creo que es de fiar.

—Gracias, chicos. Como siempre, buen trabajo. ¿Qué tal vais con los mapas de la selva birmana?

—¡Ja! —exclamó Murphy—. No hay ninguno. Esa chica ha elegido uno de los lugares más remotos del planeta para perderse. Aparte de los ríos más importantes, nadie sabe qué cojones hay allí. Para lo que sirven, los mapas que hemos encontrado deberían ser etiquetados con el rótulo de «a partir de este punto hay dragones». Aquellas palabras resultaron ser proféticas.

8

—Disculpa por el alojamiento —dijo Cabrillo al abrir la puerta de uno de los camarotes de la superestructura del
Oregon
—, pero con Smith a bordo tenemos que guardar las apariencias de que esto es lo único que esta vieja bañera puede ofrecer. MacD Lawless olisqueó el aire, puso mala cara y luego se encogió de hombros.

—Me habéis dicho que estoy aquí a prueba. Supongo que este es el precio que pago.

—Cuando las cosas se calmen, yo mismo te enseñaré las partes del barco que no podemos dejar que Smith conozca. Ah, y él ocupa el camarote anexo al tuyo. Mantén los oídos abiertos. Estoy convencido de que se pondrá en contacto con Croissard y estas paredes parecen de papel. Había micrófonos en cada camarote de aquella parte del carguero, pero Juan quería que MacD sintiera que estaba haciendo algo para ganarse su sueldo.

Lawless lanzó el petate sobre el único catre del camarote, que se hundió unos quince centímetros en aquel colchón sin apenas muelles. El ojo de buey estaba hecho un asco, por lo que el cuarto estaba sumido en una sombría penumbra. Una alfombra marrón, cuyo pelo era tan ralo que era imposible limpiarla, cubría el suelo, y las paredes de metal estaban desnudas y pintadas de gris.

Había un servicio privado contiguo, con enseres fijos de acero inoxidable, como los que pueden verse en una prisión; y un armario botiquín sin puerta.

—Este lugar tiene el encanto de un cámping para caravanas de la ruta 66 una década después de que cerraran la carretera —bromeó Lawless—, pero he dormido en sitios peores. Un helicóptero acababa de transportarles a John y a él desde el aeropuerto de Chittagong, y el
Oregon
ya navegaba rumbo al este a dieciséis nudos, en dirección a la costa norte de Myanmar.

—Me he fijado en que ya no cojeas —observó Cabrillo. MacD se palmeó la pierna y marcó su acento sureño a propósito.

—Me siento bien. Un par de días de reposo y me recupero. Mi pecho sigue pareciendo un test de Rorschach, pero no me duele. Estoy seguro de que si dejas que me examine la doctora Hux... ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Dispara —le invitó Juan.

—¿Por qué yo? Me refiero a que... bueno, ya sabes a qué me refiero. Solo hace un día que me conoces y me ofreces un trabajo. Cabrillo no tuvo necesidad de pensar una respuesta.

—Por dos motivos. El primero es la forma en que te desenvolviste cuando estábamos en Pakistán. Sé cómo piensas y cómo luchas cuando las balas empiezan a silbar. Eso es algo que no puedo saber leyendo un currículum. El segundo es solo una corazonada. Fui un NOC al servicio de la CIA. ¿Sabes lo que es?

—Un agente encubierto no oficial. Entrabas en países extranjeros y los espiabas sin ayuda de ninguna embajada.

—Exacto. Reclutaba a locales. En un trabajo como ese aprendes rápido a confiar en las corazonadas sobre la gente o acabas muerto. Como puedes ver, no estoy muerto, así que debo de tener un buen instinto para saber en quién puedo y en quién no puedo confiar. Lawless le tendió la mano.

—Gracias —dijo simplemente, pero sus palabras estaban cargadas de significado.

—Gracias a ti. Tenemos reunión en el comedor después de cenar; bajando un piso en el lado de estribor. Sigue tu olfato. La cena es a las seis.

—¿De etiqueta? —bromeó MacD.

—Es opcional —replicó Cabrillo por encima del hombro.

La cocina del comedor seguía siendo una pocilga, pero no importaba, ya que la comida se preparaba en la cocina principal y se enviaba mediante un montaplatos. Juan había recordado a los chefs que no exhibiesen sus extraordinarias dotes culinarias para que John Smith no sospechara de su entorno. No sería conveniente que de la cochambrosa cocina saliera un banquete de cinco estrellas. Los tripulantes, vestidos de ingenieros y marineros de cubierta, y un par de oficiales llenaban la espartana estancia, pero a Cabrillo le dieron una mesa para él y para Lawless, Smith, Max Hanley y Linda Ross.

Esta última iba a ser el cuarto miembro de la misión. Era más que capaz de arreglárselas y, además, hablaba algo de tailandés, lo cual podría resultar útil. Smith llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta con unas botas negras de combate. Su disposición había mejorado un poco desde que se conocieron en Singapur. Sus ojos negros seguían entornados y en constante movimiento, examinando cada rostro de los sentados a la mesa y escudriñando la estancia de vez en cuando. Cuando entraron previamente al comedor, antes de que llegara la cena compuesta por lasaña al horno y pan de ajo tostado con mantequilla, Cabrillo permitió que Smith eligiera asiento en la mesa redonda. Como era de esperar, optó por colocarse de espaldas a la pared.

Una vez se le comunicó que Linda Ross se uniría al equipo que iba a buscar a Soleil Croissard, una débil sonrisa despectiva danzó en sus labios antes de que su expresión se volviera de nuevo inescrutable.

—Como desee, señor Cabrillo.

—Llámame Juan.

—Dígame, señor Smith —intervino Linda—, su nombre es inglés, pero no así su acento.

—Es el nombre que elegí cuando me uní a la Legión. Por lo que recuerdo éramos unos ocho en mi clase de adiestramiento básico.

—¿Y de dónde es usted? —insistió.

—Esa pregunta jamás se le hace a un legionario. De hecho, jamás se le pregunta por su pasado.

—Tomó un sorbo de su vaso de agua con hielo.

—¿Está seguro de que Soleil no ha intentado ponerse en contacto con su padre desde la última comunicación justo antes de que nos conociéramos? —preguntó Max.

—Correcto. Monsieur Croissard ha intentado llamarla numerosas veces, pero no hay respuesta.

—Así que nuestro punto de partida serán las coordenadas de GPS que tenemos de su última llamada.

—Me he fijado en que cerca del helicóptero hay algo cubierto con una lona. Un bote, supongo.

—Sí —respondió Cabrillo—. A pesar de que se le ha aligerado de carga, nuestro helicóptero no tiene la autonomía necesaria para llegar hasta la última localización conocida de Soleil. Lo utilizaremos para aerotransportar un bote dentro del país y seguirle la pista desde el agua.

—Me parece un buen plan —reconoció Smith—. El único modo de viajar por la selva es en bote. Recuerdo mis días de entrenamiento en la Guayana francesa. La Legión protege una base de lanzamiento de la Agencia Espacial Europea allí.

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