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Authors: Clive Cussler,Jack du Brul

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

La selva (30 page)

BOOK: La selva
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—Entonces tenemos que actualizar las imágenes —replicó Juan.

—Estamos haciendo algo mejor —le dijo Eric—. Estamos intentando que nos alquilen un helicóptero para volar hasta allí y echar un vistazo al objetivo.

—Stone levantó las manos en una postura defensiva al ver la expresión de Cabrillo—. No te preocupes, nos aseguraremos de que no se acerque tanto como para levantar sospechas.

—¿Cuándo sabrás algo?

—Espero que hoy. La empresa de helicópteros tiene todos los aparatos ocupados transportando trabajadores y equipo a los campos petrolíferos, pero me han dicho que tal vez puedan prescindir de uno de sus helicópteros esta tarde para echar un rápido vistazo.

—Buena idea.

—Con el estómago lleno y el suero aclarándole la mente y restaurando su cuerpo, Cabrillo requirió de toda su concentración para mantenerse despierto—. ¿Cuál es la hora estimada? Eric puso otra imagen en su ordenador que detallaba la posición y velocidad del barco y tenía una estimación de su viaje.

—Cuarenta y cinco horas.

—Eddie, quiero que Linc y tú le quitéis el polvo a nuestro plan de emergencia para asaltar una plataforma petrolífera en el mar. Repasa los detalles con el resto de mastines y cerciórate de que todos están dispuestos a correr. Eric y Mark, seguid rebuscando cualquier cosa que podáis encontrar sobre Croissard y su mascota neandertal, John Smith. Me apuesto algo a que de verdad estuvo en la Legión Extranjera francesa. Tal vez podáis fisgonear en sus archivos electrónicos.

—Hecho.

—¿Y yo? —preguntó Max. Juan se levantó de la mesa y le guiñó el ojo.

—Quédate aquí sentadito y luce tu mejor aspecto. Menos de sesenta segundos después, Juan estaba en su camarote, con las cortinas corridas, el aire acondicionado encendido y bien arropado en la cama. A pesar del agotamiento, su mente estaba plagada de imágenes de Linda Ross siendo retenida como cautiva, y la acuciante sensación de que se les había pasado algo de vital importancia le dominaba.

El sueño le sobrevino a regañadientes. El timbre de un teléfono de estilo antiguo le sacó del abismo. Retiró las sábanas a un lado y agarró el auricular. El teléfono negro mate parecía salido de los años treinta, pero era un modelo inalámbrico moderno.

—Director, siento molestarte.

—No te preocupes, Eric —respondió Juan—. ¿Qué pasa?

—Eh... acabamos de recibir noticias de la empresa de helicópteros.

—Supongo que no son buenas.

—No, señor. Lo siento. No hay nada en las coordenadas que les dimos. Dicen que el piloto sobrevoló la zona directamente. Juan bajó las piernas de la cama.

Si no la habían llevado a una plataforma, entonces Linda había sido transportada a un barco. Un barco que les sacaba días de ventaja, y no tenían ni idea de cuál era su rumbo. Para el caso, Linda estaba perdida.

—¿Cuándo tendréis mejores fotografías por satélite del área? —preguntó tras una breve pausa.

—Bueno... eh... en realidad no hemos hecho nada. El helicóptero era nuestra mejor baza.

—Tienes razón, lo sé, pero dame el capricho. Busca imágenes recientes de todos modos. Podría haber alguna pista. Quizá la subieron a bordo de algún tipo de petrolero. Si ese es el caso, al menos sabemos qué aguja buscamos en el pajar del Pacífico.

—De acuerdo.

—Stone estaba a punto de colgar, cuando se acordó de que su informe no estaba completo. Al igual que les sucedía a los demás, era reacio a admitir la derrota—. Seguimos sin tener nada sobre Croissard, y en cuanto a Smith, ya podemos ir olvidándonos de él. Después de una rápida visita a los archivos de la Legión Extranjera hemos descubierto que hay aproximadamente catorce mil John Smith que han servido en la unidad durante los últimos quince años. Es un
nom de guerre
muy popular.

—Ya me lo imaginaba —reconoció Juan—, pero tenemos que intentar todo lo que se nos ocurra. Mantenme informado. Después de darse una ducha rápida, Cabrillo se pasó por la enfermería. MacD Lawless estaba tumbado en una cama de hospital estándar rodeado por parte del equipo de salvamento más avanzado que existía. Un monitor cardíaco pitaba con una fuerte y acompasada cadencia. Respiraba sin ayuda, pero le habían colocado una cánula de plástico alrededor de las orejas y bajo la nariz para insuflarle oxígeno puro.

Juan reparó en que los moratones de Lawless se estaban difuminando con rapidez y que la mayor parte de la hinchazón había desaparecido. Además de ser guapo, aquel tipo tenía la constitución de un buey. Hux rodeó la cortina que separaba a MacD del resto de la prístina sala médica. Como de costumbre, llevaba el cabello recogido en una coleta y vestía una bata blanca. Tenía la expresión inescrutable de un médico.

—¿Cómo está? —preguntó Juan tratando de no parecer serio en exceso. Julia esbozó una deslumbrante sonrisa que iluminó la ya bien iluminada habitación.

—Dormido.

—Lo sé. Lleva en coma desde...

—No —se apresuró a interrumpirle—. Salió del coma hace unas tres horas. Ahora solo está dormido. Fuera cual fuese la razón, no había un solo médico en todo el mundo al que le molestara despertar a un paciente por mucho que su cuerpo necesitase descansar. Julia Huxley no era diferente. Meneó con suavidad el hombro de MacD hasta que sus párpados se abrieron. Sus ojos verde jade miraron al vacío hasta que pudo enfocar la vista.

—¿Cómo lo llevas? —preguntó Juan con afecto.

—Genial —respondió MacD, con voz ronca—. Tío, deberías ver cómo quedó el otro.

—Lo vi. Tenía los nudillos más destrozados que he visto. Lawless comenzó a reír entre dientes, pero el dolor le hizo gemir.

—No me hagas reír. Duele demasiado. —MacD se puso serio al recordar con quién estaba hablando y que se había derrumbado bajo la tortura de Soe Than—. Lo siento, Juan. Lo siento mucho. No tenía ni idea de que iba a ser tan doloroso.

—No te preocupes por eso. Lo único que revelaste fue mi nombre y el nombre del barco... un nombre que raras veces figura en la popa. Si no les hubieras dicho quién era yo, el gobierno chino no habría hecho un trato para llevarnos a Pekín y Eddie no habría podido descubrir la forma de rescatar nuestros patéticos traseros. Nos has salvado la vida sin ser consciente de ello.

Lawless no parecía convencido, como si encontrara imposible que hubiera algo positivo en todo aquello.

—En serio —prosiguió Cabrillo—. Si no le hubieras contado a Than lo que le contaste ahora estaríamos los dos en una prisión china, enfrentándonos a cadena perpetua. Puedo entender que quieras sentirte mal por venirte abajo, pero también tienes que admitir que al hacerlo posibilitaste que escapáramos. Toda mala situación tiene su lado positivo. Lo que tienes que decidir es con cuál de los dos te quedas. Elige mal y no me servirás para nada. ¿De acuerdo? MacD sorbió por la nariz para aclararse la garganta.

—Entendido. Y gracias. No lo había visto desde esa perspectiva. Parece que es la segunda vez que te salvo la vida.

—Intentó sonreír, pero solo logró hacer una mueca. Juan sabía que Lawless se repondría y también que contratarle había sido lo más inteligente que había hecho en mucho tiempo.

—Descansa un poco. Estamos intentando localizar a Linda, así que dentro de unos días esto no será más que otra historia que contar mientras te bebes una copa.

—¿Qué? Espera... ¿Estáis siguiendo la pista de Linda?

—Todos los agentes de la Corporación llevamos un chip localizador en el muslo. Funciona biométricamente y los satélites pueden verlo. Ahora mismo vamos rumbo a Brunei. El último lugar desde el que transmitió el chip. La recuperaremos. No hay de qué preocuparse.

—No hay de qué preocuparse —repitió MacD. Juan hizo una señal a Hux y salió de la enfermería.

14

El
Oregon
avanzó a toda máquina, impulsado por su impaciente capitán tanto como por sus extraordinarios motores. Fue una suerte para ellos que el mar continuara en calma, pues dada la velocidad a la que navegaban la travesía habría sido aterradora de haberse encontrado con marejada.

Normalmente el carguero evitaba las rutas directas para que ningún velero que pasara sospechara sus auténticas capacidades, pero esta vez no. A Cabrillo le traía al fresco quién los viera surcar las olas a más de cuarenta nudos. Intentaron contactar con ellos varias veces, sobre todo operadores de radio que querían saber qué o quiénes eran. Siguiendo las órdenes del director, el
Oregon
no estableció comunicación por radio con nadie. El único esfuerzo por simular cierta normalidad fue el falso humo que salía de la única chimenea del barco. La mayoría de los marineros que lo veían pasar daban por supuesto que el viejo carguero había sido modernizado con turbinas de gas.

Juan estaba sentado en el centro de operaciones, con el brazo en cabestrillo, contemplando el mar en el gran monitor. A su derecha, un gran repetidor de radar le mostraba el tráfico marítimo en las cercanías. El estrecho de Malaca era quizá la ruta más transitada del mundo, y esas condiciones, que rayaban en la congestión marítima, habían obligado al
Oregon
a utilizar solo una mínima parte de su potencia. No era su turno de guardia normal.

Eran las ocho en punto de la tarde y el tercer turno había ocupado sus puestos. El sol se estaba poniendo rápidamente a popa, tornando el mar en una ondeante sábana de cobre bruñido. Cuando se ocultara del todo, la navegación sería aún más lenta. Los grandes buques cargueros y los petroleros contaban con modernos sistemas de ayuda a la navegación y podían mantener la velocidad casi en cualquier condición. El retraso lo provocarían las docenas de barcos de pesca y de pequeñas embarcaciones costeras que tendrían que sortear. Su único consuelo era que se estaban acercando al final del angosto estrecho. Una vez alcanzaran otra vez mar abierto, podría dar rienda suelta a su amado barco y aumentar la potencia de sus motores magnetohidrodinámicos aún más.

—Buenas noches a todos. —Julia se anunció al entrar en la sala de operaciones desde un pasillo al fondo de la estancia. Empujaba una silla de ruedas en la que iba sentado MacD Lawless, ataviado con un uniforme de hospital—. Le estoy dando un breve tour a mi paciente. Acuérdate de que lo único que vio la vez anterior fue el corredor al fondo del comedor, Juan.

—¡Vaya! —exclamó Lawless con los ojos como platos—. Esto es como el puente de mando de la
Enterprise
. Ahí es donde se sienta Chris Pine.

—¿Quién? —preguntó Cabrillo.

—Chris Pine. Hace de Kirk en las pelis. Juan prefirió dejar pasar el comentario para no revelar lo desfasado que estaba.

—¿Cómo estás?

—Volviéndome loco, para ser sincero —dijo con voz lánguida—. La mente está dispuesta, pero la carne es débil. No soporto pasarme todo el día en la cama sin hacer nada. En fin, ¿dónde estamos?

—En el estrecho de Malaca.

—Vamos a buen ritmo —comentó Lawless.

—Esta preciosa antigualla esconde un as en la manga, aunque ahora mismo navegamos por debajo de los quince nudos por culpa del maldito tráfico. Lawless estudió la imagen de la pantalla.

—Se parece a la Interestatal 10.

—Me crié en California —le dijo Juan—. No sabes lo que es el tráfico hasta que no has visto la 405. Bueno, ¿qué más te ha enseñado Julia? —Vuestro comedor, y debo decir que es lo más chic que he visto en mi vida. Mmm... la piscina, que es impresionante; el gimnasio; algunos de los camarotes de la tripulación. ¿Qué más? El garaje para embarcaciones y el hangar.

—No has visto ni la mitad. Abajo, en la quilla, hay escotillas que se abren al mar desde las que se puede lanzar y recoger submarinos, y el
Oregon
tiene mayor potencia de fuego que casi cualquier otro barco.

—No me fastidies la visita —intervino Julia.

—Cuando estés mejor —añadió Juan— hablaremos sobre tu camarote. Ahora mismo está vacío, pero empieza a pensar en cómo quieres decorarlo y nos ocuparemos de ello.

—He estado viviendo con otro puñado de agentes en un antiguo taller de coches en Kabul y antes de eso el alojamiento corría por cuenta del Tío Sam. No tengo ni idea de decoración.

—Díselo a Linc. Él eligió un catre y una taquilla e invirtió el resto de sus dietas en una Harley Fat Boy que guarda en la bodega.

—Me gusta su estilo.

—Puedes formar tu banda de motoristas más tarde. Ahora mismo pienso llevarte de vuelta a la enfermería —terció Julia.

—Sí, señora —respondió Lawless, poniendo voz enfurruñada como un niño desobediente, y le guiñó un ojo a Cabrillo. Eric Stone y Mark Murphy irrumpieron en la sala en ese preciso momento.

—Director, lo tenemos —dijeron al unísono. Ninguno parecía haber dormido demasiado en las últimas treinta horas.

—¿Qué tenéis? —Buenas noches a todos —se despidió MacD cuando Hux se lo llevaba fuera de la sala.

—Hay una plataforma petrolífera allí —replicó Eric. Llevaba un portátil abierto en los brazos, que dejó sobre un equipo libre. Una imagen aérea de una plataforma apareció en el monitor principal en cuestión de segundos.

Los detalles estaban borrosos porque estaba tomada desde muy cerca, pero Juan pudo ver una pista de aterrizaje colgando a un lado de la plataforma y distinguió la sombra de su alta torre de perforación sobre la cubierta. Estimaba que tendría un área de cuatro mil metros cuadrados.

—Su nombre es J-61 y hace años que no se utiliza.

—¿De quién es? —Pertenece a empresas pantalla. Mark y yo seguimos trabajando para atravesar el muro corporativo.

—¿Cuenta con autopropulsión?

—No. Es semisumergible, sin ninguna clase de propulsión. Para trasladarla tienen que remolcarla.

—Sabemos muy bien que la han trasladado —aseveró Juan, clavando la mirada en la pantalla, como si una imagen vía satélite pudiera darle respuestas—. La única cuestión es cuándo. Mark se sirvió un café.

—Serían necesarios al menos dos remolcadores para mover una plataforma de esas dimensiones. Estamos comprobando todas las grandes empresas para ver la ubicación actual de sus barcos de mayor tamaño. Hasta ahora no hemos encontrado ninguno que haya estado recientemente en la zona.

—¿Tiene Croissard alguna conexión con capitanes de remolcadores?

—No lo creo —replicó Mark—. Sé que no tiene negocios de explotación de crudo ni de gas.

—Verificadlo —ordenó Juan. Pensó en todo lo que entrañaría trasladar una estructura de esas dimensiones. Si Linda se encontraba allí hacía solo un par de días y ahora la plataforma ya no estaba, Croissard se movía deprisa.

BOOK: La selva
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