La selva (28 page)

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Authors: Clive Cussler,Jack du Brul

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: La selva
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—No lo sé. Sigue sin responder. Continuaron río abajo, cruzando como un rayo por debajo de otros dos puentes. La ciudad pasaba de largo a su izquierda; muelles de carga, fábricas de cemento, embarcaderos, y por fin dejaron atrás el centro financiero, con su multitud de edificios de oficinas y apartamentos. Habían enviado una lancha de la policía a interceptarles.

Juan vio luces azules parpadeando en su radar, surcando las olas a su encuentro. Si aquello era lo mejor que tenía la ciudad, era patético. Calculó los vectores mientras la motora se aproximaba hacia ellos y se percató de que pasaría unos noventa metros por detrás de la
Liberty
. Reconoció el mérito del capitán por su esfuerzo, porque aun siendo obvio que no tenían la más mínima posibilidad de alcanzar la hidrofoil, mantuvo los dos fueraborda a toda máquina para después virar y seguir la estela de la lancha a la distancia exacta que Juan había estimado.

Los persiguió durante casi un kilómetro, mientras la brecha aumentaba por segundos, y acabó admitiendo su derrota y dándose por vencido. Juan le saludó con la mano como si quisiera agradecerle su esfuerzo. El río fue ensanchándose a medida que se aproximaban al mar, hasta que las frondosas riberas no fueron más que dos borrones lejanos. También se volvió cada vez más fangoso, ya que la acción de la marea y las olas del océano removían los sedimentos del fondo.

El tráfico disminuyó y solo se encontraron con algún que otro carguero y barco de pesca. Juan sabía que lo más inteligente era reducir la velocidad y actuar como cualquier embarcación de por allí, pero no había olvidado que la Marina estaba buscando al
Oregon
por mar y aire, por lo que cuanto más rápido llegaran al punto de encuentro, antes podría ponerlos a todos a salvo más allá del horizonte. Julia regresó con una radio, ya que la de Eddie se había mojado en el canal. Juan llamó al barco a través de una frecuencia preprogramada.


Breico
para QTC, aquí Pato de Goma, responde.

—Pato de Goma, aquí Pig Pen, 10-4.

—Max, me alegro de oír tu voz. Casi hemos llegado a la desembocadura del río Yangon. ¿QTH?

En respuesta a su pregunta, Hanley leyó en voz alta las coordenadas GPS de su situación, que Eddie apuntó y luego introdujo a la inversa en el ordenador de navegación de la
Liberty
. Era un sencillo truco por si acaso alguien que entendiera la jerga de radio CB estaba pendiente de ellos.

—Estaremos ahí en unos veinte minutos —respondió Juan cuando en la pantalla apareció la hora estimada de llegada.

—Bien, porque dentro de veinticinco tendremos encima a uno de los destructores clase Hainan de fabricación china de la Armada birmana. Está equipado con cañones y misiles antibuques a popa. Hemos estado divisando helicópteros durante la última hora. No hemos derribado ninguno porque nadie nos ha disparado, pero las cosas van a ponerse muy feas a no tardar mucho.

—Te copio, colega. Se acerca una patrullera. Más vale que nos metamos en el garaje y hundamos la
Liberty
.

—Buen plan, siempre que no tengamos un percance y nos hundamos con una lancha salvavidas de menos.

—No temas —dijo Juan con su típica chulería—. Ah, y da la alerta de que tenemos un caso de trauma craneal. Ten preparada una camilla. La policía secreta dejó a MacD hecho un cuadro en la prisión. Cabrillo aceleró para comprobar si lograba exprimir otro poco el motor de la
Liberty
, pero ya no daba más.

El aire perdió gran parte de la humedad y se volvió más refrescante una vez que pasaron del río al océano. El mar seguía en calma, de modo que Juan pudo mantener los alerones desplegados y deslizarse por la superficie. Los siguientes quince minutos pasaron sin novedad, pero Cabrillo divisó algo en la lejanía, una mancha flotando justo sobre el horizonte que tardó en materializarse en otro helicóptero Mil dirigiéndose a gran velocidad hacia ellos.

El gran aparato volaba a menos de doscientos metros de altura cuando les pasó por encima, el rugido de sus rotores sonaba igual que el restallido de un trueno. El piloto debió de realizar una identificación positiva satisfactoria, puesto que cuando viró la puerta estaba abierta y había un par de soldados de pie con los AK preparados. Chispas de luz saltaban de la boca de los cañones y un aluvión de proyectiles llovió desde el cielo.

No hicieron blanco gracias a la velocidad con que se desarrollaba la persecución, pero la cantidad de munición arrojada era pasmosa. El techo sin blindar de la
Liberty
se llenó a agujeros mientras en la timonera volaban trozos de fibra de vidrio sobre Eddie y Cabrillo. Eddie abrió fuego sobre el helicóptero y logró alcanzarlo.

Un chorro de sangre salpicó la luna del copiloto. Juan movió la lancha en zigzag, sacrificando algo de velocidad para evitar otro asalto letal.

—Mi reino por un misil Stinger —dijo Eddie. Cabrillo asintió con desaliento.

—Pato de Goma, tenemos un pájaro en el radar casi en vuestra posición —informó Max por la radio.

—Lo tenemos justo encima. ¿Podéis hacer algo?

—Aguantad un par de minutos.

—Entendido. El helicóptero se dispuso a abrir fuego después de que los soldados hubieran cargado las armas de nuevo. Juan giró en seco a estribor, deslizándose sobre las olas como una piedra sobre el agua, a punto de arrancar de cuajo las aletas submarinas.

Aquella rápida maniobra colocó la lancha justo debajo del helicóptero privando al tirador de un blanco claro. A continuación Cabrillo imitó cada viraje que realizó el piloto para intentar sacarlos del punto ciego.

Eddie se colocó el FN contra el hombro y abrió fuego, perforando la panza del aparato una docena de veces. Esta vez fue el helicóptero el que se vio forzado a replegarse. Se elevó a una altitud de unos sesenta metros y se alejó más de mil a estribor de la
Liberty
.

El piloto mantuvo la velocidad, aunque no mostró interés por acercarse. Aquel último ataque les había costado caro. En ese momento vieron aproximarse a lo lejos algo borroso que rasgaba el aire como un rayo.

Habían programado la Gatling del
Oregon
para que soltara una descarga de mil proyectiles por minuto. Habida cuenta de la distancia, no se trataba de disparos individuales, sino de un sólido muro de balas de tungsteno a velocidad hipersónica.

Su sistema de radar era tan preciso que los proyectiles se acercaron a sesenta centímetros del rotor del aparato sin impactar contra él. De haberlo querido, podrían haber derribado el helicóptero como si fuera un meteorito de aluminio, pero aquella asombrosa demostración de poder fue más que suficiente.

El Mil retrocedió de forma abrupta y enseguida desapareció. Un momento después, Juan avistó el
Oregon
, que aguardaba con paciencia a sus díscolos hijos.

Pese a las capas y parches de pintura naval y a las estelas de óxido hábilmente aplicadas, no había nada más hermoso para él en el mundo entero. La puerta de la bodega donde se almacenaban las lanchas estaba abierta junto a la línea de flotación a estribor. Mientras Eddie se preparaba para abrir las válvulas y enviar la
Liberty
a la tumba acuática que no merecía, Juan detuvo la nave con suavidad.

Max estaba en la rampa con dos ayudantes de la enfermería y una camilla para MacD. Detrás de ellos había una segunda lancha neumática de asalto como la que habían abandonado en la selva. Se encontraba sobre una plataforma que podía lanzarla desde el barco utilizando émbolos hidráulicos. Juan le arrojó un cabo a Hanley, que este ató a una cornamusa.

—Me alegro de verte.

—Y yo me alegro de estar de vuelta —replicó Juan con un agotamiento que le calaba los huesos—. Amigo mío, esto ha sido una pesadilla desde el principio.

—Amén a eso —convino Hanley. Los camilleros subieron a la lancha llevando una tabla de inmovilización para estabilizar a Lawless y prevenir daños mayores. Actuaron con rapidez, pues sabían que en cuestión de minutos se enzarzarían en una batalla con los mejores cañoneros de Myanmar. Una vez que se llevaron a MacD de camino a la enfermería, con Julia a su lado, Eddie abrió las válvulas y saltó de la lancha.

—Lo siento —se despidió Juan, y palmeó la brazola de la escotilla de la
Liberty
antes de saltar también él. Max presionó un botón del intercomunicador que conectaba con el centro de operaciones.

—A toda máquina, Eric. No nos queda tiempo. Entonces se escuchó un estruendo al otro lado del mar, seguido por el estridente silbido de un misil de artillería en vuelo y una explosión de agua a unos veintisiete metros más allá de la
Liberty
. Hanley estaba en lo cierto: se les había acabado el tiempo. Casi de inmediato un segundo misil pasó por el otro flanco del carguero. El
Oregon
había sido localizado.

13

En las entrañas del casco, los revolucionarios motores se apresuraron a cumplir la orden dada por Eric Stone. Los magnetos superrefrigerados recubiertos de nitrógeno líquido comenzaron a liberar electrones del agua de mar que era absorbida a través de los tubos impulsores, creando una increíble cantidad de electricidad que era transformada en potencia por los propulsores. Como un purasangre que pasa de estar parado a correr a todo galope, el
Oregon
despegó dejando tras de sí una blanca y espumosa estela.

El chirrido de los criopropulsores pronto se convirtió en ultrasonido, imposible de detectar por el oído humano. Una tercera explosión rasgó el aire y un proyectil impactó en el océano en el punto exacto donde momentos antes había estado el carguero. La detonación levantó una gigantesca columna de agua que quedó suspendida en el aire durante lo que pareció una eternidad antes de caer de nuevo con toda su fuerza. La primera orden de Cabrillo cuando entró cojeando en el centro de mando con la ayuda de Max fue enviar a un tripulante a su camarote a por su otra pierna protésica. La estancia era un hervidero de energía que cargaba el aire de electricidad.

Eric Stone y Mark Murphy ocupaban sus puestos de costumbre. Hali Kasim se encontraba a la derecha, monitorizando las transmisiones, y Linc se había hecho cargo del radar, que por lo general manejaba Linda Ross cuando el barco se enfrentaba al peligro. Gomez Adams se encontraba en un ordenador libre, realizando una exploración aérea de la zona. El avión espía, que en realidad no era más que un avión a control remoto de gran tamaño, estaba equipado con una minicámara de alta definición que tomaba unas increíbles fotografías a tiempo real.

—Informe de la situación —ordenó Juan cuando ocupó el sillón del capitán Kirk.

—Un solo destructor clase Hainan a casi seis millas a babor y acercándose a unos catorce nudos —informó Eric.

—Armamento, ¿cómo vamos?

—Así era como Cabrillo se dirigía siempre a quienquiera que estuviera al frente del arsenal del
Oregon
, que solía ser Murphy.

—Tengo un misil Exocet en posición, y he desplegado el cañón de ciento veinte milímetros. Además tengo dos Gatling a punto para la defensa antimisiles.

Los Exocet se lanzaban mediante lanzamisiles montados en la cubierta con trampillas ideadas para dar la apariencia de ser simples ojos de buey desmontables. Las Gatling estaban acopladas en el casco y protegidas por escotillas metálicas que podían deslizarse. El gran cañón, que utilizaba el mismo sistema de disparo que el arma primaria del carro de combate
M1A1 Abrams
, estaba alojado en proa.

Unas grandes puertas se abrían hacia afuera y el arma se desplegaba sobre un carro hidráulico con un ángulo de giro de casi ciento ochenta grados. La única pega era que había que desconectar el sistema automático de carga de la ametralladora al llegar al tope de su recorrido. En la pantalla principal tenían una imagen aérea del barco birmano cortando las olas.

Cada pocos segundos, lo que parecía ser una bola de algodón salía disparada en dirección al
Oregon
de uno de los cañones gemelos de las armas montadas en la torreta. El barco tenía más de cincuenta y tres metros de eslora, con la popa en punta y una superestructura de forma cuadrada. La resolución era lo bastante nítida como para ver que la nave parecía no dar más de sí.

Cabrillo repasó de cabeza las características del cañonero de fabricación china y gruñó en voz alta al ver que tenía una velocidad máxima de casi más de treinta nudos.

El
Oregon
podía superarla, pero estaría al alcance de sus armas durante un incómodo intervalo de tiempo.

—Espera, ¿a qué velocidad diríais que se aproxima? —preguntó.

—A una velocidad constante de catorce nudos.

—Me encanta el Tercer Mundo —exclamó Juan—. No disponen del dinero para mantener la maquinaria en óptimo estado. Me apuesto lo que quieras a que esa es la máxima velocidad que pueden alcanzar. Una alarma se disparó en el radar.

—Nos tiene a tiro —advirtió Linc.

—¡Intercéptalo!

—Detectado misil lanzado.

—¿Murphy?

—Lo tengo. La Gatling de babor, que disponía de su propio radar, exploró el cielo y divisó el enorme misil que se dirigía hacia ellos a ras de las olas.

Con su cabeza cargada con ciento treinta y cinco kilos de explosivo, el proyectil abriría un agujero en el
Oregon
lo bastante grande como para rivalizar con el que había perforado el
USS Cole
. El ordenador de la Gatling calculó la amenaza, ajustó el blanco ligeramente y descargó una ráfaga de cuatro segundos. El sonido de los disparos se asemejaba más al de algún tipo de sierra mecánica. Era el sonido de la destrucción a escala industrial.

Al mismo tiempo, los lanzacohetes arrojaron una cortina de confeti de brillantes colores que dificultaba que el enemigo detectara al
Oregon
en caso de que la Gatling no consiguiera interceptar el misil. Y también bengalas luminiscentes con la finalidad de confundir las capacidades de localización térmica, al estilo de una exhibición de fuegos artificiales del Cuatro de Julio. El misil mantuvo la trayectoria y se topó con el fuego de la Gatling cuando ya había recorrido casi tres millas.

Doscientas setenta y seis balas erraron completamente el blanco y se precipitaron inexorablemente al mar al perder impulso. Pero una sí alcanzó el misil, haciéndolo explotar. Una alargada lengua de fuego erupcionó en el cielo cuando la carga estalló y los restos de combustible sólido del misil detonaron con gran violencia. Pero la batalla no terminó ahí.

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