—Lo sé, pero hay muchísimos más motocarros que furgonetas blancas. Toma. Había un sombrero de paja colgando del manillar. Eddie se lo pasó a Juan, que se lo puso en la cabeza. A pesar de los rodeos, Eddie parecía conocer el camino, y no tardaron en circular por una carretera que corría paralela al río.
Finalmente encontraron el desvío hacia la Hlaing River Road y el puente que cruzaba el río. Habían subido un tercio del arco del puente, cuando el motocarro redujo la marcha a paso de caracol. La hilera de vehículos detrás de ellos se puso a tocar el claxon al unísono. Julia saltó por encima del asiento de atrás, y sin su peso y poniéndose a empujar con todas sus fuerzas lograron coronar el puente y descender lentamente hasta la otra orilla.
—Solo quedan algo más de tres kilómetros —les informó Eddie. Todos se sintieron un tanto aliviados de estar a las afueras de la ciudad propiamente dicha.
En aquel lado del río no había atascos e incluso encontraron campo abierto. Se dirigieron hacia el sur, pasando un pantano a la derecha y unas instalaciones industriales que lindaban con el río a la izquierda. Algunos de los almacenes parecían abandonados, la cubierta metálica se desprendía de sus estructuras.
Familias sin medios se apiñaban en torno a ellos, utilizándolos como hogares provisionales.
—Joder —dijo Eddie. Delante de ellos, atravesando el bosquecillo de un manglar, había un corto canal que se internaba en la ribera para que los barcos pesqueros pudieran amarrar en el embarcadero sin que la corriente principal los golpeara.
Había un conjunto de amplios edificios a su alrededor, que en otros tiempos fueron una fábrica de conservas. Ahora era una ruina herrumbrosa con el tejado hundido, y la fábrica construida junto al canal de noventa y un metros de anchura no era más que madera podrida.
La
Liberty
estaba parcialmente oculta debajo del muelle; la parte superior de su cubierta, por lo general de color naranja, estaba pintada de color negro mate.
Lo que había alterado a Seng era la patrulla costera que merodeaba a unos nueve metros de la
Liberty
, con un tripulante en cubierta apuntando a la embarcación con un fusil. Además, había un coche de la policía estacionado en el aparcamiento de la fábrica, y dos oficiales se dirigían hacia la lancha con las armas desenfundadas. Eddie pasó de largo el desvío hacia la fábrica y tomó el siguiente camino de acceso, que resultó ser el de otro almacén abandonado. Una mujer mayor con un vestido andrajoso estaba cocinando en una fogata y no se molestó en apartar la vista de su tarea.
—¿Qué opinas? —preguntó Eddie. Cabrillo consideró la situación. La policía no tardaría en descubrir que no había nadie a bordo, y dado que el motor era a prueba de manipulaciones, remolcarían la lancha detrás del barco patrulla de quince metros de eslora. Tenían que actuar con rapidez. Juan se desató la bota y se quitó el calcetín.
—¡Puag! —exclamó Julia ante el tufo.
—Agradece que no tienes el viento a favor —bromeó—. Eddie, vas a tener que cargar con MacD. Con el hombro roto, yo no puedo hacerlo y correr al mismo tiempo.
—Si bien Eddie no era un tipo demasiado corpulento, haber estudiado artes marciales durante toda la vida le había proporcionando una fuerza extraordinaria—. Julia, tú ve con Eddie. Arrancad la lancha lo más rápido que podáis y reunios conmigo al final del canal. Ah, y necesito un mechero. Eddie le lanzó un Zippo.
—¿Qué vas a hacer? —Una distracción creativa. Juan se apeó del motocarro y rodeó el vehículo para desenroscar el tapón del depósito de combustible, lleno en tres cuartas partes. Introdujo el calcetín en el tanque y enseguida la gasolina caló las fibras de algodón. Pasaron de nuevo al lado de la fábrica, esta vez con Juan al volante, y justo cuando perdieron de vista el coche de la policía gracias al manglar, se detuvo para que los otros tres se bajaran. La expresión de Eddie no cambió cuando se cargó al hombro el peso muerto de MacD.
—Te daré diez minutos para que te acerques todo lo que puedas. Para entonces la poli habrá enfundado las armas y el tipo de la ametralladora estará relajado. Entre el equipo de la Corporación desearse buena suerte era de mal agüero, así que se separaron sin decir más. Julia y Eddie se adentraron en el manglar, el agua les llegaba hasta las rodillas mientras lo atravesaban, y pronto se perdieron de vista. Juan no llevaba reloj, pero su mecanismo interior funcionaba con la precisión de una maquinaria suiza. Les dio un margen de cinco minutos exactos antes de pisar la palanca de arranque.
El motocarro se negó a ponerse en marcha. Lo intentó un par de veces más, con igual resultado.
—Vamos, jodido cacharro. Probó una vez más. Cada vez que hacía fuerza con la pierna, los extremos de la fractura de la clavícula chocaban entre sí. Temía haber ahogado el motor, de modo que esperó unos segundos antes de emprender de nuevo la tarea.
Obtuvo el mismo resultado. Calculó mentalmente que la patrulla marítima estaría asegurando el cable de remolcar a la proa de la
Liberty
y que los policías se encaminaban ya hacia su coche.
—De acuerdo, mi pequeño y precioso motocarro, colabora con el viejo Tío Juan y te prometo que te trataré con dulzura. Daba la impresión de que el vehículo conocía cuál iba a ser su destino y que no deseaba saber nada al respecto. Entonces el motor arrancó al décimo intento. Juan acarició el depósito de combustible con ternura—. Buen chico.
Al no tener un pie con el que pisar el acelerador, tuvo que agacharse y hacerlo de forma manual a la vez que soltaba el embrague. El motocarro estuvo a punto de calarse, pero el motor siguió encendido. Tan pronto como pudo, metió segunda, y cuando cruzó la verja de la fábrica iba ya en tercera.
La policía estaba en el muelle en tanto que la patrulla marítima retrocedía hacia la
Liberty
. Con la mente puesta en su objetivo, ninguno de ellos prestó atención al zumbido del motocarro que entraba en el complejo. Juan llegó hasta el coche aparcado, cuya única sirena continuaba parpadeando, antes de que uno de los oficiales regresara para ver qué estaba pasando. Cabrillo se apeó con sigilo, encendió la mecha empapada de gasolina que sobresalía del depósito y comenzó a arrastrarse como un soldado lo más rápido que pudo. El calcetín ardió en un instante haciendo detonar la gasolina segundos después.
Juan sintió el abrasador calor en la espalda cuando la deflagración erupcionó como si fuera un volcán en miniatura. Si hubiera corrido, el impacto le habría derribado, pero al desplazarse reptando como una serpiente no le afectó lo más mínimo. El motocarro voló en mil pedazos como una granada, los trozos perforaron la parte trasera del lateral del coche patrulla.
El vehículo empezó a perder combustible, alimentando una deflagración aún mayor que la primera. La mitad posterior del vehículo se elevó a más de un metro y medio en el aire antes de estrellarse de nuevo contra el hormigón, con tanta fuerza que partió el chasis. El policía que había abandonado el muelle para investigar la llegada del motocarro salió despedido tres metros hacia atrás. Juan continuó avanzando sin detenerse, inadvertido entre los cascotes diseminados por el aparcamiento al aire libre y los matorrales de hierbas y matas que crecían en las grietas del pavimento.
Cada vez que movía el brazo herido, de sus labios escapaba un quejido de dolor. En el canal, Julia y Eddie, llevando a cuestas a MacD inconsciente, se habían amparado en el muelle para llegar hasta la
Liberty
después de atravesar en manglar. La lancha salvavidas era lo bastante grande como para acomodar a cuarenta pasajeros dentro de la cabina.
Contaba con dos puentes de mando. Uno, un panel completo encastrado en la proa; el otro, un timón en la popa, con una puerta que se abría al interior del casco. Una hilera de estrechas ventanas rodeaba la cabina, y había otra escotilla que proporcionaba acceso a la parte posterior del puente.
Estaba situada a baja altura, lo que permitió a Julia mantenerse a flote mientras manipulaba la cerradura. La abrió en cuanto el motocarro hizo explosión. Batiendo las piernas y ayudándose con los brazos logró meterse por la escotilla. Entretanto, a doce metros de distancia y a plena vista, los cuatro hombres del barco patrulla observaban los fuegos artificiales sin prestar la menor atención a la lancha. La escaramuza de distracción de Juan estaba funcionando a la perfección.
Para cuando explotó el coche de la policía, Eddie ya había subido a MacD a bordo y él casi estaba dentro. El interior tenía el techo bajo, pero estaba bien iluminado.
Todos los asientos disponían de arneses con tres puntos de anclaje para los pasajeros, semejantes a los de las montañas rusas, porque durante una tempestad en alta mar la
Liberty
podía dar una vuelta completa y volver a su posición. Julia fue derecha al puente de mando mientras Eddie se inclinaba sobre la trampilla del pantoque para coger un largo tubo de plástico sujeto a las húmedas y frías entrañas de la nave.
Los motores gemelos cobraron vida y Julia no les dio tiempo a calentarse antes de empujar el acelerador. La brutal aceleración hizo tambalearse a Eddie, aunque mantuvo el equilibrio. En cuanto se afianzó sobre el suelo desenroscó un extremo del tubo y sacó un FN FAL, un magnífico rifle de asalto belga, y dos cargadores.
Nadie sabía en realidad por qué Max había guardado un arma como esa en una lancha, pero Eddie se sentía agradecido, pues una vez que tuviera al director a bordo, sabía que la lucha no habría terminado ni mucho menos. Metió uno de los cargadores y se unió a Julia en la timonera.
Rozó adrede el bote patrulla al pasar como un rayo por su lado, haciendo que algo de pintura se desprendiera de ambas embarcaciones y, más importante aún, arrojando al canal al tipo que controlaba la ametralladora.
Le dejaron atrás mientras otro tripulante se ponía a los mandos del arma. En cuestión de segundos se aproximaron al pequeño promontorio al final del canal artificial, pero no había rastro de Cabrillo por ninguna parte y el barco patrulla ya estaba virando para salir en su persecución.
Juan apareció de repente de detrás de un barril volcado. Su rostro era la viva imagen de la determinación, pese a que presentaba un aspecto ridículo saltando a la pata coja para llegar a la lancha. Con cada salto avanzaba más de un metro, y tenía un equilibrio tan bueno que apenas se detenía entre uno y otro. Eddie corrió a popa para abrir la escotilla superior, y en cuanto asomó la cabeza disparó a la patrulla.
El agua salpicó con violencia alrededor del casco negro de la embarcación obligando a los hombres a buscar cobijo. Julia redujo la marcha, pero no apagó el motor del todo cuando llegó a la altura de Cabrillo. Este hizo acopio de fuerzas para dar un salto más y cruzó el espacio entre la costa y la lancha, aterrizando desmañadamente sobre la cubierta superior. Julia aceleró en cuanto lo oyó caer. La
Liberty
tenía tal aceleración que si Eddie no lo hubiera agarrado, Juan habría caído por la popa.
—Gracias —resolló Cabrillo. Ocupó el asiento que no era más que un tablón acolchado para el trasero y se frotó el muslo. El músculo le ardía por la acumulación de ácido láctico. Sacaban al menos noventa metros de ventaja a sus perseguidores, aunque la patrullera ganaba velocidad ahora que no estaban bajo fuego enemigo. El espacio se redujo con engañosa rapidez.
El marinero que manejaba la ametralladora se inclinó para apuntar. Juan y Eddie se agacharon un segundo después de que abriera fuego.
Las balas arrasaron el mar a babor y seguidamente acribillaron el mamparo de popa perforando la fibra de vidrio. Julia hizo una maniobra de amago para evitar que los alcanzaran, si bien eso les costó perder velocidad, y el margen se redujo un poco más. Eddie se levantó y abrió fuego. Esta vez apuntó para hacer blanco, pero una lancha no era la mejor plataforma de tiro ni siquiera en un río tranquilo, y sus disparos se desviaron demasiado. El tráfico en la zona era denso; había grandes barcazas atoando y todo tipo de embarcaciones, desde pequeños esquifes hasta cargueros de más de ciento cincuenta metros de eslora.
Las dos lanchas corrían como si de una competición se tratara. El patrón birmano sabía que tenía mayor velocidad que la horrorosa lancha salvavidas, pero no podía acercarse demasiado al radio de alcance de sus armas. Aquella situación se mantuvo durante casi dos kilómetros mientras ambas embarcaciones trataban de obtener ventaja utilizando los otros barcos como obstáculos en movimiento.
—Ya basta —dijo Juan cuando se sintió lo bastante descansado. Asomó la cabeza dentro de la cabina y gritó por encima del estruendo del motor—. Julia, yo me hago cargo.
—De acuerdo. Tengo que ver cómo está MacD. Esto no le hace ningún bien. El timón de popa era sencillo, salvo por un interruptor oculto debajo del panel de control. Cabrillo echó un vistazo al indicador de velocidad y vio que iban lo bastante rápido.
Apretó el botón. Se desplegaron una serie de alerones y aletas bajo el casco, activados mediante un sistema hidráulico, que cortaban el agua sin oponer la menor resistencia. El casco emergió hasta que solo los alerones y el motor estuvieron en contacto con el río.
La aceleración doblaba cualquiera que hubieran experimentado antes, y la hidrofoil pronto alcanzó los sesenta nudos. Juan miró hacia atrás a tiempo de ver la cara de sorpresa del patrón de la patrullera antes de que la distancia aumentara y que este se convirtiera en un puntito que se perdía rápidamente en el horizonte. Surcaron el agua con la elegancia de una marsopa, esquivando embarcaciones de menor tamaño, como un bólido de Fórmula 1 que persigue la bandera a cuadros. Juan sabía que no había un solo barco en la flota de Myanmar que pudiera alcanzarlos, y dudaba mucho que consiguieran hacer despegar un helicóptero a tiempo.
Dos minutos después, Julia apareció por la escotilla. Le entregó a Juan una botella de agua y le ayudó a poner el brazo en cabestrillo. Además le aplicó un paquete de hielo químico en el hombro y le puso algunos calmantes en la mano.
—Y eso, mi temerario líder, es la mejor cura que se ha inventado para una clavícula rota —dijo dándole un par de barritas proteínicas que sacó de un kit de raciones de emergencia. Luego adoptó una expresión un tanto avergonzada—.
Lo siento, no me acordé de que esta bañera tenía velocidad turbo. Tendría que haberla metido antes.
—No te preocupes. Llama a Max y dile que nos vamos a casa. Espera, ¿cómo está Lawless? Su expresión se ensombreció.