—Es posible, sí. Él mismo no tenía ni idea de la finalidad que habían planeado que cumpliese. Tan sólo creyó que debía leer un discurso porque se encontraba usted indispuesto. Se le dio la instrucción de salir en un momento determinado de la protección antibalas, para demostrar así que tenía plena confianza en los suyos. Nunca llegó a sospechar que corriese el menor peligro. Pero los dos miembros de las tropas de asalto que estaban en las primeras filas habían recibido órdenes bien claras. Uno disparó contra él y los dos se abalanzaron contra el joven que estaba entre ambos, exclamando a la vez que de su mano había salido el disparo asesino. Conocen bien cómo funciona la psicología de las masas.
»El resultado fue justo el que esperaban ellos. Un frenesí de patriotismo nacionalista y una total adhesión al programa de la fuerza por las armas.
—Pero sigue usted sin decirme cómo me ha encontrado —dijo Hertzlein.
Hércules Poirot sonrió.
—Eso ha sido fácil…, fácil al menos para una persona que posea mi capacidad mental, claro está. Partiendo del supuesto de que a usted no lo habían matado, y yo no pensé que pudieran matarlo, ya que algún día podría serles de utilidad estando con vida, en especial si lograsen a usted convencerle de que adoptase las posturas que había defendido antes, ¿adónde lo podían llevar? Lógicamente, fuera de los Imperios de Centroeuropa, pero no demasiado lejos, y sólo había un lugar en el que se le pudiera ocultar con la debida seguridad, en un manicomio, en un sanatorio para enfermos mentales, en el lugar en el que un hombre podría afirmar sin descanso, día y noche, que era Herr Hertzlein, pero de modo que esa afirmación resultase completamente natural. Los paranoicos siempre están convencidos de ser hombres de tremenda importancia. En todos los sanatorios psiquiátricos hay un Napoleón, un Hertzlein, un Julio César, y abundan los individuos que se creen el Buen Dios en persona.
»Llegué a la conclusión de que era probable que estuviera usted ingresado en una pequeña institución de Alsacia o de Lorena, en la que un paciente que hablase alemán sería perfectamente natural; pensé que lo más probable era que sólo una persona conociera el secreto, precisamente el director del sanatorio.
»Para descubrir su paradero contraté los servicios de cinco o seis médicos de probada buena fe. Éstos a su vez consiguieron cartas de presentación de un eminente alienista de Berlín. En cada una de las instituciones que visitaron se dio el caso de que el director, debido a una curiosa coincidencia, fue convocado por telegrama a una reunión una hora antes de que llegase el visitante. Uno de mis agentes, un médico joven, inteligente, norteamericano, recibió la orden de visitar Villa Eugenie, y cuando visitó a los pacientes paranoicos no tuvo mayor dificultad en reconocer nada más verlo que era usted el que estábamos buscando. En cuanto a lo demás, ya lo conoce.
Hertzlein calló unos momentos. Luego tomó la palabra de nuevo con voz conmovedora, apasionada.
—Ha hecho usted algo de veras grandioso, no sé si lo sabe. Esto significa el comienzo de la paz, de la paz en Europa, de la paz en el mundo. Es mi destino conducir a la humanidad por la senda de la hermandad y de la paz.
—Así sea… —dijo Hércules Poirot con voz queda.
Hércules Poirot estaba sentado en la terraza de un hotel de Ginebra. A su lado había un montón de periódicos. Los titulares eran de gran tamaño, negros, vistosos. La asombrosa noticia había corrido como un reguero de pólvora por el mundo entero.
HERTZLEIN NO HA MUERTO.
Los gobiernos de los Imperios Centrales fomentaron los rumores, emitieron anuncios, desmintieron los anuncios, negaron con violencia lo afirmado.
Y entonces, en la gran plaza pública de la capital, Hertzlein tomó la palabra ante una concurrida multitud, y en esa ocasión no cupo ninguna duda. La voz, el magnetismo, el poderío… Hizo lo que quiso con el público hasta el momento en que puso a todos los presentes a gritar con frenesí.
Se marcharon a sus casas gritando a voz en cuello las nuevas consignas.
Paz… Amor… Hermandad… La Juventud ha de salvar al Mundo.
Poirot oyó a su lado un susurro de ropa cara y percibió el olor de un perfume exótico.
La condesa Vera Rossakoff se acomodó a su lado.
—¿Es verdad todo lo que se cuenta? —preguntó—. ¿Es posible que salga bien?
—¿Por qué no?
—¿Es posible que exista ese espíritu de hermandad en los corazones de los hombres?
—La fe puede mover montañas.
La condesa asintió con ademán pensativo.
—Sí, desde luego —dijo—. Pero es seguro —añadió con un gesto veloz— que no le dejarán salirse con la suya. Seguro que lo matan. Esta vez lo matarán de verdad.
—Pero su leyenda —replicó Poirot—, esa nueva leyenda, seguirá viva mucho tiempo. La muerte nunca supone el fin.
—Pobre Hans Lutzmann —dijo Vera Rossakoff.
—Su muerte tampoco ha sido fútil.
—Ya veo que no teme a la muerte —dijo Vera Rossakoff—. ¡Pues yo sí la temo! Y no tengo ningunas ganas de hablar de la muerte. Alegrémonos, sentémonos al sol, tomemos un vodka.
—Con muchísimo gusto, madame. Tanto más ahora que tenemos esperanza en el corazón. Tengo también un regalo para usted —añadió— si se digna aceptarlo.
—¿Un regalo para mí? Qué encanto.
—Excúseme un momento.
Hércules Poirot se dirigió al hotel. Volvió a los pocos segundos. Trajo consigo un perro enorme, de una fealdad singular.
La condesa aplaudió.
—¡Qué monstruo! ¡Es adorable! A mí me gusta todo lo que sea grande, ¡y nunca había visto un perrazo como ése! ¿Es para mí?
—Si le complace y lo quiere aceptar…
—Me encantaría. —E hizo un chasquido con los dedos. El perro apoyó el morro con toda confianza sobre su mano—. ¡Ya lo ve! ¡Conmigo es manso como un cordero! Es como aquellos perros tan grandes y tan fieros que teníamos en Rusia, en la casa de mi padre.
Poirot dio un paso atrás y ladeó la cabeza. En lo artístico estaba satisfecho. El perro fiero, la mujer exuberante… Sí, era una estampa perfecta.
—¿Cómo se llama? —preguntó la condesa.
Hércules Poirot respondió con un suspiro, aliviado como quien ve que ha concluido uno de sus trabajos.
—Llámele Cerbero.
En este relato encontramos una ambientación reconocible y en múltiples sentidos característica de Christie: un pequeño pueblo, una dama ya entrada en años, adinerada, y sus parientes avariciosos. Resulta evidente de inmediato, ya desde el título, que tiene vínculos estrechos con una novela de 1937,
El testigo mudo
. Christie conserva la situación elemental, y es posible descubrir el germen de algunas ideas —la breve mención a las espiritistas apellidadas Pym, el crucial accidente en las escaleras— que amplió en segmentos más largos de la novela. En cambio, al contrario que en otras ocasiones en las que reutilizaba una idea anterior o un relato breve («El misterio del cofre de Bagdad», por ejemplo), aquí nos presenta un asesino y una explicación diferentes.
El mecanismo de la trama por el cual Poirot recibe una petición de ayuda por parte de alguien que muere antes de que el detective pueda hablar con dicha persona ya se había utilizado en ocasiones anteriores. Ya en un texto tan temprano como es
Asesinato en el campo de golf
(1923) su corresponsal ha muerto cuando Poirot llega a Francia. Posteriormente se emplea en «¿Cómo crece tu jardín?» y en «El misterio de Cornualles».
Todos los relatos en los que aparecen Poirot y Hastings, con la excepción de «Doble culpabilidad» (septiembre de 1928) y «El misterio del cofre de Bagdad» (enero de 1932), se publicaron entre 1923 y 1924. En la totalidad de relatos sobre Poirot que son posteriores a 1932 aparece Poirot solo. No se han conservado notas correspondientes a ninguno de esos relatos tempranos, y cuando Christie se refiere a ellos en los cuadernos es tan sólo con la intención de no olvidarse de la posibilidad de expandirlos o reutilizarlos. En múltiples aspectos, «El incidente de la pelota del perro» es muy similar en estilo, ambientación y tono a muchos otros relatos de comienzos de los años veinte y a los publicados en
Poirot investiga
y
Primeros casos de Poirot
. Sin embargo, si Christie lo escribió al comienzo de su trayectoria, habría que plantearse la pregunta de por qué lo dejó en reserva durante casi veinte años sin darlo a publicar. No figura en el registro de obras recibidas por su agente y puestas a la venta. Tengo la esperanza de demostrar que en realidad data de una fecha más avanzada.
En el Cuaderno 30 se incluye en una lista (la que sirve de fondo a la cubierta de este libro) que acaso nos ayude a establecer con mayor precisión la fecha de composición. La lista dice así:
Ideas
Ideas para incorporar
Brownie, idea de la cámara
Broche con las iniciales AO, u OA AM. MA
Si aplicamos algunos de los métodos del propio Poirot tal vez podamos precisar mejor la cronología.
Pista n° 1
Existen unos cuantos relatos que son reconocibles aquí de inmediato:
El testigo mudo
o «El incidente de la pelota del perro» (A),
Muerte en el Nilo
(B),
El truco de los espejos
(D) y
Un triste ciprés
(H). «El segundo gong» (F) se publicó por vez primera en junio de 1932, y tanto
El testigo mudo
como
Muerte en el Nilo
son de 1937, la primera de julio y la segunda de noviembre. Por eso es razonable suponer que la lista fue compuesta entre esas dos fechas, es decir, después de «El segundo gong», en junio de 1932, y antes de
El testigo mudo
, en julio de 1937.
Pista n° 2
Al contrario que el elemento F de la lista, «elaborar “El segundo gong”», no existe mención de la elaboración pendiente en relación con «La pelota del perro», lo cual refuerza la teoría de que no existía como relato breve.
Pista n° 3
En el Archivo Christie se conservan dos cartas de su agente, Edmund Cork. Una, fechada el 26 de junio de 1936, hace acuse de recibo de una versión revisada de
El testigo mudo
; otra, con fecha del 29 de abril de 1936, expresa su entusiasmo ante la noticia de que
Muerte en el Nilo
ya está terminada. Así nos encontramos con otros dos límites: posterior a junio de 1932 y anterior a abril de 1936. ¿Podemos afinar aún más? Me parece que sí.
Pista n° 4
No es irracional suponer que la redacción de
Muerte en el Nilo
y
El testigo mudo
, que se cuentan entre sus libros más largos, pudo llevarle más de un año, lo cual situaría nuestra fecha tope en abril de 1935. Así pues, las fechas con que contamos son ahora junio de 1932 y abril de 1935. Y si añadimos otros dos elementos conjeturales a la ecuación…
Pista n° 5
En la transformación de «El incidente de la pelota del perro» a
El testigo mudo
, la ambientación pasa de ser Little Hemel, en el condado de Kent, a Market Basing, en Berkshire:
Plan General P. recibe una carta… él y H… escribe la respuesta… la rompe en pedazos… No, tenemos que ir…
Market Basing… The Lamb Market Basing es una localidad de la que se suele dar por supuesto que tiene parecidos muy marcados con Wallingford, en donde vivió Agatha Christie. Compró la casa en 1934, lo cual tal vez explique el cambio que dio al escenario de la novela. De esto tenemos pruebas en la referencia a The Lamb, uno de los pubs de Wallingford, en el Cuaderno 63. Se trata, justo es reconocerlo, de una conjetura, aunque, como seguramente diría Poirot: «A uno le da que pensar, le da que pensar con furia, ¿no es cierto?».
Pista n° 6
La señorita Matilda Wheeler escribe a Poirot el 12 de abril, miércoles, según la exposición de los hechos que hace Poirot: «Considere las fechas, Hastings» (sección v). El 12 de abril de 1933 fue miércoles.
¿Conclusión?
Podemos concluir que «El incidente de la pelota del perro» se escribió con toda probabilidad en 1933.
Agatha Christie ya era un nombre de marca. A mediados de los años treinta, con
Tragedia en tres actos
llegó a vender diez mil ejemplares de la edición en tapa dura sólo en el primer año, récord que ya era habitual con cada uno de sus nuevos títulos; era una de las primeras firmas cuyos libros se publicaban en ediciones de bolsillo; sus libros habían tenido adaptaciones al teatro y al cine. ¿Por qué no iba a aprovechar cualquier revista la posibilidad de publicar una pequeña joya como era un nuevo relato de Poirot, con la consabida garantía de que así incrementaría sus ventas? Pero esto sólo pudo suceder si se ofreció para su comercialización… Una vez más, volvemos a estar en el terreno de la especulación, aunque pienso que la razón por la que nunca se llegó a publicar es más elemental: no se publicó porque nunca se la ofreció a su agente. Y porque, a su vez, decidió convertir el relato en una novela. Consideremos las pruebas disponibles:
Pista n° 1
Su producción de relatos había disminuido, pasando de la multiplicidad de años anteriores —27 en 1923 y 34 en 1924— a tan sólo media docena en 1933 y siete al año siguiente. Tal como dijo cuando se negó a hacer alguna aportación a las novelas escritas en colaboración por los miembros del Detection Club, «la energía que se precisa para idear una serie se emplea con más provecho en escribir un par de libros». Es posible que tuviera ese mismo pensamiento acerca de este relato breve cuando decidió convertirlo en una nueva novela de Poirot.
Pista n° 2
La carta de Edmund Cork a la que se ha hecho antes referencia, que data del 26 de junio de 1936, es acuse de recibo de una versión revisada de
El testigo mudo
. Así, parece hacer referencia a los primeros cuatro capítulos, a un ambiente de pueblo inglés, que se sumaron para garantizar su comercialización por entregas en Estados Unidos (se publicó por entregas en el
Saturday Evening Post
entre noviembre y diciembre de 1936) y que respaldarían la idea de que era una ampliación de «El incidente de la pelota del perro». En la novela, Hastings comienza la narración en primera persona sólo al llegar al capítulo 5; hasta entonces, el relato se narra en tercera persona, desde un punto de vista omnisciente, y con la afirmación por parte de Hastings, cuando comienza su relato, de que no había sido testigo presencial de los acontecimientos, si bien los ha «consignado en el papel con toda exactitud». Las escenas con que se abren el relato breve y el capítulo 5 son idénticas, al margen del mes en que transcurren.