Pero durante la Epoca Micénica hombres de los dominios hititas, a unos 1.200 kilómetros al este de Grecia, habían descubierto métodos para fundir minerales de hierro y obtener éste en cantidades suficientes para fabricar armas. Este conocimiento les proporcionó una importante arma de guerra nueva. Las espadas de hierro podían atravesar fácilmente los escudos de bronce. Las lanzas con puntas de bronce y las espadas de bronce rebotaban, melladas e inocuas, en los escudos de hierro. Tales armas, aunque disponibles sólo en escaso número, ayudaron a los hititas a mantener su imperio.
Las noticias sobre nuevas invenciones y técnicas circulaban lentamente en aquellos remotos días, pero, por el 1100 a. C., el secreto de las armas de hierro había llegado a los dorios, aunque no a los griegos micénicos. El resultado de ello fue que las bandas guerreras dorias con armas de hierro derrotaron a los guerreros con armas de bronce y sus correrías se extendieron cada vez más al sur; atravesaron el estrecho de Corinto por un punto angosto e invadieron el Peloponeso por el 1100 a. C.
Los dorios procedieron a establecerse como gobernantes permanentes en el sur y el este del Peloponeso. Esparta y los viejos dominios de Agamenón cayeron en sus manos. Micenas y Tirinto fueron incendiadas y quedaron reducidas, en épocas posteriores, a oscuras aldeas. Esto selló el fin de la Edad Micénica.
Las islas y el Asia Menor
Cuando los dorios completaron la conquista del Peloponeso, los jonios conservaron el dominio de sólo una parte de la Grecia continental: el Atica, la península triangular en la que se encuentra Atenas. En cuanto a los eolios, no sólo conservaron parte del Peloponeso, sino también la mayoría de las regiones situadas al norte del golfo de Corinto.
Pero los tiempos eran duros para todos. Los salvajes dorios habían destruido ricas ciudades y desalojado a poblaciones asentadas. El nivel de la civilización descendió de las alturas alcanzadas en la Edad Micénica y durante tres siglos se estableció en la tierra una oscura Edad de Hierro. Fue de hierro por las nuevas armas y por la escasez y miseria que cundió por la tierra.
Muchos jonios y eolios huyeron del asolado continente y migraron a las islas del mar Egeo. La mayoría de esas islas se hicieron jónicas en lo que respecta al lenguaje, si no lo eran ya antes. La más cercana a tierra firme de ellas es Eubea, que tiene aproximadamente la extensión, la forma y el tamaño de Long Island, al sur de Connecticut. Eubea es la isla más grande del Egeo y se extiende de noroeste a sudeste frente a la costa de Beocia y Atica. Está muy cerca de tierra firme, y en un punto está separada de Beocia por un estrecho de menos de un kilómetro y medio de ancho. En ese punto se fundó la ciudad de Calcis. Su nombre proviene de la palabra griega que significa «bronce»; Calcis fue probablemente un centro de trabajo del bronce. La otra ciudad importante de Eubea era Eretria, a unos 24 kilómetros al este de Calcis.
Por el 1000 a. C., los jonios habían llegado a las costas orientales del Egeo y comenzado a establecerse a lo largo de la costa, expulsando o absorbiendo lentamente a la población nativa.
Los griegos llamaban a esta tierra del Este Anatolia, nombre derivado de la voz griega para «sol naciente», pues, en verdad, está en la dirección por donde sale el sol para quien vaya a ella desde Grecia.
También recibió un nombre que quizá derivaba de un término aún más antiguo que significaba «el Este». Algunos creen que las palabras usadas por vez primera para describir las tierras situadas al oeste y al este del mar Egeo provenían de ereb (oeste) y assu (este). Estas palabras pertenecen a la lengua semítica hablada por el pueblo que habitaba las costas más orientales del Mediterráneo.
Esos semitas comerciaban con Creta, que está en la parte sur del Egeo. Para los cretenses, las costas continentales estaban realmente al oeste y al este, y con el tiempo las palabras semíticas se habrían convertido en «Europa» y «Asia». (Existe un mito griego según el cual el primer ser humano que llegó a Creta fue una princesa proveniente de las costas más orientales del Mediterráneo. Su nombre era Europa, y Minos era su hijo).
En un principio, la voz «Asia» se aplicaba solamente a la tierra que estaba inmediatamente al este del Egeo. A medida que los griegos fueron sabiendo cada vez más cosas sobre el vasto territorio que se halla aún más al este, la voz extendió su significado. Hoy se le aplica a todo el continente, el más grande del mundo. La península situada al este del Egeo fue distinguida del gran continente del que formaba parte y se la llamó Asia Menor, nombre comúnmente usado en la actualidad.
El término «Europa» también se extendió hasta abarcar a todo el continente del que Grecia forma parte. Posteriormente, se descubrió que si bien Europa y Asia están separadas por el mar Egeo y el mar Negro, no están separadas más al norte, sino que forman una larga extensión de tierra a la que a veces se llama, en conjunto, Eurasia.
Los jonios que desembarcaron en las costas de Asia Menor, al este de las islas de Quío y Samos, fundaron doce ciudades importantes, y esta parte de la costa (más las islas cercanas) fue llamada Jonía.
De las ciudades jónicas, la más importante era Mileto. Está ubicada en una bahía que forma la desembocadura del río Meandro, corriente tan famosa por su curso ondulante que la palabra «meandro» ha llegado a significar todo movimiento irregular que varía constantemente de dirección.
La «ciudad-Estado»
Las invasiones dóricas resquebrajaron la estructura de los reinos micénícos. En tiempos micénícos, Grecia estaba gobernada por reyes, cada uno de los cuales ejercía su dominio sobre una superficie considerable y era tanto juez como alto sacerdote.
En los desórdenes que siguieron a la invasión doria, los viejos reinos micénicos fueron destruídos, La gente de cada pequeño valle de la irregular superficie de Grecia se unió para tratar de defenderse. Se apiñaba dentro de las murallas de la ciudad local cuando sufría una invasión y podía, si se le presentaba la ocasión, salir de ella para hacer una incursión por algún valle vecino.
Lentamente, los griegos comenzaron a crear el ideal de la polis, una comunidad autónoma formada por una ciudad principal y una pequeña franja de tierra laborable a su alrededor. Para nuestra mentalidad moderna, la polis no es nada más que una ciudad independiente, y no muy grande tampoco, de modo que la llamamos una «Ciudad-Estado». (La palabra «Estado» alude a toda región no sometida a dominio externo).
Para las personas del mundo moderno, que viven en gigantescas naciones, es importante hacerse una idea del pequeño tamaño de la polis griega. La ciudad-Estado media tenía, quizá, unos 80 kilómetros cuadrados de superficie, es decir, no más que los límites urbanos de Akron, en Ohio.
Cada ciudad-Estado se consideraba una nación separada y catalogaba como «extranjeros» a las personas de otras ciudades-Estados. Cada una tenía su propio gobierno, sus propias fiestas y sus propias tradiciones. Las ciudades hasta se hacían la guerra unas a otras. Contemplar la Grecia de este período es como observar un mundo en miniatura.
Sin duda, las ciudades-Estado de una región particular a menudo trataban de formar unidades mayores. En Beocia, por ejemplo, Tebas, por ser la ciudad más grande, habitualmente esperaba desempeñar un papel dirigente y tomar las decisiones políticas. Pero la ciudad Beocia de Orcómeno, situada a unos 30 kilómetros al noroeste de Tebas, había sido poderosa en tiempos micénicos y nunca lo olvidó. Por ello, perpetuamente luchaba con Tebas por el predominio en Beocia. La ciudad Beocía de Platea, a unos 15 kilómetros al sur de Tebas, también fue siempre hostil a Tebas.
Aunque Tebas logró dominar Beocia, su fuerza se agotaba en estas luchas internas y todo ejército que amenazaba a Tebas podía contar siempre con la ayuda de esas ciudades-Estado beocias rivales. Como resultado de esto, Tebas nunca pudo hacer sentir verdaderamente su fuerza en Grecia, excepto durante un breve período, al que nos referiremos en el capítulo 11.
Lo mismo puede decirse de otras regiones. En muy gran medida, el poder de cada ciudad-Estado era neutralizado por sus vecinas, y todas eran débiles, finalmente. Las únicas dos ciudades que lograron dominar regiones considerables fueron Esparta y Atenas, las «grandes potencias» del mundo griego.
Sin embargo, aun ellas eran pequeñas. El territorio de Atenas era aproximadamente como el de Rhode Island, el Estado más pequeño de los Estados. Unidos. La superficie de Esparta era como el de Rhode Island más el de Delaware, los dos Estados más pequeños de Estados Unidos.
Tampoco las poblaciones eran muy grandes. Atenas, en el momento de su esplendor, tenía una población de unos 43.000 ciudadanos adultos de sexo masculino, y esta cifra era enorme para una polis griega. Por supuesto, había también mujeres, niños, extranjeros y esclavos en Atenas, pero aun así la población total no puede haber sido superior a los 250.000, que es aproximadamente la población de Wichita, en Kansas.
Pero hasta esa cifra parecía demasiado grande a los griegos de épocas posteriores, que trataron de elaborar teorías sobre cómo debía ser una ciudad-Estado bien administrada. Estimaban que el ideal, quizá, era 10.000 ciudadanos; de hecho, la mayoría de las ciudades-Estado sólo tenían 5.000 o menos. Entre ellas se contaba la «gigantesca» Esparta, de cuyos habitantes muy pocos eran admitidos como ciudadanos.
Sin embargo, estas diminutas ciudades-Estado elaboraron sistemas de gobierno tan útiles qué han resultado ser más adecuados a los tiempos modernos que las simples monarquías autoritarias de los grandes imperios orientales que rodeaban a Grecia. Todavía hoy, a la técnica del gobierno la llamamos «política» de la polis griega, y una persona dedicada a la tarea de gobernar es un «político». (Más obvio es el hecho de que a los protectores armados de una ciudad se los llama su «policía»).
La palabra polis también es usada ocasionalmente como subfijo más bien fantasioso para nombres de ciudades, aun fuera de Grecia y hasta en los tiempos modernos. En Estados Unidos, tres ejemplos destacados son Annapolis, de Maryland; Indianápolis, de Indiana, y Minneapolis, de Minnesota.
Los griegos siempre conservaron su ideal de la polis autónoma, y pensaban que en esto consistía la libertad, aunque esa polis fuese gobernada por unos pocos hombres, en realidad, y aunque la mitad de la población estuviese formada por esclavos.
Los griegos lucharon a muerte por su libertad: fue el único pueblo de su época que lo hizo. Y aunque su idea de la libertad no es suficientemente amplia para nosotros, se fue dilatando con los siglos, y el ideal de la libertad, tan importante para el mundo moderno, no es más que la libertad griega ampliada y mejorada.
Por entonces, también, con cientos de ciudades-Estado diferentes, cada una de las cuales seguía su propio camino, la cultura griega pudo alcanzar un color y una variedad sorprendentes. La ciudad de Atenas llevó esta cultura a su culminación, y en algunos aspectos es más valiosa que todo el resto de Grecia junta. Pero es muy probable que Atenas no hubiese llegado a tal altura de no haber sido estimulada por cientos de culturas diferentes, todas cercanas.
A medida que la polis se desarrolló, el cargo de rey fue perdiendo importancia. En un reino de regular tamaño hay suficiente riqueza para proporcionar al rey un lujo y un ceremonial considerables, y es posible crear una corte nutrida. Esto separa al rey de otras personas, aun de los terratenientes comunes (y por lo general los terratenientes son los «nobles», a diferencia del «pueblo» sin tierras). Ese lujo y ese ceremonial agradan a la población, que los contempla como un reflejo del poderío de la nación y, por ende, de su propio poder.
Pero en una polis se dispone de tan poca riqueza que el rey no es mucho más rico que los otros nobles. No puede erigirse en una figura separada de los demás ni puede esperar que los nobles lo traten con especial consideración.
Por consiguiente, la necesidad de un rey se esfuma en una polis. En un gran Estado, es útil que haya un hombre capaz de tomar rápidas decisiones para todo el reino. Una polis, en cambio, es tan pequeña que los individuos pueden reunirse fácilmente y tomar decisiones, o al menos hacer conocer sus preferencias. Pueden elegir un gobernante que esté de acuerdo con sus decisiones y derrocarlo si no las cumple. O pueden elegir uno nuevo cada tanto, sencillamente por principio, para impedir que un viejo gobernante se haga demasiado poderoso.
La palabra griega para designar a un gobernante era
arkhos
, derivada de otra que significaba «primero», puesto que el gobernante es el primer hombre del Estado. Un solo gobernante sería un «monarca». A lo largo de la mayor parte de la historia, un solo gobernante era por lo general un rey, de modo que «monarca» ha llegado a ser sinónimo de «rey», aunque un presidente elegido, por ejemplo, es también un solo gobernante. Un reino, pues, puede ser llamado una «monarquía».
En cambio, sí el poder real está en manos de unos pocos nobles, los jefes de las familias terratenientes más importantes, entonces, tenemos una «oligarquía» (unos pocos gobernantes). Así, aunque Grecia entró en el período de las invasiones dorias como un pequeño número de monarquías bastante grandes, emergíó de él como un gran número de pequeñas oligarquías. Aun aquellas ciudades-Estado que conservaron sus reyes (como Esparta, por ejemplo), limitaron su poder drásticamente y, en realidad, estaban gobernadas por una oligarquía.
La mayoría de las personas que no forman parte de la oligarquía tienden a pensar que los pocos gobernantes actúan principalmente para mantenerse en el poder, aunque esto suponga ignorar las necesidades y los deseos de la gente común. Por esta razón, para nosotros, el térmíno «oligarquía» suena mal.
Pero los oligarcas, naturalmente, estaban satisfechos de la situación. Pensaban que la razón de que el poder estuviera en sus manos residía en que ellos eran los hombres más capaces, los mejores. Por ello, se consideraban a sí mismos «aristócratas» («los mejores en el poder») y a su gobierno como una «aristocracia».
Homero escribió
La Ilíada
para un público de oligarcas. No se sabe prácticamente nada de Homero; las cosas que se dijeron luego de él eran tradiciones inventadas mucho después de su época. Por ejemplo, según una tradición, era ciego. Una cantidad de ciudades diferentes pretendían haber sido el lugar de su nacimiento, pero son mayoría las personas que lo ubican en la isla egea de Quío. Las suposiciones sobre la época en que vivió varían en no menos de cinco siglos, pero la mejor conjetura es la que lo ubica alrededor del 850 a. C. (En realidad, no hay prueba alguna de que Homero haya existido; pero, por otro lado, alguien escribió
La Ilíada
y
La Odisea
).