Al oeste de los territorios espartanos, en la región sudoriental del Peloponeso, se hallaba Mesenia. En tiempos micénicos, la principal ciudad de la región fue Pilos, señalada por su excelente puerto. Durante la guerra de Troya, según Homero, su rey era Néstor, el más viejo y sabio de los héroes griegos.
Los dorios conquistaron Mesenia como habían conquístado Esparta, pero en la primera se mezclaron con los pueblos anteriores. No mantuvieron sus actividades guerreras, y a los dorios de Esparta debe de haberles parecido que se habían ablandado.
Sin embargo, los mesenios no deben de haber sido tan blandos, pues según la tradición los espartanos necesitaron dos guerras, de veinte años de duración cado una, para conquistar a los mesenios. Poco se conoce de los detalles de ambas guerras, pues los historiadores griegos cuyas descripciones nos han llegado vivieron mucho después y encontramos en ellos una serie de cuentos que parecen ser encantadoras ficciones.
La Primera Guerra Mesenia comenzó por el 730 a. C., cuando los espartanos invadieron repentinamente Mesenia. Después de varios años de lucha, los mesenios, conducidos por su rey Aristodemo, se retiraron al monte Itome, un pico de 800 metros de altura situado en el centro del país y que en futuras ocasiones también iba a servir a los mesenios de fortaleza. Allí, los mesenios resistieron durante muchos años, pero finalmente, por el 710 a. C., se vieron obligados a rendirse.
Los espartanos, encolerizados por su prolongada resistencia, convirtieron implacablemente en ilotas a los mesenios.
En 685 a. C., los mesenios, oprimidos más allá de lo resistible, se rebelaron bajo la conducción de Aristómenes. Relatos posteriores hicieron de Aristómenes una especie de superhombre que, casi sin ayuda, inspiró a los mesenios proezas de gran valentía y, con gran capacidad como general, mantuvo a raya las superiores fuerzas espartanas. Finalmente, después de diecisiete años, al perder una batalla decisiva por la traición de un aliado, Aristómenes y un pequeño grupo de adictos abandonó el país y se embarcó hacía tierras libres de ultramar. En 668 a. C., pues, Mesenia se hallaba nuevamente postrada.
En cuanto a los refugiados mesenios, se supone que se dirigieron a la región de Sicilia donde ésta casi se toca con Italia. Allí colonizadores de Calcis habían fundado una ciudad en 715 que llamaron Zancle, que significa «hoz», porque la franja de tierra sobre la que estaba construida se asemejaba a una hoz. Los mesenios llegaron a dominar la ciudad y cambiaron su nombre por el de Messana, en honor a su tierra natal esclavizada.
El modo espartano de vida
Las guerras mesenias también costaron un alto precio a Esparta. Medio siglo de guerra tan duramente librada enraizó profundamente la vida militar en la conciencia espartana. Pensaban que jamás debían descuidarse, sobre todo habiendo tan pocos espartanos y tantos ilotas, Sin duda, si los espartanos se descuidaban, aun ligeramente, los ilotas se rebelarían de inmediato.
Además, las guerras mesenias hicieron surgir la figura del hoplita. El entrenamiento militar debía ser particularmente duro para habituar al soldado a usar una armadura pesada y blandir armas pesadas. El combate no era tarea para debiluchos, tal como lo practicaban los espartanos.
Por esta razón, los espartanos dedicaban su vida a las cosas de la guerra. Los niños espartanos eran examinados al nacer, para ver si eran físicamente sanos. Si no lo eran, se los abandonaba y dejaba morir. A los siete años, se los apartaba de sus madres y se los criaba en cuarteles.
Se les enseñaba a soportar el frío y el hambre, no se les permitía usar ropas finas ni comer alimentos delicados. se los entrenaba en todas las artes marciales y aprendían a sobrellevar el cansancio y el dolor sin quejarse.
Las reglas espartanas eran luchar duramente, cumplir las órdenes sin discutir y morir antes que retirarse o rendirse. Para huir, un soldado tenía que arrojar su pesado escudo, pues de lo contrario sólo podía avanzar lentamente; si moría, era llevado a su hogar con honra sobre su escudo. Por ello, las madres espartanas debían enseñar a sus hijos a volver de la guerra «con sus escudos o sobre ellos».
Los espartanos adultos comían en una mesa común, a la que cada uno llevaba su parte, y todos contribuían con lo que producían sus tierras mediante el trabajo de sus ilotas. (Si un espartano perdía sus tierras por cualquier razón, ya no podía ocupar un lugar en la mesa, lo cual era una gran desgracia. En siglos posteriores, fue cada vez menor el número de espartanos que podían ocupar tal lugar, pues la tierra quedó concentrada cada vez en menos manos. Esto fue una fuente de debilidad para Esparta, pero sólo al fin de su historia trató de remediar esta situación.)
El alimento tomado en la mesa común estaba destinado a satisfacer a una persona y mantener la vida, pero nada más. Se decía que algunos griegos no espartanos, después de probar el potaje que los espartanos comían en sus cuarteles, ya no se asombraban de que éstos lucharan tan bravamente y sin el menor miedo a la muerte. Ese potaje hacía desear la muerte.
En siglos posteriores, los espartanos atribuían este modo de vida a un hombre llamado Licurgo, que vivió, según la tradición, alrededor del 850 a. C., mucho antes de las guerras mesenias. Pero casi seguro que no fue así y hasta es dudoso que Licurgo haya existido siquiera. La prueba de esto es que hasta aproximadamente 650 a. C. Esparta no parece haber sido muy diferente de los otros Estados griegos. Tenía su arte, su música y su poesía. En el siglo vii, un músico de Lesbos llamado Terpandro llegó a Esparta y la pasó bien allí. Se dice que introdujo mejoras en la lira y se le llama el «padre de la música griega».
El más famoso de todos los músicos espartanos fue Tirteo. De acuerdo con la tradición, era ateniense, pero bien puede haber sido espartano nativo. Sea como fuere, vivió durante la Segunda Guerra Mesenia, y se dice que su música inspiró a los espartanos proezas de bravura, cuando su ardor flaqueaba.
Sólo después de la Segunda Guerra Mesenía la mano letal del militarismo absoluto sofocó completamente todos los elementos creadores y humanos en Esparta. El arte, la música y la literatura desaparecieron. Hasta la oratoria fue suprimida (y a todos los griegos les ha gustado hablar, desde la antigüedad hasta el presente) pues los espartanos solían hablar muy breve y sucintamente. La misma palabra «locónico» (de Laconia) ha llegado a significar la cualidad de hablar de manera concisa.
El Peloponeso
Cuando la época de la colonización griega se aproximaba a su fin, Esparta, que prácticamente no había tomado parte en ella, era la dueña absoluta del tercio septentrional del Peloponeso. Era con mucho la mayor de las ciudades-Estado griegas y, por su modo de vida, la más entregada al militarismo.
Las otras ciudades-Estado griegas del Peloponeso —al menos las que aún eran libres— contemplaban la situacíón con gran ansiedad. Argos, por supuesto, había tratado de ayudar a Mesenia durante la Segunda Guerra Mesenia (todo para perjudicar a Esparta), pero Corinto estuvo del lado espartano (todo para perjudicar a Argos).
Las ciudades que estaban inmediatamente al norte de Esparta, en la región central del Peloponeso llamada Arcadia, se hallaban particularmente preocupadas. De ellas, las principales eran Tegea, a unos 40 kilómetros al norte de la ciudad de Esparta, y Mantinea, a unos 20 kilómetros más al norte.
Como de costumbre, Tegea y Mantinea peleaban entre sí y con otras ciudades de Arcadia, de modo que ésta en su conjunto era débil. Sin embargo, bajo el liderazgo de Tegea se enfrentaron con Esparta más o menos unidas.
Después de la dura prueba que fueron las Guerras Mesenias, Esparta no deseaba lanzarse a la ligera a ninguna guerra seria y durante muchas décadas dejó enfriar su rivalidad con Arcadia. Pero en 560 a. C. Quilón fue elegido entre los éforos espartanos. Era una personalidad dominante que ganó reputación por su reflexiva prudencia y fue contado más tarde entre los «Siete Sabios» de Grecia. Según algunas tradiciones, fundó el eforado, de modo que fue quizá bajo su mandato cuando por primera vez se pusieron drásticos límites al poder de los reyes.
Quilón exigió una política fuerte; Esparta derrotó rápidamente a los arcadios, quienes se apresuraron a someterse. Se permitió a Tegea conservar su independencia, y sus ciudadanos, quienes deben de haber temido ser reducidos a ilotas, se mostraron agradecidos. Los arcadios fueron leales aliados de Esparta durante casi dos siglos, y ninguna ciudad fue más leal que Tegea.
De este modo, sólo quedaba Argos, que aún soñaba con su antigua supremacía. En 669 a. C., mientras Esparta se hallaba ocupada en la Segunda Guerra Mesenia, Argos ganó una batalla contra Esparta. Pero en el siglo siguiente permaneció inactiva, llena de resentimiento y odio, mas sin osar moverse.
En 520 a. C., Cleómenes I llegó a ocupar uno de los tronos espartanos. Poco después de acceder a éste, marchó sobre la Argólida y, cerca de Tirinto, infligió a Argos una nueva derrota.
La derrota de Argos puso de manifiesto algo que ya era un hecho después de la victoria sobre Tegea: Esparta ejercía la supremacía sobre todo el Peloponeso. Poseía un tercio de él, y, de los otros dos tercios, uno era su aliado y el otro permanecía atemorizado ante ella. En ninguna parte del Peloponeso se podía mover un soldado sin permiso de Esparta. En verdad, Esparta era la potencia territorial dominante en toda Grecia y durante casi dos siglos fue aceptada como líder del mundo griego.
Pero Esparta no estaba realmente preparada para ser la conductora de Grecia. Los griegos estaban en su elemento en el mar, y Esparta no. Los griegos tenían intereses de un extremo al otro del Mediterráneo, mientras que Esparta sólo se interesaba (en su corazón) por el Peloponeso. Los griegos eran de espíritu rápido, artístico y libre; los espartanos eran lentos, obtusos y esclavizados unos a otros o al modo militar de vida.
En años posteriores, los griegos de otras ciudades-Estado a veces admiraban el modo espartano de vida porque les parecía virtuoso y pensaban que había llevado a Esparta a la gloria militar. Pero se equivocaban. En arte, música, literatura y el amor a la vida —en todo lo que hace que merezca la pena vivir— Esparta no hizo ninguna contribución.
Sólo podía ofrecer un modo de vida cruel e inhumano de la brutal esclavitud de la mayoría de su población y sólo una especie de ciego coraje animal como virtud. Y su modo de vida pronto fue más aparente que real; fue su reputación la que la salvó durante un tiempo, mientras su sustancia estaba podrida.
Parecía fuerte en tanto obtuviese victorias, pero mientras que otros Estados podían soportar las derrotas y recuperarse, Esparta perdió la dominación de Grecia, corno veremos, después de una sola derrota. La pérdida de una batalla importante iba a ponerla al descubierto y a echarla por tierra. (Y, extrañamente, fue más admirable en los días de debilidad que siguieron, que durante su período de vigor.)
De la agricultura al comercio
La colonización griega del Mediterráneo fue parte de un gran cambio que se produjo en el modo de vida de algunas ciudades griegas. El hecho de la colonización también aceleró ese cambio.
En tiempos micénicos, Grecia había tenido un comercio muy desarrollado, pero después de las invasiones dorias la vida se hizo más sencilla y más pobre. La población griega se dedicó a la «agricultura de subsistencia». Es decir, cada zona cultivaba las materias primas que necesitaba. Cultivaba cereales y vegetales, criaba ganado para obtener leche, ovejas para obtener lana, cerdos para obtener carne, etc.
En tales condiciones, se necesitaba muy poco comercio, y las ciudades se autoabastecían. Ahora bien, en un país poco fértil como Grecia, esto significó que el nivel de vida bajó mucho. Cada ciudad apenas era autosuficiente y no podía permitirse un gran aumento de la población. (Cuando se producía tal aumento, esto obligaba a la colonización.)
Pero el comercio fue recuperándose lentamente, y el proceso de colonización apresuró ese renacimiento. Se hizo posible importar alimentos de allende los mares, de Sicilia o de la región septentrional del mar Negro, por ejemplo. Tales regiones eran más fértiles que la misma Grecia, y en ellas el alimento se podía obtener en mayores cantidades y con menor esfuerzo. Para pagar tales importaciones de alimentos, las ciudades griegas se dedicaron a la industria; fabricaron armas, textiles o cerámica para intercambiar por los cereales. A veces las ciudades también se dedicaban a la «agricultura especializada», para intercambiar vinos y aceite de oliva (para los que la tierra griega es apropiada) por cereales.
Una ciudad que pudiera obtener suficiente alimento para mantener una pequeña población podía fabricar bastantes materiales como para comprar gran cantidad de alimentos del exterior y, de este modo, sustentar a muchas más personas. Así, la población creció, particularmente en las ciudades más activas en el comercio y la colonización.
Al sudoeste de Atenas, entre el Ática y la Argólida, hay un brazo de mar llamado el Golfo Sarónico. En medio de él se encuentra la pequeña isla de Egina, que tiene aproximadamente el doble del tamaño de la isla de Manhattan. Es rocosa y estéril, pero fue una de las ciudades griegas que prosperó y hasta llegó a ser poderosa a consecuencia del comercio. En verdad, Egina hizo una importante innovación.
En tiempos primitivos, los hombres comerciaban por trueque, intercambiando productos: cada individuo cedía algo que no necesitaba demasiado por otra cosa que necesitaba o deseaba mucho. Lentamente, se impuso la costumbre de usar metales como el oro o la plata en este comercio. Esos metales no se gastaban o arruinaban y eran atrayentes y muy raros, de modo que pronto se difundió su uso. En suma, constituían un útil «medio de intercambio».
Mas para que el comercio fuera equitativo, cierto peso convenido de oro debía ser cambiado, por ejemplo, por un par de cabezas de ganado o determinada extensión de tierra. Esto suponía que los mercaderes debían llevar balanzas en las cuales pesar el oro o la plata, lo cual podía provocar muchas disputas sobre si las balanzas eran fieles o si el oro o la plata eran puros.
En algún momento del siglo vii a. C., la nación de Lidia, de Asia Menor, comenzó a emitir pepitas de oro y plata con respaldo del gobierno usando metales de garantizada pureza y estampando en cada pepita su peso o su valor. El uso de tales «monedas» facilitó mucho las pequeñas transacciones y contribuyó a la prosperidad de quienes utilizaban la invención.