»Las fuentes antiguas hablan de tres grandes legisladores de los tiempos remotos: Zoroastro entre los iranios, Zalmoxis entre los geto-dacios y Moisés entre los judíos. Los tres habrían sido reformadores monoteístas y habrían recibido del dios único el código que debían aplicar en sus sociedades respectivas. En realidad, seguramente se trata del mismo mito adaptado a cada una de esas culturas, y probablemente también se extendió a otras. Pero el mito original es el de Zalmoxis. ¿Por qué? Pues porque con toda seguridad es anterior a los otros. Sobre Zoroastro hay versiones muy dispares, y probablemente se haya designado con el mismo nombre a personajes reales y míticos muy diferentes, pero el Zoroastro histórico que nos interesa, aquel pensador y legislador que guarda similitudes con Zalmoxis, debió de vivir "seiscientos años antes del nacimiento de Platón", según nos informan Aristóteles y Eudoxio. Es decir, ese Zoroastro habría vivido alrededor del año mil antes de nuestra era, unos pocos siglos después de Zalmoxis.
«Respecto a Moisés, hoy en día la mayoría de las fuentes sitúan al personaje histórico en el Egipto del faraón Akhenatón o poco después, es decir, en el siglo XIV o XIII antes de nuestra era. Moisés habría sido posterior a Zalmoxis en unas cuantas décadas o un siglo, pero incluso pudo haber coincidido con él en Egipto. Hay que tener en cuenta que el extrañísimo faraón Akhenatón impuso por vez primera en la Historia una religión monoteísta, aunque no duró mucho, e impulsó las ciencias y la filosofía. Los paralelismos entre las enseñanzas de Moisés y la religión de Akhenatón son enormes, como atestigua la extraordinaria similitud entre las odas que el faraón escribió al dios solar Atón y el himno de Moisés a Yahvé, salmo 104 del Antiguo Testamento. Aquel mítico líder de los judíos debió de ser en realidad un personaje relevante en la corte egipcia, seguramente relacionado con el culto monoteísta de Atón. Probablemente cayó en desgracia al terminar el reinado de Akhenatón y debió lanzarse a una aventura de conquista de nuevas tierras para establecer a los seguidores de Atón que no aceptaron el regreso a la religión anterior.
»La reforma religiosa de Akhenatón prendió sobre todo entre las clases bajas, a las que el faraón había favorecido y liberado en gran medida. Entre esas clases bajas estaban los "habiru" o hebreos, un pueblo inmigrado y de baja condición social. Los seguidores de Moisés serían en realidad un conjunto heterogéneo de personas fieles al monoteísmo de Atón, aunque con una cierta base étnica nucleada en torno a los "habiru". Estos habían ido llegando a Egipto desde otros reinos, y particularmente desde Retenu, Ursalim (Jerusalem) y otros pequeños listados satélites de Egipto. Esa identidad "habiru" mayoritaria entre los seguidores de Moisés explicaría la hegemonía de su idioma, distinto del egipcio demótico. Moisés aprovecharía esa lengua y algunos otros elementos culturales habiru, como el mito fundacional de Abraham, para unir a sus seguidores confiriéndoles una identidad diferenciada: la de un antiguo pueblo escogido por Dios e injustamente esclavizado en Egipto. El éxodo, entonces, habría sido un movimiento de personas humildes y descontentas, muchas de ellas de etnia "habiru" pero otras no, que habrían migrado en masa escapando del poder abusivo del clero amonita y del Estado egipcio posterior a Akhenatón. Gentes que siguen al líder político-religioso que habrá de conducirles a una tierra prometida donde puedan vivir libres. Esa tierra se encontraría precisamente en la zona originaria de los antepasados de los "habiru", entre el río Jordán y el mar Mediterráneo.
»Por lo tanto, Moisés copia en gran medida las ideas y el simbolismo de Akhenatón y de su religión monoteísta, que pasarán a ser elementos fundamentales del judaismo. No es casual que en el templo de Salomón se erijan las dos columnas simbólicas, Hakim y Boaz, cuyo mito ha perdurado hasta hoy en los templos masónicos. Eran una copia exacta de las columnas del templo de Atón, y respondían a la misma idea: el dualismo (bien-mal, sol-luna, noche-día, etcétera). Moisés le da a su pueblo unas tablas de la Ley. En aquellos tiempos de superstición generalizada, todo gobernante que quisiera imponer unas leyes tenía que conferirles un carácter divino para asegurarse de su cumplimiento, ya que el temor al castigo divino era mucho más eficaz que cualquier guardia o milicia. Por eso tanto en el caso de Moisés como en los demás, el código se presenta como revelado directamente por una deidad.
»La ley mosaica estaba claramente inspirada en el pensamiento de Akhenatón. Algunas fuentes incluso apuntan a que Moisés pudo ser un hijo adoptivo o un protegido de Akhenatón. El faraón, a su vez, habría tenido como elemento esencial de su filosofía el aporte ideológico de Zalmoxis durante su estancia en Egipto, bien porque eran coetáneos y llegaran a conocerse personalmente o bien porque Zalmoxis hubiera inspirado, algunas generaciones atrás, la pequeña secta de Atón a la que perteneció y encumbró el monarca. Al regresar a su tierra, Zalmoxis le había dado a su propio pueblo un código de leyes similar, y más tarde Zoroastro y otros reformadores civiles y religiosos habrían seguido el mismo camino.
»Zalmoxis estableció la que probablemente fuera la primera escuela regular de Europa, con sede permanente, profesorado y programa de estudios: una escuela que seguramente duró varios siglos y alcanzó prestigio entre los reyes, los sabios y los altos sacerdotes de su tiempo. De muchos países, incluso lejanos, pudieron venir alumnos a la escuela fundada por Zalmoxis. Así se habría expandido su pensamiento y esto explicaría la gran similitud entre muchas historias míticas, procesos de reformas y sistemas de ideas desarrollados por los pueblos antiguos más dispares y distantes. Por ello es probable que Pitágoras conociera y estudiara las enseñanzas de Zalmoxis, atesoradas y perpetuadas por ese sorprendente pueblo cárpato-danubiano, e incluso que visitara la escuela si aún seguía vigente en su época. Pitágoras habría basado una parte fundamental de sus escritos en el pensamiento de Zalmoxis.
»Uno de los aspectos más interesantes del mito de Zalmoxis es que este buen señor, ya de regreso a su tierra, se instaló en una amplia gruta situada en lo alto de un monte llamado al parecer Kogainon o Kogaionon, que estaba junto a un ancho río del mismo nombre, según Estrabón. Allí, Zalmoxis habría escondido grandes riquezas procedentes de Egipto y de otros remotos reinos. Se ha buscado ese dichoso monte, el río y la gruta de marras por toda Rumanía, sobre todo en los montes Retezat, sin más resultado que un profundo desgaste de zapatos, y lo digo por experiencia. En esa cueva, Zalmoxis recibía a diario al rey y a los principales gobernantes civiles, a los sacerdotes importantes y a otras personalidades. En algún momento decide adentrarse en la caverna y permanecer en su interior durante nada menos que tres largos años, al cabo de los cuales regresa a la superficie mucho más sabio de lo que ya era. La población, que le creía muerto, celebra su regreso y le mitifica en vida.
»Es importante destacar que los geto-dacios, siguiendo las enseñanzas de Zalmoxis, creían en la inmortalidad. Me diréis que casi todos los pueblos primitivos se consolaban ideando diferentes modelos de inmortalidad del alma, pero es que esta gente parece creer en la inmortalidad en sentido literal, y a Zalmoxis se le atribuía la capacidad de proporcionar esa inmortalidad. En mi opinión, ese mito encierra una realidad bien distinta: Zalmoxis habría aprendido en sus viajes remedios y medicinas que eran desconocidos en su tierra. Su habilidad médica habría hecho que le consideraran capaz de alargar indefinidamente la vida humana. Platón, que también habla de Zalmoxis, afirma que él y sus sucesores fueron unos médicos extraordinarios porque tenían un enfoque global de la salud que combinaba la parte física con un profundo conocimiento de la psicología. Otro dato que avala los conocimientos médicos avanzados de Zalmoxis es su promulgación de normas higiénicas, como la incineración de los cadáveres o la prohibición de la comida cruda (y sobre todo de los alimentos vivos, que en aquella época debían de ser un manjar exquisito pero desde luego no favorecían la salud pública).
»Contra lo que se ha venido repitiendo en muchos libros, creo que Zalmoxis no fue exactamente divinizado, al menos no en los primeros siglos. Se le siguió considerando como un hombre: un hombre excepcional y con ciertos atributos sobrenaturales, pero un hombre. Se le creía capaz de interceder por su pueblo ante las deidades, pero seguía vivo el recuerdo de este ser humano de carne y hueso. Era como una especie de superhombre que, una vez muerto, podía hacer de embajador de los humanos ante los dioses. El honor de morir en combate se recompensaba con una especie de continuación de la vida "junto a Zalmoxis", lo que era una metáfora de una segunda vida de sabiduría y entendimiento.
»Una vez cada cuatro años, los geto-dacios enviaban un mensajero a Zalmoxis con sus ruegos y peticiones. El vehículo era más peligroso aún que nuestros Dacia actuales: se escogía a un hombre, se le hacía memorizar el mensaje que debía transmitir a Zalmoxis y se le lanzaba al aire. En tierra le esperaba un montón de lanzas. Si moría atravesado, se le honraba por haber llevado diligentemente el mensaje a su destinatario. Si se salvaba, se le despreciaba por cobarde y se escogía otro mensajero. Se ha dicho que estas prácticas dacias son el único caso documentado de sacrificios humanos en Europa, pero en realidad no se trata de un sacrificio puesto que no se mata a alguien como ofrenda para honrar o aplacar a una divinidad. Es algo mucho más sofisticado: mediante la muerte física, se le envía a transmitir un mensaje concreto que dependía de las circunstancias de cada época. Este rito tan extraño es único en el mundo: todo un invento rumano, pero es mi deber pediros que no lo intentéis en casa, por mal que funcione nuestro servicio postal o telefónico.
»Los getas, siguiendo la peculiar doctrina de Zalmoxis, creían en la posibilidad de que los hombres "tendieran hacia la divinidad", es decir, que pudieran transformarse poco a poco en dioses o semidioses. El mecanismo era la adquisición de conocimientos: cultivar la sabiduría era el proceso capaz de dotarles paulatinamente de las características y atributos que entonces se creía divinos. Así que ya sabéis: si queréis vivir como dioses no tenéis más remedio que poneros a empollar.
»Bueno, en realidad es muy posible que el propio término "geta" significara "dios" u "hombre-dios". Como muchos autores han señalado, nuestros getas o geto-dacios, los descendientes de aquel "pueblo de lobos" de Zalmoxis, dieron vida a los pueblos godos. La palabra "godo", que vendría del vocablo "gota" evolucionado, también significa "dios". Ya sabéis: el inglés
"god"
, el alemán
" gott"
, etcétera. Los godos serían el resultado de una migración geta a la península escandinava y sobre todo a la isla báltica de Gotland (tierra de dioses, tierra de godos).
»Con la aportación geta, las tribus locales se habrían desarrollado hasta convertirse en ese pueblo godo que más tarde se asentaría en Germania, llegaría a ocupar toda Europa (incluida la propia Dacia), conquistaría Roma y daría forma al Medievo europeo. En la Historia que se nos ha enseñado se presenta a todos los godos como unos salvajes: esos "bárbaros del Norte" que destruyeron una civilización muy superior a la suya, es decir, la romana. Pero debemos tener en cuenta que la gran mayoría de las fuentes en las que se ha basado esa Historia son precisamente romanas. A lo mejor resulta que aquellos godos no eran tan burros, o al menos no tanto como aquel chaval del fondo, que no para de hacerme burla en vez de escuchar. Tú te lo pierdes, tío, pero al menos no distraigas a tus compañeros.
El infractor fue automáticamente escoltado fuera del aula por dos profesores que tenían mucha más pinta de agentes de la Securitate que el propio Cristian. "Se le va a caer el pelo al pobre, para qué habré dicho nada", pensó. Le sorprendió ver que un profesor estaba grabando la conferencia. Debía de haber entrado una vez iniciada la disertación y se había sentado al fondo en lugar de unirse a los demás profesores, que estaban en las primeras filas. Cristian retomó enseguida el hilo de su argumentación.
—En el siglo V el historiador romano Orosio afirma que los actuales godos son en realidad los antiguos getas o geto-dacios. En el siglo VI, el principal historiador godo, Jordanes, identifica a los getas del Danubio como los más remotos antepasados y fundadores de su pueblo. Isidoro de Sevilla, en el siglo VII, escribe que aquel imperio romano que sojuzgó a tantos pueblos termino por perecer a manos de los herederos de los getas, es decir, los godos. De alguna forma se había vengado a Decébalo. También en España, pero ya en el siglo XIII, el rey "sabio" Alfonso X escribe con devoción sobre los primeros godos, es decir, los getas y sobre su fundador Zalmoxis, "que era maravillosamente sabio en filosofía".
»Igualmente se ha vinculado a los pobladores de Dinamarca con los geto-dacios, y el nombre arcaico de ese país, "Dania", vendría de "Dacia" según el historiador normando Jumiéges, que en el siglo XI habla de aquel pueblo danés como un pueblo godo (es decir, geta) provisto de un admirable conocimiento de las ciencias, y menciona como inspirador de su filosofía al dios del saber venerado por aquellos primitivos daneses: un tal Zalmoxis. Hay decenas de ejemplos similares a este de los daneses: la pervivencia de elementos geto-dacios en los pueblos godos de casi toda Europa es considerable.
»En definitiva, todo parece indicar que Zalmoxis instauró una corriente filosófica que pervivió y que probablemente logró una gran expansión a través de escuelas y profesores, pero que también tuvo una doctrina privada de carácter iniciático. Esta especie de "culto oculto", reservado solamente a una élite de eruditos, seguramente se extendió y perpetuó en secreto mucho más allá del mundo geto-dacio y de su época, a través de las migraciones que dieron origen a los pueblos godos.
Durante unos minutos más, Cristian disertó sobre Zalmoxis y los orígenes de la cultura geta o geto-dacia. Después hubo un coloquio en el que sobre todo preguntaron las chicas, algunas de las cuales seguían sin apartarle la mirada. Finalmente, se dio por terminada la conferencia y el orador se marchó con los profesores a tomar una
tuica
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y unos tentempiés que se habían preparado para la ocasión en la sala de profesores.
El docente que había grabado la conferencia no se había quedado para el refrigerio, y Cristian preguntó por él a la directora. La vieja amiga de la familia no sabía nada de ese hombre. No tenía ningún profesor que respondiera a esas características. Sólo uno de los profesores le había visto y creyó que era algún compañero del arqueólogo, y que por eso estaba grabando el discurso. "¡Popescu!", pensó Cristian. "Seguro que me está espiando, el muy idiota". La directora le preguntó por su madre y su hermana, y le invitó a cenar con su familia. Cristian se disculpó explicándole que al día siguiente salía de viaje muy temprano.