Read Los ladrones del cordero mistico Online
Authors: Noah Charney
Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo
El convoy improvisado trasladó
La Adoración del Cordero Místico
hasta el Palacio Real de Bruselas, tras un espeluznante desplazamiento de cuarenta y cinco minutos bajo el torrencial aguacero. Eran las tres y media de la mañana. Tras unos momentos de confusión, el personal encargado del turno de noche les permitió entrar en palacio al constatar que aquel grupo de soldados calados hasta los huesos traía la obra de Van Eyck que esperaban desde hacía horas. Y, finalmente, depositaron los paneles sobre la larga mesa de madera del comedor del palacio.
Nada habría deseado más Posey que una cama mullida y seca, pero no pensaba abandonar el retablo hasta que le entregaran un recibo por escrito. Demasiadas veces, la obra se había esfumado en manos ajenas. Posey escribió: «Necesitaba un recibo para que si alguien me preguntaba qué había ocurrido con los paneles, yo lo tuviera por escrito». Éste le fue entregado por un oficial belga de servicio. Le ofrecieron un aposento normalmente reservado a miembros de la realeza en visita oficial. Se desplomó sobre la cama. Y al día siguiente abandonó Bruselas para unirse al Tercer Ejército, estacionado en París.
Terminada la guerra, Robert Posey retomó la vida con su esposa, Alice, y su hijo, Woogie. En tanto que arquitecto del taller de Skidmore, Owings y Merrill, trabajó en la construcción de edificios tan destacados como la Torre Sears de Chicago y la Lever House de Nueva York. Lincoln Kirstein, por su parte, regresó a los ambientes artísticos neoyorquinos de los que siempre había sido un miembro destacado, y se enamoró del ballet. Fue cofundador y director del New York City Ballet junto con George Balanchine, con el que también fundó la School of American Ballet. Además, llegó a dirigir la Metropolitan Opera House de Nueva York, y fue autor de más de quinientas publicaciones, entre libros, artículos y monografías. En la actualidad está considerado como una de las figuras más importantes de las artes del siglo XX en Estados Unidos.
Días después de su espectacular traslado a Bruselas, el embajador de Estados Unidos hizo entrega oficial del retablo rescatado al príncipe regente de Bélgica en nombre del general Eisenhower. La alegría se apoderó de todo el país. Aquella pintura simbolizaba mucho más que una obra de arte maravillosa: representaba la derrota del plan de Hitler de robar el arte de todo el mundo, significaba la derrota del propio Hitler.
Los belgas recordaban la última vez que
La Adoración del Cordero Místico
había regresado a casa desde otro exilio, tras el Tratado de Versalles, en 1919. Entonces, como ahora, se pronunciaron discursos y se celebraron desfiles. Bélgica daba la bienvenida a su mayor tesoro, como si de un príncipe hecho cautivo y liberado se tratara.
El retablo de Gante
, de Van Eyck, quedó expuesto durante un mes en el Museo Real de Bruselas, tal como ya había sucedido en 1919. En noviembre de 1945 regresó a la catedral de San Bavón de Gante.
A partir de finales de marzo de 1945, los distintos ejércitos aliados empezaron a descubrir depósitos de obras de arte. El mayor de todos fue el de Altaussee. Pero sólo en Alemania, los soldados aliados encontraron unos 1.500 alijos de arte robado. Es probable que muchos otros sigan todavía enterrados y ocultos por el país, y por toda Europa. Algunos ejemplos de depósitos escondidos de piezas artísticas robadas, encontrados al término de la guerra, ofrecen una idea del alcance del expolio nazi.
En una cárcel de la localidad italiana de San Leonardo, situada al norte del país, los hombres de Monumentos descubrieron gran parte del contenido de la Galería Uffizi, que los soldados nazis habían almacenado a toda prisa durante su retirada de Florencia.
El castillo de Neuschwanstein seguía lleno de tesoros al terminar la contienda. El más relevante de todos ellos no era una obra de arte, sino la documentación completa de la ERR. Encontrar los archivos de ese importante departamento prácticamente intactos constituyó un hallazgo excepcional.
Con ayuda de Hermann Bunjes durante las últimas semanas de su vida, y con el apoyo de los servicios secretos de la OSS, otras minas de sal fueron identificadas y su contenido puesto a salvo por los ejércitos aliados. El 28 de abril de 1945, en un depósito y fábrica de munición llamada Bernterode, instalada en la región alemana de Turingia, aparecieron 40.000 toneladas de municiones. En el interior de la mina, los oficiales estadounidenses encargados de la investigación se fijaron en lo que parecía una pared de ladrillos pintada de manera que se asemejara a la piedra del pozo. Aquella pared resultó ser de un metro y medio de grosor. El mortero que unía los ladrillos todavía no se había solidificado del todo. Valiéndose de picos y mazas, los oficiales descubrieron varias cámaras que contenían gran cantidad de objetos de parafernalia nazi, entre ellos una gran estancia decorada con estandartes nazis, llena de uniformes, así como de centenares de obras de arte robadas: tapices, libros, pinturas y piezas de artes decorativas, casi todas sacadas del cercano Museo Hohenzollern. En otras de las cámaras se encontraron con un espectáculo macabro: tres ataúdes monumentales que contenían los esqueletos del rey prusiano del siglo XVII Federico el Grande, del mariscal de campo Von Hindenburg, y de su esposa. Al parecer, los nazis también se habían apoderado de reliquias humanas de señores de la guerra difuntos.
En Siegen, cerca de la ciudad de Aquisgrán, una mina contenía pinturas de Van Gogh, Gaugin, Van Dyck, Renoir, Cranach, Rembrandt y Rubens (oriundo de la localidad), así como diversos tesoros de la catedral de Aquisgrán, entre ellos el busto-relicario de plata y oro de Carlomagno, que contenía fragmentos de su cráneo.
A unos trescientos kilómetros al sur de Berlín, la mina de Kaiseroda podría haber pasado desapercibida a los vencedores, pero el destino quiso que en abril de 1945 unos miembros de la policía militar dieran el alto a dos mujeres que conducían ilegalmente, en un momento en que los movimientos de civiles estaban restringidos. Las subieron a su jeep y, cuando pasaban junto a la mina, las mujeres comentaron que en ella se ocultaban grandes cantidades de oro. La policía militar avisó por radio, y varios soldados fueron enviados a investigar. Tras descender setecientos metros montados en un ascensor oxidado, se enfrentaron a la visión más impactante de sus vidas.
Quinientas cajas de madera contenían un total de mil millones de marcos del Reich. Y eso era sólo el principio. Tras dinamitar una puerta de acero cerrada a cal y canto, encontraron 8.527 lingotes de oro, miles de monedas, también de oro, billetes y más cajas llenas de oro y plata en barras. Allí, además, se ocultaban también obras de arte, entre ellas la
Virgen con coro de ángeles
, de Botticelli. Posteriormente descubrirían que aquélla era la mayor parte de la reserva del Reichsbank, banco oficial del Tercer Reich. Los oficiales, entonces, hicieron un hallazgo horripilante: innumerables contenedores llenos de piedras preciosas y dientes de oro, arrancados a las víctimas de los campos de concentración.
Con todo, la mina que alcanzó mayor notoriedad fue la de Merkers, y fueron Posey y Kirstein quienes supervisaron el inventario de la misma el 8 de abril de 1945 —fecha en la que Gaiswinkler y su equipo se lanzaban en paracaídas sobre aquella Montaña del Infierno cubierta de nieve—. El pozo de la mina se hundía setecientos metros bajo tierra y contenía una puerta de cámara acorazada bancaria, que los nazis habían instalado y que, para poder abrirse, tuvo que ser dinamitada —misión peligrosa cuando la explosión se produce a casi un kilómetro de la superficie—. La Sala 8, por sí sola, tenía 50 metros de longitud por 25 metros de anchura, y una altura de al menos siete metros. Contenía miles de lo que parecían bolsas marrones de papel, pulcramente alineadas. De hecho, lo que contenían era oro: aproximadamente 8.198 lingotes, además de 1.300 bolsas con monedas de oro mezcladas, 711 bolsas con piezas de oro de veinte dólares americanos, planchas de imprenta usadas por el Reich para acuñar moneda y 276.000 millones de marcos, prácticamente la totalidad de la reserva del tesoro nacional alemán. También contenía obras de arte y antigüedades, entre ellas los grabados del
Apocalipsis
de Durero, pinturas de Caspar David Friedrich, mosaicos bizantinos, alfombras islámicas y entre uno y dos millones de libros. La mayor parte del contenido del Museo Kaiser Friedrich, guardado en 45 cajas, se hallaba asimismo depositado en Merkens. El museo no había sido objeto de saqueo, pero se decidió trasladar sus obras desde Berlín por motivos de seguridad. En el inventario final de la MFAA se eumeraban 393 pinturas fuera de cajas, 1.214 cajas de obras de arte, 140 piezas textiles y 2.091 cajas con grabados.
Allí había tanto oro que los soldados se metían lingotes en el bolsillo como recuerdo, y para procurarse una jubilación anticipada. Posey escribió a su esposa el 20 de abril: «En la mina de oro me han llenado el casco con monedas de oro de veinte dólares americanos, y me han dicho que podía quedármelas. Pesaba tanto que no podía levantarlo del suelo —contenía 35.000 dólares—, de modo que las hemos metido de nuevo en los sacos y lo hemos dejado ahí. Al parecer, no siento el menor afán por el dinero, pues no he experimentado ninguna emoción al ver tanto acumulado. Tu poema significa más para mí». Kirstein se mostró, también, poco interesado en llevarse nada de
souvenir
. Lo único que conservó, como recuerdo de sus aventuras, fue un cuchillo nazi de paracaidista.
Con su combinación de arte robado y oro enterrado, Merkers fue el primer depósito de obras de arte expoliadas en atraer la atención internacional de los medios de comunicación, aunque el oro acaparó un mayor interés popular que las piezas artísticas. Resulta interesante señalar que el gobierno de Estados Unidos consideró Merkers como operación financiera y, por tanto, no reservada a la MFAA. Eisenhower, Patton y varios otros generales realizaron una visita oficial a la mina, dando mayor resonancia aún al descubrimiento. George Patton, mientras descendían hacia las profundidades montados en el ascensor, soltó una broma: «Si la cuerda de este «tendedero» se rompe, en el Ejército de Estados Unidos los ascensos van a estar a la orden del día». Eisenhower no lo encontró gracioso.
¿Qué fue del botín de arte expoliado en poder de Hermann Göring? La División Aerotransportada 101.ª de los Aliados, conocida como los «Screaming Eagles» [Águilas Chillonas], encontró más de mil pinturas y esculturas que habían integrado la colección de Göring. Habían sido evacuadas de Carinhall el 20 de abril de 1945 y trasladadas a diversas otras residencias, en un intento constante de mantenerlas fuera del alcance del ejército ruso que, en el expolio de obras de arte, rivalizaba con los alemanes. Göring abandonó su residencia ocho días después y ordenó que la dinamitaran tras su partida. Escapó llevando consigo apenas unas pocas pinturas, entre ellas seis obras de Hans Memling, algo más joven que Van Eyck y residente, como él, en Brujas; una de Van der Weyden; y el
Cristo con la mujer adúltera
, obra que Göring consideraba de Vermeer, cuando en realidad había sido pintada por el falsificador holandés Han van Meegeren hacía sólo unos años. Göring fue detenido el 5 de mayo de 1945. Fue juzgado en Núremberg, pero se suicidó antes de que lo ejecutaran.
La justicia también alcanzó al
Gauleiter
August Eigruber. Fue arrestado por el Tercer Ejército pocos días después de que éste llegara a la mina. Actuó como testigo en los juicios de Núremberg, y fue juzgado en la causa por los campos de concentración de Mauthausen-Gusen. Fue condenado a morir ahorcado en marzo de 1946 por el Tribunal Militar Internacional de Dachau, y ejecutado el 28 de mayo de 1947.
Durante los juicios de Núremberg, el consejo que acusaba a los criminales de guerra nazis presentó diapositivas de una selección del material confiscado que había sido rescatado de la mina de Altaussee. Al término del pase, y cuando se leían ya los datos estadísticos referidos a los objetos robados, el consejo declaró: «Nunca, en la historia del mundo, se ha reunido una colección tan vasta con tan pocos escrúpulos».
Ya de regreso en París, con el Tercer Ejército, el capitán Robert K. Posey fue convocado a un encuentro con su comandante. Le habían concedido el mayor honor del gobierno belga, la Orden de Leopoldo, un equivalente al nombramiento de caballero. A su comandante correspondía imponer la orden al capitán Posey, héroe de guerra y uno de los salvadores de los grandes tesoros robados por los nazis. El comandante ejecutó el ritual de la Orden de Leopoldo a la manera tradicional: besándolo en las dos mejillas.