Read Los ladrones del cordero mistico Online
Authors: Noah Charney
Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo
Allí había pruebas de despedidas tristes y sentidas. También en la capilla, sobre un colchón viejo de rayas marrones y blancas, encontraron la escultura en mármol de Miguel Ángel de la
Virgen con el Niño Jesús
, que había sido robada de la iglesia de Nuestra Señora de Brujas, ciudad natal de Van Eyck. La pieza había permanecido en su lugar a lo largo de toda la guerra, hasta que el 8 de septiembre de 1944 los alemanes se la llevaron alegando que deseaban impedir que cayera en manos de los bárbaros americanos. La sacaron a escondidas de Brujas en un camión de la Cruz Roja requisado sólo ocho días antes de que los soldados británicos liberaran la ciudad. Y ahora estaba ahí, tendida sobre un colchón, en el suelo de una capilla subterránea. ¿Había echado Michel un vistazo a sus queridas obras de arte antes de huir?
Los cincuenta y tres objetos de mayor valor de la mina, los que habrían sido las obras más destacadas de cualquier museo del mundo, llevaban pegada una etiqueta en la que se leía: «A. H. Linz»; se trataba de las piezas reservadas para el gran museo de Adolf Hitler.
Los soldados y los mineros, bajo las órdenes de Posey y Kirstein, pasaron cuatro días catalogando el botín recuperado. En total, el tesoro de Altaussee se componía de los siguientes objetos:
—6.577 óleos
—2.030 obras sobre papel (acuarelas y dibujos)
—954 grabados y litografías
—137 esculturas
—128 piezas de armaduras y armas
—79 contenedores llenos de obras de artes decorativas
—78 muebles
—122 tapices
—1.500 cajas de libros únicos
Entre ellos se encontraban obras de los mejores pintores de la historia: Van Eyck, Miguel Ángel, Vermeer, Rembrandt, Hals, Reynolds, Rubens, Tiziano, Tintoretto, Brueghel, etcétera. Había centenares de obras de autores alemanes del siglo XIX, de las que tanto gustaban a Hitler, así como escultura funeraria egipcia, bustos griegos y romanos y esculturas de mármol y bronce, piezas de porcelana, muebles de madera tallada, tapices decorativos… el contenido de los mejores museos, galerías de arte y colecciones privadas de la Europa ocupada por los nazis.
Sigue sin existir acuerdo entre los historiadores sobre si
La Gioconda
de Leonardo da Vinci (posiblemente la única obra más famosa que
El retablo de Gante
, aunque en modo alguno más influyente que éste) llegó a ser robada por los nazis y escondida en Altaussee. En ninguno de los documentos de guerra que han sobrevivido consta que así fuera. La posibilidad de que el lienzo hubiera recalado en la mina de sal surgió sólo cuando los especialistas examinaron el informe del SOE, redactado tras la guerra, sobre las actividades de Albrecht Gaiswinkler. En dicho informe se asegura que éste y su equipo «salvaron objetos de valor incalculable, como la
Mona Lisa
». Un segundo documento procedente de un museo austríaco cercano a Altaussee, fechado el 12 de diciembre de 1945, manifiesta que «
La Gioconda
de París» se encontraba entre los «80 vagones llenos de obras de arte y objetos culturales procedentes de toda Europa» que fueron llevados a la mina.
El Museo del Louvre, por su parte, ha mantenido un sorprendente silencio sobre el paradero de sus tesoros durante la guerra. Tras años negándose a responder a las insistentes preguntas de los estudiosos, finalmente el Louvre admitió que
La Gioconda
, en efecto, había sido trasladada a la mina de Altaussee. Pero, entonces, ¿por qué no quedaba constancia de ello en ningún documento, ni en pertenecientes al punto de recogida de Múnich, ni en ningún papel de los Aliados, ni de los nazis?
En la actualidad el Louvre afirma que lo que se encontró en Altaussee fue una copia del siglo XVI de la
Mona Lisa
, que figuraba en una lista de varios miles de obras de arte reunidas en los Musées Nationaux Récupération (MNR), obras cuyos dueños no habían podido localizarse. Esa copia de
La Gioconda
se identificaba, en la lista, con las letras y los dígitos MNR 265. Una vez transcurridos cinco años, la copia fue entregada al Louvre para que el museo la custodiara. Desde 1950 hasta la actualidad, la copia ha estado colgada junto al despacho del director del museo.
Una historia intrigante de lo que pudo ocurrir con
La Gioconda
durante la Segunda Guerra Mundial aparece si se unen los hechos conocidos. No hay duda de que la
Mona Lisa
debió de ser un objetivo importante para la ERR, Göring y Hitler. Los nazis habrían buscado sin descanso la pintura, y habrían exigido que les fuera entregada tras su entrada en París, y la habrían requisado si no se la hubieran entregado. Una copia casi idéntica, contemporánea de la obra original, fue metida en el cajón de madera etiquetado especialmente con el título «
Mona Lisa
», y enviada para su almacenamiento junto con el resto de las colecciones de los museos nacionales, mientras que el original era astutamente escondido. La ERR se dedicó entonces a buscar la que, para ellos, era la
Mona Lisa
original y, al dar con ella, la envió a la mina de Altaussee para almacenarla. Durante todo ese tiempo, el lienzo original permaneció oculto, y no apareció oficialmente hasta el 16 de junio de 1945, el mismo día en que el primero de los tesoros de la mina de sal fue sacado a la superficie. Ello explica que
La Gioconda
regresara de Altaussee con el número de restitución MNR 265, que hoy cuelga en la zona de oficinas del Louvre. También sirve para comprender por qué la obra no figuraba en ninguno de los documentos relacionados con Altaussee —algunos agentes reconocieron que el cuadro de la mina era una copia—, mientras que otros —entre ellos, claro está, la ERR— creyeron que se trataba del original.
Karl Sieber, el conservador alemán que se había ocupado de las obras requisadas y escondidas en Altaussee, fue el encargado de informar a Posey y Kirstein sobre las peripecias por las que había pasado
El retablo de Gante
. Después de que Buchner hubiera trasladado los paneles desde Pau hasta París, éstos fueron conducidos a Neuschwanstein, el castillo de cuento de hadas situado en Baviera que serviría de modelo al de Disneylandia. En principio se consideró que Neuschwanstein se convertiría en el depósito central de todas las obras de arte robadas por los nazis. El primer cargamento llegó por tren en abril de 1941. Altaussee sólo se convirtió en alternativa al castillo bávaro cuando éste, que además era un monasterio, así como otros cinco castillos más, se hubieron llenado de obras robadas. Entonces la mina, acondicionada ya como depósito camuflado, empezó a acoger piezas a partir de febrero de 1944, cuando los ataques aliados amenazaban ya los centros de almacenaje situados en los castillos.
En Neuschwanstein, un restaurador de Múnich había tratado
El Cordero
de unas ampollas que habían aflorado durante sus años de exilio y traslados, y añadió pintura a las áreas donde ésta había saltado del panel como consecuencia de los cambios de humedad. Cuando
El retablo de Gante
fue encontrado en la mina, todavía mostraba vendajes de papel de cera en ciertas secciones. El panel de san Juan Bautista que había sido robado de la catedral de San Bavón y recuperado en 1934 seguía en el taller de Sieber a la espera de recibir tratamiento.
Fue entonces cuando Posey y Kirstein recibieron la mala noticia. El hombre que les había ayudado a salvar todo aquello, Hermann Bunjes, había matado a su mujer y a su hijo y se había quitado la vida. Su sentimiento de culpa, su desesperanza ante su futuro y el temor a las represalias de sus compatriotas le habían pesado demasiado, y aquel peso le había resultado insoportable. El único consuelo de este final trágico es que la historia podrá recordar con agradecimiento el papel que desempeñó en la salvación de esos tesoros, aunque al reconocimiento debe sumarse la contrición, pues también tuvo responsabilidad en su robo.
Posey y Kirstein fueron relevados por los hombres de Monumentos del 12.º Ejército, George Stout y el teniente Thomas Carr Howe Jr., y siguieron hacia el norte con el Tercer Ejército, mientras sus relevos preparaban el tesoro de Altaussee para su traslado, y lo enviaban al punto de recogida de la Múnich liberada.
El Punto Central de Recogida de Múnich quedó establecido en julio de 1945 en el que había sido cuartel general de Hitler, y debía convertirse en el destino principal de todos los objetos del patrimonio cultural que hubieran sido desplazados por la ERR. Una vez allí, un equipo de expertos dirigidos por el brillante historiador del arte estadounidense Craig Hugh-Smyth se encargaba de determinar qué pertenecía a quién, y de organizar el regreso de cada pieza de arte robado al país al que legítimamente correspondía. Cada país, a su vez, debía encargarse de hacerla llegar a los ciudadanos particulares.
A fin de retirar las obras de arte de la mina, Stout y Howe equiparon el pozo con raíles. Unas vagonetas especialmente diseñadas, planas y de un metro y medio de longitud, se cubrían de planchas de madera. La fuerza la proporcionaban unas pequeñas locomotoras a gasolina.
La Virgen y el Niño Jesús
, de Miguel Ángel, fue la primera pieza en abandonar aquel depósito subterráneo, y lo hizo el 16 de junio, protegida por un envoltorio acolchado. La segunda fue
El retablo de Gante
. Para ello hubo de diseñarse un vagón especial, más bajo, para que la parte superior de los paneles no rozara los techos excavados en la roca.
Incluso una vez fuera de la mina, el camino que separaba Altaussee de Múnich distaba mucho de resultar seguro. El convoy de camiones era defendido por una escolta fuertemente armada. Howe escribió: «entre Altaussee y Salzburgo la carretera pasaba por un paisaje muy aislado. Las condiciones todavía no eran seguras. Había grupos formados por soldados que pululaban por las montañas y acechaban». Bajo la supervisión de Howe y Stout, el contenido de la mina en su totalidad llegó íntegro al centro de recogida de Múnich.
Si la mayoría de los objetos dirigidos al punto de recogida debían ser recuperados por representantes de cada país afectado, las piezas más importantes serían trasladadas a sus lugares de origen. El general Eisenhower solicitó personalmente la restitución inmediata de aquellas obras maestras escogidas, con cargo a las arcas estadounidenses, como muestra de la política americana.
El retablo de Gante
de Van Eyck fue la primera de esas obras maestras en ser devuelta. Un avión fletado especialmente lo trasladaría desde Múnich hasta Bruselas. Los paneles se ataron a unas planchas metálicas especialmente medidas, y se instalaron en la bodega del avión. Para asegurar que la obra llegara sana y salva se permitió que un pasajero la acompañara en la travesía: el capitán Robert K. Posey.
En el aeropuerto de Bruselas le aguardaba un desfile y una gran bienvenida. Tras quinientos años de secuestros, traslados ilegales, desmembramientos, expolio, actos de vandalismo consumados o en grado de tentativa, rescates, robos en diversas modalidades, y momentos en que estuvo al borde de la destrucción,
El retablo de Gante
podría descansar al fin, camino de casa.
¿O no? En la odisea del regreso todavía aguardaba una nueva peripecia.
¿De dónde colgar la medalla al heroísmo? Con tantos relatos contradictorios —Gaiswinkler, Grafl, Michel, Pöchmüller, entre otros—, conviene separar los motivos ulteriores y buscar la verdad entre las distintas versiones planteadas. Que las aventuras de Gaiswinkler resulten increíbles no implica que haya que descartarlas. Su historia es tan cinematográfica que, de hecho, inspiró un largometraje en 1968 titulado
El desafío de las águilas
y protagonizado por Clint Eastwood y Richard Burton. La historia real está llena de historias que parecen imposibles más allá del ámbito de la ficción, más aún durante la Segunda Guerra Mundial, en que las personas más anodinas se convirtieron en héroes. ¿Es el relato de Gaiswinkler menos plausible que los trece delitos que han marcado la existencia de
La Adoración del Cordero Místico
, que el robo por entregas a cargo del napoleónico ciudadano Wicar, que el acto heroico del canónigo Van den Gheyn al ocultar el retablo, que la extraña sustracción y la petición de rescate del panel de los Jueces Justos, con su aire de conspiración?
Son numerosos los documentos de fuentes primarias que avalan la veracidad del relato de Gaiswinkler, pero se trata, sobre todo, de fuentes alemanas y austríacas. En ellas se da el incentivo de colocar a un agente doble austríaco como salvador de los tesoros de Altaussee. Pero que exista ese interés no invalida la posible verdad de la cuestión. Sin embargo, han aparecido testimonios contradictorios en otras fuentes primarias, entre ellas la de Pöchmüller, que excluye el papel de Gaiswinkler en la salvación de la mina y atribuye la heroicidad a unos mineros anónimos, al propio Pöchmüller, al líder de otro grupo de la Resistencia austríaca llamado Sepp Plieseis, a Josef Grafl o a Alois Raudaschl, jefe de los mineros de Altaussee en la Resistencia. Lo cierto es que al final de la guerra, durante los últimos días, sólo quedaron cinco personas lo bastante cerca de la mina como para poder relatar lo sucedido: Hermann Michel, Emmerich Pöchmüller, Sepp Plieseis, Josef Grafl y Albrecht Gaiswinkler. Todos tenían motivos para autoproclamarse héroes por un día. Otras fuentes conceden más importancia a los hombres de Monumentos de los Aliados —fueron ellos quienes salvaron los tesoros con la ayuda de los mineros y la Resistencia, y no unos austríacos—. Pero esas fuentes son, cómo no, británicas y estadounidenses y, por tanto, tienen como finalidad defender los esfuerzos de los Aliados. Es posible que no lleguemos a conocer nunca la verdad exacta que, muy probablemente, contenga elementos de todas las versiones de la historia que han sobrevivido.