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Authors: Noah Charney

Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo

Los ladrones del cordero mistico (42 page)

BOOK: Los ladrones del cordero mistico
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En cumplimiento de mi deber, informé al
Reichsmarschall
sobre la reunión para abordar la protesta del gobierno francés por la labor de la Einsatzstab Rosenberg […] El
Reichsmarschall
dijo que mencionaría el asunto al Führer […] El miércoles 5 de febrero fui convocado por el
Reichsmarschall
para que me reuniera con él en el Jeu de Paume, donde se encontraba inspeccionando los tesoros artísticos judíos que recientemente se habían acumulado allí. El
Reichsmarschall
contempló la exposición escoltado por mí y realizó una selección de las obras que debían enviarse al Führer y de las que él deseaba incorporar a su propia colección.

Aproveché la ocasión que me brindaba estar a solas con el
Reichsmarschall
para insistir sobre la nota de protesta que el gobierno francés había enviado contra las actividades de la Einsatzstab Rosenberg, en la que se refería a la cláusula de la Convención de La Haya [que excluía el patrimonio cultural de ser tomado como botín de guerra] […] El
Reichsmarschall
abordó el tema exhaustivamente y me indicó lo siguiente, diciendo: «Mis órdenes son taxativas. Haz exactamente lo que ordeno. Las obras de arte acumuladas en el Jeu de Paume serán cargadas de inmediato en un tren especial con destino a Alemania. Los artículos que sean para el Führer y los que sean para el
Reichsmarschall
serán cargados en vagones separados que se engancharán al convoy del
Reichsmarschall
con el que regresará a Berlín a principios de la semana próxima. Herr Von Behr acompañará al
Reichsmarschall
a bordo de ese tren especial en viaje hacia Berlín».

Cuando planteé que tal vez los abogados fueran de otra opinión y que el comandante en jefe [de las Fuerzas Armadas alemanas] en Francia podría elevar sus protestas, el
Reichsmarschall
respondió con estas palabras: «Querido Bunjes, déjame eso a mí. Yo soy el abogado supremo del Estado».

Bunjes reconoció la hipocresía de lo que se denominaba Unidad de Protección Artística y se dedicaba a despojar a Europa de sus tesoros artísticos, por más que él no estuviera en absoluto libre de culpa. Según el informe emitido por la ERR aliada tras la guerra, el 16 de mayo de 1942 Göring pidió a Bunjes que preparara un documento detallando las confiscaciones de la Einsatzstab y las protestas del gobierno francés derrotado. El informe en cuestión describe los intentos activos de Bunjes de justificar la confiscación de las obras de arte de los judíos, así como de acallar las protestas de los franceses.

En esencia, el documento de Bunjes recalca la ingratitud del Estado y el pueblo franceses ante los esfuerzos desinteresados de la Einsatzstab, sin la cual la destrucción y la pérdida de materiales culturales de incalculable valor habrían resultado inevitables. El documento es un clásico en la literatura de traición política. Dicho en pocas palabras, Bunjes proporciona, diáfana, la siguiente justificación legal para dar cuenta de la actuación alemana: la Convención de La Haya de 1907, rubricada por Alemania y Francia y observada en los términos del armisticio de mayo de 1940, apela, en su artículo 46, a la inviolabilidad de, entre otras cosas, la propiedad privada. Sin embargo, Bunjes defiende que el armisticio de Compiègne de 1940 ha sido un pacto alcanzado por Alemania y el Estado y el pueblo franceses, pero no con los judíos ni con los masones; y que, de acuerdo con ello, el Reich no está obligado a respetar los derechos de propiedad de los judíos; y que, es más, los judíos, además de los comunistas, han atentado en incontables ocasiones, desde la firma del armisticio, contra las vidas del personal de la Wehrmacht y los civiles alemanes, por lo que han debido tomarse medidas más estrictas para acabar con los desmanes de los judíos. Bunjes considera que la base de las protestas francesas y las peticiones de retorno de las posesiones judías sin propietario responden al deseo de parte del gobierno francés de engañar a Alemania, y contribuir a la ejecución de actividades subversivas contra el Reich.

¿Se vio Bunjes obligado por las circunstancias a preparar el informe? ¿Podía creer lo que escribió, enamorado como estaba de la cultura y el arte franceses? Sólo nos queda imaginar cuáles eran sus verdaderos sentimientos, aunque como mínimo debió de experimentar cierto conflicto interior. Cuando Posey y Kirstein lo conocieron, el alemán sufría una depresión severa.

Después Bunjes relató —por primera vez ante los Aliados— los planes de construcción del supermuseo de Hitler. Se habían encontrado archivos que apuntaban a que la captura de obras de arte había sido de enormes dimensiones. Los informes escritos por Rose Valland a Jacques Jaujard habían revelado el alcance del expolio que se había producido en Francia. Pero todavía no habían aflorado pruebas documentales en las que se mencionara ese supermuseo. Bunjes describió diversos almacenes y depósitos de obras de arte ubicados en castillos: Neuschwanstein, que albergaba las colecciones robadas a los judíos franceses; Tambach, lleno de piezas robadas en Polonia; Baden Baden, donde se custodiaban las obras de arte arrebatadas a Alsacia; y así sucesivamente. Pero el mayor alijo de todos —prosiguió— se encontraba en una mina de sal de los Alpes austríacos. La habían convertido en un depósito dotado de las tecnologías más avanzadas, y albergaba las obras de arte expoliadas que pensaban instalar en Linz. Contenía miles de objetos robados por toda Europa, e incluida
La Adoración del Cordero Místico
de Jan van Eyck.

Pero, según advirtió a continuación, los guardias de las SS encargados de proteger la mina de sal habían recibido órdenes de hacerla estallar si no lograban defenderla ante los Aliados. La información reservada sobre la que Woolley había escrito a lord MacMillan era cierta. Hitler había emitido lo que llegó a conocerse como el Decreto Nerón el 19 de marzo de 1945 declarando que todo lo que pudiera ser de utilidad para los Aliados, sobre todo zonas industriales o de suministros, debía ser destruido si no lograba ser defendido. Y se creía que ello incluía las obras de arte requisadas. Es más, lo que Bunjes no podía saber era que August Eigruber, el despiadado oficial nazi a cargo de la región austríaca de Oberdonau, había recibido una carta personal del secretario privado de Hitler, su mejor amigo y ministro del Reich, Martin Bormann, en la que lo instaba a tomar todas las medidas necesarias para impedir que el tesoro de Altaussee fuera capturado por los Aliados.

La absoluta devoción que Eigruber profesaba a Hitler le había valido para ascender rápidamente los escalafones del nazismo. Había sido director provincial del Partido Nazi en la Alta Austria, y había pasado varios meses en prisión cuando éste fue prohibido en la zona en mayo de 1935. Desde 1936 hasta el
Anschluss
de 1938 —momento a partir del cual Austria pasó a convertirse oficialmente en parte de la Gran Alemania y el nazismo no sólo fue legal, sino la fuerza política dominante—, él fue el líder del partido clandestino en su región. Se unió a las SS como oficial en 1938, y el 1 de abril de 1938 pasó a ser
gauleiter
de Oberdonau, Austria. En noviembre de 1942 fue nombrado comisario de defensa del Reich, y en junio del año siguiente ya había alcanzado el rango de
obergruppenführer
de las SS, sólo un peldaño por debajo del propio Himmler.

Se conserva una fotografía de Eigruber en la que aparece con la misma expresión extasiada de un seguidor fanático, los labios tan apretados que apenas resultan visibles, el superior cubierto por el inferior, en gesto infantil, entusiasmado ante los planos del museo que Hitler pensaba construir en Linz, y que ocuparía toda la ciudad, acompañado del arquitecto Hermann Giesler y del mismísimo Hitler. Eigruber recuerda un poco a Charlie Chaplin, con su bigotillo hitleriano y su leve cojera, con sus hombros hundidos, aunque su físico curioso camuflara, en realidad, una fortaleza propia de un obrero del metal, una determinación antisocial patológica y la seguridad en sí mismo que le proporcionaba su rápido ascenso en las filas del nazismo.

Eigruber interpretó una orden confusa de Bormann, que le instaba a impedir que los Aliados se apoderaran del contenido de la mina, como una llamada a destruir las obras de arte almacenadas en ella. Su empecinamiento en imponer su propia interpretación de las órdenes de Hitler iba más allá de las obras de arte a su cargo. En efecto, había sido un oficial entusiasta en el campo de concentración de Mauthausen-Gusen durante la guerra, y ahora ordenaba que gasearan a enfermos mentales y a otras personas que, antes de la guerra, habían sido consideradas incapaces para trabajar. El 8 de abril ordenaría la ejecución de todos los presos políticos de su región que se encontraran a la espera de la celebración de juicio, y al menos cuarenta y ocho personas fueron fusiladas al amanecer del día siguiente.

Lo que Bunjes relató a Posey y Kirstein era increíble. «El capitán Posey, lo mismo que yo, hubimos de ejercer todo nuestro autocontrol para no mostrar el menor atisbo de asombro o reconocimiento», escribió Kirstein. Al parecer, Bunjes creía que los Aliados ya conocían todo lo que él acababa de contarles.

Posey y Kirstein regresaron a toda prisa al campamento e informaron a sus superiores. Bunjes había señalado sobre un mapa la ubicación de la mina de sal. Se encontraba junto al pueblo de Altaussee, cercano a la ciudad balneario de Bad Aussee y a Salzburgo. Quedaba lejos de la ruta de ataque de los Aliados. Al no ser de importancia estratégica, los ejércitos aliados no habían planificado despejar la zona en las semanas siguientes. La región era especialmente peligrosa. Sus montañas escarpadas y de frondosos bosques estaban plagadas de pequeñas bandas errantes de agentes de las SS y restos del Sexto Ejército alemán que se batían en retirada hacia los Alpes italianos. Las fuerzas armadas alemanas se desintegraban, pero las bolsas de soldados que quedaban actuaban por su cuenta, recurriendo a técnicas de guerrilla, lo que resultaba especialmente peligroso e impredecible.

Llegar a Altaussee no iba a ser, pues, tarea fácil. Kirstein escribió:

El terreno era extremadamente difícil. Las montañas estaban atestadas de SS y soldados del Sexto Ejército alemán que se retiraban hacia los Alpes italianos. Dos días antes, al abandonar una carretera secundaria, nos vimos atrapados en medio de un convoy alemán motorizado. A lo largo de diez millas no supimos quién era prisionero de quién. Debían de dirigirse a algún lugar para rendirse, porque a pesar de que iban armados no ocurrió nada.

Eran tiempos confusos. Las fuerzas alemanas se desintegraban, y ya no se dudaba de que la guerra tocaba a su fin. La única duda era cuánto tardaría Alemania en rendirse, y cuánta destrucción se produciría antes de que ello ocurriera. ¿Arrasarían los nazis gran parte de los tesoros artísticos de la historia sólo por despecho, para impedir que el mundo pudiera volver a verlos nunca más? Se habían revelado capaces de semejante atrocidad, y de otras peores. En 1942 los Aliados conocían ya los planes de Hitler para la exterminación masiva de negros, judíos y otros grupos minoritarios considerados racialmente inferiores por los nazis, aunque el verdadero alcance del genocidio se hizo patente sólo cuando fueron liberados los primeros campos de concentración en 1945. Cuando el líder de las SS Heinrich Himmler, desaliñado y con un parche en el ojo izquierdo, fue detenido por soldados británicos cuando cruzaba un puente en Bremervörde, al norte de Alemania, mientras trataba de alcanzar la lejana Suiza, los miembros de las SS que quedaban quemaron todas sus obras de arte para impedir que el ejército británico pudiera llevárselas. Y existían precedentes de actos de destrucción similares en los dos castillos franceses de Valençay y Rastignac.

Según Bunjes,
El retablo de Gante
estaba oculto en la mina de Altaussee. Pero el Tercer Ejército del general Patton se dirigía hacia Berlín. Existía una competición cordial entre los ejércitos primero, tercero, cuarto, séptimo y noveno de los Aliados, que pretendían ser los primeros en llegar a Berlín. Sólo después de que Eisenhower determinara que el Ejército Rojo llegaría a Berlín mucho antes de que pudieran hacerlo los Aliados, y de que el general Omar Bradley estimara, macabramente, que para capturar la ciudad habrían de sacrificarse las vidas de otros 100.000 aliados, los estadounidenses reorientaron sus esfuerzos a la toma de Austria. El llamado reducto alpino de los Alpes Austríacos, sobre todo en torno a la residencia vacacional de Hitler en Berghof, se consideraba el lugar en el que los nazis se harían fuertes para librar la batalla final. Se temía que ésta pudiera durar años, y que costara miles de vidas sacar de allí a las unidades atrincheradas en los espesos bosques. Kirstein admitía sus dudas en una carta que envió a su hermana: «Por lo que respecta a Alemania, creo que todavía luchará un tiempo. A pesar del hundimiento de la Wehrmacht y del triunfalismo de los periódicos, hasta ahora no ha existido ningún lugar en cuya conquista no haya muerto mucha gente […] Espero volver a verte antes de que empiecen a pagarme la pensión de jubilación».

Posey y Kirstein informaron al general Patton de lo que Hermann Bunjes les había revelado, y se tomó una decisión. El Tercer Ejército se desviaría hacia Austria en abril de 1945 —en una ruta que los conduciría hacia Altaussee—. Kirstein escribió: «Todavía nos encontrábamos a varios días de allí […] El capitán Posey se adelantó para preparar a los mandos. Si no se les indicaba el lugar al que nos dirigíamos, las tropas estadounidenses no tendrían razón para ocuparla hasta transcurridas varias semanas». Ahora, la totalidad del Tercer Ejército y un cambio en la estrategia aliada podían servir para sacar partido de las increíbles revelaciones de un ex miembro de las SS desilusionado, experto en escultura francesa del siglo XII, que se ocultaba en una casa en medio del bosque y temía el ataque de sus compatriotas.

A principios de abril de 1945, Posey y Kirstein se pusieron en contacto con el movimiento de Resistencia austríaco. Se encontraban ya a pocos días de Altaussee. Y fue entonces cuando tuvieron conocimiento de la misión paralela, la Operación Ebensburg.

Llegados a este punto, los informes de los miembros de la Resistencia difieren respecto de lo que ocurrió en Altaussee antes de la llegada del Tercer Ejército. La reconstrucción histórica de la Operación Ebensburg se basa en tres documentos: las memorias de Gaiswinkler, las de Grafl y un libro sobre la Resistencia publicado por el gobierno austríaco en 1947. Los relatos de otras fuentes primarias cuentan versiones distintas de la historia: incluso la exposición que ofrece Grafl difiere de la de su compañero de equipo, Gaiswinkler. Hermann Michel, director técnico de la mina; Emmerich Pöchmüller, director civil; y Sepp Plieseis, otro líder de la Resistencia, redactaron versiones de lo sucedido que con frecuencia resultan contradictorias. Sólo con la llegada del Tercer Ejército a Altaussee las aguas se aclaran.

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