Los ladrones del cordero mistico (39 page)

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Authors: Noah Charney

Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo

BOOK: Los ladrones del cordero mistico
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La mina de sal se extendía por el interior de una montaña llena de cavernas de distintos tamaños, todas comunicadas entre sí. En 1935 los mineros habían consagrado incluso una capilla en una de aquellas cuevas abovedadas dedicada a santa Bárbara, patrona de los mineros. Los historiadores del arte nazis que examinaron la mina se fijaron en el excelente estado de conservación del retablo pintado de aquella capilla, y resolvieron que las condiciones atmosféricas eran las ideales para el almacenaje de obras de arte. La humedad en el interior se mantenía constante y era del 65 por ciento. En verano la mina mantenía de manera natural una temperatura de 4,5 grados centígrados. Curiosamente, en invierno la temperatura ambiente ascendía hasta alcanzar los 6,6 grados centígrados. En una primera fase, la mina se usó para almacenar la colección del Kunsthistorichesmuseum de Viena. Y posteriormente, en 1943, el doctor Hermann Michel, jefe del Servicio Vienés para la Protección de Monumentos Históricos, y experto en mineralogía, la escogió por considerar que se trataba del lugar perfecto para conservar todas las obras de arte obtenidas a través del saqueo, y que debían formar parte del supermuseo de Hitler en Linz.

Entre 1942 y 1943 un equipo de ingenieros creó, en el interior de las minas de sal, unas instalaciones de almacenaje dotadas de los últimos avances. Las cuevas, algunas de ellas espaciosas y amplias como catedrales subterráneas excavadas en la roca, estaban revestidas de madera impermeabilizada, y contaban con cableado eléctrico. Se instalaron paneles metálicos como los que se usaban en las zonas de almacenaje de las galerías de arte. Los cuadros se colgaban de ganchos instalados sobre aquellos paneles verticales de rejilla, que se alineaban uno junto al otro e iban montados sobre barras deslizantes. A las obras de arte se accedía tirando del panel hacia fuera para extraerlo. Algunas de las cuevas eran lo bastante altas como para permitir la instalación de tres niveles de paneles, y a los superiores se llegaba mediante un montacargas. Se construyeron cajas especiales para proteger las obras sobre papel. Los anaqueles ocupaban miles de metros. Permanentemente 125 empleados se ocupaban de las instalaciones. Los ingenieros comprobaban a diario los niveles de temperatura y humedad, y se mantenían atentos por si se produjera cualquier indicio de derrumbamiento. Había restauradores e historiadores del arte que realizaban rondas periódicas, restauraban los objetos dañados durante los traslados o en el momento del saqueo. En aquella mina reconvertida existían incluso oficinas y espacios en que los trabajadores podían dormir.

En su mayoría, los tesoros fueron trasladados a Altaussee a partir de principios de mayo de 1944, y el resto llegaría en abril de 1945, cuando los bombardeos aliados empezaron a suponer un peligro para otros puntos de almacenamiento, entre los que se encontraban seis castillos alemanes y un monasterio. Más de 1.680 pinturas llegaron desde las oficinas de Hitler en Múnich, el Führerbau, que constituía otro punto de concentración de las obras que iban a constituir su colección de Linz. Y muchas otras se enviarían desde otras procedencias. Hasta qué punto se trataba de una cueva del tesoro dotada con las tecnologías más avanzadas y qué trofeos hallarían en su interior eran preguntas que el equipo de Gaiswinkler habría de esperar apenas un poco más para responder.

Los estadounidenses se pusieron en contacto con el Ejecutivo de Operaciones Especiales (SOE), con base en Londres, y expresaron que Gaiswinkler podía ser un valioso activo si lograban convencerlo de que trabajara para los Aliados, lo que parecía posible. Lo trasladaron a Inglaterra en avión y le ofrecieron la posibilidad de recibir entrenamiento como agente secreto para combatir contra los nazis y liberar su Austria natal.

Gaiswinkler aceptó gustoso, y fue destinado a unas instalaciones de entrenamiento situadas en la campiña inglesa. En Wandsborough Manor, Surrey, adquirió conocimientos sobre sabotaje, demoliciones, camuflaje, cartografía, supervivencia al aire libre, puntería y engaño durante los interrogatorios —las habilidades propias de los agentes secretos—. Aprendió a saltar en paracaídas sobre el aeródromo de Airfield, cercano a Manchester. En Surrey, Gaiswinkler conoció a un grupo de austríacos que se habían unido a los Aliados en calidad de agentes secretos o agentes dobles. Era muchos más los que se habían ofrecido voluntarios, pero habían sido rechazados por no considerarse aptos para la misión. Psicológica, ideológica y físicamente, aquéllos eran la élite de los reclutados.

El Ejecutivo de Operaciones Especiales obtuvo grandes éxitos durante la guerra en el adiestramiento de agentes dobles, gracias a los que logró obtener informaciones trascendentales para el desarrollo de la guerra. Para Gaiswinkler crearon una misión que él se encargaría de dirigir: la Operación Ebensburg. A él y a otros tres agentes austríacos —Karl Standhartinger, Karl Schmidt y Josef Grafl— les sería encomendada una doble misión secreta que, en una de sus partes, constituiría la respuesta aliada a la llamada a la acción expresada en la carta que sir Leonard Woolley había escrito a lord MacMillan.

En efecto, el equipo de austríacos debía recuperar de Altaussee los tesoros artísticos robados por los nazis en Europa. Y aunque ellos todavía lo ignoraban, la obra magna entre las incontables obras de arte almacenadas en aquella mina de sal oculta era
La Adoración del Cordero Místico
, de Jan van Eyck.

Pero su misión incluía también otro elemento: el asesinato de Joseph Goebbels.

Los intentos de acabar con las vidas de los líderes nazis habían sido tan frecuentes como fallidos. A ojos de muchos nazis, Hitler parecía un hombre tocado por la gracia divina, tal vez protegido por fuerzas sobrenaturales: había sobrevivido por lo menos a doce intentos de asesinato. En el primero de ellos, una bomba había estado a punto de alcanzarle en la cervecería Burgerbrau de Múnich, el 8 de noviembre de 1939. El Führer estaba pronunciando un discurso, que terminó abruptamente, antes de la hora programada, a las 21.12. La bomba estalló a las 21.20. Tras entrar por el tejado del edificio, causó la muerte a ocho personas y heridas a sesenta y cinco, entre ellas al padre de la amante de Hitler, Eva Braun. El hecho de sobrevivir a doce complots para asesinarlo no hizo sino convencer todavía más a Hitler de que se trataba de un elegido destinado a limpiar el mundo y conducir a su pueblo a la victoria. El Tercer Reich contaba con la guía de sus líderes dinámicos, Hitler por encima de todos ellos. Si sus figuras clave llegaban a ser eliminadas, tal vez se lograra poner fin a la guerra de manera rápida. Y si los planes para atentar contra un Führer permanentemente rodeado de una guardia pretoriana habían fracasado, tal vez resultara menos complicado acceder a los miembros de su círculo más íntimo, como Goebbels.

Además de Gaiswinkler, el único miembro del equipo encargado de la Operación Ebensburg del que se posee información significativa es el operador de radio Josef Grafl. Había nacido en 1921 en Schattendorf, Austria, localidad de tendencia tradicionalmente socialdemócrata situada en la frontera con Hungría. Trabajó de peón de albañil en Viena y en 1934 se afilió al Partido Comunista de Austria. Su trabajo para la organización de la Juventud Socialista de los Trabajadores lo llevó a recibir formación como operador de radio. Por sus actividades comunistas, Grafl fue encarcelado durante tres meses en Wöllendorf. Tras su liberación estudió para ser maestro de obra, pero el curso quedó bruscamente interrumpido por su incorporación al servicio militar el 17 de octubre de 1940. Una vez que volvió a salir a la luz su vinculación con los comunistas, fue clasificado como «no apto para el servicio militar», y enviado a Aurich para que siguiera formándose como operador de radio.

En 1941 Grafl fue destinado a Ucrania como integrante del departamento de noticias radiadas del ejército nazi. Ese mismo año, mientras se encontraba de servicio en Bulgaria, Grafl saboteó a su propio ejército enviando mensajes secretos de radio a los rusos. Descubierto con las manos en la masa, fue enviado a Varna, Bulgaria, y condenado a muerte. Con la ayuda de dos amigos logró escapar de Varna subiéndose a un barco que realizaba una travesía por el Mar Negro. Pero la embarcación fue interceptada en el puerto rumano de Constanza. Su temor a que volvieran a apresarlo le llevó a seguir el viaje a pie, con la esperanza de llegar a Atenas y poder unirse a la Andart, la fuerza partisana griega. Pero sólo llegó hasta Kilkis, donde fue interceptado y detenido por desertor.

Por segunda vez, Grafl logró evadirse de sus captores. Escapó con ayuda de dos partisanos búlgaros, que lo condujeron hasta el otro lado de la frontera por las montañas que separaban las dos naciones, y lo dejaron en manos de sus camaradas helenos. Pero una vez allí se produjo una escena confusa, potenciada por los problemas de comunicación: los partisanos griegos creyeron que se trataba de un enemigo nazi, y fue retenido en contra de su voluntad, por tercera vez. Incapaz de expresar que él estaba de su parte, el austríaco logró apoderarse de las armas de sus captores y conducirlos hasta Atenas. Durante la travesía pudo convencer a aquellos griegos de que él también estaba en contra de los nazis, y finalmente se unió a los partisanos en el distrito ateniense de Dourgouti. Los británicos les proporcionaban armas y suministros con regularidad, y los partisanos entraban con frecuencia en combate con las fuerzas nazis de la zona tanto en las calles como en los bosques cercanos. Aprovechándose de aquellos contactos con los británicos, Grafl aceptó una oferta para trabajar para ellos en el SOE, que estaba reclutando de manera activa a alemanes y austríacos desertores para entrenarlos como agentes dobles.

De hecho, Grafl se unió a los Aliados antes que Gaiswinkler, pero inicialmente fue aceptado por la Royal Air Force, no por el SOE. A principios de 1942 fue trasladado en submarino desde Grecia hasta Alejandría, Egipto, donde recibió formación básica antes de desplazarse a Haifa para ser entrenado como piloto. Grafl fue destinado a la lucha contra los japoneses y trabajó como tripulante de un caza en China y Birmania, escoltando a los bombarderos. Tras varias misiones, Grafl empezó a sentir que se encontraba demasiado lejos del lugar que llevaba en el corazón; él deseaba luchar por la libertad de su Austria natal. Solicitó un traslado, y fue entonces cuando fue entrevistado por el SOE. En 1944 le asignaron el seudónimo de Josef Green y recibió casi todos los conocimientos sobre sabotaje y paracaidismo en Hong Kong. Participó en 34 misiones de sabotaje antes de sumarse a la Operación Ebensburg.

El adiestramiento del equipo concluyó a finales de enero de 1945. A todos los agentes les asignaron alias —papeles e identidades falsas—. Tuvieron que ejercitarse para memorizar los datos de unas biografías fraudulentas, y fueron trasladados a Bari, en el sur de Italia, donde recibieron instrucciones. La tarea principal consistía en investigar el depósito de obras de arte de la mina de Altaussee, así como en organizar un movimiento de resistencia local. En segundo lugar, y sólo si la primera parte de la misión culminaba con éxito, debían dirigir a esos integrantes de la resistencia local en la obtención de información sobre unidades y actividades enemigas de la zona, en la obstaculización de las operaciones de los nazis mediante el sabotaje y, recurriendo a tácticas de guerrilla, en la protección de la mina hasta la llegada de las divisiones armadas de los Aliados. Finalmente, cuando llegaran a Grundslee, tal como estaba previsto, debían intentar asesinar a Joseph Goebbels. Se coordinarían con la rama del SOE con sede en Bari mediante un transmisor de radio, que llevarían consigo cuando se lanzaran en paracaídas sobre los Alpes austríacos. La contraseña para comunicarse con la sede de Bari sería «Maryland».

Tras varios retrasos causados por las inclemencias del tiempo, el grupo partió el 8 de abril. Su equipo, que incluía ametralladoras, granadas, explosivos, detonadores y el transmisor de radio, sería lanzado en el interior de cajones con paracaídas de apertura automática. Ellos sólo iban armados con pistolas y cuchillos de supervivencia. Una vez llegaran a tierra serían recibidos por miembros de la Resistencia austríaca.

El piloto del bombardero Halifax que transportaría a los agentes especiales, Bill Leckie, perteneciente a la rama escocesa de la Cruz de San Andrés del Escuadrón de Misiones Especiales 148 de la Royal Air Force, recordaba así la misión:

Ni con anterioridad ni en aquel momento teníamos la menor idea de nuestro papel en la situación relacionada con la amenaza nazi de destruir las obras expoliadas. Por aquel entonces la discreción era eficaz al cien por cien, y no se revelaba qué era lo que estaba a punto de suceder, más allá de la tarea concreta que cada uno debía ejecutar lo mejor que supiera. En tanto que piloto y capitán de un bombardero Halifax que estaba a punto de iniciar una operación especial, fui plenamente informado a excepción de […] algunos detalles sobre las cuatro personas a las que, según las instrucciones recibidas, debíamos soltar sobre la zona de salto especificada. Para garantizar al máximo la seguridad, de acuerdo con la práctica observada por Operaciones Especiales, no se estableció comunicación entre la aeronave y los agentes del SOE, más allá del despacho mediante el que se familiarizaba a éstos con los procedimientos de salto.

El avión de guerra despegó de la base italiana de Brindisi poco antes de la medianoche, iluminada por el brillo intenso de la luna, según recordaba Leckie. La tripulación, formada por siete hombres, sólo sabía que debía posibilitar el lanzamiento de los cuatro agentes del SOE en las coordenadas especificadas. Resiguieron la costa italiana en dirección norte, mientras la luna se reflejaba en el liso espejo del mar, más abajo. La noche era limpia y serena. Leckie puso rumbo al noroeste al pasar sobre Ancona, y sobrevoló Venecia y Trieste en ruta hacia los Alpes austríacos.

Posteriormente, referiría:

Ahora me pregunto qué habría sentido de haber sabido que uno de los pasajeros era un antiguo ecónomo de la Luftwaffe que se había pasado a la Resistencia francesa. Era originario del área a la que nos dirigíamos, y gracias a unos parientes había descubierto el plan nazi para ocultar inmensas colecciones de tesoros artísticos en un lugar que él conocía bien desde la infancia. Albrecht Gaiswinkler […] parecía ser la persona ideal para recibir la formación especializada en Inglaterra que le permitiera convertirse en uno de los cuatro agentes especiales que yo estaba transportando en ese momento hasta el lugar donde tendría lugar aquella operación clandestina.

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