Read Los ladrones del cordero mistico Online
Authors: Noah Charney
Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo
En 1799, los ingleses obtuvieron un breve monopolio sobre la industria algodonera europea después de que Samuel Crompton inventara una hiladora que se convirtió en la pieza clave de las fábricas de tejidos. El invento permitía transformar mecánicamente algodón crudo en el hilo con el que podían fabricarse tejidos. Gracias a la máquina, conocida como
spinning mule
, Inglaterra se convirtió en el principal productor de hilaturas de algodón del mundo occidental, posición de inmenso valor económico que duró sólo un año.
Para reavivar la vacilante economía de su amada ciudad natal, un emprendedor belga llamado Lieven Bauwens viajó hasta Inglaterra, robó los planos de un prototipo de hiladora, los sacó del país y se los llevó al continente.
A partir de aquellos planos, la primera fábrica de hilaturas se construyó en París a finales de 1799, poniendo fin al breve monopolio inglés. En agradecimiento a los esfuerzos de sus ciudadanos en nombre de Francia y todos sus territorios, a Gante se le permitió construir la segunda fábrica del continente en 1800. Así, la ciudad que históricamente se había enriquecido gracias a la industria textil, volvería a hacerlo una vez más. Gante salió del silencio impuesto por la guerra y surgió como una potencia económica, una de las más importantes en los territorios ocupados por Francia.
Bauwens recibió, en 1810, la visita de Napoleón, que lo condecoró con la Legión de Honor, la mayor distinción de Francia, por su heroísmo. Se convirtió en un industrial importante de su ciudad, de la que durante un año llegó a ser alcalde. Gante, cuyo mayor tesoro sería robado una y otra vez, resucitó gracias a un valeroso acto de latrocinio.
Pero ese mismo año resultó trágico para otra ciudad belga. Las tropas francesas que ocupaban Brujas despojaron a su catedral, la de San Donaciano, de todas sus piezas artísticas, incluida otra obra maestra de Van Eyck,
La Virgen del canónigo Van der Paele
, de 1436. A continuación demolieron la catedral, y con ella la tumba de Jan van Eyck. Los Países Bajos austríacos habían sido un núcleo de pasión religiosa, con su epicentro en la Universidad de Lovaina. En 1789, las reformas del emperador José II causaron escándalo colectivo. Una vez la región de Brujas y Amberes fue oficialmente anexionada a Francia, el Directorio empezó a imponer sus normas para el culto público y las prácticas monásticas en todo el territorio de los Países Bajos austríacos. Existía la preocupación de que el ferviente catolicismo de la región pudiera ejercer de aglutinante para una rebelión contra el control francés. Las órdenes religiosas se suprimieron, incluida la diócesis de Brujas, y se prohibió vestir con hábito. Muchas instituciones religiosas, exceptuando las que se ocupaban de la educación o el cuidado de los enfermos, fueron suprimidas. La diócesis de Brujas permaneció suspendida entre 1794 y 1795, mientras duró la anexión oficial de la región de Brujas y Amberes a Francia. Hasta 1834 ningún obispo tuvo su sede en ella, pues el área pasó a pertenecer al obispado francés más próximo.
Serían necesarios los esfuerzos conjuntos de varias superpotencias europeas, unidas y reunidas en cinco combinaciones distintas, para detener el avance del ejército francés y lograr, finalmente, la devolución a su lugar de origen de los paneles centrales de
El retablo de Gante
.
En 1809, la Quinta Coalición —las potencias internacionales unidas para impedir que Napoleón culminara su propósito de conquistar el mundo— venció al fin. Numéricamente, la Coalición aventajaba al ejército napoleónico, pero la gran superioridad táctica del general imponía gran igualdad en el campo de batalla. Éste asumió el control directo de sus tropas por primera vez en bastantes años, pero el enjambre de sus enemigos resultaba excesivo incluso para él. En enero de 1814 Napoleón había perdido Italia, Renania y los Países Bajos (Bélgica y Holanda).
Tras unas batallas contra los ejércitos austríaco y prusiano en las que obtuvieron victorias, las fuerzas de Napoleón estaban agotadas, y parecía claro que el fin era inminente. Las tropas de la Coalición entraron en París el 30 de marzo de 1814. Los mariscales de Napoleón lo abandonaron durante los primeros días de abril, y el 4 de ese mismo mes el emperador abdicó.
En el Tratado de Fontainebleau, firmado el 14 de abril de 1814, la victoriosa Quinta Coalición estableció que Napoleón se exiliaría a la isla italiana de Elba. En dicho tratado, éste se esforzó mucho por que se estipulara que las obras de arte reunidas en el Louvre, donde convivían piezas propiedad de Francia con otras producto del expolio, serían «respetadas» como «propiedad inalienable de la Corona». Dicho de otro modo, a la Quinta Coalición no se le permitiría hacer lo que Napoleón había hecho y «recuperar mediante el robo» lo que Francia había saqueado, ni usar el arte como forma de reparación. La mayor parte de las obras, en efecto, permaneció en el Louvre. Pero el duque de Wellington insistió, como había hecho Napoleón, en que el arte constituía un trofeo de guerra legítimo, y gran parte de lo previamente saqueado regresó a sus países de origen (aunque el hábil inglés logró que el suyo se quedara con la piedra de Rosetta).
También esa devolución de los objetos obtenidos como botín de guerra tuvo un gran impacto en el modo actual de concebir el arte. Las piezas recuperadas no se instalaron de nuevo en las iglesias, que habían sido las principales víctimas de los saqueos, sino en museos de nueva creación, con la idea de que esas nuevas instituciones protegerían, conservarían y exhibirían mejor las obras maestras de cada país. Éste fue, tal vez, uno de los legados más inadvertidos pero más importantes de Denon, que sigue vigente en nuestros días. El patrimonio cultural de las naciones se trasladaría a los museos para ser exhibido de un modo que, si bien lo apartaba de su contexto, educaría mejor a quienes lo admiraran y serviría, además, para preservar las obras de arte.
Muy afectado por la disolución de la colección en la que tanto empeño había puesto, Denon dimitió. Tras retirarse, abrió un museo privado en su apartamento de París, situado junto al Quai Voltaire —un gabinete de curiosidades, más un gran relicario que una galería de arte, pues en él exhibían desde varios pelos del bigote del rey Enrique IV hasta unos dientes de Voltaire, pasando por una gota de sangre de Napoleón—. A causa de una combinación de esfuerzos diplomáticos, errores administrativos intencionados y falta de coordinación por parte de algunos de los países expoliados, más de la mitad de las piezas confiscadas por Napoleón y los revolucionarios permaneció en el Louvre. Gran parte de ellas todavía puede admirarse en la actualidad, incluidas obras seminales, como el
Cristo coronado de espinas
, de Tiziano,
Las bodas de Caná
del Veronés y otra de las grandes obras de Van Eyck,
La Virgen del canciller Rolin
, robada de una iglesia de Autun en 1800.
Depuesto Napoleón, las facciones monárquicas de Francia, que habían regresado a París, restauraron la corona borbónica en la persona de Luis XVIII, un rey siempre ambicioso que nunca se confirmó con su posición de rey en el exilio, y que, lógicamente, se alegró de la restauración. Era un ávido coleccionista de libros y curiosidades, así como de obras de arte, y gran amante de la elegancia y el estilo, aunque matizados por su racionalidad. Lo único en lo que no se mostraba razonable era en la cantidad de comida que ingería: era un gran comilón, y un
bon vivant
de primera categoría, como atestiguaba el diámetro de su cintura. Luis resultaba una combinación intrigante de varias de las características que habían llevado al pueblo a destronar a sus antepasados: era egoísta, pomposo, lujurioso e indulgente, pero poseía también rasgos propios de la racionalidad, unos modales impecables y gran conciencia de las condiciones sociopolíticas del mundo que le rodeaba.
Luis XVIII había vivido a salvo en el extranjero mientras duró la Revolución. Hermano menor del decapitado Luis XVI, heredó el trono tras la muerte del hijo de diez años de éste, Luis XVII, que aconteció mientras se encontraba encarcelado en plena Revolución, el 8 de junio de 1795. A partir de ese momento, Luis XVIII se proclamó rey y creó una corte en el exilio en la ciudad de Verona, bajo control veneciano, hasta que fue expulsado a instancias del Directorio, en 1796. Desde entonces se convirtió en monarca itinerante. Se había autoproclamado rey de Francia, pero carecía de poder y de súbditos más allá de los integrantes de su séquito. Durante aquellos años residió brevemente en Rusia, Inglaterra y Letonia. Existe cierto patetismo en la figura de ese rey fantasma, heredero de un trono derrocado, intangible.
Luis XVIII se carteó, estratégicamente, con Napoleón mientras éste ejercía de cónsul. Se ofreció a perdonar a los regicidas, a otorgar títulos nobiliarios a la familia Bonaparte, e incluso a mantener los cambios implantados por Napoleón y los revolucionarios desde 1789. Pero el cónsul le respondió que el retorno de la monarquía a Francia conduciría a una guerra civil y causaría miles de muertes. Napoleón no quería ser el segundo de nadie, por más que pudiera mover los hilos de un títere a la sombra del poder real.
Tras la derrota de Napoleón de 1814, las potencias aliadas, victoriosas, ofrecieron el trono de Francia a Luis XVIII. Su reinado fue más simbólico que real, pues fue obligado a implantar una Constitución recién redactada, la llamada Carta de 1814, que garantizaba una legislatura bicameral que impediría los abusos de poder de la monarquía.
El reinado de Luis XVIII se vio interrumpido por la espectacular huida de Napoleón, que abandonó la isla de Elba el 26 de febrero de 1815. Las noticias de su fuga no tardaron en llegar al rey, que envió al Quinto Regimiento al encuentro de Napoleón en Grenoble. El 7 de marzo de ese año, el que había sido emperador desmontó de su caballo y se acercó a las tropas a pie, mirando fijamente a los ojos de sus antiguos soldados. Sus palabras han quedado para la posteridad: «Soldados del Quinto, ustedes me reconocen. Si algún hombre quiere disparar sobre su emperador, puede hacerlo ahora». Siguió un breve silencio tras el que los soldados gritaron al unísono: «¡Viva el emperador!». Y eso fue todo. Napoleón recuperó el control del ejército, congregó una fuerza de 200.000 hombres y marchó sobre París.
El rey Luis XVIII huyó y buscó refugio en la ciudad de Gante, donde permaneció menos de un año. Cuando Napoleón fue finalmente derrotado en la batalla de Waterloo en junio de 1815, Luis regresó a París, donde las potencias victoriosas lo devolvieron al trono. Una interesante nota al margen de esta historia es que el ciudadano Barbier conspiró para que el monarca le diera empleo. Y, en efecto, no tardó en ser nombrado administrador jefe de las bibliotecas privadas del rey, cargo en el que permaneció hasta que, en 1822, fue despedido y privado de todos sus cargos: tal vez Luis XVIII tardara todo ese tiempo en percatarse de que había contratado a uno de los mejores ladrones de Napoleón.
El breve paso del rey por Gante resultó de vital importancia para la ciudad anfitriona. De no haber sido por él, los paneles centrales de
El retablo de Gante
seguirían, casi con total seguridad, expuestos en el Louvre. Agradecido con la localidad que lo había acogido, Luis tomó las medidas oportunas para devolver la amabilidad que le había demostrado. Sin duda, su influencia en la historia de Bélgica y los Países Bajos resultó más positiva que la que ejerció en el reino de Francia. Luis XVIII unió oficialmente Holanda con los nuevos Países Bajos Franceses (la antigua Flandes más la futura Bélgica), a finales de 1815. El Estado resultante pasó a denominarse Reino Unido de los Países Bajos. Posteriormente ordenó la devolución de los paneles centrales de
La Adoración del Cordero Místico
a la ciudad de Gante. Enfermo crónico de gota, Luis vivió postrado en una silla de ruedas hasta el fin de su reinado, que coincidió con su muerte, acaecida el 16 de septiembre de 1824.
Los paneles centrales de la obra maestra de Van Eyck se encontraban entre el mínimo de 5.233 objetos inventariados como producto del expolio que fueron devueltos a sus lugares de origen durante el reinado de Luis XVIII. En todo caso, jamás sabremos cuántos fueron robados en total, entre las campañas de rapiña de los soldados revolucionarios franceses y las confiscaciones de Napoleón.
El retablo de Gante
volvía a estar completo, y se exhibía con orgullo en la catedral de San Bavón, donde permanecería apenas un año.
5
El paraíso del coleccionismo ilícito
A
PENAS
La Adoración del Cordero Místico
regresó a la catedral tras su cautiverio en Francia, volvió a ser robado con nocturnidad. A esta sustracción seguiría otro secuestro, y la existencia nómada de la obra maestra de Van Eyck no había llegado todavía a su ecuador. En esta ocasión el ladrón sería alguien de la casa, que actuaba por encargo de un marchante de arte rico y con nulo respeto por la legalidad, que se aprovechó del caos de aquel período, arrasado por la guerra, para su beneficio personal.
El arte de Jan van Eyck alcanzó el cenit de su popularidad internacional a partir del momento en que se expuso en el Louvre. Ello desencadenó un siglo de «Van Eyck-manía» entre coleccionistas, espectadores y críticos, durante el que sus obras se vendieron por cantidades significativamente superiores a las de otros artistas populares desde tiempos de Miguel Ángel, y a su alrededor surgió un gran número de leyendas. Quienes emprendían el
Grand Tour
, los artistas y los intelectuales se desviaban para ver sus pinturas, sobre todo
El retablo de Gante
. En 1876, el pintor francés y crítico de arte Eugène Fromentin escribió: «Siempre que Van Eyck surge en el horizonte, una luz alcanza los extremos del mundo actual: bajo su luz, el mundo actual parece despertar, reconocerse y volverse más brillante», un sentimiento compartido por todos. Un análisis de la obsesión que en el siglo XIX se vivió por Van Eyck nos ofrecerá datos importantes sobre la historia y la psicología del coleccionismo de obras de arte.
Durante esa época, varias facciones defendieron que Van Eyck era ejemplo de sus propios estilos nacionales. Para los alemanes del mencionado siglo, la cualidad arcaica del artista lo vinculaba al arte gótico germánico, aunque perfeccionado como nunca antes. El célebre Johann Wolfgang von Goethe, el gran filósofo Georg Friedrich Wilhelm Hegel y una sucesión de historiadores del arte alemanes se contaron entre quienes se trasladaron expresamente hasta Gante para admirar el retablo, en una especie de peregrinación dedicada a la delectación artística.