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Authors: Noah Charney

Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo

Los ladrones del cordero mistico (43 page)

BOOK: Los ladrones del cordero mistico
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La Resistencia austríaca confirmó todo lo que Bunjes había revelado. En efecto, la mina de sal de Altaussee estaba custodiada por las SS, y contenía, sí, una gran cantidad de obras de arte robadas. Más preocupante aún era lo que confirmó una avanzadilla: que la mina estaba salpicada de explosivos, cargas de dinamita y detonadores.

Si Posey y Kirstein habían advertido al general Patton de lo que Bunjes les había revelado, la división del ejército que se encontraba más cerca de Altaussee, encabezada por el comandante Ralph E. Pearson, estaba incomunicada y desconocía la existencia de la mina de sal, su contenido y el peligro que se cernía sobre ella. Cuando Pearson, finalmente, recibió un mensaje sobre la mina, en mayo de 1945, fue de una fuente no aliada que no llegó a identificarse. Hermann Michel, director técnico de la mina, dijo ser la persona que envió el aviso, pero su autoría es desconocida. Sea como fuere, Pearson recibió el mensaje y sin más dilación dirigió a sus fuerzas hacia la mina. Sería el primer aliado en llegar hasta allí.

Entretanto, en Bad Aussee, Gaiswinkler y su equipo recibían información sobre la Resistencia local por boca del hermano de éste, Max. La Resistencia la dirigía un comunista y miembro de la gendarmería local llamado Valentin Tarra, y estaba formada por un valiente grupo, relativamente inactivo pero bienintencionado, de personal de rescate en montaña y policías locales. Gaiswinkler había conocido a Tarra, así como a un administrativo de la mina de sal de Altaussee, Hans Moser, el 13 de febrero de 1940, antes de que lo alistaran en la Wehrmacht. Tarra y Moser habían dirigido, juntos, la Resistencia local, pero éste había muerto durante un bombardeo aéreo en otoño de 1944, junto con otros combatientes, poco después de que un informante ucraniano hubiera notificado a la Gestapo cuáles eran sus actividades. Tarra fue uno de los pocos miembros de la Resistencia que logró escapar, y seguía en activo.

Gaiswinkler retomó el contacto con Tarra y estableció una base de operaciones con él. A los pocos días de la llegada de Gaiswinkler, Tarra ya había logrado reclutar a unos 360 voluntarios a través de su red de contactos locales, sobre todo de la gendarmería, que podía proporcionarles armas cuando las necesitaran. Más importante aún que el armamento fue un transmisor de radio que cedió a Grafl para que pudiera ponerse en contacto con la base de Bari por primera vez desde que se lanzaran en paracaídas. Tarra les presentó a algunos mineros de Altaussee receptivos a su causa, así como a un contacto que trabajaba con Ernst Kaltenbrunner, el segundo mando jerárquico de las SS por detrás de Himmler, que había establecido un cuartel en la cercana Villa Castiglione. Por último, la Resistencia propició el contacto entre Gaiswinkler y los dos oficiales alemanes que estaban a cargo de las obras de arte almacenadas en la mina de sal, el profesor Hermann Michel y un conservador de arte, Karl Sieber.

Michel, comunista camuflado, era el hombre que había recomendado que la mina de sal de Altaussee se usara como depósito de arte. Antes de la guerra había sido director del Museo de Historia Natural de Viena, y era, además, experto en mineralogía. Por su aspecto parecía una caricatura del científico loco, con su
loden
verde y su mata de pelo blanco que se movía a su antojo y parecía desafiar la ley de la gravedad. Al término de la guerra Michel declararía haber sido una pieza clave para salvar los tesoros de Altaussee, y es posible que así fuera. Pero como muchos al servicio de los nazis, sus actividades durante el Tercer Reich no reflejaron las objeciones al nazismo que sí manifestó tras el derrumbamiento de éste.

En 1938, Michel había sido despedido como director del Museo de Historia Natural, pues la institución pretendía instaurar un nuevo programa que propagara los conceptos nazis de superioridad de la raza aria. Fue nombrado un nuevo director, escogido a dedo para que dirigiera la nueva era propagandística del museo. Ése fue uno de los golpes de efecto de Goebbels en tanto que ministro de Propaganda: si el principal museo de historia natural de la Europa Central empezaba a organizar exposiciones sobre la superioridad aria y trataba peyorativamente a las razas «inferiores», entonces dichas teorías serían tomadas en serio. Michel, sin influencias en el Partido Nazi, fue relegado en la jerarquía y pasó a ser, simplemente, director del Departamento de Mineralogía de la institución. Durante ese período se esforzó por ganarse el favor de los líderes nazis más próximos a él por trabajo, llegando incluso a dar su apoyo a exposiciones antisemitas y racistas, así como a materiales pseudoacadémicos. En determinado momento fue nombrado incluso jefe de relaciones públicas de la rama local del Partido Nazi, en un empeño personal de congraciarse con éste.

¿Era Hermann Michel, realmente, un comunista camuflado, como declaró cuando llegaron los Aliados? Sus cambios de ideología según soplaran los vientos de la victoria —nazi cuando los nazis estaban en el poder, comunista cuando éstos cayeron— sugieren que, más que resistente, era un oportunista. La Segunda Guerra Mundial nos proporciona gran cantidad de historias personales de alemanes que, en condiciones normales, no habrían apoyado el nazismo, pero que lo hicieron por necesidad, debilidad, astucia o temor. El tiempo, la experiencia y la casualidad convirtieron en «héroes» a algunas personas que reclamaron para sí un papel mayor en la victoria contra el Eje del que realmente tuvieron. Michel parece haber sido una de ellas.

Karl Sieber, conservador jefe a cargo del mantenimiento de los tesoros de la mina, había sido un restaurador discreto pero respetado en Berlín antes de la guerra. Se veía a sí mismo como un artesano honesto sin grandes aspiraciones, y sin inclinaciones nazis de ninguna clase. De hecho, tenía varios amigos judíos. Fue uno de ellos el que le sugirió que se afiliara al Partido Nazi, pues aquélla parecía la mejor manera de medrar a finales de la década de 1930. Desde que los nacionalsocialistas alcanzaron el poder, no dejaban de llegar obras de arte a Berlín, lo que significaba que tanto si éstas eran robadas como si no, necesitaban las atenciones de buenos conservadores. Sieber pasó los años de la guerra con su esposa y su hija bastante aislado de los combates que se libraban a su alrededor, en compañía de centenares de obras famosas —el sueño de todo conservador, por más que se tratara de un sueño inmerso en un grave dilema moral—. No había duda de que las obras maestras debían conservarse para las generaciones futuras y, en honor a la verdad, incluso para los alemanes que no apoyaban a los nazis existían pocas opciones más allá de la de cooperar con ellos. La conservación de obras de arte requisadas era quizá el menos malo de los males de los que uno podía ser cómplice, y Sieber se dedicó a curar las heridas de las obras que llegaban a sus manos. Se mostraba particularmente orgulloso de su trabajo con
El retablo de Gante
, que había resultado dañado durante el traslado entre Pau y Neuschwanstein, donde fue almacenado en primera instancia, lo que hizo que Sieber hubiera de reparar la madera de uno de los paneles.

Michel y Sieber supervisaban todas las operaciones de la mina, a pesar de que sólo estaban autorizados a organizar su funcionamiento y contenido. La persona que ejercía la dirección de la mina de Altaussee era Emmerich Pöchmüller. Sus funciones eran más las de un administrador, mientras que Michel y Sieber mantenían un contacto diario con las obras de arte. Eran amantes apasionados de las piezas a su cargo, y habrán hecho todo lo que estuviera en su mano para protegerlas. Pero dependían de las SS, y debían responder ante su mando regional, el
Gauleiter
Eigruber. Cuando Michel y Sieber empezaron a sospechar que Eigruber estaba dispuesto a destruir las obras con tal de que éstas no cayeran en poder de los Aliados, establecieron un contacto secreto con la Resistencia local.

Gaiswinkler, Tarra y la Resistencia lograron varios éxitos menores mediante acciones clandestinas de guerrilla, antes de poner en marcha su acto mayor (y, según algunos historiadores, discutido) de heroísmo, que en última instancia decidiría el futuro de los tesoros de Altaussee. Robaron archivos policiales de la oficina local de la Gestapo, así como formularios, sellos y pases de la policía secreta nazi con los que falsificaron su documentación. Ello permitió a dos de sus hombres colarse en los controles y establecer contacto con el ejército aliado cerca de Vöcklabruck. Allí, la Resistencia detalló la posición y disposición de las fuerzas alemanas en la región que quedaba entre Bad Aussee y Goisern, conocida como el «Paso de Pötschen», lo que permitió que los Aliados consumaran un ataque aéreo devastador. En una fecha posterior, cuando el Sexto Ejército alemán se batía en retirada, la Resistencia logró sorprender a algunas unidades en desbandada con contundentes ataques relámpago en los bosques alpinos, gracias a los cuales se apoderaron de armamento más pesado, e incluso de dos tanques nazis.

Pero entonces, un hecho trágico llevó a la Resistencia a pasar a la acción inmediata.

Durante las noches del 10 y el 13 de abril, soldados de las SS, comandados por un hombre llamado Glinz —esbirro de Eigruber y
gauinspektor
local (inspector de distrito)—, entraron en la mina con seis pesadas cajas de madera. Grabadas en los lados se leían las palabras «
Vorsicht! Marmor: Nicht Sturzen
» («¡Atención! Mármol: No soltar bruscamente»). Cada una de las cajas, del tamaño de un refrigerador, se situó en una de las salas de almacenaje de la mina. Pero no contenían mármol, sino quinientos kilos de bombas aéreas. En cumplimiento de órdenes de Eigruber, las colocaron en lugares estratégicos de la instalación subterránea. Si explotaban, causarían un derrumbamiento absoluto, así como la entrada de agua, y las obras de arte que contenía la mina quedarían destruidas.

Eigruber estaba decidido a que el patrimonio artístico robado no volviera a ver jamás la luz del sol. Pero ¿pretendía Hitler realmente destruir todas las obras de arte robadas con tantos esfuerzos? Los historiadores no se ponen de acuerdo. En ocasiones, el Führer había permitido la destrucción arbitraria de obras de arte, como en el caso del puente más hermoso de Florencia, el de Santa Trinità, obra de Bartolomeo Ammanati. Ordenó la demolición de París cuando no había duda de que la perderían a favor de los Aliados. También promulgó su infame Decreto Nerón (como llegó a conocerse), enviado a todos los mandos el 19 de marzo de 1945:

La lucha por la existencia misma de nuestro pueblo nos obliga a apoderarnos de todos los medios capaces de debilitar la preparación ofensiva de nuestros oponentes y de impedirles el avance. Toda oportunidad, directa o indirecta, de infligir el daño más amplificado posible sobre la capacidad enemiga para atacarnos debe ser usada en toda su extensión. Es un error creer que cuando recuperemos los territorios perdidos podremos rescatar y reutilizar nuestros viejos medios de transporte, comunicaciones, producción e instalaciones de suministro que no hayamos destruido o dañado; cuando el enemigo se retire sólo nos dejará tierra quemada y no mostrará consideración por el bienestar de la población.

Por tanto, ordeno que:

1) Todas las instalaciones de transporte, comunicaciones, industria y suministro de alimentos, así como todos los recursos del Reich que el enemigo pudiera usar bien inmediatamente bien en un futuro inmediato para continuar la guerra deben ser destruidos.

2) Los responsables de ejecutar estas medidas son: los mandos militares de todos los objetos militares, incluidas las instalaciones de transporte y comunicaciones, los
Gauleiters
y los comisionados de defensa de todas las instalaciones industriales y de suministros, así como de todos los demás recursos. Cuando sea necesario, la tropa debe asistir a los
Gauleiters
y a los comisionados de defensa en el cumplimiento de su deber.

3) Estas órdenes deben comunicarse de inmediato a todos los mandos de tropa; toda orden contraria queda sin efecto.

ADOLF HITLER

Se temía que la orden de destruir todo lo que los Aliados pudieran usar incluyera las obras de arte requisadas. Dada la formulación de las órdenes, no quedaba claro: las obras podían resultar útiles para el esfuerzo bélico, pues eran susceptibles de ser vendidas para obtener financiación, pero aquello en lo que Hitler se centraba era en suministros relacionados con la industria. El resultado fue que el decreto se interpretó de distinto modo por quienes lo recibieron. Para un
Gauleiter
como August Eigruber, que controlaba miles de obras de arte de incalculable valor, el Decreto Nerón no era en absoluto ambiguo.

Pero es muy improbable que Hitler tuviera intención de destruir las piezas custodiadas en Altausee. Aunque había alentado la quema de libros y del arte degenerado, abundan los ejemplos que explican que Hitler ordenó preservar patrimonio artístico y monumentos. A pesar de haber permitido la destrucción del Ponte de Santa Trinità para impedir el avance aliado desde el sur de Florencia, mientras los alemanes huían desde la orilla norte del Arno, lo cierto es que, como es sabido, exigió que el Ponte Vecchio, que se extendía apenas unos centenares de metros río arriba, fuera preservado. En efecto, el Ponte Vecchio era el monumento preferido de Hitler. Figuraba en el primer lugar en su lista de monumentos y obras de arte que bajo ningún concepto debían sufrir daños. El segundo era la ciudad de Venecia en su totalidad. Durante la retirada nazi de Florencia, todos los puentes sobre el Arno salvo el Ponte Vecchio fueron destruidos. Pero para frenar el avance aliado, los nazis hicieron volar por los aires un barrio entero en uno de los extremos de ese puente, con la intención de crear una barricada de escombros. En su testamento, que Hitler dictó a su secretario el 29 de abril de 1945, justo después de contraer matrimonio con su amante Eva Braun, pocas horas antes de suicidarse, dispuso que las pinturas que había reunido (como, eufemísticamente, expresó) para el museo de Linz fueran entregadas al Estado alemán. De haber pretendido que las obras fueran destruidas, no las habría donado al Estado alemán tras su muerte.

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