Los ladrones del cordero mistico (40 page)

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Authors: Noah Charney

Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo

BOOK: Los ladrones del cordero mistico
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A las 2.50 de la madrugada, el coordinador del Halifax, sargento John Lennox, indicó a Gaiswinkler y a su equipo —que se apretujaba, tembloroso, en el fuselaje sin calefacción— que había llegado la hora de proceder al salto. El avión inició el giro a una altura de ochocientos pies para lanzar primero los contenedores con los materiales. Los paracaídas automáticos se abrían y se hinchaban mientras la carga descendía hacia las laderas de las montañas nevadas, recortadas limpiamente contra un cielo iluminado por la luna.

Cuando el Halifax enderezó el rumbo e inició el segundo giro, los paracaidistas se dispusieron para el salto. Enfrentados al viento helado que coronaba las montañas austríacas, los cuatro hombres integrantes del equipo se lanzaron desde el bombardero. El descenso fue según lo previsto, a pesar de la dificultad de aterrizar sobre nieve, en la que se hundieron hasta las axilas.

Pero, una vez en tierra, no veían las cajas con el equipo, pues éstas se habían hundido por completo. Tampoco acudió a su encuentro ningún miembro de la Resistencia. Tras una prolongada búsqueda, localizaron sólo la caja que contenía el radiotransmisor. Su alegría duró poco: el aparato había quedado inservible por causa del impacto del aterrizaje. Se hallaban sin ayuda y sin manera de establecer contacto con Bari, y sus únicas armas eran las pistolas y los cuchillos.

El equipo no tardó en darse cuenta de que había caído en la otra ladera de la montaña. En lugar de hacerlo en la meseta de Zielgebiet am Sinken, habían ido a parar a varios kilómetros de distancia, sobre otra elevación no en vano conocida con el nombre de Höllingebirge, es decir, la «Montaña del Infierno».

Entonces oyeron ladridos de perros, y voces de soldados que resonaban en la distancia, en el tupido bosque de abetos que tapizaba la ladera.

No había duda de que, por toda la zona, las patrullas habrían oído el ruido del motor del Halifax, y tal vez habrían visto a los paracaidistas recortados contra el cielo nocturno. El equipo comprobó los caminos que descendían por la ladera, pero los encontró llenos de obstáculos, controles y patrullas. Afortunadamente, el bosque nevado no parecía vigilado, de modo que se adentraron en él lentamente, caminando sobre la nieve acumulada, a la pálida luz azulada del amanecer.

El equipo no tendría otro remedio que dirigirse al pueblo natal de Gaiswinkler, Bad Aussee, donde su hermano Max les proporcionaría cobijo. Llegaron a la localidad de Steinkogl bei Ebensee, situada a los pies de la Montaña del Infierno. Se habían quitado los trajes de paracaidista, y hacían esfuerzos por pasar desapercibidos con sus ropas de paisano.

Tomaron un tren hasta Bad Aussee. Una vez a bordo oyeron el rumor de que unos soldados ingleses habían sido vistos lanzándose en paracaídas. Nadie sospechaba que aquellos ingleses podían ser agentes dobles austríacos. Gaiswinkler y su equipo también supieron que el Sexto Ejército alemán comandado por el general Fabianku había sido expulsado del noroeste de Italia y del norte de los Balcanes por el Ejército Partisano Yugoslavo, y se encontraba acampado por toda la región.

Algunos kilómetros antes de llegar a la estación de ferrocarril de Bad Aussee, el equipo se bajó del convoy en marcha, anticipándose, prudentemente, a los controles que se organizaban en los puntos de transbordo. Caminaron por bosques, evitando los caminos hasta que, exhaustos, llegaron a casa de Max Gaiswinkler y cayeron rendidos.

Sin su radio, el equipo había quedado incomunicado de su base, lo que implicaba que no tendría modo de enterarse de los planes de viaje de Joseph Goebbels, uno de sus dos objetivos. Tuvieron que encontrar otra radio, pero cuando lo hicieron les informaron de que Goebbels, finalmente, había decidido no visitar la zona. Así, el plan de asesinato, ya de por sí arriesgado y de resultado incierto, quedó cancelado.

A partir de ese momento todos sus esfuerzos se concentraron en la salvación de los tesoros ocultos en la mina de Altaussee.

Sus aventuras estaban a punto de empezar.

Los dobles agentes austríacos desconocían que se había puesto en marcha una operación paralela. El Tercer Ejército Aliado, comandado por el general Patton, avanzaba a toda prisa hacia Altaussee en el mismo momento en que Gaiswinkler intentaba proteger la mina de sal. Integrados en ese ejército, se encontraban los hombres de Monumentos Robert K. Posey y Lincoln Kirstein.

El capitán Robert Kelley Posey, de rostro aniñado, era arquitecto en su vida civil. Había nacido en 1904 en el seno de una familia de modestos granjeros de Alabama. Recién salido de la Universidad de Auburn, se convirtió en un activista de izquierdas que participaba en actos políticos en contra del fascismo y el Ku Klux Klan. Ejerció brevemente la docencia en Auburn antes de dedicar gran parte de su carrera profesional al prestigioso taller de arquitectura neoyorquino de Skidmore, Owings y Merrill. Dejó un rico archivo de cartas escritas a su esposa, Alice, y a su hijo Dennis (al que cariñosamente llamaban Woogie), mientras permaneció destinado en Europa durante la guerra.

Posey se había criado en un ambiente de pobreza y austeridad. La Navidad sin regalos era la norma, pues su familia a duras penas lograba sobrevivir. Su única compañera de juegos era la cabra de la familia, que murió el mismo año que su padre —cuando él tenía sólo once años—. Desde esa tierna edad se vio obligado a simultanear dos empleos para ayudar a su familia en los años de la Depresión: uno en el colmado del pueblo y otro en un bar. Fue el ROTC (Cuerpo de Adiestramiento de Oficiales en la Reserva) el que le brindó alguna esperanza de un futuro mejor. A pesar de la beca que le concedió, su intención era dedicar sólo un año a la universidad, para dar también a su hermano la posibilidad de estudiar, pues la dotación no alcanzaba para los dos. Pero al comprobar lo buen estudiante que era Posey, su hermano renunció a su parte de la beca y lo animó para que obtuviera su licenciatura en Auburn.

Posey tuvo aspiraciones militares durante toda su vida. Gran parte del tiempo que pasó en Auburn lo vivió acompañado de los militares del ROTC, y desde el momento en que se licenció se apuntó a los Reservistas. Cuando Pearl Harbor fue bombardeado por los japoneses, tuvo un arrebato patriótico y quiso alistarse de inmediato, pero hubo de esperar seis meses que se le hicieron eternos antes de que lo llamaran de la Reserva. Tras recibir instrucción militar en Luisiana, en pleno verano —que Posey describió como la experiencia más húmeda e incómoda de su vida—, fue enviado a un lugar de temperaturas opuestas: un puerto canadiense situado en Churchill, Manitoba, a orillas del mar Ártico. Allí Posey pudo poner en práctica sus conocimientos de arquitectura, pues entró a formar parte de un equipo dedicado a la construcción de pistas que permitieran el aterrizaje seguro de aviones, en caso de que los nazis invadieran Norteamérica por la más improbable de las rutas de ataque: el Polo Norte. Desde allí, y gracias a su formación en arquitectura, fue escogido para formar parte de la sección recién creada de Monumentos, Bellas Artes y Archivos —papel que acabaría resultando mucho más apasionante que su misión en el Círculo Polar Ártico.

Posey era hombre de elevados valores morales, y tenía un gran corazón. Mientras estaba destinado en Alemania durante la guerra, se encontró con un grupo de soldados estadounidenses que acababan de descubrir a un conejo enjaulado en un patio contiguo a una casa de campo. Como llevaban semanas comiendo sólo raciones de supervivencia, pensaron en matarlo y cocinarlo. Pero cuando se acercaban, una mujer abrió la puerta y con un acento alemán muy cerrado les dijo que aquel animal era de su hijo. Su esposo había sido oficial de las SS, pero había muerto, y el conejo era lo único que al niño le quedaba de su padre. Posey se acercó a la jaula y colgó en ella uno de sus carteles con la leyenda «No acercarse», a la que añadió, de su puño y letra: «Por orden del capitán Robert Posey, del Tercer Ejército de Estados Unidos». Los soldados lo respetaron. A partir de ese momento adoptó la costumbre de alimentar a los animales solitarios que se encontraba durante sus paseos, animales abandonados por sus dueños, bien porque los hubieran perdido, bien porque hubieran muerto, o huido. En una ocasión escribió: «Supongo que son los tipos duros y crueles los que gobiernan el mundo. Si eso es así, me conformo con intentar vivir cada día sin salirme de los límites de mi conciencia y dejar que los aplausos los reciban aquellos que estén dispuestos a pagar el precio que cuestan».

También era amante de las bromas pesadas. Cuando se alistó en el Tercer Ejército, se afeitó los dos extremos del bigote para que se pareciera al de Hitler, una gracia que el general Patton no encontró en absoluto divertida. Pero su sentido del humor se veía compensado por el orgullo que le proporcionaba servir como lo hacía: sus antepasados habían sido soldados desde la guerra de la Independencia. Decidido a honrar a su familia y a servir a su país en combate, se ofreció voluntario como soldado raso en la batalla de las Ardenas. Sobrevivió a los combates, aunque le hirieron en un pie, y no llegó a saber si había infligido algún daño en el enemigo —era tan corto de vista que le dijeron que se limitara a disparar sin parar hasta quedarse sin munición—. Pero un sentimiento de indignación y rabia lo llevó a seguir adelante cuando las piernas ya casi no le respondían y el sueño le cerraba los ojos. Tras visitar el campo de concentración de Buchenwald, recientemente liberado, Posey se llevó un recuerdo que encontró en una oficina abandonada, y lo mantuvo consigo hasta que terminó la guerra: la fotografía de uno de los oficiales nazis del campo, henchido de orgullo mientras sostenía una soga con nudo corredizo.

El compañero de Posey en la MFAA ya era un icono cultural en Estados Unidos al inicio de la Segunda Guerra Mundial, y seguiría una carrera estelar en el primer plano de las artes norteamericanas. Nacido en 1907 en Rochester, Nueva York, y criado en Boston, Lincoln Kirstein, de físico imponente, era el hijo de un empresario judío que encarnaba el sueño americano, pues partiendo de la nada y sin gozar de privilegios había logrado grandes éxitos, entre ellos el de contar al presidente Roosevelt entre sus amistades. El joven Lincoln cursó estudios en Harvard, donde fundó la Harvard Society for Contemporary Art, precursora del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Asimismo promovió la aparición de una revista llamada
Hound and Horn
, que se dedicó a publicar los trabajos de los mejores escritores, como E. E. Cummings, así como la primera advertencia sobre la postura de Hitler ante el denominado «arte degenerado», firmada con seudónimo por Alfred Barr, el primer director del Museo de Arte Moderno. Kirstein ejerció de pintor y escritor, y a los treinta y siete años había publicado ya seis obras. Era una de las figuras más destacadas del mundo cultural neoyorquino en los años previos a la guerra. Se casó con la pintora Fidela Cadmus en 1941, aunque a lo largo de toda su vida mantuvo relaciones con personas de su mismo sexo. Kirstein era un hombre carismático y esforzado, pero sufría de depresiones tal vez motivadas por un trastorno bipolar no diagnosticado.

Kirstein se alistó en la Reserva Naval en 1942. Pero fue rechazado por una razón que la mayoría de los estadounidenses prefiere no recordar: hasta que la guerra se recrudeció de tal manera que hizo falta reclutar más tropas y las restricciones se suavizaron, para poder servir como oficial de las fuerzas armadas de Estados Unidos hacía falta ser, como mínimo, ciudadano americano de tercera generación. Y Kirstein no cumplía con el requisito. Además, también en Estados Unidos, en ese momento, estaba vigente un sistema de clasificación racial propio, y muchos judíos, negros, asiáticos e inmigrantes no podían servir como oficiales. Para ahondar en el agravio, a Kirstein lo rechazaron cuando quiso ser guardiamarina a causa de sus problemas de visión. Así pues, el más que preparado Lincoln Kirstein, ya un artista e intelectual destacado, tuvo que alistarse como soldado raso, lo que hizo en febrero de 1943.

Incluso tras completar la instrucción básica, fue rechazado por tres departamentos distintos en los que quiso alistarse: Contraespionaje, Inteligencia Militar y Cuerpo de Señales. Finalmente encontró un puesto como ingeniero de combate, donde redactaba manuales de instrucciones desde Fort Belvoir, Virginia, un lugar seguro pero aburrido. Para ocupar el tiempo, trabajaba con otros miembros de la comunidad artística en el War Art Project, en el que conocidos artistas donaban obras para su exhibición, y en ocasiones para su venta, a fin de recaudar fondos para la guerra. Gracias a esa implicación, el proyecto pasó de ser una iniciativa privada de recaudación de fondos a un empeño avalado por el propio ejército. Kirstein seleccionó nueve obras de arte para aparecer en un número de la revista
Life
, que posteriormente se expondrían junto a otras en una Muestra de Arte Americano de Batalla, organizada en la Biblioteca del Congreso y en la Galería Nacional de Arte de Washington D.C. con vistas a contribuir económicamente al esfuerzo bélico.

Percatándose de la profesionalidad de su labor, y de sus extraordinarios méritos y contactos, la Comisión Roberts lo fichó para que se uniera a la división de la MFAA a pesar de no ser oficial. En junio de 1944 Kirstein llegó a Shrivenham, Inglaterra, para unirse a los demás reclutados de la MFAA. Pero, a su llegada, se encontró con una división muy caótica. La organización brillaba por su ausencia, y los oficiales de Shrivenham a cargo de Asuntos Civiles no habían oído hablar siquiera de la MFAA. A Kirstein y a los demás elegidos les ordenaron esperar hasta que la situación se aclarara. La comisión quería que Kirstein sirviera como representante de la MFAA en uno de los ejércitos aliados, pero una cláusula legal en la burocracia militar impedía que un soldado raso sirviera en la división. En octubre de 1944 Kirstein se sentía deprimido y desanimado, y escribía: «Yo, entre otras cosas, creo que el comportamiento de la Comisión [Roberts] ha sido, por decirlo suavemente, insensible e insultante». Por fin, en el mes de diciembre de 1944, tras seis meses en un limbo burocrático, Kirstein fue asignado al Tercer Ejército Aliado como asistente de Robert K. Posey.

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