Read Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982 Online
Authors: Eduardo Galeano
Tags: #Historico,Relato
Esta ciudad de México, ciudad de palacios, es una de las mayores del mundo. Aunque está muy lejos de la mar, aquí vienen a parar la flota de España, la nao de China y la gran carreta de plata del norte. El poderoso consulado de comerciantes rivaliza con el de Sevilla. Desde aquí fluyen mercancías hacia el Perú, Manila y el Lejano Oriente.
Los indios, que hicieron esta ciudad para los vencedores sobre las ruinas de su Tenochtitlán, acuden trayendo alimentos en las canoas. Pueden trabajar aquí durante el día, pero a la caída de la noche los desalojan, bajo pena de azotes, hacia sus arrabales del otro lado de las murallas.
Algunos indios se ponen medias y zapatos y hablan castellano, a ver si los dejan quedarse y pueden escapar, así, del tributo y el trabajo forzado.
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Del canto náhuatl sobre la vida efímera
De una sola vez se va nuestra vida.
En un día nos vamos, en una noche bajamos
a la región del misterio.
Aquí hemos venido nomás a conocernos.
Sólo estamos de paso en la tierra.
En paz y placer pasemos la vida.
¡Venid y gocemos!
Que no lo hagan los que viven enojados:
ancha es la tierra.
¡Ojalá viviera siempre,
ojalá nunca tuviera que morir!
Mientras vivimos, con el alma rota,
aquí nos acechan, aquí nos espían.
Pero a pesar de las desdichas,
a pesar de las heridas del alma,
¡no hay que vivir en vano!
¡Ojalá viviera siempre,
ojalá nunca tuviera que morir!
[77]
Medicina y brujería
Los indios zapotecas, que antes de caer a la tierra eran pájaros muy coloridos y cantores, han contado algunos secretos a Gonzalo de Balsalobre. Después de vivir un tiempo entre ellos, y tras mucho averiguar misterios de religión y medicina, don Gonzalo está escribiendo en Oaxaca un detallado informe que enviará a la ciudad de México. El informe denuncia a los indios ante la Santa Inquisición y pide que se castiguen las curanderías que los frailes y la justicia ordinaria no han sido capaces de suprimir. Hace algún tiempo, el bachiller Alarcón compartió durante nueve años la vida de la comunidad de los indios cohuixcos. Conoció las hierbas sagradas que sanan a los enfermos; y después denunció a los indios por prácticas demoníacas.
En la primera época de la conquista, sin embargo, la medicina indígena despertaba gran curiosidad en Europa y se atribuían maravillas a las plantas de América. Fray Bernardino de Sahagún recogió y publicó las sabidurías de ocho médicos aztecas y el rey Felipe II envió a México a su médico de cámara, Francisco Hernández, para que estudiara a fondo la medicina nativa.
Para los indios, las hierbas hablan, tienen sexo y curan. Son las plantitas, ayudadas por la palabra humana, las que arrancan la enfermedad del cuerpo, revelan misterios, enderezan destinos y provocan el amor o el olvido. Estas voces de la tierra suenan a voces del infierno a los oídos de la España del siglo XVII, ocupada en inquisiciones y exorcismos, que para curarse confía en la magia de las oraciones, los conjuros y los talismanes más que en los jarabes, las purgas y las sangrías.
[4]
Juana a los cuatro
Anda Juana charla que te charla con el alma, que es su compañera de adentro, mientras camina por la orilla de la acequia. Se siente de lo más feliz porque está con hipo y Juana crece cuando tiene hipo. Se detiene y se mira la sombra, que crece con ella, y con una rama la va midiendo después de cada saltito que le pega la barriga. También los volcanes crecían con el hipo, antes, cuando estaban vivos, antes de que los quemara su propio fuego. Dos de los volcanes humean todavía, pero ya no tienen hipo. Ya no crecen. Juana tiene hipo y crece. Crece.
Llorar, en cambio, encoge. Por eso tienen tamaño de cucarachas las viejitas y las lloronas de los entierros. Esto no lo dicen los libros del abuelo, que Juana lee, pero ella sabe. Son cosas que sabe de tanto platicar con el alma. También con las nubes conversa Juana.
Para charlar con las nubes, hay que trepar a los cerros o a las ramas más altas de los árboles.
—Yo soy nube. Las nubes tenemos caras y manos. Pies, no.
Gage
En una hamaca tendida entre dos palmeras, muere en Jamaica el pastor anglicano Thomas Gage.
Había soñado con ser el primer virrey inglés de México desde los viejos días en que peregrinó por tierras de América con sotana de fraile católico, predicando y espiando y disfrutando el chocolate y el dulce de guayaba. En Londres se pasó de iglesia y convenció a lord Cromwell de que era preciso y posible armar una buena flota de conquista contra las colonias españolas.
El año pasado, las tropas del almirante William Penn invadieron esta isla de Jamaica. Inglaterra arrancó a España el primer jirón de su imperio americano, y los herederos de Colón, marqueses de Jamaica, perdieron lo mejor de sus rentas. Entonces el pastor Thomas Gage pronunció un patriótico sermón protestante, desde el púlpito de la capilla mayor de Santiago de la Vega, mientras el gobernador español llegaba en brazos de sus esclavos a entregar la espada.
[145]
Juana a los siete
Por el espejo ve entrar a la madre y suelta la espada, que se derrumba con estrépito de cañón, y pega Juana tal respingo que le queda toda la cara metida bajo el aludo sombrero.
—No estoy jugando —se enoja, ante la risa de su madre. Se libera del sombrero y asoman los bigotazos de tizne. Mal navegan las piernitas de Juana en las enormes botas de cuero; trastabilla y cae al suelo y patalea, humillada, furiosa; la madre no para de reír.
—¡No estoy jugando! —protesta Juana, con agua en los ojos—. ¡Yo soy hombre! ¡Yo iré a la universidad, porque soy hombre!
La madre le acaricia la cabeza.
—Mi hija loca, mi bella Juana. Debería azotarte por estas indecencias.
Se sienta a su lado y dulcemente dice: «Más te valía haber nacido tonta, mi pobre hija sabihonda», y la acaricia mientras Juana empapa de lágrimas la vasta capa del abuelo.
[16][75]
Un sueño de Juana
Ella deambula por el mercado de sueños. Las vendedoras han desplegado sueños sobre grandes paños en el suelo.
Llega al mercado el abuelo de Juana, muy triste porque hace mucho tiempo que no sueña. Juana lo lleva de la mano y lo ayuda a elegir sueños, sueños de mazapán o de algodón, alas para volar durmiendo, y se marchan los dos tan cargados de sueños que no habrá noche que alcance.
Llega la imprenta
El obispo Payo Enríquez de Ribera es uno de los más fervorosos partidarios del trabajo forzado de los indios. Sin los repartimientos de indios, razona el obispo, ¿quién cultivará los campos? Y si no hay quien cultive los campos, ¿quién cultivará los espíritus?
Está redactando el obispo un documento sobre el tema, cuando recibe desde Puebla la primera imprenta que llega a Guatemala. El docto jefe espiritual de esta diócesis ha hecho traer la prensa y las cajas de letras de molde, con tipógrafo y todo, para que se imprima aquí su tratado de teología Explicatio Apologética.
El primer libro que se edita en Guatemala no está escrito en lenguas mayas ni en castellano, sino en latín.
[135]
La libertad
Hace mucho que se han apagado los ladridos de la jauría y las trompetas de los cazadores de esclavos.
El fugitivo atraviesa el pajonal, pajas bravas más altas que él, y corre hacia el río.
Se arroja en el pasto, boca abajo, brazos abiertos, piernas abiertas. Escucha voces cómplices de grillos y cigarras y ranitas. «No soy una cosa. Mi historia no es la historia de las cosas». Besa la tierra, la muerde. «He sacado el pie de la trampa. No soy una cosa». Pega su cuerpo desnudo a la tierra mojada por el relente y escucha el rumor de las plantitas que atraviesan la tierra, ganosas de nacer. Está loco de hambre y por primera vez el hambre le da alegría. Tiene el cuerpo todo atravesado de tajos y no los siente. Se vuelve hacia el cielo, como abrazándolo. La luna se remonta y fulgura y lo golpea, violentos golpes de luz, ramalazos de luz de la luna llena y las estrellas jugosas, y él se alza y busca rumbo.
Ahora, hacia la selva. Ahora, hacia los grandes abanicos verdes.
—¿Tú también vas a Palmares? —pregunta el fugitivo a la hormiga que le anda por la mano, y le pide:
—Guíame.
[43]
Canción de Palmares
Descansa, negro.
El blanco no viene acá.
Si viene,
el diablo lo llevará.
Descansa, negro.
El blanco no viene acá.
Si viene,
a garrotazos saldrá.
[69]
Palmares
Algunas noches, a la luz de los relámpagos, se puede ver la cresta incandescente de esta sierra desde la costa de Alagoas. En las estribaciones de esta sierra, los portugueses han exterminado a los indios caetés, que el Papa había excomulgado a perpetuidad por haberse comido al primer obispo brasileño; y aquí es donde los esclavos negros fugitivos encuentran refugio, desde hace ya muchos años, en los pueblos escondidos de Palmares.
Cada población es una fortaleza. Más allá de las altas empalizadas de madera y las trampas de púas, se extienden los vastos sembradíos. Los labradores trabajan con las armas al alcance de la mano; y por las noches, cuando regresan a la ciudadela, se cuentan por si alguno falta.
Brotan aquí dos cosechas anuales de maíz y también frijoles, mandioca, azúcar, papa, tabaco, legumbres, frutas; y se crían cerdos y gallinas. Mucho más y mejor comen los negros de Palmares que los habitantes de la costa, donde la devoradora caña de azúcar, producida para Europa, usurpa todo el tiempo y todo el espacio de todos.
Como en Angola, la palma reina en estas comunidades negras: con fibra de palma se tejen ropas, canastas y abanicos; las hojas sirven de techo y de cama; del fruto se come la pulpa, se hace vino y se extrae aceite que da luz; y el carozo se convierte en aceite de freír y pipa de fumar. Como en Angola, los jefes ejercen el noble oficio de la herrería, y la forja ocupa el lugar de honor en la plaza donde el pueblo celebra sus asambleas.
Pero Angola es múltiple; y más el África entera. Los palmarinos provienen de mil comarcas y mil lenguas. Su única lengua común es la que han escuchado de boca de los amos, acompañando las órdenes del látigo en los barcos negreros y en los cañaverales. Salpicada de palabras africanas y guaraníes, la lengua portuguesa vincula y comunica, ahora, a quienes antes humilló.
Folga négo.
Branco nao vem cá
Desde que los holandeses fueron expulsados de Pernambuco, los portugueses han lanzado más de veinte expediciones militares contra esta tierra de libres. Escribe un informante desde el Brasil a Lisboa: Nuestro ejército, que pudo domar el orgullo de Holanda, no ha conseguido ningún resultado contra estos bárbaros en varias y repetidas entradas que hizo en Palmares…
No habían tenido mejor suerte los holandeses. También sus expediciones fueron jornadas sin gloria. Holandeses y portugueses han incendiado pueblos vacíos y se han perdido en la floresta dando vueltas, como locos, bajo las lluvias violentas. Unos y otros han hecho la guerra contra la sombra, sombra que muerde y huye; y han cantado, cada vez, victoria. Ni unos ni otros han conseguido aplastar a Palmares ni han logrado evitar las fugas de esclavos que dejan sin brazos al rey Azúcar y a toda su corte, aunque los holandeses crucificaban negros rebeldes y los portugueses los azotan y mutilan para meter miedo y dar ejemplo.
Una de las expediciones portuguesas contra Palmares acaba de regresar, con las manos vacías, a Recife. La encabezó un capitán negro, Gongalo Rebelo, que tenía a sus órdenes doscientos soldados negros. Han degollado a los pocos prisioneros negros que pudieron atrapar.
[69]
Carlos II
El nuevo monarca se balancea y llora. Desde atrás lo sostienen con tirantes atados a las axilas y la cintura. A los cuatro años, no sabe hablar ni caminar y lo han arrancado de las tetas de sus catorce nodrizas para sentarlo en el trono de España.
Llora porque lo lastima la corona, hundida hasta los ojos, y porque quiere volver a jugar con los duendes y a beber la tibia leche de las hadas.
El enclenque sobrevive de milagro; o gracias a que no lo han bañado ni cuando nació, aunque tiene la cabeza y el cuello cubiertos de costras purulentas. (Nadie se baña en la corte, desde que Domingo Centurión murió de resfrío hace nueve años).
—Arrorró —balbucea el rey, y acuna su propio pie contra la oreja.
[201]
Nueva York
De un par de cañonazos, los ingleses abaten la bandera que flamea sobre el fortín y arrancan la isla de Manhattan de manos de los holandeses, que la habían comprado a los indios delaware por sesenta florines.
Dicen los delaware, recordando la llegada de los holandeses hace más de medio siglo: El gran hombre quería sólo una tierra pequeña, pequeña, para sembrar las verduras de su sopa, apenitas el espacio que una piel de toro podría cubrir. Debimos advertir entonces su espíritu fraudulento.
Nueva Ámsterdam, el mercado de esclavos más importante de América del Norte, pasa a llamarse, ahora, Nueva York; y Wall Street es el nombre de la calle de la muralla construida para que no se fuguen los negros.
[136]
Los sirvientes blancos
Tres barcos llenos de sirvientes blancos se deslizan por el Támesis rumbo a la mar. Cuando abran sus compuertas, en la remota isla de Barbados, los vivos marcharán a las plantaciones de azúcar, algodón y tabaco, y los muertos al fondo de la bahía.
Espíritus se llaman los traficantes de sirvientes blancos, muy magos en el arte de evaporar gente: ellos envían a las Antillas a las putas y los vagabundos secuestrados en los barrios bajos de Londres, a los jóvenes católicos cazados en Irlanda y Escocia y a los presos que esperaban la horca en la cárcel de Bristol por haber matado un conejo en tierras privadas. Almacenados bajo llave, en las bodegas de los barcos, despiertan los borrachos atrapados en los muelles, y con ellos viajan hacia las Américas algunos niños atraídos con golosinas y muchos aventureros engañados por la promesa de fortuna fácil. Allá en las plantaciones de Barbados o Jamaica o Virginia les sacarán el jugo hasta que hayan pagado su precio y el precio del pasaje.