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Authors: Kyung-Sook Shin

Por favor, cuida de mamá (10 page)

BOOK: Por favor, cuida de mamá
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—¡Fiscal!

A mamá se le iluminaron los ojos.

—Si quieres ser fiscal, tendrás que estudiar mucho. Mucho más de lo que crees. Conozco a alguien que quería ser fiscal y estudió noche y día, pero nunca lo consiguió y se volvió loco.

—Lo haré si vuelves a casa…

Mamá miró sus ojos llenos de ansiedad y sonrió.

—Sí. Puedes hacerlo. Fuiste capaz de decir «ma» cuando ni siquiera tenías cien días. Aunque nadie te había enseñado a leer, aprendiste en cuanto empezaste la escuela y fuiste el primero de la clase. —Suspiró—. ¿Por qué voy a irme de esa casa mientras tú estés en ella? ¿Por qué no pensé en eso? Tú estás en ella.

Le miró las pantorrillas enrojecidas, luego se volvió y, agachándose, le dijo que se subiera a su espalda. Él la miró. Mamá volvió la cabeza.

—Sube —dijo—. Vamos a casa.

Así fue como aquel día, al final de la tarde, mamá volvió a casa. Sacó a esa mujer a empujones de la cocina y cocinó ella. Y cuando padre se fue a vivir con la mujer a otra casa de la ciudad, mamá se arremangó, corrió a la casa, cogió la cazuela de arroz que estaba en el fuego y la tiró al río. Era como si se hubiera convertido en una combatiente para cumplir la promesa que le había hecho a Hyong-chol de volver a casa. Cuando padre y la mujer, incapaces de soportar el acoso de mamá, se marcharon a otra ciudad, mamá llamó a Hyong-chol, lo sentó delante de ella, rodilla con rodilla, y le preguntó con calma:

—¿Cuánto has estudiado hoy?

Cuando él sacó un examen con un diez, los ojos sombríos de mamá recuperaron su fuego. Miró el examen, en el que su profesor había marcado cada respuesta con un visto en rojo, y le dio un fuerte abrazo.

—¡Oh, mi niño!

Mamá lo mimó mientras padre estuvo fuera. Le dejaba montar en la bicicleta de padre. Le dio la estera de dormir de padre y lo cubría con la manta de padre. Le servía arroz en el cuenco grande que solo padre utilizaba. Ponía delante de él el primer cuenco de sopa. Cuando sus hermanos empezaban a comer, ella los regañaba:

—¡Vuestro hermano ni siquiera ha cogido la cuchara!

Cuando el vendedor de fruta pasaba con un cubo lleno de uva, ella cambiaba medio cuenco de semillas de sésamo que tenía secándose en el patio por unos cuantos racimos y los guardaba para él.

—Esto es para vuestro hermano mayor —decía a sus otros hijos.

Y cada vez que lo hacía, mamá le recordaba:

—Tienes que llegar a ser fiscal.

Él pensó que tenía que ser fiscal para retener a mamá en casa.

Aquel otoño mamá cosechó ella sola el arroz, lo descascarilló y lo dejó secar, sin padre. Al amanecer iba a los arrozales y, agachada, cortaba los tallos con la hoz, los sacudía para que el grano se desprendiera y lo esparcía por el suelo para que se secara al sol. Volvía al caer la noche. Cuando Hyong-chol se ofrecía a ayudarla, ella decía:

—Ve a estudiar. —Y lo empujaba hacia su escritorio.

Los domingos de temperaturas suaves, cuando el arroz ya estaba cosechado, mamá se llevaba a sus hermanos al campo de las colinas para desenterrar ñames, pero a él lo empujaba hacia el escritorio. Volvían al atardecer con una carreta llena de ñames de color óxido.

Su hermano, que había querido quedarse en casa para estudiar pero que se había visto obligado a ir con mamá, se inclinó sobre el pozo para quitarse la tierra incrustada debajo de las uñas.

—¡Mamá! ¿Tan importante es Hyong-chol?

—¡Sí! ¡Es muy importante! —Mamá le dio unos golpecitos en la cabeza y no dio más vueltas a la pregunta.

—Entonces, ¿no nos necesitas a nosotros? —Su hermano tenía las mejillas encendidas por el aire frío.

—¡No! No os necesito.

—¡Pues nos iremos a vivir con padre!

—¿Qué?

Mamá estaba a punto de dar otro golpecito a su hermano en la cabeza, pero se detuvo.

—Vosotros también sois importantes. ¡Todos sois importantes! ¡Venid aquí, mis importantes hijos!

Todos se rieron. Sentado frente a su escritorio en el calor de su habitación, Hyong-chol oyó a su familia junto al pozo y también sonrió.

No está claro cuándo empezó exactamente, pero mamá dejó de cerrar la verja por las noches. Poco después, cuando servía el arroz por la mañana, empezó a llenar el cuenco de padre y a dejarlo debajo de una manta en el rincón más caliente de la habitación. Hyong-chol estudió aún más mientras padre estuvo fuera. Mamá seguía sin permitirle que la ayudara en el campo. Incluso cuando gritaba a sus otros hijos porque habían dejado los pimientos esparcidos en el patio bajo la lluvia, bajaba la voz si creía que él estaba estudiando. En aquella época, la cara de mamá siempre estaba arrugada por el cansancio y la preocupación, pero cuando él estudiaba en voz alta, los cercos alrededor de sus ojos se volvían menos oscuros, como si se hubiera puesto polvos. Mamá abría y cerraba la puerta de la habitación de Hyong-chol sin hacer ruido. Deslizaba silenciosamente dentro de su habitación un plato de ñames hervidos o de caquis y volvía a cerrar la puerta. Una noche de invierno en que la nieve se había amontonado en el porche, padre cruzó la verja abierta, se aclaró la garganta, se quitó los zapatos, los golpeó contra la pared para sacudir la nieve y abrió la puerta. Hacía tanto frío que todos dormían juntos. Con los ojos entrecerrados, Hyong-chol vio que padre les tocaba la cabeza y los miraba. Vio a mamá poner sobre la mesa el cuenco de arroz que había dejado en el rincón más caliente de la habitación, la vio coger unas hojas de algas tostadas con aceite de perilla y dejarlas al lado del cuenco de arroz, y la vio poner un bol de agua de arroz hervido junto al cuenco sin decir palabra…, como si padre se hubiera ido esa mañana y hubiera vuelto por la noche, en lugar de haberse marchado en verano y haber regresado avergonzado en el crudo invierno.

Cuando Hyong-chol se licenció y aprobó el examen de acceso para entrar en la compañía en la que ahora trabaja, mamá no se quedó contenta. Ni siquiera sonrió cuando los vecinos la felicitaron por el empleo de Hyong-chol en una importante corporación. Cuando él volvió a casa con el tradicional regalo de ropa interior comprado con su primer sueldo, ella apenas lo miró.

—¿Y qué hay de tus planes? —le dijo con frialdad.

Él se limitó a responder que trabajaría duro en la compañía, ahorraría durante dos años y se pondría a estudiar de nuevo.

* * *

Ahora reflexiona sobre ello. Cuando mamá era más joven, era una presencia que lo impulsaba a cimentar su determinación como hombre, como ser humano.

* * *

Cuando mamá llevó a la ciudad a su hermana, que acababa de terminar la escuela secundaria, para que viviera con él, fue cuando empezó a decirle a todas horas que lo sentía. Le llevó a su hermana cuando él tenía veinticuatro años. Antes de que pudiera ahorrar, antes de que se presentara al examen para ejercer como abogado.

Mamá no levantó la vista.

—Como es una chica, necesita más estudios. Tienes que conseguir que estudie aquí. No puedo permitir que viva como yo.

Se encontraron frente a la torre del reloj de la estación de Seúl. Antes de volver a casa, mamá sugirió que comieran arroz y sopa. Mamá no paraba de coger carne de su cuenco y ponerla en el de él. Aunque él le decía que no podía con todo, ella seguía pasando la carne de su cuenco al de él. La idea de comer había sido de ella, pero no se llevó un solo bocado a la boca.

—¿No tienes hambre? —preguntó él.

—Estoy comiendo —respondió, y siguió dejando caer la carne en el cuenco de él—. Pero tú… ¿qué vas a hacer? —Dejó la cuchara, que estaba ribeteada de sopa—. Toda la culpa es mía. Lo siento, Hyong-chol.

Mientras esperaba en la estación de Seúl para subir al tren, con sus ásperas manos de uñas muy cortas hundidas en los bolsillos, los ojos de mamá se llenaron de lágrimas. Él pensó que sus ojos eran como los de una vaca, inocentes y amables.

* * *

Llama a su hermana, que sigue en la estación de Seúl. Se está haciendo de noche. Al oír su voz, su hermana guarda silencio. Parece que quiere que él hable primero. Enumeran a toda la gente que ha respondido al volante, pero ella ha sido la que ha recibido la mayor parte de las llamadas. La mayoría eran falsos testigos. Un tipo le dijo: «La señora está conmigo en estos momentos». Incluso le dio una explicación detallada de dónde estaba. Su hermana fue en taxi hasta el paso peatonal que le había indicado y encontró a un joven borracho, ni siquiera una mujer, roncando tan ebrio que si se lo hubieran llevado en carro ni se habría enterado.

—No está aquí —dice a su hermana. Chi-hon deja de aguantar la respiración—. ¿Te vas a quedar más rato en la estación?

—Un poco… Todavía me quedan volantes.

—Espérame allí. Podemos ir a cenar algo.

—No tengo hambre.

—Pues tomaremos una copa.

—¿Una copa? —pregunta ella, luego se queda callada un momento y añade—: Ha llamado el dueño de la farmacia Sobu, frente al mercado de Sobu de Yokchon-dong. Ha dicho que ha visto el volante que ha llevado su hijo a casa y que le parece que vio a alguien como mamá en Yokchon-dong hace dos días… pero que llevaba unas sandalias de goma azules. Que debía de haber caminado mucho porque tenía un corte en el empeine y que se le había infectado hasta las uñas, y que le aplicó una pomada…

¿Sandalias azules? El móvil se le cae de la oreja.

—¿Hermano?

Él vuelve a llevarse el móvil al oído.

—Me voy para allá. ¿Quieres venir?

—¿A Yokchon-dong? —pregunta él—. ¿Te refieres al mercado de Sobu que había cerca de donde vivíamos?

—Sí.

—De acuerdo.

Hyong-chol no quiere irse a casa. Cuando se reúne con su hermana no tiene nada en concreto que decirle. La llamó pensando: «No quiero irme a casa». Pero ¿ir a Yokchon-dong? Levanta una mano para parar un taxi. No lo entiende. Han llamado varias personas para decir que han visto a alguien como mamá con unas sandalias de goma azules. Curiosamente, todos afirman haberla visto en algún barrio donde él ha vivido. Kaebong-dong, Taerim-dong, Oksu-dong, debajo de los apartamentos Naksan de Tongsung-dong, Suyu-dong, Singil-dong, Chongnung. Si acudía, decían que la habían visto hacía tres días, o incluso una semana. Hubo alguien que dijo incluso que la había visto un mes antes de que desapareciera. Cada vez que le daban un soplo, iba al barrio que le habían indicado, solo, con sus hermanos o con padre. Aunque todos aseguraban haberla visto, no había encontrado a nadie como mamá que llevara unas sandalias de goma azules. Después de oír lo que tenían que contarle, lo único que podía hacer él era colgar volantes en los postes del barrio, en un árbol del parque o dentro de una cabina telefónica, por si acaso. Cuando pasaba por los lugares en los que vivió, se paraba y miraba donde otros viven ahora.

No importa donde él vivió, mamá nunca fue sola a su casa. Siempre iba a recogerla alguien de la familia a la estación de Seúl o a la Terminal de Autobuses Express. Y, una vez en Seúl, mamá no iba a ninguna parte hasta que alguien la acompañaba a su siguiente destino. Cuando iba a casa de su hermano, él iba a buscarla, y cuando iba a casa de su hermana, ella iba a buscarla. Nadie lo dijo nunca en voz alta, pero en algún momento dado su familia y él decidieron tácitamente que mamá no podía ir a ningún sitio en esa ciudad. De modo que cuando mamá iba a Seúl, siempre estaba acompañada. Después de poner el anuncio en el periódico y de repartir volantes, él cae en la cuenta de que había vivido en doce barrios distintos. Se yergue y levanta la vista. Yokchon-dong, recuerda, fue el primer lugar donde consiguió comprar una casa.

—Dentro de unos días celebraremos el Chuseok…

En el taxi hacia Yokchon-dong, su hermana se frota las uñas con la mano. Él estaba pensando en lo mismo. Carraspea y frunce el entrecejo. El festival de Chuseok dura varios días. Cada año los medios de comunicación informan que se prevé que viaje más gente al extranjero que en todas las ediciones anteriores. Hasta hace un par de años, la gente criticaba a los que se iban al extranjero durante esas fiestas, pero ahora todos dicen sin rodeos: «Volveré, antepasados», y se van al aeropuerto. Al principio, cuando la gente empezó a celebrar los ritos ancestrales en sus apartamentos de veraneo, les preocupaba que los espíritus ancestrales no dieran con ellos, pero ahora subían a los aviones sin pensarlo dos veces.

Esta mañana su mujer ha comentado mientras leía el periódico:

—Aquí pone que más de un millón de personas viajarán al extranjero este año.

—La gente tiene mucho dinero —ha replicado él.

A lo que ella ha murmurado:

—Los que no pueden irse…, bueno, no son muy inteligentes.

Padre los miraba en silencio.

—A los chicos, como todos sus amigos se van al extranjero durante el Chuseok —ha continuado su mujer—, les ha dado por decir que a ellos también les gustaría ir. —Cuando él la ha mirado furioso, incapaz de seguir escuchándola, ella ha explicado—: Ya sabes lo sensibles que son los chicos para este tipo de cosas.

Padre se ha levantado de la mesa y se ha ido a su habitación.

—¿Estás loca? ¿Te parece apropiado tocar este tema justo ahora? —ha soltado Hyong-chol.

—Oye, solo he repetido lo que dicen los chicos —ha replicado ella—. ¿Acaso he dicho que yo quiera ir? ¿Ni siquiera puedo comentar lo que dicen los chicos? Esto es frustrante. ¿Se supone que debo vivir sin abrir la boca? —Se ha levantado de la mesa y se ha ido.

—¿No deberíamos celebrar los ritos ancestrales? —pregunta Chi-hon.

—¿Desde cuándo piensas en ellos? ¿Nunca has venido a casa para las vacaciones y ahora te importa el Chuseok?

—Me equivoqué. No debería haber faltado.

Observa que su hermana deja de frotarse las uñas y mete las manos en los bolsillos de la chaqueta. Todavía no se ha quitado esa costumbre.

* * *

Cuando vivían juntos en Seúl y tenía que dormir con su hermano y su hermana en la misma habitación, su hermana se colocaba lo más cerca posible de la pared, él se tumbaba en el centro y su hermano al lado de la otra pared. Casi cada noche recibía una bofetada mientras dormía, y cuando abría los ojos se encontraba con la mano de su hermano en la cara. Se la apartaba con cuidado y estaba a punto de dormirse de nuevo cuando la mano de su hermana le caía sobre el pecho. Así era como solían dormir en la habitación grande de la casa, rodando de un lado para otro. Una noche soltó un grito cuando recibió un puñetazo en el ojo. Sus hermanos se despertaron.

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