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Authors: Kyung-Sook Shin

Por favor, cuida de mamá (9 page)

BOOK: Por favor, cuida de mamá
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La casa sigue en pie. Hyong-chol abre mucho los ojos. Ha estado dando vueltas por los estrechos callejones llenos de coches aparcados, buscando a mamá. Con el sol ya bajo en el cielo, se sorprende parado delante de la casa donde hace treinta años alquiló una habitación. Alarga una mano para tocar la verja, asombrado. Las afiladas puntas en forma de flecha que la rematan siguen allí, como hace treinta años. La mujer que lo amó, pero que acabó dejándolo, a veces colgaba de la verja una bolsa llena de bollos chinos cuando él no estaba. Casi todos los demás edificios se han convertido en casas adosadas o apartamentos.

Lee el anuncio que cuelga de la verja:

100.000 WON AL MES, CON FIANZA DE 10 MILLONES DE WON.

150.000 WON AL MES, CON FIANZA DE 5 MILLONES DE WON.

8
pyong
, fregadero estándar, ducha en el cuarto de baño.

Cerca de Namsan, perfecto para hacer ejercicio.

A 20 minutos de Kangnam. A 10 minutos de Chongno.

Inconveniente: cuarto de baño pequeño, pero no vas a vivir en él.

Probablemente es difícil encontrar algo tan barato en Yongsan.

Razón por la que me traslado: tengo coche y necesito una plaza de aparcamiento.

Por favor, envíame un SMS o un e-mail.

Lo alquilo yo directamente para ahorrarme los gastos de la agencia.

Después de haber leído hasta el número de móvil y la dirección de e-mail, empuja despacio la verja. Se abre, como hace treinta años. Mira dentro. Una casa en forma de U, la misma que hace treinta años, con todos los módulos que dan al patio. En la puerta de la habitación donde vivió él hay un candado.

—¿Hay alguien en casa? —grita, y se abren dos o tres puertas.

Dos mujeres jóvenes con el pelo corto y dos chicos de unos diecisiete años lo miran. Entra en el patio.

—¿Habéis visto a esta señora?

Enseña el volante a las mujeres jóvenes primero y luego tiende otro rápidamente a los chicos, que están a punto de cerrar la puerta. Dos chicas de más o menos la misma edad miran afuera desde la habitación de los chicos. Creyendo que está fisgando, los chicos cierran la puerta de un portazo. Por fuera todo es como hace treinta años, pero por dentro cada módulo se ha convertido en un estudio. Los dueños deben de haber hecho obras para crear un solo ambiente, juntando cocina y dormitorio. Ve un fregadero en la esquina de la habitación de las mujeres.

—No —dicen las mujeres devolviéndole el volante.

Tienen cara de sueño; tal vez estaban echando una siesta. Observan cómo da media vuelta y camina hacia la verja. Cuando está a punto de salir, se abre la puerta de los chicos.

—¡Espere! —grita uno de ellos—. Creo que hace un par de días vi a esta abuela sentada frente a la verja.

Cuando Hyong-chol se acerca a la habitación, el otro chico asoma la cabeza y dice:

—Te digo que no era ella. Esta mujer es más joven. La otra mujer estaba muy arrugada. Tampoco iba así peinada…, era una vagabunda.

—Pero tenía los mismos ojos. Fíjate solo en los ojos. Eran iguales que estos… Si la encontramos, ¿de verdad nos dará cinco millones de won?

—Aunque no la encontréis, os daré algo de dinero si me decís exactamente qué pasó.

Pide a los chicos que salgan. Las mujeres jóvenes, que habían cerrado la puerta, vuelven a abrirla y se quedan mirando.

—Esa mujer es la del bar del final de la calle. La tienen encerrada porque sufre demencia, y parece ser que ese día salió y se perdió. El dueño del bar fue a buscarla y se la llevó a casa.

—No, esa mujer no. Yo también vi a la mujer de la que hablas. Se había hecho daño en el pie. Lo tenía cubierto de pus. No paraba de ahuyentar las moscas…, aunque no la miré de cerca porque estaba sucia y olía.

—¿Y? ¿Viste adónde iba? —pregunta Hyong-chol al chico.

—No. Solo pasé por su lado. Ella quería entrar, de modo que cerré la puerta de golpe…

Nadie más ha visto a mamá.

—¡De verdad que la vi! —dice el chico, siguiéndolo.

Mira hacia los callejones y se adelanta a Hyong-chol, quien le extiende un cheque por valor de cien mil soles y se va. Al chico le centellean los ojos. Hyong-chol le pide que si vuelve a ver a la señora la invite a entrar y lo telefonee. Sin prestar mucha atención, el chico pregunta:

—¿Entonces me dará cinco millones de won?

Hyong-chol asiente. El chico le pide más volantes. Dice que los colgará en la gasolinera donde trabaja. Dice que si la encuentra de ese modo, tendrá que darle cinco millones de won, porque habrá sido gracias a él. Hyong-chol le dice que cuente con ello.

Se han borrado… las promesas que se hizo cuando mamá le cambió el sitio en la sala del turno de noche para protegerlo de las corrientes, diciendo: «Me duermo antes si estoy al lado de la pared». La promesa de que mamá dormiría en una habitación caldeada cuando volviera a esa ciudad.

Saca un cigarrillo del bolsillo y se lo pone entre los labios. No sabe cuándo pasó exactamente, pero a partir de cierto momento las emociones dejaron de pertenecerle. Iba por la vida sin acordarse prácticamente de mamá. «¿Qué estaba haciendo yo cuando mamá no consiguió entrar en el vagón con padre y se quedó sola en ese andén del metro que no conocía?». Echa un último vistazo al centro social y da media vuelta. «¿Qué estaba haciendo?». Deja caer la cabeza. La víspera de la desaparición de mamá salió de copas con sus colegas, pero la cosa no acabó bien. Su colega Kim, que solía mostrarse educado y respetuoso, después de varias copas le soltó una sutil pulla llamándolo «listo». En el trabajo, Hyong-chol era responsable de la venta de los apartamentos próximos a Songdo, en Inchon, y Earn supervisaba la venta de los apartamentos de Yongin. El comentario de Kim hacía alusión a la idea de Hyong-chol de dar entradas de concierto, como regalo de promoción, a la gente que fuera a ver la casa piloto. La idea no era suya, sino de su hermana, la escritora. Cuando Chi-hon estuvo en su casa, su mujer le dio una alfombrilla de baño que había sido el regalo de promoción de la última venta de apartamentos, y su hermana dijo:

—No sé por qué las empresas creen que a las amas de casa les gusta este tipo de cosas.

Él, que había estado dándole vueltas a qué repartir esta vez, preguntó:

—¿Y qué crees que recordarían?

—No estoy segura, pero la gente se olvida enseguida de estos regalos. ¿No sería mejor una pluma estilográfica o algo así? Piénsalo. ¿Crees que a tu mujer le gustaría que le regalaras artilugios para la cocina el día de su cumpleaños? Si te dan una alfombrilla, te olvidas de ella. Pero creo que yo me llevaría una grata sorpresa si me regalaran un libro o una entrada de cine, y probablemente lo recordaría. Si tuviera que hacer planes para utilizarlo, no pararía de acordarme de cómo lo conseguí. ¿Soy la única que piensa eso?

Su hermana no se llevó la alfombrilla cuando se fue.

En la reunión de la semana siguiente, alguien mencionó los regalos de promoción. A todos les gustó la idea de un obsequio cultural. Dio la casualidad de que un cantante que tenía muchos admiradores entre la mediana edad estaba dando una serie de conciertos, y Hyong-chol consiguió un fajo de entradas. Recibió elogios de su jefe; tal vez le gustaba ese cantante. Una encuesta demostró que las entradas de concierto habían mejorado la imagen de la compañía. Aunque probablemente no tenía ninguna relación con los regalos de promoción, casi todos sus apartamentos de Songdo se habían vendido, mientras que la tasa de ocupación de los apartamentos de Yongin que supervisaba Kim estaba solo en el 60 por ciento. De modo que cuando Kim hizo el comentario, Hyong-chol se rió, le quitó importancia y lo atribuyó a la suerte. Pero después de unas cuantas copas más, Kim dijo que si Hyong-chol utilizara su inteligente cerebro para algo más, podría haber llegado a ser fiscal jefe. Kim estaba al corriente de que Hyong-chol había ido a la facultad de derecho y había estudiado para ejercer la abogacía. Luego fue más allá y añadió que no sabía qué estrategia había utilizado para ascender tan deprisa, cuando no se había licenciado en la Universidad de Yonsei ni en la de Kor-yo, de donde habían salido la mayoría de los principales peces gordos de la compañía. Al final Hyong-chol apuró la copa que le había servido Kim y se largó. A la mañana siguiente, cuando su mujer le comunicó sus planes de visitar a su hija, Chin, en lugar de ir a la estación de Seúl, pensó que iría él mismo a recoger a sus padres. Padre quería pasar antes por la casa de su hijo pequeño, que acababa de mudarse. Hyong-chol decidió que iría a recogerlos y los dejaría en la casa de su hermano. Pero cuando fue a la oficina, cogió frío y empezó a dolerle la cabeza. Padre había dicho que sabía el camino… En lugar de ir a la estación de Seúl, Hyong-chol fue a una sauna cercana a la oficina. Mientras sudaba en la sauna, a la que solía ir al día siguiente de una noche de muchas copas, padre subía al tren sin mamá.

* * *

De niño, Hyong-chol decidió ser fiscal para conseguir que mamá volviera a casa. Se había ido porque padre la había decepcionado. Un día de primavera, cuando los campos florecían alrededor del pueblo, padre había llevado a casa a una mujer de piel clara que desprendía un olor fragante, como polvos para la cara. En cuanto la mujer cruzó la verja, mamá se marchó por la puerta de atrás. Tratando de ganarse el frío corazón de Hyong-chol, la mujer coronaba cada día su plato con un huevo frito. Él salía furioso de la casa con su fiambrera, que la mujer había envuelto cuidadosamente en un pañuelo, la dejaba encima de los grandes tarros de condimentos de la parte de atrás y se iba a la escuela. Sus hermanos, al ver que siempre hacía eso, se llevaban el almuerzo que la mujer les había preparado, pero a hurtadillas. Un día brumoso, de camino a la escuela, Hyong-chol reunió a sus hermanos junto al riachuelo, que pasaba al lado del cementerio. Cavó un hoyo cerca de un sauce en flor y les hizo enterrar las fiambreras. Su hermano trató de escapar con la suya, pero Hyong-chol lo alcanzó y le pegó. Sus hermanas las enterraron, obedientes. Él pensaba que así la mujer ya no podría hacerles la comida. Pero la mujer fue a la ciudad y compró fiambreras nuevas. No eran de aluminio amarillento sino unas especiales que mantenían el arroz caliente. Asombrados, sus hermanos las tocaron con cautela. Cuando la mujer les tendió el almuerzo, sus hermanos miraron a Hyong-chol. Él tiró su almuerzo al final del porche y se fue solo a la escuela. Sus hermanos esperaron a que se hubiera ido, entonces cogieron su almuerzo caliente y se fueron a la escuela. Tal vez al enterarse por alguien de que Hyong-chol no se llevaba el almuerzo que le preparaba esa mujer y que se quedaba en ayunas, mamá fue a buscarlo a la escuela. Eso fue diez días después de que la mujer se instalara a vivir con ellos.

—¡Mamá! —A Hyong-chol se le saltaron las lágrimas.

Mamá lo llevó a la colina que había detrás de la escuela. Le levantó las perneras de los pantalones para dejar al descubierto sus pantorrillas lisas, cogió una vara y se las golpeó con ella.

—¿Por qué no comes? ¿Creías que me alegraría saber que no comes?

Los golpes de mamá dolían. Se había enfadado con sus hermanos porque no le hacían caso y no entendía por qué mamá lo atizaba con la vara. Su corazón se llenó de resentimiento. No sabía por qué estaba tan enfadada.

—¿Te llevarás el almuerzo? ¿Te lo llevarás?

—¡No!

—Serás…

Los azotes de mamá se hicieron más rápidos. Hyong-chol no se quejó ni una sola vez y mamá no tardó en cansarse. En lugar de salir huyendo, se quedó quieto y callado, soportando los golpes.

—¿Seguro que no?

La sangre se agolpaba en las pantorrillas.

—¡Seguro! —gritó él.

Al final mamá tiró la vara.

—¡Hyong-chol! ¡Mocoso! —dijo, abrazándolo entre sollozos.

A continuación trató de convencerlo. Le dijo que tenía que comer independientemente de quién preparara la comida; si él comía, ella estaría menos triste. Tristeza. Era la primera vez que oía decir a mamá la palabra «triste». No entendía que mamá fuera a estar menos triste porque él comiera. Mamá se había ido de casa por esa mujer, a él le parecía que se pondría triste si comía la comida que preparaba la mujer, pero ella le dijo que era al revés: estaría menos triste si comía, aunque la comida la hubiera preparado esa mujer. No, él no lo entendía, pero no quería que ella estuviera triste.

—Comeré —dijo de mala gana.

—Así me gusta. —Los ojos de mamá, llenos de lágrimas, se iluminaron con una sonrisa.

—¡Entonces prométeme que vendrás a casa!

Mamá flaqueó.

—No quiero volver a casa.

—¿Por qué? ¿Por qué?

—No quiero volver a ver a tu padre.

Las lágrimas se deslizaban por las mejillas de Hyong-chol. Mamá se comportaba como si de verdad no fuera a volver nunca a casa. Tal vez por eso le decía que tenía que comer, fuera quien fuese quien cocinara. Se asustó.

—Mamá, haré todo lo que digas. Trabajaré en los campos y en los arrozales, barreré el patio e iré a buscar agua. Moleré el arroz y encenderé el fuego. Cazaré ratones y mataré el pollo para los ritos ancestrales. ¡Pero vuelve a casa!

Para los ritos ancestrales o las fiestas, mamá siempre suplicaba a padre o a cualquier otro varón que hubiera en la casa que matara el pollo. Mamá, que después de una lluvia torrencial iba a los campos y se pasaba el día levantando los tallos caídos de las judías, que prácticamente se cargaba a padre a la espalda para llevarlo a casa cuando bebía más de la cuenta, y que azuzaba a los cerdos con una vara cuando se escapaban para obligarlos a entrar en la pocilga, era incapaz de matar un pollo. Cuando Hyong-chol pescaba un pez en el riachuelo, ella no podía ni tocarlo hasta que estaba muerto. Cuando todos los alumnos recibían instrucciones de llevar la cola de un ratón para demostrar que en todas las casas habían capturado uno el día de la caza de ratones, las madres de los otros niños atrapaban un ratón, le cortaban la cola y la envolvían en papel para que la llevaran a la escuela. Pero mamá se encogía solo de oírlo. Mamá, una mujer de constitución robusta, era incapaz de atrapar un ratón. Si iba al cobertizo a buscar arroz y se topaba con uno, chillaba y salía a todo correr. La tía la miraba con desaprobación y cloqueaba cuando la veía salir corriendo del cobertizo con la cara roja. Pero aunque él le prometió que mataría pollos y cazaría ratones, mamá no dijo que volvería.

—Voy a ser una persona importante —prometió Hyong-chol.

—¿Qué vas a ser?

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