Mayo empezó como es típico cuando hay un puente: con dos días de lluvia y tres de llovizna, hasta que al domingo siguiente amaneció un sol claro y brillante. Es en días como ésos cuando los hombres jóvenes piensan en el amor, los helados y los números de Punch y Judy
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.
Era el día de la Feria de Mayo en Covent Garden, cuando se celebra la primera representación conocida de Punch y Judy con un concierto de instrumentos de metal, una misa especial con marionetas en la iglesia de los Actores y todos los espectáculos de Punch y Judy que puedan caber en el recinto. Durante mi período de pruebas en Charing Cross, había trabajado siempre en esa fecha en el control de aglomeraciones, así que llamé a Lesley y le pregunté si quería conocer la feria desde un punto de vista civil. Compramos helados y coca-colas en la Tesco Metro y fuimos esquivando turistas hasta llegar al pórtico frontal de la iglesia. Habían instalado un único teatrillo a menos de medio metro del lugar donde le habían arrancado la cabeza al pobre William Skirmish.
—Hace ya cuatro meses —dije en voz alta.
—Yo no me he aburrido —dijo Lesley.
—Porque tú no has tenido que estudiar latín —aclaré.
Habían puesto esteras en el suelo para que los niños se sentaran mientras los adultos nos quedábamos atrás. Un hombre vestido de bufón se adelantó y se puso a animar al público. Explicó que a lo largo de los años había habido muchas versiones del espectáculo de Punch y Judy, pero que ese día, para nuestra edificación y solaz, el renombrado profesor Phillip Pointer representaría
La comedia trágica o tragedia cómica de Punch y Judy
, tal como Giovanni Piccini se la había contado a John Payne Collier en 1827.
La historia empezó con una escena en la que el perro
Toby
le mordía la nariz a Punch.
L
A MAGIA EXPLICADA A LOS NIÑOS
El perro
Toby
muerde a Punch, y Punch mata a golpes a su propietario, el señor Scaramouche. Luego vuelve a casa y arroja a su bebé por la ventana y mata a golpes a su esposa Judy. Se cae del caballo y le da una patada en el ojo al médico. El médico le ataca con un palo, pero Punch se lo quita y lo mata a golpes. Se pone a tañer un cencerro para ovejas a la puerta de un hombre rico y, cuando el sirviente del hombre rico le recrimina su comportamiento, Punch lo mata a golpes. Llegados a ese punto, el helado se me derritió y me ensució los zapatos.
La comedia trágica o tragedia cómica de Punch y Judy
, tal como Giovanni Piccini se la había contado a John Payne Collier en 1827. No era un texto difícil de conseguir, siempre que uno supiera lo que estaba buscando. Después del espectáculo, Lesley y yo le enseñamos al «profesor» la identificación policial y él estuvo encantado de darnos una copia en papel del guión. Nos la llevamos al Roundhouse, en la esquina de New Row con Garrick Street, y nos sentamos a leerlo con un par de vodkas dobles.
—No puede ser una coincidencia —dije.
—¿Verdad que no? —preguntó Lesley—. Hay algo que manipula a personas de verdad para poner en escena esta ridícula obra para títeres.
—Esto no le va a gustar a tu jefe —dije.
—Bueno, yo no voy a contárselo —dijo Lesley—. Que sea tu jefe el que le diga al mío que el puto fantasma del señor Punch se está cargando gente en su territorio.
—¿Tú piensas que es un fantasma? —le pregunté.
—¿Y yo cómo voy a saberlo? —respondió ella—. Para eso estáis los polis magos.
La Locura tiene tres bibliotecas: la primera, que por aquel entonces aún no conocía; la segunda, una biblioteca mágica en la que se guardaban los tratados que tenían por tema todo lo relacionado con hechizos,
forma
y alquimia, todos ellos escritos en latín —así que, para mí, era como si hubieran estado escritos en griego—; y la tercera, que era la biblioteca general del primer piso, al lado de la sala de lectura. La división del trabajo había quedado clara desde el primer momento: Nightingale se encargaba de la biblioteca mágica y yo consultaba los libros escritos en el inglés de la Reina.
En la biblioteca general había caoba suficiente para repoblar la cuenca del Amazonas. En una de las paredes, las vitrinas llegaban hasta el techo, y para alcanzar los estantes de arriba había que emplear una escalerilla que se desplazaba mediante relucientes rieles de latón. Las fichas de los libros estaban catalogadas dentro de una hilera de hermosos cajones de madera de nogal. Era lo más parecido a un buscador que había en la biblioteca. Al abrir los cajones, sentí olor a cartón viejo y a moho, y me reconforté con el pensamiento de que Molly no había llegado al punto de abrirlos con regularidad y limpiarlos. Las fichas estaban clasificadas por temas y también había un índice general organizado por títulos. Me puse a buscar referencias a Punch y Judy, pero no encontré ninguna. Nightingale me había dictado otro término que tenía que buscar:
revenant
. Después de un par de errores con las fichas, llegué a las
Meditaciones sobre la cuestión de la vida y la muerte
del doctor John Polidori, que, según constaba en el frontispicio, se había publicado en 1819. La misma página tenía una anotación en latín escrita en letra elegante y suelta:
Vincit qui se vincit
, agosto de 1821. Me pregunté qué querría decir.
Según Polidori, un
revenant
es un espíritu intranquilo que retorna de entre los muertos para hacer estragos entre los vivos, habitualmente como represalia por alguna ofensa o injusticia, real o imaginaria, que la persona sufrió en vida.
—Desde luego que encaja en el perfil que buscamos —le dije a Nightingale a la hora de la comida: buey Wellington, patatas hervidas y chirivías salteadas—. Todas estas pequeñas ofensas que dan lugar a catástrofes… nos acerca a la idea de Lesley de que los grandes acontecimientos tienen ecos de menor importancia.
—¿Piensas que es como una infección?
—Pienso que es un efecto de campo, como la radiactividad, o la luz de una bombilla —contesté—. Pienso que los ecos se hallan dentro del campo, que los cerebros de las víctimas se cargan de emociones negativas y explotan.
—Pero, si fuera así, ¿no tendría que haber más afectados? —dijo Nightingale—. En el vestíbulo de aquellos cines había como mínimo diez personas más, entre las que te encontrabas tú, y también la agente May, y, sin embargo, la madre fue la única afectada.
—¿Podría ser que tan sólo reforzase un sentimiento de ira preexistente? —pregunté—. ¿O que actuara como catalizador? No sería nada fácil demostrarlo de manera científica. —Nightingale sonrió—. ¿Qué sucede? —volví a preguntar.
—Me recuerdas a un mago que conocí. Se llamaba David Mellenby —dijo Nightingale—. Tenía la misma obsesión.
—¿Qué fue de él? —interpelé—. ¿Dejó algún tipo de notas?
—Murió en la guerra —explicó Nightingale—. No pudo hacer ni la mitad de los experimentos que quería. Elaboró una teoría sobre el funcionamiento de los
genii locorum
que te habría interesado.
—¿En qué consistía su teoría? —pregunté.
—Creo que no te lo diré hasta que hayas dominado la siguiente
forma
—dijo—. Me he dado cuenta de que se produjeron discrepancias entre el guión y las acciones del señor Punch. Estoy pensando en Polly
la Guapa
.
Según se contaba en la
Comedia trágica
, el señor Punch, después de matar a su esposa, entonaba una canción sobre los beneficios del asesinato de esposas en general y, a continuación, cortejaba a Polly
la Guapa
. Es un personaje que no dice nada, pero que tampoco siente «ninguna repugnancia» cuando el pequeño y vivaracho asesino en serie empieza a besarla.
—No sabemos si sigue ese guión en concreto —articulé.
—En efecto —dijo Nightingale—. Piccini narraba una tradición oral, y las tradiciones orales no son fiables casi nunca.
De acuerdo con Piccini, que tal vez no fuera fiable, la siguiente víctima iba a ser un mendigo ciego que le tosía en la cara al señor Punch. Éste lo arrojaba desde lo alto del escenario por su presunción. El guión no especificaba si tenía que sobrevivir o no a la experiencia.
—Si nuestro Pulcinella
revenant
sigue la historia —dije—, lo más probable es que la próxima víctima sea un platillero vinculado al Real Instituto Nacional para los Invidentes.
—¿Un platillero?
—Sí, uno de los que les pasan el platillo para que les echen dinero —dije, e imité el gesto con la mano—. La gente les echa la calderilla.
—Un hombre ciego que pide dinero —observó—. Nos sería más útil saber quién es el
revenant
y dónde está enterrado.
—Seguramente, si descubrimos quién es podremos enfrentarnos a él y neutralizarlo —aseguré.
—O también —estimó Nightingale— podríamos desenterrar sus huesos y reducirlos a polvo, mezclarlos con sales rocosas y luego dispersarlos en el mar.
—¿Y eso funcionaría?
—Victor Bartholomew dice que ésa es la manera de eliminarlos. —Nightingale se encogió de hombros—. Fue él quien escribió el libro en el que se explica, literalmente, cómo podemos enfrentarnos a nuestros fantasmas y
revenants
.
—Creo que tal vez hayamos pasado por alto una fuente de información clave de puro obvia.
—¿De verdad?
—Nicholas Wallpenny —dije—. Todos los ataques empezaron cerca de la iglesia de los Actores. Creo que eso significa que el
revenant
debe de encontrarse por esa zona. Puede que Nicholas lo conozca… hasta es posible que queden de vez en cuando.
—No estoy seguro de que los fantasmas «queden» de la manera que te estás imaginando —detalló Nightingale y, tras echar una rápida mirada para asegurarse de que Molly no nos veía, metió bajo la mesa su bandeja medio llena. Sentí que la cola de
Toby
me golpeaba rítmicamente la pierna; el animal se estaba comiendo las sobras de Nightingale.
—Necesitaremos un perro más grande —aseveré—. O raciones más pequeñas.
—Trata de hablar con él esta misma noche —dijo Nightingale—. Pero recuerda que nuestro amigo Nicholas ya no era un testigo fiable en vida… dudo que se haya vuelto más fiable después de su muerte.
—¿Cómo murió? —le pregunté—. ¿Lo sabe usted?
—A causa de una borrachera —dijo Nightingale—. Una muerte dulce.
Como
Toby
era nuestro perro cazafantasmas oficial y había empezado a anadear de una manera alarmante, lo llevé conmigo. Se tarda una media hora en ir a pie desde Russell Square, donde se hallaba la Locura, hasta Covent Garden. Después de dejar atrás Forbidden Planet y cruzar Shaftesbury Avenue, el camino más recto conduce hasta Neal Street, donde había muerto el mensajero. Pero pensé que si me proponía evitar todas las calles donde se hubiera asesinado a alguien tendría que acabar por mudarme a Aberystwyth.
Era tarde y hacía frío, pero aún quedaba un buen número de bebedores a la puerta del
gastropub
. Londres había tardado mucho en descubrir la noción de terraza y no se iba a dejar intimidar por un poquito de frío… sobre todo desde que fumar en el interior de los locales estaba prohibido.
Toby
se detuvo cerca del lugar donde el doctor Framline había atacado al mensajero, pero tan sólo durante el tiempo necesario para mear en un poste.
Covent Garden estaba abarrotado incluso a la hora de cierre de los pubs. Los espectadores salían de la Royal Opera House después de que terminara la función y buscaban un sitio para comer y lucirse, y jóvenes de vacaciones, financiados por las instituciones académicas de Europa entera, ejercían su tradicional derecho a bloquear las calles de uno a otro extremo.
Tan pronto como los cafés, restaurantes y pubs del mercado cubierto hubieron cerrado, la plaza se vació en seguida, y al cabo de poco rato estuvo lo bastante despejada como para arriesgarse a cazar fantasmas.
Las autoridades en la materia no se ponían de acuerdo acerca de la verdadera naturaleza de los fantasmas. Polidori insistía en que se trataba de almas de los muertos que se aferraban a un determinado lugar. Tenía la teoría de que se alimentaban de su propio espíritu, y de que ese espíritu, si no se reconstituía mediante la magia, acabaría por desvanecerse.
La persistencia de Fantasmagoria en Yorkshire
, de Richard Spruce, publicado en 1860, concordaba en lo esencial con Polidori, pero añadía que los fantasmas podían nutrirse de la magia que se hallara en su entorno, de manera parecida a cómo el musgo succiona su sustento de la roca que le sirve de hogar. Peter Brock, que escribió en los años treinta, tenía la teoría de que los fantasmas no eran más que grabaciones impresas en el tejido mágico de su entorno, algo así como la música que queda registrada en el disco de vinilo. Yo, por mi parte, me imaginé que debían de ser como toscas copias de la personalidad del muerto que se ejecutaban de manera degradada en una especie de matriz mágica donde los paquetes de «información» iban pasando de un nodo mágico a otro.
Como mis dos encuentros con Nicholas habían tenido lugar en el pórtico de la iglesia de los Actores, fue por allí por donde empecé. Los policías no ven el mundo como los demás. Se puede reconocer a un policía por la manera como mira una habitación. Tiene una mirada fría, suspicaz, que le hace reconocible de inmediato para quienes sepan cómo reconocerle. Lo extraño es la rapidez con la que se adquiere esa mirada. Aún trabajaba como agente de cercanía, sólo llevaba un mes en el puesto, cuando cierto día visité el apartamento de mis padres y me di cuenta de que, si no lo hubiera sabido ya, nada más abrirse la puerta habría estado seguro de que mi padre era un drogadicto. Tenéis que entender que mi madre es una fanática de la limpieza. En su casa, se podría comer sobre la alfombra de la sala de estar. Pero todos los signos delatores estaban allí para quien supiera reconocerlos.
Había ocurrido lo mismo con los
vestigia
. Al poner la mano sobre los bloques de caliza del pórtico, las sensaciones —el frío, la vaga impresión de una presencia, un olor en la nariz que habría podido ser de madera de sándalo— fueron iguales. Sólo que en ese momento, cual policía que hace su primera estimación de una calle, tenía alguna idea de lo que podían significar. También esperaba que fueran más fuertes. Traté de recordar la última vez que había tocado las piedras. ¿Las impresiones habían sido ésas?