Guerreros de Texcoco recuperad el rostro.
En medio de una dilatada llanura los dos ejércitos hicieron alto a escasa distancia uno del otro. Itzcóatl y Nezahualcóyotl avanzaron con pausado andar y al quedar frente a frente se estrecharon con fuerte abrazo. Tras de dialogar brevemente, los dos monarcas hicieron entrega a Moctezuma de sus correspondientes bastones de mando, simbolizando con ello que era el guerrero azteca quien poseería la autoridad máxima durante la batalla. El Flechador del Cielo convocó de inmediato a los capitanes de ambos ejércitos. Con lacónicas frases Moctezuma dio sus últimas instrucciones, e instantes después los batallones aliados se desplazaban con presteza para adoptar sus posiciones en el campo de batalla.
El frente quedó ocupado por largas y cerradas líneas de arqueros. Moctezuma conocía de sobra la bien ganada fama de los arqueros tecpanecas, cuya certera puntería desbarataba a distancia los contingentes enemigos decidiendo con ello la victoria aun antes del ataque del grueso de las tropas. Con objeto de contrarrestar a los peligrosos flecheros de Maxtla, Moctezuma había puesto un especial empeño en el entrenamiento de los arqueros aliados, elevando su número al máximo posible.
Atrás de las compactas filas de arqueros, y a una regular distancia de las mismas, se encontraba el agrupamiento principal de las tropas aliadas, constituido por alternados batallones de tenochcas y texcocanos, armados con filosos macuahuimeh, cortas lanzas y gruesos escudos. Los guerreros estaban distribuidos en un amplio cuerpo central y en dos cortas alas colocadas verticalmente a ambos lados. A escasa distancia de las tropas se encontraba la numerosa población civil que había venido acompañando a los combatientes, su presencia en los confines del campo de batalla estaba incluida dentro del plan de combate trazado por Moctezuma.
En el extremo derecho de la línea de arqueros, ligeramente adelante de la posición ocupada por los flecheros, sobresalía un pequeño promontorio rocoso. Al percatarse de la existencia de aquella saliente del terreno, Moctezuma juzgó que ésta le proporcionaría un magnífico lugar de observación mientras llegaba el momento de combatir al frente de sus tropas. Acompañado de unos cuantos oficiales, el guerrero se parapeto tras de las rocas y se dispuso a esperar con calma la llegada de sus contrarios.
El ejército tecpaneca no se hizo aguardar. El primer anuncio de su proximidad fue un leve e ininterrumpido estremecimiento del suelo, resultado del rítmico caminar de muchos miles de pies. Una ensordecedora sinfonía en la que se entremezclaba el incesante batir de innumerables tambores, el agudo tañer de largas flautas y el seco chasquido de los cascabeles con que los soldados tecpanecas acostumbraban adornar su calzado, anunció a los cuatro vientos la llegada de los dueños del Anáhuac al campo de batalla.
AZCAPOTZALCO
MOCTEZUMA
• “Posición de las tropas antes del inicio de la batalla”
•• “Las tropas aliadas combaten cercadas por el ejército tecpaneca”
••• “Ruptura del frente y toma de Azcapotzalco”
Mientras contemplaba cómo el horizonte entero se poblaba de soldados enemigos avanzando en perfecta formación, Moctezuma no pudo reprimir un sentimiento de admiración ante la evidente gallardía y disciplina de las tropas tecpanecas. Observó también con preocupación el crecido número de fuerzas mercenarias que acompañaban al ejército de Maxtla, entre las cuales destacaban, por sus vistosos y multicolores uniformes, nutridos contingentes de guerreros totonacas y huastecos.
Los batallones del señor de Azcapotzalco estaban agrupados en tres grandes cuerpos compactos y sin alas, separados entre sí por considerables extensiones de terreno. El primero y más avanzado de estos cuerpos estaba integrado exclusivamente por arqueros. El segundo grupo, situado en el centro, constituía, sin lugar a dudas, el más importante de los tres, pues agrupaba a la inmensa mayoría de las fuerzas tecpanecas. El tercer cuerpo de tropas, colocado a la retaguardia, estaba formado por fuerzas de reserva.
Un solo vistazo a la formación del ejército contrario, bastó a Moctezuma para percatarse del plan de campaña adoptado por los generales de Maxtla. Los arqueros tecpanecas actuarían en primer término, buscando desde la distancia producir el mayor daño posible, después de esto atacaría el grueso del ejército, que apoyado en su superioridad numérica y contando con la circunstancia de que los aliados se encontraban en el centro de una extensa llanura, trataría de envolverlos para privarles de toda posibilidad de retirada y poder atacarlos por todos lados hasta exterminarlos.
Mientras el grueso del ejército tecpaneca hacía alto sin romper su formación, los batallones de arqueros continuaron avanzando. Al observar la cercana proximidad de sus oponentes, el capitán azteca que se encontraba al frente de los arqueros aliados pronunció una orden con ronca voz. Al instante, una cerrada lluvia de flechas partió de los tensos arcos de tenochcas y texcocanos. Tras detener su avance y adoptar rápidamente la posición adecuada, los tecpanecas lanzaron a su vez una primera andanada de proyectiles, iniciándose en esta forma el encuentro tan largamente esperado por ambos contendientes.
Durante un buen rato el duelo de arqueros se prolongó produciendo bajas considerables en los dos bandos, sin que ello se tradujese en una ventaja apreciable para ninguna de las partes. Repentinamente, la mala fortuna pareció sentar plaza en el campo aliado. El capitán azteca que dirigía a los flecheros se desplomó al ser traspasado por un certero proyectil, que perforando su cota de algodón se le incrustó profundamente en el pecho. Su lugar fue ocupado de inmediato por un valiente capitán de Texcoco, pero apenas acababa éste de hacerse cargo del mando, cuando una flecha se clavó en su garganta. Soportando estoicamente los dolores, el texcocano continuó dirigiendo la acción de los arqueros aliados, pero la sangre que manaba abundantemente de su herida le ahogaba, impidiéndole una adecuada pronunciación de las voces de mando. Y en esta forma, mientras los proyectiles tecpanecas eran lanzados con creciente vigor y tino cada vez más certero, la actuación de los arqueros aliados comenzó a fallar ostensiblemente por falta de coordinación.
Desde su cercana atalaya tras las rocas, Moctezuma comprendió que el recién iniciado combate estaba a punto de convertirse en una catastrófica derrota para su ejército. Al ser incapaces de dar una adecuada respuesta al ataque de sus enemigos, las semiparalizadas líneas de arqueros no tardarían en desbandarse
o en ser aniquiladas por la ininterrumpida lluvia de flechas que se abatía sobre ellas. De sobrevenir la derrota de los flechadores aliados, los tecpanecas contarían con una ventaja insuperable que garantizaría plenamente su victoria.
Aun cuando el Flechador del Cielo tenía planeado encabezar a sus tropas durante la fase central y más importante del combate, motivo por el cual había juzgado conveniente no participar personalmente en la etapa inicial del mismo, al observar el adverso cariz que estaban tomando los acontecimientos cambió rápidamente su determinación y decidió hacerse cargo personalmente de la dirección de los arqueros.
El promontorio donde se encontraba Moctezuma — situado al frente y un poco a la derecha de las líneas aliadas —, que le resultara tan útil hasta ese momento como lugar de observación, planteaba ahora al guerrero azteca un serio problema para su movilización, ya que si se encaminaba directamente hacia donde se encontraban sus tropas, en cuanto abandonase su seguro refugio sería un fácil blanco para cuanto proyectil descasen lanzarle los cercanos flecheros tecpanecas, por el contrario, si para evitar los proyectiles enemigos efectuaba un largo rodeo, perdería un tiempo que muy bien podía resultar decisivo.
Tras de impartir algunas órdenes a los oficiales que le acompañaban, tendientes a evitar que cundiese la desorganización en el ejército aliado si ocurría su muerte, el Flechador del Ciclo salió del refugio y con paso tranquilo y firme se dirigió en línea recta hacía el lugar donde se encontraban sus abatidos arqueros. Una andanada de flechas pasó silbando por arriba de su cabeza casi en el instante mismo de iniciar la marcha. Era evidente que la orden de lanzar aquellos proyectiles había sido dada antes de que los tecpanecas vieran a Moctezuma, pues la trayectoria seguida por las flechas no incluía todavía a la figura del guerrero.
El primero en darse cuenta de la inesperada aparición de Moctezuma fue el herido capitán de Texcoco, que con sobrehumanos esfuerzos y patéticos ademanes continuaba tratando de dirigir a los arqueros aliados. Comprendiendo que la llegada de Moctezuma lo liberaba de una responsabilidad que había sabido sobrellevar por encima de la más rigurosa exigencia, el ensangrentado rostro del texcocano reflejó una profunda expresión de alivio en el momento mismo en que rodaba por tierra entre estertores de agonía.