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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

Ulises (37 page)

BOOK: Ulises
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—Del pulpo de dos cabezas, una de cuyas cabezas es la cabeza en que los polos del mundo han olvidado encontrarse mientras la otra habla con acento escocés. Los tentáculos…

Adelantaron desde atrás al señor Bloom por el bordillo. Barba y bicicleta. Mujer joven.

Y ahí está ése también. Ahora sí que es realmente una coincidencia: segunda vez. Los acontecimientos venideros proyectan sus sombras delante. Con la aprobación del eminente poeta señor Geo. Russell. Ésa podría ser Lizzie Twigg con él. A. E.: ¿qué significa eso? Iniciales quizá. Albert Edward, Arthur Edmund, Alphonsus Eb Ed El Esquire. ¿Qué iba diciendo ése? Los polos del mundo con un acento escocés. Tentáculos: pulpo. Algo oculto: simbolismo. Venga de hablar. Ella lo absorbe todo. Sin decir una palabra. Para ayudar a caballero en trabajo literario.

Sus ojos siguieron la elevada figura vestida de
homespun
, barba y bicicleta, con una mujer escuchando a su lado. Viniendo de los vegetarianos. Sólo verduramen y fruta. No te comas un filete. Si no, los ojos de esa vaca te perseguirán por toda la eternidad. Dicen que es más sano. Flatulento y aguanoso, sin embargo. Lo probé. Le tiene a uno en marcha todo el día. Malo como un arenque ahumado. Sueños toda la noche. ¿Por qué le llaman filete de nuez a eso que me dieron? Nuecetarianos. Frutarianos. Para darle a uno la idea de que come solomillo. Absurdo. Salado además. Cuecen con soda. Le tienen a uno sentado toda la noche junto al grifo.

Lleva las medias flojas por los tobillos. Me molesta eso: tan sin gusto. Esa etérea gente literaria son todos. Soñadores, nubosos, simbolistas. Estetas es lo que son. No me sorprendería que fuera esa clase de comida de ahí lo que produce como ondas del cerebro lo poético. Por ejemplo uno de esos policías sudando por la camisa estofado irlandés no se le podría exprimir ni un verso. No saben ni qué es poesía. Hay que estar en cierto estado de ánimo.

La famélica gaviota
sobre el agua turbia flota.

Cruzó por la esquina de la calle Nassau y se quedó delante del escaparate de Yeates e Hijo, viendo los precios de los gemelos. ¿Y si me dejo caer por el viejo Harris a charlar con el joven Sinclair? Tipo bien educado. Probablemente estará almorzando. Tengo que arreglar esos gemelos viejos. Lentes Goerz, seis guineas. Los alemanes se están abriendo paso por todas partes. Venden con buenas condiciones para capturar el comercio. Con rebaja. Podría encontrar por casualidad unos en la oficina de objetos perdidos de los trenes. Es asombroso las cosas que se deja la gente en los trenes y los guardarropas. ¿En qué están pensando? Las mujeres también. Increíble. El año pasado yendo de viaje a Ennis tuve que recoger el bolso de aquella hija de un campesino y entregarlo en el empalme de Limerick. Dinero sin reclamar también. Hay un relojito allá arriba en el tejado del banco para probar esos gemelos.

Sus párpados descendieron hasta los bordes inferiores de sus iris. No lo veo. Si uno se imagina que está ahí casi lo puede ver. No lo veo.

Se dio vuelta y, parado bajo los toldos, levantó la mano derecha hacia el sol con todo el brazo extendido. Muchas veces tenía ganas de probarlo. Sí, completamente. La punta de su meñique tapaba el disco del sol. Debe ser el foco donde se cruzan los rayos. Si tuviera gafas negras. Interesante. Hubo mucho que hablar con esas manchas del sol cuando estábamos en la calle Lombard West. Mirando a lo alto desde el jardín de atrás. Son explosiones terribles. Habrá un eclipse total este año: en otoño no sé cuándo.

Ahora que lo pienso, esa bola cae a la hora de Greenwich. Es que el reloj funciona por un cable eléctrico desde Dunsink. Tengo que ir allí algún primer sábado del mes. Si pudiera conseguir una presentación para el profesor Joly o enterarme de algo sobre su familia. Eso bastaría: un hombre siempre se siente cumplimentado. Halago donde menos se espera. Noble orgulloso de descender de la amante de un rey. Su antepasada. Un buen revoque. Con buena educación se llega muy lejos. No entrar y echar fuera lo que uno sabe que no debe: ¿qué es paralaje? Acompañe a la puerta a este caballero.

Ah.

Su mano volvió a caer junto al cuerpo.

Nunca sabremos nada de eso. Pérdida de tiempo. Bolas de gas que giran por ahí, cruzándose unas con otras, adelantándose. Siempre la misma música. Gas, luego sólido, luego mundo, luego frío, luego cáscara muerta dando vueltas a la deriva, roca helada como esa roca de piña. La luna. Debe ser la luna nueva, dijo ella. Creo que sí.

Pasó por delante de La Maison Claire.

Espera. La luna llena fue la noche cuando estábamos el domingo hace dos semanas exactamente hay una luna nueva. Bajando por el Tolka. No está mal para una luna en Fairview. Ella canturreaba. Está brillando, amor, la primera luna de mayo. Él al otro lado de ella. Codo, brazo. Él. La lu-uz de la luciérnaga está brillando, amor. Tocar. Dedos. Pregunta. Respuesta. Sí.

Basta. Basta. Si ha sido ha sido. Debes.

El señor Bloom, respirando deprisa, andando más despacio, pasó por delante de Adam Court.

Con un alivio de tranquilo estate tranquilo sus ojos tomaron nota: esta es la calle aquí a mediodía los hombros de botella de Bob Doran. En su ronda anual, dijo M’Coy. Beben para decir o hacer algo o
cherchez la femme
. Arriba en el Coombe con compadres o corretonas y luego el resto del año sobrios como un juez.

Sí. Me lo parecía. Encaminándose al Empire. Se fue. Agua de seltz sola le sentaría bien. Donde Pat Kinsella tuvo su Teatro del Arpa antes que Whitbred dirigiera el Queen. Un pedazo de pan. Cosas a lo Dion Boucicault con su cara de luna llena en sombrerito de chica. Tres Lindas Muchachitas de la Escuela. Cómo vuela el tiempo, ¿eh? Enseñando largos calzones rojos por debajo de las faldas. Bebedores, bebiendo, se reían salpicando, la bebida atragantada. Más fuerte, Pat. Rojo áspero; diversión para borrachos; risotada y humo. Quítate ese sombrero blanco. Sus ojos de pescado hervido. ¿Dónde está ahora? Mendigando por algún sitio. El arpa que en otros tiempos nos hizo morir de hambre.

Yo era entonces más feliz. ¿O era yo eso? ¿O soy yo ahora yo? Veintiocho años tenía. Ella tenía veintitrés cuando dejamos la calle Lombard West algo cambiado. No le pudo gustar otra vez después de Rudy. No se puede volver atrás el tiempo. Como sujetar agua en la mano. ¿Volverías atrás entonces? Sólo empezando entonces. ¿Volverías? ¿No eres feliz en tu casa pobrecito niño malo? Quiere coserme los botones. Tengo que contestar. Escribiré en la biblioteca.

La calle Grafton alegre con sus toldos desplegados le excitó los sentidos. Muselinas estampadas, seda, señoras y viudas, tintineo de atalajes, golpes de cascos de caballos con sordo retumbo en el pavimento recocido. Qué pies tan gruesos tiene esa mujer de las medias blancas. Ojalá que la lluvia se las enfangue encima. Una cometocino de campo. Estaban todas las elegancias de patas gordas. Siempre le da pies torpes a una mujer. Molly parece fuera de la vertical.

Pasó, flaneando, ante los escaparates de Brown Thomas, tejidas de seda. Cascadas de cintas. Vaporosas sedas chinas. Un ánfora inclinada vertía por la boca una inundación de popelín color sangre: sangre lustrosa. Los hugonotes lo introdujeron aquí.
Lacaus esant tará tará
. Gran coro es ése.
Tarí tará
. Debe estar lavada con agua de lluvia. Meyerbeer.
Tará: pom pom pom
.

Acericos. Hace mucho tiempo que amenazo con comprar uno. Las pincha por toda la casa. Agujas en las cortinas de las ventanas.

Se descubrió ligeramente el antebrazo izquierdo. Arañazo: casi desaparecido. Hoy no, en todo caso. Tengo que volver por esa loción. Para su cumpleaños quizá. Juniojuliaagostoseptiembre ocho. Casi faltan tres meses. Además a lo mejor no le gusta. Las mujeres no recogen los alfileres. Dicen que trae mala suerte.

Sedas brillantes, enaguas en finas varillas de latón, fulgores de medias de seda en hileras.

Inútil volver atrás. Tenía que ser. Dímelo todo.

Voces altas. Seda tibia de sol. Atalajes tintineantes. Todo por una mujer, hogar y casas, tejidos de seda, plata, ricas frutas, aromáticas de Jaffa. Agendath Netaim. Riqueza del mundo.

Una tibia carnosidad humana se le asentó en el cerebro. Su cerebro se rindió. Perfume de abrazos le asaltó entero. Con carne hambreada oscuramente, mudante ansiaba adorar.

Calle Duke. Ya estamos. Tengo que comer. El Burton. Me sentiré mejor después.

Dobló la esquina de Combridge, aún acosado. Tintineantes golpes de cascos de caballo. Cuerpos perfumados, tibios, llenos. Todos, besados, se rendían: en profundos campos de verano, enredada hierba aplastada, en goteantes galerías de casas pobres, a lo largo de sofás, camas crujientes.

—¡Jack, cariño!

—¡Querido mío!

—¡Bésame, Reggy!

—¡Guapo mío!

—¡Amor!

Con el corazón agitado empujó la puerta del restaurante Burton. El hedor le agarró el tembloroso aliento: punzante jugo de carne, aguanosidad de verduras. La comida de las fieras.

Hombres, hombres, hombres.

Encaramados en altos taburetes ante la barra, los sombreros echados atrás, en las mesas pidiendo más pan a discreción, echando tragos, engullendo masas de comida caldosa, con los ojos hinchados, limpiándose bigotes mojados. Un pálido joven de cara de sebo limpiaba su vaso, cuchillo, tenedor y cuchara con la servilleta. Nuevo repuesto de microbios. Un hombre con servilleta de niñito manchada de salsa remetida alrededor paleaba sopa gorgoteante por el gaznate. Un hombre volviendo a escupir en el plato; cartílagos semimasticados; sin dientes con que mastic-tic-ticarlo. Masca chuleta a la parrilla. Atiborrándose para acabar con ello. Tristes ojos de bebedor. Mordió más de lo que puede masticar. ¿Soy yo así? Vernos a nosotros mismos como nos ven los demás. Hombre hambriento es hombre violento. Trabajando con diente y quijada. ¡No! ¡Ah! ¡Un hueso! Aquel último rey pagano de Irlanda, Cormac, de la poesía de la escuela se ahogó en Sletty al sur del Boyne. No sé qué estaría comiendo. Algo guluptuoso. San Patricio le convirtió al Cristianismo. Sin embargo, no se lo pudo tragar todo.

—Rosbif con col.

—Un estofado.

Olores de hombres. Se le sublevó el tragadero. Serrín escupido, humo de cigarrillo dulzón y templaducho, hedor de tabaco de mascar, cerveza derramada, orina cervezosa de hombres, el rancio del fermento.

Se le sublevo el tragadero.

No podría comer ni un bocado aquí. Un tipo afilando cuchillo y tenedor para comerse todo lo que tiene por delante, un viejo hurgándose los dientes. Ligero espasmo, lleno, rumiando lo tragado. Antes y después. Acción de gracias después de las comidas. Mira esta estampa y después esa otra. Rebañando la salsa del estofado con tropezones absorbentes de pan. ¡Lámelo del plato, hombre! Fuera de aquí.

Echó una ojeada alrededor a los que comían en taburetes y en mesas, apretando las aletas de la nariz.

—Dos cervezas negras aquí.

—Una de carne salada con col.

Ese tipo empujando para abajo la carga de col del cuchillo lleno como si le fuera en ello la vida. Buen golpe. Me da grima mirarlo. Más seguro comer con las tres manos. Desgarrarlo miembro a miembro. Una segunda naturaleza para él. Ha nacido con un cuchillo de plata en la boca. Eso es chistoso, me parece. O no. Plata significa nacido rico. Nacido con un cuchillo. Pero entonces se pierde la alusión.

Un camarero mal ceñido recogía pegajosos platos chasqueantes. Rock, el alguacil, de pie ante la barra soplaba el colmo espumoso de su jarro. Bien rasado: salpicó amarillo junto a la bota. Uno de los que comían, cuchillo y cuchara enhiestos, los codos en la mesa, preparado para repetir un plato miraba fijamente al montacargas de las comidas por encima de su manchado rectángulo de periódico. Otro tipo diciéndole algo con la boca llena. Oyente comprensivo. Charlas de mesa. Lem ñim el luñmeñm eñ elñ Ñamco Uñsterñ. ¿Ah, sí? ¿De veras?

El señor Bloom, dudoso, se llevó dos dedos a los labios. Sus ojos dijeron:

—Aquí no. No le veo.

Fuera. Me fastidian los que comen sucio.

Retrocedió hacia la puerta. Tomaré algo ligero en Davy Byrne. Un tentempié. Sostenerme en marcha. Desayuné bien.

—Asado con puré de patata aquí.

—Una pinta de cerveza negra.

Cada cual para sí, diente y uña. Glub. Ñam. Glub. Engullir.

Salió a un aire más claro y se volvió atrás hacia la calle Grafton. Comer o ser comido. ¡Mata! ¡Mata!

Supongamos esa cocina común quizá dentro de años. Todos llegando al trote con escudillas y cazuelas que llenar. Devorando el contenido por la calle. John Howard Parnell por ejemplo el preboste de Trinity cada quisque no hablemos de prebostes ni del preboste de Trinity mujeres y niños, cocheros, curas, párrocos, mariscales de campo, arzobispos. Desde Ailesbury Road, Clyde Road, los barrios obreros, del asilo de Dublín Norte, el Lord Alcalde en su carroza de pan de gengibre, la vieja reina en una silla con ruedas. Tengo el plato vacío. Usted primero con nuestro vaso corporativo. Como la fuente de Sir Philip Crampton. Quitar los microbios restregando con el pañuelo. El siguiente vuelve a meter otra hornada restregando con el suyo. El padre O’Flynn les haría correr como liebres a todos. Habría peleas de todos modos. Cada cual por su menda. Los niños peleando por las rebañaduras del puchero. Haría falta una olla de sopa tan grande como Phoenix Park. Sacando con arpones filetes y cuartos traseros. Me molesta la gente rodeando por todas partes. En el Hotel City Arms la
table d’hôte
como la llamaba ella. Sopa, asado, dulce. Nunca se sabe de quién son los pensamientos que mascas. Pero ¿quién fregaría todos los platos y tenedores? Para entonces a lo mejor todos se alimentan de pastillas. Las dentaduras poniéndose cada vez peor.

Después de todo hay mucho de bueno en ese fino sabor vegetariano de las cosas de la tierra ajo por supuesto apesta los organilleros italianos crujiendo de cebollas setas trufas. Dolor para el animal también. Desplumar y vaciar pollos. Las desgraciadas bestias ahí en el mercado de ganado esperando a que el hacha les parta el cráneo. Muu. Pobres terneras temblorosas. Meeh. Lechal vacilante,
staggering bob
. Burbujeando y rechinando. Los cubos de los matarifes con despojos oscilantes. Deme ese trozo de pecho colgado del gancho. Pluf. Cabeza pelada y huesos sangrientos. Desolladas ovejas de ojos vidriosos colgando de las piernas, hocicos de ovejas empapelados en sangre moqueando jalea de nariz en serrín. Fuera desechos y riñonadas. No destroces esos cortes, muchacho.

BOOK: Ulises
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