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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

Ulises (38 page)

BOOK: Ulises
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Sangre fresca caliente recetan para la tuberculosis. Siempre hace falta sangre. Insidiosa. Lamerla, humeando caliente espesa azucarosa. Fantasmas hambrientos.

Ah, tengo hambre.

Entro en Davy Byrne. Taberna decente. Él no charla. De vez en cuando convida a un trago. Pero en bisiesto una vez de cada cuatro. Una vez me aceptó un cheque.

¿Qué voy a tomar ahora? Sacó el reloj. Vamos a ver ahora. ¿Cerveza de gengibre?

—¡Hola, Bloom! —dijo Nosey Flynn desde su rincón.

—Hola, Flynn.

—¿Cómo van las cosas?

—Fenomenal… Vamos a ver. Voy a tomar un vaso de borgoña y… vamos a ver.

Sardinas en los estantes. Casi se nota el sabor mirándolas. ¿Un bocadillo? El patriarca Cerdo y sus descendientes alineados y enmostazados ahí. Carnes en conserva. ¿Qué es el hogar que no tiene carne en conserva Ciruelo? Incompleto. ¡Vaya anuncio estúpido! Los metieron debajo de las necrologías. Todos subidos al ciruelo. La carne en conserva de Dignam. A los caníbales les gustaría con limón y arroz. El misionero blanco demasiado salado. Como cerdo en vinagreta. Supongo que el jefe consume las partes de honor. Debería estar duro por el ejercicio. Sus mujeres en fila observando el efecto.
Había un viejo y majestuoso negro. Que se comió o no sé qué los no sé qués del reverendo Allegro
. Cuando viene una antesala del cielo. Dios sabe qué guisote. Membranas tripas mohosas tráqueas retorcidas y picadas. Un jeroglífico encontrar la carne. Kosher. La carne y la leche que no vayan juntas. Higiene lo llaman ahora. El ayuno de Yom Kippur limpieza de primavera de lo de dentro. La paz y la guerra dependen de la digestión de algún tío. Las religiones. Pavos y gansos de Navidad. Matanza de inocentes. Comed, bebed y estad alegres. Entonces las casas de socorro llenas después. Cabezas vendadas. El queso lo digiere todo menos él mismo. Mal bicho, todo bichos.

—¿Tiene un bocadillo de queso?

—Sí, señor.

Me gustaría unas pocas aceitunas si las tuvieran. Italianas las prefiero. Un buen vaso de borgoña: quita allá eso. Lubrifica. Una buena ensalada, fresca como un pepino; Tom Kernan sabe aliñar. Le da el toque. Puro aceite de oliva. Milly me sirvió aquella chuleta con un ramita de perejil. Tomar una cebolla española. Dios hizo la comida, y el diablo, los cocineros. Cangrejo a la diabla.

—¿La mujer bien?

—Muy bien, gracias… Un bocadillo de queso, entonces. ¿Tiene gorgonzola?

—Sí, señor.

Nosey Flynn sorbía su grog.

—¿Sigue cantando ahora?

Mira qué boca. Podría silbarse en su propio oído. Orejas como aletas para hacer juego. Música. Entiende tanto de eso como mi cochero. Sin embargo mejor decirle. No hace daño. Anuncio gratis.

—Se ha comprometido para una gran jira a fin de este mes. Quizá lo haya oído decir.

—No. Vaya, así es como se debe. ¿Quién lo organiza?

El mozo de la barra sirvió.

—¿Cuánto es?

—Siete peniques, señor… Gracias, señor.

El señor Bloom cortó el emparedado en tiras más finas.
El reverendo Allegro
. Más fácil que esa materia crema de sueños.
Y sus quinientas mujeres. Tuvieron grandes placeres.

—¿Mostaza, señor?

—Gracias.

Encajó grumos amarillos debajo de cada tira levantada.
Grandes placeres
. Ya lo tengo.
Y se hizo más y más grande
.

—¿Quién lo organiza? —dijo—. Bueno, es como la idea de una compañía, mire. Participación en los gastos y en los beneficios.

—Ah sí, ya me acuerdo —dijo Nosey Flynn, metiéndose la mano en el bolsillo para rascarse la ingle—. ¿Quién fue el que me lo dijo? ¿No anda Blazes Boylan metido en eso?

Un caliente golpe de aire calor de mostaza mordió el corazón del señor Bloom. Levantó los ojos y encontró la mirada fija de un reloj bilioso. Las dos. Reloj de taberna cinco minutos adelantado. El tiempo que pasa. Las manecillas se mueven. Las dos. Todavía no.

Su diafragma anheló entonces hacia arriba, se hundió dentro de él, anheló más largamente, ansiosamente.

Vino.

Oliosorbió el generoso jugo y, ordenando enérgicamente a su garganta acelerarlo, dejó delicadamente el vaso de vino.

—Sí —dijo—. Él es el organizador, en realidad.

No hay miedo: no tiene sesos.

Nosey Flynn sorbió con la nariz y se rascó. Una pulga tomándose una buena comida.

—Tuvo un buen golpe de suerte, me contaba Jack Mooney, con aquel combate de boxeo que volvió a ganar Myler Keogh contra ese soldado del cuartel de Portobello. Qué caramba, se llevó a aquel muchachito al condado Carlow, me decía…

Esperemos que esa gota de rocío no le caiga en el vaso. No, se la ha sorbido para arriba.

—Casi un mes, oiga, antes de la cosa. Sorbiendo huevos de pato, qué carajo, hasta nueva orden. Para tenerlo alejado del trago, ¿comprende? Qué carajo, Blazes es un tío de pelo en pecho.

Davy Byrne salió de detrás del mostrador en mangas de camisa con alforzas, limpiándose los labios con dos pasadas de su servilleta. Rubor de arenque. Cuya sonrisa juguetea sobre cada rasgo con tal y tal repleto. Demasiada grasa en los rábanos.

—Y aquí está éste en persona y con su pimienta encima —dijo Nosey Flynn—. ¿Puede darnos algún buen consejo para la Copa de Oro?

—Yo ya no estoy en eso, señor Flynn —contestó Davy Byrne—. Nunca apuesto nada a un caballo.

—Hace muy bien —dijo Nosey Flynn.

El señor Bloom se comió sus tiras de emparedado, limpio pan reciente, con gusto de disgusto picante mostaza, y el sabor de pies del queso verde. Sorbos del vino le suavizaron el paladar.

Nada de palo campeche, esto. Tiene un sabor más en este tiempo ahora que se ha quitado el frío.

Simpático bar tranquilo. Simpático trozo de madera en este mostrador. Planeado de modo simpático. Me gusta el modo cómo se curva ahí.

—Yo no haría nada en absoluto por ese camino —dijo Davy Byrne—. Han arruinado a muchos hombres esos mismos caballos.

Quinielas de tabernero. Registrado para despachar cerveza, vino y licores a consumir en el local. Cara gano yo cruz pierdes tú.

—Tienes razón —dijo Nosey Flynn—. A no ser que esté uno en el ajo. Hoy día no hay ningún deporte que vaya de un modo honrado. Lenehan tiene alguna buena fija. Hoy da
Cetro
.
Zinfandel
es el favorito, cuadra de Lord Howard de Walden, ganó en Epsom. Lo monta Morny Cannon. Yo podría haber sacado siete a una contra Saint Amant hace quince días.

—¿Ah sí? —dijo Davy Byrne.

Se acercó a la ventana y, tomando el libro de caja, fue pasando las páginas.

—Podría, de veras —dijo Nosey Flynn sorbiendo—. Era una hermosa yegua. Hija de Saint Frusquin. Ganó en una tormenta, la potranca de Rothschild, con algodones en las orejas. Chaquetilla azul y gorra amarilla. Mala suerte para Ben Dollard y su John O’Gaunt. Él me lo desaconsejó. Eso.

Bebió resignadamente de su vaso, bajando los dedos por los acanalados.

—Eso —dijo, suspirando.

El señor Bloom, mascando de pie, observó su suspiro. Tontarras de Nosey. ¿Le digo de ese caballo que Lenehan? Ya lo sabe. Mejor que se olvide. Va y pierde más. El tonto y su dinero. La gota de rocío vuelve a bajar. Qué nariz fría tendría besando a una mujer. Sin embargo a ellas a lo mejor les gustaría. Les gustan las barbas pinchosas. Las narices frías del perro. La vieja señora Riordan con el terrier Skye de tripas ruidosas en el Hotel City Arms. Molly acariciándole en el regazo. ¡Ah el perrazo guauguauguau!

El vino empapó y ablandó miga apelotonada de pan mostaza un momento queso nauseabundo. Simpático vino éste. Lo saboreo mejor porque no tengo sed. Por causa del baño desde luego. Sólo un bocado o dos. Luego hacia las seis puedo. Las seis, las seis. El momento habrá pasado entonces. Ella.

Suave fuego de vino le encendió las venas. Me hacía mucha falta. Me sentía tan decaído. Sus ojos sin hambre vieron estantes de latas: sardinas, coloridas pinzas de langostas. Todas las cosas raras que elige la gente para comer. Sacadas de conchas, litorinas con un alfiler, arrancadas de árboles, caracoles comen los franceses sacándolos del suelo, sacándolos del mar con cebo en un anzuelo. Los idiotas de los peces no aprenden nada en mil años. Si no lo conoces es peligroso meterse cualquier cosa en la boca. Bayas venenosas. Serbal de los pájaros. Una redondez que uno cree buena. El color chillón te avisa que no. Uno se lo dijo a otro y así sucesivamente. Pruébalo con el primer perro. Guiados por el olfato o el aspecto. Fruta tentadora. Helados en cono. Crema. Instinto. Los naranjales por ejemplo. Necesitan riego artificial. Bleibtreustrasse. Sí pero ¿y las ostras, qué? Feas de ver como un grumo de flemas. Conchas sucias. El demonio abrirlas también. ¿Quién las descubrió? La basura, el agua de alcantarilla de que se alimentan. Champán y ostras de la Costa Roja. El efecto en lo sexual. Afrodisíaco. Él estuvo en la Costa Roja esta mañana. Fue él ostras pez viejo en la mesa quizá él es carne joven en la cama no junio no tiene erre nada de ostras. Pero hay gente que le gustan las cosas fuertes. Caza bien pasada. Liebre a la cazadora. Primero caza tu liebre. Los chinos comen huevos de hace cincuenta años, azules y verdes otra vez. Comida de treinta platos. Cada plato inofensivo podrían mezclarse dentro. Idea para una novela de misterio con veneno. ¿Fue el archiduque Leopoldo no sí, o fue Otto, uno de esos Habsburgos? ¿O quién era el que se comía la caspa de la cabeza? El almuerzo más barato de la ciudad. Claro, aristócratas. Luego los demás copian para estar a la moda. Milly también aceite mineral y harina. La repostería cruda me gusta a mí también. La mitad de las ostras las vuelven a echar al mar para sostener el precio. Baratas nadie las compraría. Caviar. A hacer el grande. Vino del Rhin en vasos verdes. Panzada fenomenal. Lady Tal. Pecho empolvado de perlas.
La élite. Crème de la crème
. Quieren platos especiales para hacer como que son. Un ermitaño con un plato de legumbres secas para reprimir el aguijón de la carne. Conóceme ven a comer conmigo. Esturión real el primer magistrado municipal, Coffey, el matarife, tiene derecho a la caza en el bosque de su ex. Debería mandarle la mitad de una vaca. El banquetazo que vi en las cocinas del Presidente de la Audiencia. El
chef
con gorro blanco como un rabino. Pato combustible. Col rizada
à la duchesse de Parme
. Más vale apuntarlo en la lista del menú para poder saber qué ha comido uno, demasiadas especias estropean el caldo. Lo sé muy bien. Le echan un poco de sopa desecada Edwards. Patos cebados para ellos hasta idiotizarlos. Langostas cocidas vivas. Ptome un ptoco de ptarmigan. No me importaría ser camarero en un hotel de postín. Propinas, traje de etiqueta, señoras medio desnudas. ¿Me permite tentarla a que tome un poco más de filetes de lenguado con limón, señorita Dubedot? Sí, cómonot. Y aceptót cómonot. Hugonote ese apellido, supongo. Una señorita Dubedot vivía en Killiney, me acuerdo.
Du de la
francés. Sin embargo es el mismo pescado quizá el viejo Micky Hanlon de la calle Moore venga a sacar tripas, venga a ganar dinero venga a meter mano el dedo en las agallas de los peces no sabe firmar un cheque, se creía que estaba pintando el paisaje con la boca torcida. Miiichel A Hache Ha ignorante como un leño, y no le ahorcan por cincuenta mil libras.

Pegadas al cristal dos moscas zumbaban, pegadas.

El fulgurante vino se le demoraba en el paladar, tragado. Pisando en los lagares uvas de Borgoña. El calor del sol, eso es. Parece como un toque secreto que me dice un recuerdo. Tocados sus sentidos se humedecieron recordaron. Escondidos bajo los helechos salvajes en Howth debajo de nosotros, bahía cielo dormido. Ni un ruido. El cielo. La bahía violeta hacia la punta Lion. Verde junto a Drumleck. Verdiamarilla hacia Sutton. Campos submarinos, las líneas de un leve pardo en hierba, ciudades sepultadas. Haciendo almohada de mi chaqueta ella tenía el pelo, tijeretas en las matas de brezo mi mano bajo su nuca me vas a desarreglar toda. ¡Oh, prodigio! Blandafresca de lociones su mano me tocó, me acarició: sus ojos en mí sin apartarlos. Arrebatado yací sobre ella, sus carnosos labios abiertos, besé su boca. Ñam. Suavemente me dio en la boca la galleta de anís caliente y masticada. Pulpa nauseabunda que su boca había mascado dulce y agria de su saliva. Alegría; lo comí; alegría. Vida joven, sus labios que me dio en hociquito. Labios blandos calientes pegajosos gelatinogomosos. Flores eran sus ojos, tómame, ojos aceptadores. Unos guijarros cayeron. Ella siguió tumbada. Una cabra. Nadie. Arriba entre los rododendros de Ben Howth andaba una cabra con paso seguro, dejando caer sus pasas. Emboscada tras helechos ella se rió en caliente abrazo. Locamente yací sobre ella, la besé: los ojos, los labios, el cuello estirado, latiendo, pechos de mujer llenando su blusa de velo de monja, gruesos pezones erguidos. Caliente la lamí. Me besó. Fui besado. Cediendo toda me alborotó el pelo. Besada, me besó.

A mí. Y yo ahora.

Pegadas, las moscas zumbaban.

Bajando los ojos siguió las silenciosas venas del mostrador de roble. Belleza; se curva; las curvas son belleza. Diosas bien formadas, Venus, Juno: curvas que admira el mundo. Se las ve en el museo de la biblioteca erguidas en el vestíbulo redondo, diosas desnudas. Ayuda a la digestión. No les importa qué hombre es el que mira. Todos a ver. Nunca hablando. Quiero decir con gente como Flynn. Suponiendo que ella hiciera Pigmalión y Galatea, ¿qué es lo primero que habría dicho ella? ¡Mortal! Le pondría a uno en su sitio. Engullendo néctar en las comidas con dioses platos de oro, todo ambrosiano. No como estos almuerzos nuestros a precio fijo, cordero hervido, zanahorias y nabos, botella de Allsop. Néctar imagínate beber electricidad: alimento de dioses. Deliciosas formas de mujer esculpidas junónicas. Inmortales deliciosas. Y nosotros cargándonos comida por un agujero y afuera por detrás; comida, quilo, sangre, excremento, tierra, comida: hay que alimentarlo como quien carga una locomotora. Ellas no tienen. Nunca lo he mirado. Lo miraré hoy. El vigilante no me verá. Me agacharé dejaré caer algo. A ver si ella.

Gota a gota llegó un silencioso mensaje de su vejiga de ir a hacer no hacer allí hacer. Como hombre y bien dispuesto apuró el vaso hasta las heces y se puso en marcha, a hombres también se entregaban ellas mismas, virilmente conscientes, yacían con hombres amantes, un joven la gozó, hacia el patio.

Cuando cesó el ruido de sus botas, Davy Byrne dijo desde su libro:

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