Echó a andar otra vez al lado de Stephen.
—Sí —dijo—. Me parece verlas.
R
ETORNO DE BLOOM
El señor Bloom, sin aliento, aprisionado en un remolino de salvajes vendedores de periódicos cerca de las oficinas del
Irish Catholic
y el
Dublin Penny Journal
, gritó:
—¡Señor Crawford! ¡Un momento!
—¡El
Telegraph
! ¡Extraordinario de las carreras!
—¿Qué es eso? —dijo Myles Crawford, retrasándose un paso.
Un vendedor le gritó a la cara al señor Bloom:
—¡Terrible tragedia en Rathmines! ¡Un chico mordido por un fuelle!
E
NTREVISTA CON EL DIRECTOR
—Es sólo este anuncio —dijo el señor Bloom, abriéndose paso a empujones, soplando y sacando el recorte del bolsillo—. Hablé ahora mismo con el señor Llavees. Hará una renovación por dos meses, dice. Después ya verá. Pero quiere un entrefilet para llamar la atención también en el
Telegraph
, en la hoja rosa del sábado. Y lo quiere, si no es muy tarde, se lo dije al concejal Nannetti, como en el
Kilkenny People
. Puedo mirarlo en la Biblioteca Nacional. Casa de las Llaves, ¿comprende? Él se llama Llavees. Es un juego con el nombre. Pero ha prometido prácticamente que haría la renovación. Sólo que quiere un poco de bombo. ¿Qué le digo, señor Crawford?
B.E.C.
—¿Quiere decirle que me bese el culo? —dijo Myles Crawford, extendiendo el brazo para dar énfasis—. Dígale eso derechito de parte mía.
Un poco nervioso. Cuidado con la tormenta. Todos van a beber. Del brazo. La gorra de marino de Lenehan allá atrás a ver quién paga. El jaleo de costumbre. No sé si es el joven Dedalus el espíritu animador. Llevaba hoy puestas unas buenas botas. La última vez que le vi enseñaba los talones al aire. Había andado por el barro no sé dónde. Tipo descuidado. ¿Qué hacía en Irishtown?
—Bueno —dijo el señor Bloom, volviendo a mirarle—, si puedo conseguir el dibujo supongo que vale la pena un entrefilet. Tomaría el anuncio, me parece. Se lo diré…
B.M.R.C.I.
—Me puede besar mi real culo irlandés —Myles Crawford gritó ruidosamente por encima del hombro—. En cualquier momento, dígaselo.
Mientras el señor Bloom se quedaba ponderando la cuestión y a punto de sonreír, él siguió adelante a zancadas nerviosas.
A
LEVANTAR PASTA
—
Nulla bona
, Jack —dijo, llevándose la mano a la barbilla—. Estoy hasta aquí. Yo también he pasado mi apuro. Buscaba un tipo que me aceptase una letra la semana pasada sin ir más lejos. Tiene que contentarse con la buena voluntad. Lo siento, Jack. De todo corazón si pudiera levantar la pasta de algún modo.
J. J. O’Molloy puso una cara larga y siguió andando en silencio.
Alcanzaron a los demás y avanzaron al lado de ellos.
—Después de comerse la carne en conserva y el pan y de limpiarse los veinte dedos en el papel en que estaba envuelto el pan, se acercan a la baranda.
—Algo para usted —explicó el profesor a Myles Crawford—. Dos viejas de Dublín en lo alto de la columna de Nelson.
¡V
AYA COLUMNA
!
E
S LO QUE DIJO LA PRIMERA FULANA
—Eso es nuevo —dijo Myles Crawford—. Eso es publicable. Saliendo a celebrar San Crispín. ¿Dos viejas locas, ¿no?
—Pero tienen miedo de que se caiga la columna —siguió Stephen—. Ven los tejados y discuten dónde están las diferentes iglesias: la cúpula azul de Rathmine, Adán y Eva, San Lorenzo de O’Toole. Pero les da vértigo mirar, así que se suben las faldas…
E
SAS FÉMINAS LIGERAMENTE ESTREPITOSAS
—Despacito todos —dijo Myles Crawford—, sin licencias poéticas. Aquí estamos en la archidiócesis.
—Y se sientan en sus enaguas rayadas, mirando a lo alto, a la estatua del adúltero manco.
—¡El adúltero manco! —exclamó el profesor—. Me gusta eso. Ya veo la idea. Ya entiendo lo que quiere decir.
D
AMAS DONAN A CIUDADANOS DUBLINESES PÍLDORAS DE VELOCIDAD CREÍDAS VELOCES AEROLITOS
—Les da tortícolis —dijo Stephen— y están demasiado cansadas para mirar arriba o abajo o para hablar. Ponen en medio la bolsa de ciruelas y se van comiendo las ciruelas una tras otra, limpiándose con el pañuelo el zumo que les rebosa de la boca y escupiendo los huesos lentamente por entre la baranda.
Como remate lanzó una ruidosa carcajada juvenil. Lenehan y el señor O’Madden Burke, al oírlo, se volvieron, hicieron una seña y cruzaron por delante de ellos hacia Mooney.
—¿Se acabó? —dijo Myles Crawford—. Mientras no hagan cosa peor…
S
OFISTA GOLPEA A ALTIVA
H
ELENA EN MISMA TROMPA
. L
OS ESPARTANOS RECHINAN LAS MUELAS
. L
OS DE
Í
TACA JURAN QUE
P
EN ES CAMPEONA
.
—Me recuerda a Antístenes —dijo el profesor—, un discípulo de Gorgias, el sofista. Se dijo de él que nadie podía decir si estaba más amargado con los demás que consigo mismo. Era hijo de un noble y de una esclava. Y escribió un libro en que le quitaba la palma de la belleza a la argiva Helena para entregársela a la pobre Penélope.
Pobre Penélope. Penélope Rich.
Se dispusieron a cruzar la calle O’Connell.
¡O
IGA, OIGA,
C
ENTRAL
!
En diversos puntos, a lo largo de las ocho líneas, había tranvías con troles inmóviles, quietos en las vías, con destino a o procedentes de Rathmines, Rathfarnham, Blackrock, Kingstown y Dalkey, Sandymount Green, Ringsend y Sandymount Tower, Donnybrook, Palmerston Park y Upper Rathmines, todos quietos, en la calma de un cortocircuito. Coches de punto, cabriolets, carros de reparto, furgones postales, coches privados, carros de agua mineral gaseosa con traqueteantes cajas de botellas, traqueteaban, rodaban, tirados por caballos, rápidamente.
¿Q
UÉ
? —Y
ASIMISMO
— ¿
DÓNDE
?
—Pero ¿cómo lo titula? —preguntó Myles Crawford—. ¿Dónde compraron las ciruelas?
V
IRGILIANO, DICE EL PEDAGOGO
.
N
OVATO VOTA POR EL VIEJO MOISÉS
—Llámelo, espere —dijo el profesor, abriendo a todo lo ancho sus largos labios para reflexionar—. Llámelo, vamos a ver. Llámelo:
Deus nobis haec otia fecit
.
—No —dijo Stephen—, lo llamo
Vista de Palestina desde el Pisgah
o
La Parábola de las Ciruelas
.
—Ya entiendo —dijo el profesor.
Se rió con rica sonoridad.
—Ya entiendo —dijo otra vez con nuevo placer—. Moisés y la tierra prometida. Esa idea se la dimos nosotros —añadió, para J. J. O’Molloy.
H
ORACIO ES PUNTO DE MIRA ESTE HERMOSO DÍA DE JUNIO
J. J. O’Molloy lanzó una cansada mirada de medio lado hacia la estatua y no dijo nada.
—Ya entiendo —dijo el profesor.
Se detuvo en la isla de tráfico de Sir John Gray y atisbó al aire hacia Nelson a través de las redes de su amarga sonrisa.
D
ISMINUIDOS DEDOS RESULTAN DEMASIADO COSQUILLEANTES PARA MACHUCHAS LOCUELAS
.
A
NNE VACILA,
F
LO SE BALANCEA
— P
ERO ¿QUIÉN PUEDE ACUSARLAS?
—El adúltero manco —dijo sombríamente—. Eso me cosquillea, debo decir.
—También cosquilleó a las viejas —dijo Myles Crawford— si se supiera toda la santa verdad.
Roca de piña, limón escarchado, caramelos blandos. Una niña pegajosa de azúcar paleando cucharonadas de helado para un Hermano de las Escuelas Cristianas. Algún convite escolar. Malo para sus barriguitas. Proveedores de confites y caramelos para Su Majestad el Rey. Dios. Salve. A. Nuestro. Sentado en su trono, chupando yuyubas rojas hasta dejarlas blancas.
Un sombrío joven de la Y. M. C. A., vigilante entre los dulces humos tibios de Graham Lemon, le puso un prospecto en la mano al señor Bloom.
Conversaciones de corazón a corazón.
Bloo
… ¿Yo? No.
Blood of the Lamb
, sangre del Cordero.
Sus lentos pies le transportaron hacia el río, leyendo. ¿Estás salvado? Todos están lavados en la sangre del Cordero. Dios quiere víctimas en sangre. Nacimiento, himeneo, martirio, guerra, fundación de un edificio, sacrificio, ofrecimiento de riñón quemado, altares de los druidas. Elías viene. El Dr. John Alexander Dowie, restaurador de la Iglesia en Sión, viene.
¡Viene! ¡¡Viene!! ¡¡¡Viene!!!
Todos cordialmente bienvenidos.
Un juego que da dinero. Torry y Alexander el año pasado. Poligamia. Su mujer acabará con ese asunto. ¿Dónde estaba aquel anuncio de una empresa de Birmingham, el crucifijo luminoso? Nuestro Salvador. Despertarse en plena noche y verle en la pared, colgado. La idea del fantasma de Pepper. Inocente Nos Restituyó Inmortalidad.
Con fósforo debe hacerse eso. Si se deja un poco de bacalao por ejemplo. Vi el plateado azulado por encima. La noche que bajé a la despensa de la cocina. No me gustan todos esos olores dentro esperando a salir disparados. ¿Qué es lo que quería ella? Pasas de Málaga. Pensando en España. Antes que naciera Rudy. La fosforescencia, ese verdoso azulado. Muy bueno para el cerebro.
Desde la esquina de la casa monumento de Butler, lanzó una ojeada por Bachelor’s Walk. La hija de Dedalus todavía ahí, delante de la sala de subastas de Dillon. Debe estar rematando algunos muebles viejos. Le conocí los ojos en seguida por su padre. Dando vueltas por ahí esperándole. La casa siempre se deshace cuando desaparece la madre. Quince hijos tuvo él. Un nacimiento casi cada año. Eso está en su teología o el cura no le dará a la pobre mujer la confesión, la absolución. Creced y multiplicaos. ¿Se ha oído nunca semejante cosa? Te comen vivo hasta dejarte sin casa ni hogar. Ellos mismos no tienen familias que alimentar. Viviendo de la sustancia de la tierra. Sus despensas y bodegas. Me gustaría verles hacer el ayuno negro del Yom Kippur. Panecillos con la cruz. Una comida y una colación por temor a que se desmayara en el altar. Una ama de llaves de uno de esos tipos, si se le pudiese hacer desembuchar. Nunca se les saca nada. Como sacarle cuartos a él. Se conserva bien. Nada de invitados. Todo para el número uno. Observando su orina. Traiga su propio pan con mantequilla. Su reverencia: chitón.
Dios mío, el traje de esa pobre niña en jirones. También parece mal alimentada. Patatas y margarina, margarina y patatas. Después es cuando lo notan. A la larga se verá. Socava el organismo.
Al poner el pie en el puente O’Connell una bola de humo subió como un penacho desde el parapeto. Una gabarra de la cervecería con cerveza de exportación. Inglaterra. El aire del mar la echa a perder, he oído decir. Sería interesante algún día conseguir un pase a través de Hancock para ver la fábrica. Un mundo completo por sí mismo. Toneles de cerveza, estupendo. También se meten los ratones. Beben hasta hincharse, flotando, grandes como un perro de pastor. Muertos de borrachera de cerveza. Beben hasta vomitar como cristianos. ¡Imagínate beber eso! Ratones: toneles. Bueno, claro que si lo supiéramos todo.
Mirando abajo, vio gaviotas aleteando con fuerza, girando entre las sombrías paredes del muelle. Mal tiempo afuera. ¿Y si me tirara abajo? El hijo de Reuben J. tuvo que tragar una buena panzada de esa agua de alcantarilla. Un chelín y ocho peniques de más. Hummmm. Es la gracia con que sale con esas cosas. Sabe contar una historia también.
Daban vueltas más bajo. Buscando qué zampar. Espera.
Tiró en medio de ellas una bola de papel aplastado. Elías viene a treinta y dos pies por segundo. Ni pizca. La bola subió y bajó inobservada siguiendo los remolinos y derivó bajo el puente entre los pilones. No son tan malditas idiotas. También el día que tiré el pastel pasado del Erin’s King lo recogieron en la corriente cincuenta yardas más abajo. Viven de su ingenio. Dieron vueltas, aleteando.
La famélica gaviota sobre el agua turbia flota. |
Así es como escriben los poetas, con los sonidos semejantes. Pero en cambio Shakespeare no tiene rimas: verso blanco. El fluir de la lengua, eso es. Los pensamientos. Solemnes.
Hamlet, soy el espectro de tu padre condenado a vagar por este mundo. |
—¡Dos manzanas un penique! ¡Dos por un penique!
Su mirada pasó por las lustrosas manzanas alineadas en el puesto. Deben ser australianas en esta época del año. Cáscaras relucientes: les saca brillo con un trapo o con un pañuelo.
Espera. Esos pobres pájaros.
Se volvió a detener y le compró a la vieja de las manzanas dos pasteles de Banbury por un penique y rompió la pasta quebradiza y tiró los pedazos al Liffey. ¿Lo ves? Las gaviotas se dejaron caer en silencio, dos, después todas, desde sus alturas, precipitándose sobre la presa. Desapareció. El último bocado. Consciente de su codicia y su astucia, se sacudió las migas polvorientas de las manos. Nunca se lo esperaban. Maná. Viven de carne de pez, no tienen más remedio, todas las aves marinas, gaviotas, somormujos. Los cisnes de Anna Liffey bajan nadando hasta aquí a veces para alisarse las plumas. Sobre gustos no hay nada escrito. No sé de qué clase será la carne de cisne. Robinsón Crusoe tuvo que vivir de ellos.
Dieron vueltas, aleteando débilmente. No voy a tirar más. Un penique ya es de sobra. Las muchas gracias que me dan. Ni un graznido. También contagian la glosopeda. Si se ceba a un pavo, digamos, con pasta de castañas sabe así. Come cerdo y te vuelves cerdo. Pero entonces ¿por qué los peces de agua salada no son salados? ¿Cómo es eso?
Sus ojos buscaron respuesta en el río y vieron una barca de remos anclada balanceando perezosamente en la melaza de las ondulaciones un tablón enlucido.
Kino. 11 chelines. Pantalones. |
Buena idea esa. No sé si pagará alquiler al ayuntamiento. Realmente, ¿cómo puede uno ser propietario de agua? Siempre está fluyendo en corriente, nunca la misma que en la corriente de la vida perseguimos. Porque la vida es una corriente. Todos los sitios son buenos para anuncios. Aquel curandero de las purgaciones solía estar pegado en todos los urinarios. Nunca se le ve ahora. Estrictamente confidencial. Dr. Hy Franks. No le costaba una perra como la autopublicidad de Maginni, el maestro de baile. Tenía unos tíos que los pegaran o los pegaría él mismo, a lo mejor, con disimulo al entrar a la carrera para hacer aguas. Braguetazo con nocturnidad. El sitio apropiado también. CARTELES NO. CÓRTESELO. Algún tío abrasado de purgaciones.