Leo y releo la carta. Me siento mal cuando imagino a Anna pasando su infancia en la atmósfera venenosa de Mauthausen, sabiendo lo que pasó allá. Siento una profunda pena por el hecho de que, durante toda su vida, haya tenido que escuchar referencias a judíos y malos chistes sobre judíos y sabido más de las atrocidades cometidas contra judíos, todo el tiempo sabiendo que ella es judía. No importa de qué manera lo racionalice ella, lo que su padre hizo estuvo mal y fue una cobardía. Sospecho que él también sabía que Anna estaba siendo violada por el comandante de la SS con quien él bebía y cenaba, y el padre de Anna tampoco hizo nada a ese respecto. Ni una sola cosa.
Caigo en la cuenta de que ya son casi las cinco de la mañana. Siento los párpados pesados y mis nervios destrozados. No tiene sentido tratar de dormir. Me levanto y voy a la cocina para preparar café. Durante un rato me quedo sentada frente a la ventana oscura mirando hacia un río que no puedo ver y pensando en todo lo que Anna me ha revelado. Son tantas las cosas acerca de los últimos años de Benton que ahora cobran sentido. Pienso en los días en que él aseguraba tener un terrible dolor de cabeza por la tensión y yo pensé que él parecía un poco borracho y ahora sospecho que probablemente lo estaba. Cada vez se sentía más deprimido y estaba más distante y frustrado. En cierto modo, entiendo que no me haya dicho lo de las cartas, los llamados telefónicos y el archivo UI. Pero no estoy de acuerdo con él. Él debería habérmelo dicho.
No recuerdo haber tropezado con ese archivo cuando revisaba sus pertenencias después de su muerte. Pero, bueno, es tanto lo que no recuerdo de esa época. Fue como si yo viviera debajo de la tierra, me movía en forma tan pesada y lenta, incapaz de ver dónde iba o dónde había estado. Después de la muerte de Benton, Anna me ayudó a revisar sus efectos personales. Ella le vació los placares y le revisó los cajones mientras yo entraba y salía de las habitaciones como un insecto enloquecido, ayudando en un minuto y despotricando y llorando en el siguiente. Me pregunto si ella encontró ese archivo. Sé que yo debo encontrarlo, si es que todavía existe.
La primera luz de la mañana es una insinuación de azul oscuro mientras yo preparo café para Anna y se lo llevo a su dormitorio. Escucho junto a la puerta para ver si oigo algún indicio de que está despierta. Todo está en silencio. Muy despacio abro la puerta, entro el café y se lo apoyo en la mesa ovalada que hay junto a su cama. A Anna le gustan las luces nocturnas. Toda su suite está iluminada como si fuera una pista de aterrizaje, con luces en cada receptáculo. Cuando me di cuenta de esto, me pareció extraño. Ahora empiezo a entenderlo. Tal vez ella asocia la oscuridad total con estar sola y aterrorizada en su dormitorio, esperando que un nazi borracho y repugnante entre y viole su cuerpo joven. Con razón pasó la vida tratando a personas dañadas. Ella entiende a la gente lesionada. Anna es tan alumna de sus tragedias pasadas como dijo que yo soy de las mías.
—¿Anna? —Susurro. La veo moverse—. ¿Anna? Soy yo. Te traje café.
Ella se sienta en la cama, sobresaltada y con los ojos entrecerrados, el pelo blanco en la cara y pegoteado en algunas partes de la cabeza.
Feliz Navidad, estoy a punto de decirle, pero en vez le digo «felices fiestas».
—Tantos años celebrando Navidad, mientras secretamente soy judía.—Extiende el brazo en busca del café. —No tengo fama de estar de muy buen humor temprano por la mañana —dice.
Le oprimo la mano y, en la oscuridad, de pronto ella me parece tan vieja y frágil.
—Leí tu carta. No sé bien qué decir, pero no puedo destruirla, y tenemos que hablar sobre ella —Le digo.
Por un instante Anna calla. Creo descubrir alivio en su silencio. Pero enseguida se encierra de nuevo en sí misma y me despide con la mano, como si por ese mero gesto pudiera borrar toda su historia y lo que me ha contado acerca de mi propia vida. Las luces de la noche arrojan sombras profundas y exageradas en los muebles Biedemeier, las lámparas antiguas y los cuadros al óleo en su enorme y magnífico dormitorio. Los gruesos cortinados de seda están descorridos.
—Probablemente no debería haberte escrito nada de eso —dice ella con firmeza.
—Ojalá me lo hubieras escrito antes, Anna.
Ella bebe un sorbo de café y se levanta el cobertor hasta los hombros.
—Lo que te sucedió de chica no es tu culpa —le digo—. Tu padre hizo sus elecciones, no tú. Él te protegió en un sentido y, al mismo tiempo, no te protegió en absoluto. Tal vez no tuvo opción.
Ella sacude la cabeza.
—Tú no lo sabes. No puedes saberlo.
No estoy dispuesta a discutir eso.
—No hay monstruos con quienes compararlos. Mi familia no tuvo otra opción. Mi padre bebía mucho
schnapps
. La mayor parte del tiempo estaba borracho y ellos se emborrachaban junto con él. Hasta el día de hoy no puedo ni oler el
schnapps
. —Aferra el jarro de café con las dos manos. —Todos se emborrachaban y no importaba. Cuando el Reichsminister Speer y su entorno visitaron las instalaciones en Gusen y Ebensee, vinieron a nuestro schloss, oh sí, a nuestro pequeño y pintoresco castillo. Mis padres ofrecían suntuosos banquetes con músicos de Viena y la mejor comida y el mejor champán, y todo el mundo se emborrachaba. Recuerdo que yo solía esconderme en mi dormitorio por miedo a quién vendría después. Me quedaba toda la noche debajo de la cama y en varias oportunidades oí pisadas en mi cuarto y, una vez, alguien arrancó el cobertor y lanzó una imprecación. Yo me quedé toda la noche debajo de la cama soñando con la música y uno de los hombres jóvenes que extraía una música tan dulce con su violín. Él me miraba seguido y me hacía ruborizarme. Y, cuando más tarde me escondía debajo de la cama, yo pensaba en él. Nadie capaz de crear tanta belleza podía ser malo. Toda la noche pensaba en él.
—¿En el violinista de Viena? —Pregunté—. ¿Con el que más tarde…?
—No, no. —Anna sacude la cabeza en las sombras.—Esto fue muchos años antes de Rudi. Pero creo que fue entonces cuando me enamoré de Rudi, por adelantado, sin siquiera haberlo conocido. Yo veía los músicos con sus chaqués negros y quedaba hipnotizada por la magia que creaban, y quería que ellos me secuestraran de ese horror. Me imaginaba remontándome con sus notas a un lugar puro. Por un momento, regresaba a la Austria previa al crematorio, cuando la vida era sencilla, la gente era decente y divertida y tenía jardines perfectos y mucho orgullo en sus casas. Los días soleados de primavera colgábamos nuestras colchas de duvet de las ventanas para que fueran purificadas por el aire más dulce que he respirado jamás. Y jugábamos en colinas cubiertas de césped que parecían conducir directamente al cielo, mientras papá cazaba jabalíes en los bosques y mamá cosía y cocinaba. —Calla un momento, y en su cara aparece una expresión de dulce tristeza. —Un cuarteto de cuerdas podía transformar la más espantosa de las noches. Y, después, mi pensamiento mágico me lleva a los brazos de un hombre con un violín, un norteamericano. Y estoy aquí. Aquí estoy. Escapé. Pero, en realidad, nunca he escapado, Kay.
El amanecer comienza a iluminar los cortinados y a volverlos de color miel. Le digo a Anna que me alegro de que esté aquí. Le agradezco por haber hablado con Benton y finalmente decírmelo. En cierto sentido, el cuadro es más completo gracias a lo que ahora entiendo. En otros sentidos, no lo está. No puedo ver con claridad la progresión de estados de ánimo y cambios que precedieron al asesinato de Benton, pero sí sé que, más o menos por la época en que él veía a Anna, Carrie Grethen buscaba un nuevo compañero para reemplazar a Temple Gault. Carrie había trabajado antes en computación. Era una muchacha brillante e increíblemente manipuladora y logró ganar acceso a una computadora en Kirby, el hospital psiquiátrico forense. Fue así como fue tejiendo su telaraña hacia el mundo exterior. Se unió a un nuevo socio: otro asesino psicópata llamado Newton Joyce. Hizo esto por Internet, y él la ayudó a escapar de Kirby.
—Quizás ella también conoció a otra gente por Internet —Sugiere Anna.
—¿A Rocky, el hijo de Marino? —digo.
—En eso estaba pensando.
—Anna. ¿tienes alguna idea de qué fue del archivo de Benton? ¿El archivo Ul, como él lo llamaba?
—Yo jamás lo vi. —Se sienta más derecha, decide que llegó el momento de levantarse y se rodea la cintura con el cobertor. Sus brazos desnudos parecen lastimeramente delgados y arrugados, como si alguien les hubiera dejado salir el aire. Sus pechos cuelgan sueltos debajo de la seda oscura. —Cuando te ayudé a revisar su ropa y otras pertenencias personales, no vi ningún archivo. Pero no toqué su oficina.
Es tan poco lo que yo recuerdo.
—No. —Aparta las cobijas y baja sus pies al piso. —No lo hice.—Era algo en lo que sentí que no debía meterme. Sus archivos profesionales. —Ahora está levantada y se pone una bata. —Sólo di por sentado que tú te ocuparías de revisar lo de su oficina. —Me mira. —¿Lo hiciste, no? ¿Qué me dices de su oficina en Quantico? Él ya se había jubilado, de modo que supongo que ya se había llevado todo.
—Sí, su oficina se vació. —Caminamos por el pasillo hacia la cocina. —Los archivos de casos debieron de quedar allí. A diferencia de algunos de sus compatriotas que se retiran del FBI, Benton no pensaba que los casos en que había trabajado le pertenecieran —Agrego—. Así que me consta que no se llevó de Quantico ningún archivo de casos cuando se retiró. Lo que no sé es si habrá dejado el archivo Ul en el FBI. De ser así, nunca lo veré.
—Ése era un archivo suyo —Señala Anna—. Que le correspondía. Cuando me habló de ese archivo, nunca se refirió a lo que le ocurría a él como relacionado con el FBI. Parecía tomar las amenazas, los llamados, como algo personal, y no creo que haya compartido estas cosas con otros agentes. Si estaba tan paranoico era porque algunas de esas amenazas te involucraban a ti. Llegué a pensar que yo era la única persona a la que él se lo dijo. Lo sé. Muchas veces le dije que, en mi opinión, debería informárselo al FBI.—Ella sacude la cabeza. —Pero él no quería hacerlo —repite.
Vacío el filtro de café en el tacho de basura y siento una punzada de antiguo resentimiento. Benton me ocultó tantas cosas.
—Una lástima —respondo—. Tal vez si él se lo hubiera dicho a algunos de los otros agentes, esto no habría sucedido.
—¿Quieres un poco más de café?
Recuerdo entonces que anoche no me acosté.
—Sí, supongo que será lo mejor —respondo.
—Un poco de café vienes —Decide Anna, abre la heladera y busca entre las bolsas de café—. Puesto que esta mañana tengo nostalgia de Austria. —Lo dice con un dejo de sarcasmo, como si en silencio se estuviera censurando por haber divulgado detalles de su pasado. Pone granos en el molinillo de café y por un momento la cocina se llena de ruido.
—Al final, Benton estaba decepcionado del FBI —Pienso en voz alta—. Creo que ya no confiaba en las personas que lo rodeaban. Competitividad. Él era el jefe de la unidad y sabía que todos iban a luchar por su cargo tan pronto él mencionara que estaba dispuesto a retirarse. Porque lo conozco, sé que él manejó sus problemas en completo aislamiento, de la misma manera en que trabajaba en sus casos. Benton era un maestro de la discreción. —Barajo todas las posibilidades. ¿Adonde habría guardado Benton ese archivo? ¿Dónde podría estar? Él tenía su propia habitación en mi casa, donde guardaba sus pertenencias y enchufaba su laptop. Tenía un mueble-archivo. Pero yo había revisado todo eso y nunca vi nada siquiera similar a lo que Anna había descripto.
Entonces se me ocurre otra cosa. Cuando Benton fue asesinado en Filadelfia, estaba registrado en un hotel. A mí me devolvieron varias bolsas con sus efectos personales, incluyendo su maletín, que abrí y revisé tal como la policía lo había hecho. Sé que no vi nada parecido a ese archivo UI, pero si es cierto que Benton sospechaba que Carne Grethen podría haber tenido algo que ver con las notas y los llamados amenazadores que estaba recibiendo, ¿no podría haber llevado consigo ese archivo cuando trabajaba en nuevos casos posiblemente relacionados con ella? ¿No se habría llevado el archivo a Filadelfia?
Me acerco al teléfono y llamo a Marino.
—Feliz Navidad —le digo—. Soy yo.
—¿Qué? —Salta él, medio dormido—. Mierda. ¿Qué hora es?
—Algunos minutos después de las siete.
—¡Las siete! —Gruñe. —Demonios, Papá Noel ni siquiera llegó todavía. ¿Para qué me llamas tan temprano?
—Marino, esto es importante. Cuando la policía revisó los efectos personales que Benton tenía en su habitación del hotel en Filadelfia, ¿tú los revisaste personalmente?
Se oye un gran bostezo y un fuerte soplido.
—Maldición, tengo que dejar de quedarme levantado hasta tan tarde. Los pulmones me están matando, tengo que dejar de fumar. Yo y algunos de los tipos de Wild Turkey estuvimos juntos hasta tarde. —Otro bostezo. —Aguanta un momento. Me estoy despertando. Déjame cambiar de canal. ¿De pronto me deseas Feliz Navidad y a continuación me preguntas algo sobre Filadelfia?
—Así es. Acerca de lo que ustedes encontraron en la habitación de hotel de Benton.
—Sí. Mierda, bueno, sí, yo la revisé.
—¿Te llevaste algo? ¿Cualquier cosa, por ejemplo, que podría estar en su maletín? ¿Un archivo, digamos, que podría haber incluido cartas?
—Sí, él tenía allí un par de archivos. ¿Por qué quieres saberlo?
Comienzo a entusiasmarme. Mis sinapsis empiezan a disparar, me despejan la cabeza y le bombean energía a mis células.
—¿Dónde están ahora esos archivos? —Le pregunto.
—Sí, recuerdo algunas cartas. Pura mierda a la que yo pensé que tendría que prestarle atención. Entonces Lucy hizo estallar a Carrie y a Joyce en el aire y los convirtió en carnada para peces, y se podría decir que eso aclaró el caso. Mierda. Todavía no puedo creer que ella tuviera un AR-quince en el maldito helicóptero y…
—¿Dónde están los archivos? —Le pregunto de nuevo y no puedo evitar la nota de urgencia que aparece en mi voz. El corazón me late con fuerza. —Necesito ver un archivo que Benton llamó archivo UI. UI, como en Último Intento. Tal vez de allí tomó Lucy la idea del nombre.
—Último Intento. Te refieres al lugar donde Lucy va a trabajar… ¿el lugar de McGovern en Nueva York? ¿Qué demonios tiene eso que ver con un archivo en el maletín de Benton?
—Buena pregunta —respondo.
—De acuerdo. Está en alguna parte. Trataré de encontrarlo y te llamaré.