Último intento (56 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: Último intento
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—Sí, Interpol. A lo mejor Benton quedó enredado de alguna manera con el cartel y…

—Por causa de Chandonne —Lo interrumpo cuando mi foco se hace más preciso y me parece que estoy en la pista que podría conducirnos a la verdad.

Jaime Berger ha sido nuestra huésped de Navidad no invitada. Ella ha ensombrecido mis pensamientos durante toda la tarde. No puedo dejar de pensar en una de las primeras preguntas que me hizo cuando nos encontramos en mi sala de reuniones. Quería saber si alguien había trazado un perfil psicológico de los crímenes de Chandonne en Richmond. Sacó a relucir ese tema con mucha rapidez y fue evidente que estaba convencida de que obtener perfiles era muy importante. Por cierto, sin duda le habrá encargado a alguien trazar un perfil psicológico del homicidio de Susan Pless y cada vez sospecho más que Benton muy bien puede haber sabido de ese caso.

Me pongo de pie.

—Por favor, que esté en casa —Le pido a Berger en voz alta y comienzo a desesperarme cuando busco en mi bolso su tarjeta. En ella figura su número particular y lo marco desde la cocina de Anna, donde nadie pueda oír lo que digo. Una parte mía se siente incómoda. También estoy asustada y furiosa. Si me equivoco, pareceré una tonta. Si estoy en lo cierto, entonces ella debería haberse mostrado más abierta conmigo, maldición, maldita sea.

—Hola —contesta una voz de mujer.

—¿Señora Berger? —Pregunto.

—Un momento. —La persona que atendió grita: —¡Mamá! ¡Es para ti!

En cuanto Berger aparece en línea, le digo:

—¿Qué más no sé acerca de usted? Porque está muy claro que no es mucho lo que sé.

—Oh, Jill. —Sin duda se refiere a la persona que contestó el teléfono.—En realidad, son hijos del primer matrimonio de Greg. Dos adolescentes. Y confieso que hoy los vendería al primer postor. Demonios, creo que le pagaría a alguien para que se los llevara.

—¡Nada de eso! ¡No lo harías! —dice Jill en segundo plano y se echa a reír.

—Aguarde un momento a que me vaya a un lugar más tranquilo. —Berger sigue hablando mientras camina hacia otro sector de donde vive con un marido y dos hijos que nunca me mencionó, ni siquiera después de todas las horas que pasamos juntos. —¿Qué sucede, Kay?

—¿Usted conoció a Benton? —Le pregunto sin rodeos.

Silencio.

—¿Sigue allí? —Pregunto.

—Sí, estoy aquí —dice ella y su tono es ahora muy serio—. Estoy pensando en la mejor manera de contestar su pregunta.

—¿Por qué no empieza con la verdad? Por una vez.

—Yo siempre le dije la verdad —responde.

—Eso es ridículo. He oído decir que hasta los mejores de ustedes mienten cuando tratan de manipular a alguien. Cuando sugieren el uso de detectores o del suero de la verdad para hacer que la gente confiese, y existe también algo como la mentira por omisión. Necesito saber toda la verdad. Se lo exijo. Por el amor de Dios, ¿Benton tuvo algo que ver con el caso de Susan Pless?

—Sí —contesta Berger—. Decididamente sí, Kay.

—Hábleme, señora Berger. Me he pasado toda la tarde leyendo cartas y otras cosas extrañas que él recibió antes de que lo asesinaran. Fueron procesadas en la oficina de correos ubicada en el vecindario de Susan.

Pausa.

—Yo vi a Benton muchas veces y mi oficina utilizó los servicios que la Unidad de Ciencia de la Conducta tenía para ofrecer. Al menos en aquel entonces. En la actualidad tenemos un psiquiatra forense cuyos servicios usamos ahora, alguien de aquí, de Nueva York. Yo había trabajado con Benton en otros casos a lo largo de los años y en cuanto supe del asesinato de Susan y entré en la escena, lo llamé y le pedí que viniera. Juntos revisamos el departamento de Susan, tal como usted y yo revisamos las escenas del crimen de Richmond.

—¿Alguna vez le comentó que estaba recibiendo correspondencia y llamados telefónicos extraños y otras cosas? ¿Y que posiblemente había una conexión entre quienquiera lo estaba haciendo y quienquiera había asesinado a Susan Pless?

—Entiendo —es todo lo que dice.

—¿Entiende? ¿Qué demonios es lo que entiende?

—Entiendo que usted ya lo sabe —me responde—. Lo que me pregunto es de qué manera.

Le hablo del archivo UI. Le informo que parece que Benton hizo revisar los documentos en busca de huellas digitales y me pregunto quién hizo eso y dónde, y cuáles fueron los resultados. Ella no tiene idea pero dice que deberíamos pasar cualquier huella latente por el Sistema Automático de Identificación de Huellas Dactilares, conocido como SAIHD.

—En los sobres hay sellos postales —Le informo—. Él no los quitó y lo habría hecho si quería un análisis de ADN.

Sólo en los años recientes los análisis de ADN se han vuelto suficientemente sofisticados, debido al PCR (reacción en cadena de polimerasa), para que valga la pena analizar la saliva. Y es posible que quienquiera pegó las estampillas en el sobre, lo haya hecho lamiéndolas. No estoy segura de que, en aquella época, Carrie supiera que el hecho de mojar una estampilla con la lengua podía revelarnos su identidad. Yo lo habría sabido. Si Benton me hubiera mostrado esas cartas, yo le habría recomendado que hiciera examinar las estampillas. Es posible que entonces hubiéramos obtenido buenos resultados. A lo mejor él no estaría muerto.

—Por aquella época, muchas personas, incluso las que pertenecían a las fuerzas del orden, no pensaban en cosas así. —Berger sigue hablando de las estampillas postales. —Hoy, parece que lo que todos los policías hacen es seguir a las personas para obtener tazas de café usadas, toallas sudadas, pañuelos de papel y colillas de cigarrillo. Sorprendente.

De pronto, por la cabeza se me cruza un pensamiento increíble. Lo que Berger dice me trajo a la memoria un caso ocurrido en Inglaterra, en el que un hombre fue falsamente acusado de robo a causa de una coincidencia en la Base de Datos Nacional de ADN con base en Birmingham. El abogado del individuo solicitó que se le realizara nuevamente un análisis de ADN en las pruebas encontradas en la escena, esta vez empleando diez loci, o locaciones, en lugar de los habituales seis que se habían usado. Los loci, o alelos, son sencillamente locaciones específicas en nuestro mapa genético. Algunos alelos son más comunes que otros, así que, cuanto menos comunes son y cuantas más locaciones se usan, más probabilidades hay de una coincidencia… que en realidad no es literalmente una coincidencia sino, más bien, una probabilidad estadística que hace que sea casi imposible creer que el sospechoso no cometió el crimen. En el caso británico, el supuesto ladrón fue excluido después de que se realizó una nueva prueba con los loci adicionales. Había una probabilidad en treinta y siete millones de una falta de coincidencia, y eso fue precisamente lo que ocurrió.

—Cuando ustedes testearon el ADN del caso de Susan, ¿usaron repeticiones STR? —Le pregunto a Berger.

STR es la nueva tecnología en los perfiles de ADN. Significa que ampliamos el ADN con PCR y observamos una base de pares muy discriminatoria llamada en inglés Short Tándem Repeats. En la actualidad, los requisitos para las bases de datos de ADN es que se empleen por lo menos trece loci, lo cual hace que sea altamente improbable que haya faltas de coincidencia.

—Sé que los nuestros son laboratorios de avanzada —dice Berger—. Están haciendo PCR desde hace años.

—Es todo PCR a menos que el laboratorio siga haciendo el viejo RFLP, que es muy confiable pero lleva muchísimo tiempo —contesto—. En 1997, era cuestión de cuántos loci se usaban. En los primeros mapeos de una muestra, con frecuencia el laboratorio puede no hacer diez, trece o quince loci. Eso resulta ser costoso. Si sólo se hicieron cuatro loci en el caso de Susan, por ejemplo, podría presentarse una excepción inusual. Estoy dando por sentado que la oficina de médicos forenses todavía tiene la muestra en la heladera.

—¿Qué clase de excepción inusual?

—Si nos enfrentáramos a hermanos, y uno dejó líquido espermático y el otro, pelos y saliva.

—Pero ustedes testearon el ADN de Thomas, ¿no es verdad? ¿Y era similar al de Jean-Baptiste, pero no idéntico? —No puedo creerlo. Berger comienza a agitarse.

—También hicimos eso hace algunos días con trece loci, no cuatro ni seis —contesto—. Doy por sentado que los perfiles tenían muchos de los mismos alelos, pero también algunos diferentes. Cuantas más sondas se utilizan, más diferencias se encuentran. En especial en poblaciones cerradas. Y cuando pensamos en la familia Chandonne, la de ellas es probablemente una población muy cerrada, personas que han vivido en la isla San Luis durante cientos de años, probablemente se casaron con los de su clase. En algunos casos, endogamia, casamientos entre primos, lo cual podría explicar también la deformidad congénita de Jean-Baptiste Chandonne. Cuanto mayor es el número de endogamias, más aumentan las probabilidades de fallas genéticas.

—Tenemos que repetir las pruebas de líquido espermático del caso de Susan —Decide Berger.

—Los laboratorios de ustedes lo harían de todos modos, puesto que a él lo acusan de homicidio —contesto—. Pero usted podría hacer que le dieran prioridad.

—Dios, esperemos que no resulte ser de otra persona —dice ella—. Sería espantoso que el ADN no coincidiera cuando hacen un nuevo testeo, si la realidad arruinara mi caso.

Ella tiene razón. Eso es lo que sucedería. Hasta a Berger le resultaría muy difícil hacer que un jurado creyera que Chandonne mató a Susan si su ADN no coincide con el ADN del líquido espermático recuperado del cuerpo de Susan.

—Haré que Marino lleve las estampillas y cualquier huella latente a los laboratorios de Richmond —dice ella entonces—. Y, Kay, tengo que pedirle que no lea nada de ese archivo a menos que tenga testigos; no lea más, por favor. Por eso es mejor que usted no presente personalmente ninguna prueba.

—Lo entiendo. —Otro recordatorio de que estoy bajo sospecha de homicidio.

—Para su propia protección —Añade ella.

—Señora Berger, si usted sabía todo lo referente a las cartas, a lo que le estaba pasando a Benton, ¿qué pensó cuando lo asesinaron?

—¿Aparte del obvio sacudón y el dolor? Que fue asesinado por quienquiera lo estaba acosando. Sí, fue lo primero que se me cruzó por la mente. Sin embargo, cuando se supo quiénes fueron sus asesinos y, después, esas personas fueron derribadas en un helicóptero, no parecía haber nadie ya a quién perseguir.

—Y si Carrie Grethen escribió esas cartas amenazadoras, ella escribió la peor de todas, parece, el mismo día en que mataron a Susan.

Silencio.

—Creo que debemos pensar que podría haber una conexión.—En este punto me mantengo firme. —Susan puede haber sido la primera víctima de Chandonne en este país, y cuando Benton empezó a husmear alrededor, es posible que se estuviera acercando demasiado a otras cosas que señalan el cartel. Carrie estaba viva y en Nueva York cuando Chandonne vino aquí y asesinó a Susan.

—¿Y quizá Benton también era un blanco? —Berger parece dubitativa.

—Más que quizá —contesto—. Yo conocía a Benton y su forma de pensar. Para empezar, ¿por qué llevaba el archivo UI en su maletín? ¿Por qué lo llevó con él a Filadelfia si no existía una razón para pensar que ese material desagradable y exótico estaba relacionado con lo que Carrie y su cómplice estaban haciendo? Matando gente y cortándoles y arrancándoles las caras. Convirtiéndolas en «personas feas». Y las notas que Benton recibía dejaban bien en claro que a él lo iban a convertir en feo, y es seguro que él…

—Necesito una copia de ese archivo —dice Berger a modo de despedida. Por su tono es evidente que de pronto quiere cortar la comunicación. —Aquí, en casa, tengo una máquina de fax. —Me da el número.

Entro en el estudio de Anna y paso la siguiente media hora fotocopiando todo lo que hay en el archivo UI, porque no puedo insertar documentos plastificados en la máquina de fax. Marino se terminó el borgoña y está de nuevo dormido en el sofá cuando vuelvo al living, donde Lucy y McGovern se encuentran sentadas frente al fuego conversando, inventando guiones que sólo se ponen peor cuanto mayor es la influencia del alcohol. La Navidad se va alejando rápidamente de nosotros. Por último empezamos a abrir los regalos a las diez y media y Marino desempeña el papel de Papá Noel: entrega cajas y cada intento suyo de animarnos recibe una respuesta negativa. A las once suena la campanilla del teléfono de Anna. Es Berger.

—Quid
pro quo
—es lo primero que dice, refiriéndose a la carta fechada el 5 de diciembre de 1997. —¿Cuánta gente con mentalidad no legal utiliza ese término? Es sólo una idea loca, pero me pregunto si no habrá una manera de conseguir el ADN de Rocky Caggiano. Será mejor que levantemos cada piedra y no nos apresuremos tanto en suponer que Carrie escribió esas cartas. Tal vez lo hizo, pero quizá no.

Cuando vuelvo junto a los regalos que están debajo del árbol de Navidad no logro concentrarme. Trato de sonreír y de parecer agradecida, pero no engaño a nadie. Lucy me regala un reloj Breitling de acero inoxidable llamado B52, al tiempo que el regalo de Marino para mí es un cupón con validez para un año de leña para la chimenea que él personalmente me traerá y almacenará. A Lucy le encanta el collar Whirly-Girls que mandé hacer para ella y a Marino le gusta el saco de cuero que Lucy y yo le regalamos. Anna se sentiría muy complacida con un florero de cristal que encontré para ella, pero debe de estar avanzando por alguna parte de la 1-95, desde luego. Todos se apresuran a cumplir con el ritual navideño por las preguntas que flotan pesadamente en el aire. Mientras recogemos los papeles rotos y los moños, le indico por señas a Marino que necesito hablar un momento a solas con él. Nos sentamos en la cocina. Él ha estado sumido en distintos niveles de borrachera durante todo el día y comprendo que probablemente eso se está convirtiendo en algo sistemático. Hay una razón para ello.

—No puedes seguir bebiendo así —Le digo mientras sirvo un vaso de agua para cada uno de nosotros—. No ayuda nada.

—Nunca sirvió y nunca servirá. —Se frota la cara. —Y da lo mismo cuando yo me siento una mierda. En este momento, todo es una mierda. —Sus ojos hinchados e inyectados en sangre me miran. Marino parece a punto de llorar de nuevo.

—¿Por casualidad no tendrías algo que nos proporcionara el ADN de Rocky? —Se lo pregunto sin preámbulos.

Él se echa hacia atrás como si yo lo hubiera trompeado. —¿Qué te dijo Berger cuando te llamó? ¿Fue eso? ¿Te llamó por algo con respecto a Rocky?

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