Anna ha regresado a su dormitorio y yo me dedico a pensar en nuestro menú para la festividad mientras espero a que Lucy y McGovern lleguen aquí. Me pongo a sacar alimentos de la heladera mientras mentalmente hago un
replay
de lo que Lucy me dijo acerca de la nueva compañía de McGovern en Nueva York. Lucy dijo que el nombre Último Intento surgió como una broma. «El lugar adonde uno va cuando ya no queda otro.» Y en la carta de Anna, ella comenta que Benton le dijo que Último Intento era el lugar donde él terminaría. Críptico. Acertijos. Benton pensaba que su futuro estaba de alguna manera conectado con lo que él ponía en ese archivo. Entonces me parece que Último Intento es la muerte. ¿Adonde iba a terminar Benton? Iba a terminar muerto. ¿Eso es lo que él quiso decir? ¿Dónde más podía haber terminado?
Hace algunos días le prometí a Anna preparar yo la cena de Navidad si a ella no le importaba que en su cocina hubiera una italiana que ni se acerca a un pavo ni a lo que la gente usa como relleno de los pavos durante esta época. Anna hizo un gran esfuerzo en las compras. Hasta consiguió aceite de oliva prensado en frío y mozzarella fresca de búfalo. Lleno una cacerola grande con agua y vuelvo al dormitorio de Anna para decirle que no puede ir a Hilton Head ni a ninguna otra parte hasta que haya probado la
cucina Scarpetta
con un poco de vino. Mientras ella se cepilla los dientes, le digo que éste es un día para pasarlo en familia. Hasta después de la cena no pensaré siquiera en jurados especiales de acusación, en fiscales o en cualquier otra cosa de ese tenor. ¿Por qué no prepara ella algo austríaco? Al oírlo, Anna casi escupe el dentífrico. «Nunca», dice. Si las dos estuviéramos en la cocina al mismo tiempo, cada una terminaría matando a la otra.
Durante un rato, ese buen humor parece aumentar en la casa de Anna. Lucy y McGovern aparecen a eso de las nueve y los regalos se apilan al pie del árbol de Navidad. Comienzo a mezclar huevos y harina y trabajo el bollo con los dedos sobre una tabla de madera. Cuando la masa tiene la consistencia adecuada, la envuelvo en un plástico y me pongo a buscar la máquina manual para amasar pasta que Anna asegura tener en alguna parte mientras salto de un pensamiento a otro y casi no oigo lo que Lucy y McGovern conversan.
—No es que no pueda volar cuando no hay condiciones de vuelo visual. —Lucy está explicado algo acerca de su nuevo helicóptero que, al parecer, le han entregado en Nueva York. —Hice mi curso de vuelo por instrumentos. Pero no me interesa tener un helicóptero de un solo motor e instrumentos, porque al tener únicamente un motor, voy a querer ver la tierra todo el tiempo. Así que no quiero volar por encima de las nubes en los días malos.
—Suena peligroso —Comenta McGovern.
—No, para nada. Los motores nunca fallan en estas cosas, pero siempre vale la pena tomar en cuenta la peor posibilidad.
Empiezo a trabajar la masa. Es la parte que más me gusta, y siempre evito usar una procesadora de alimentos porque el calor de la mano le confiere a la pasta fresca una textura que no se parece nada a lo que ningún movimiento circular de hojas de acero puede lograr. Entro en ritmo, empujo hacia abajo, pliego la masa, le doy medias vueltas, aprieto fuerte con la almohadilla de la mano mientras, yo también, pienso en las peores posibilidades. ¿Cuál habrá creído Benton que era la peor posibilidad para él? Si pensaba que su metafórico Último Intento era su última chance, ¿cuál habría sido para él la peor posibilidad? En este momento decido que él no se refería a la muerte cuando dijo que terminaría con Último Intento. No. Benton, sobre todo, sabía que había cosas mucho peores que la muerte.
—Le he dado clases cada tanto. Algo así como un curso intensivo. Pero las personas que usan las manos tienen una ventaja —Le dice Lucy a McGovern, refiriéndose a mí.
«Es allí donde terminaré.» Las palabras de Benton siguen resonando en mi mente.
—Bien. Pero hace falta coordinación.
—Es preciso poder usar las dos manos y los dos pies al mismo tiempo. Y, a diferencia de los aviones, que tienen alas fijas, un helicóptero es intrínsecamente inestable.
—Eso es lo que digo. Son peligrosos.
«Es allí donde yo terminaré, Anna.»
—No lo son, Teun. Puedes perder un motor a mil pies y bajarlo a tierra. El aire mantiene las palas girando. ¿Alguna vez oíste hablar de autorrotación? Se aterriza en un estacionamiento o en el jardín de alguien. Eso no se puede hacer con un avión.
«¿Qué quisiste decir, Benton? Maldito seas, ¿qué quisiste decir?» Yo amaso y amaso, siempre estirando la bola de masa en la misma dirección, en la de las agujas del reloj, porque lo hago con la mano derecha, eludiendo el yeso.
—Me pareció haberte oído decir que nunca se pierde un motor. Quiero un poco de ponche de leche y huevo. ¿Marino lo está preparando esta mañana con su famosa receta? —dice McGovern.
—Eso es en vísperas de Año Nuevo.
—¿Qué? ¿Es ilegal en Navidad? No sé como hace ella eso.
—Por lo empecinada que es. Así lo hace.
—No bromees. Y nosotros estamos aquí paradas, sin hacer nada.
—Ella no dejará que la ayudes. Nadie toca la masa de Kay. Créeme. Tía Kay, ¿eso no te hace doler el codo?
Mi mirada se enfoca cuando levanto la vista. Estoy amasando con la mano derecha y las yemas de los dedos de la izquierda. Miro el reloj de pared que hay encima de la pileta y compruebo que he perdido toda noción del tiempo y hace casi diez minutos que amaso.
—Caramba, ¿en qué mundo estabas metida? —El buen humor de Lucy se vuelve plomo cuando busca mi cara.
—No dejes que esto te coma viva. Todo saldrá bien.
Ella cree que estoy preocupada por el jurado especial de acusación, cuando, irónicamente, no he pensado para nada en eso durante toda esta mañana.
—Teun y yo te vamos a ayudar, te estamos ayudando. ¿Qué crees que estuvimos haciendo estos últimos días? Tenemos un plan acerca del cual queremos hablar contigo.
—Después del ponche —dice McGovern con una sonrisa bondadosa.
—¿Benton te habló alguna vez del Último Intento? —Finalmente lo digo, casi acusadoramente por la forma en que las miro a las dos y, por sus expresiones de desconcierto comprendo que no entienden de qué hablo.
—¿Te refieres a lo que estamos haciendo ahora? —Lucy frunce el entrecejo. —¿La oficina en Nueva York? Él no podría haberlo sabido a menos que tú le mencionaras que pensabas tener tu propio negocio.—Esto se lo dice a McGovern.
Yo divido la masa en partes más pequeñas y de nuevo me pongo a amasar.
—Siempre quise trabajar en algo por mi cuenta —contesta McGovern—. Pero jamás le dije nada a Benton en ese sentido. Estuvimos muy ocupados con los casos de aquí, en Pennsylvania.
—¡Ése es el eufemismo del año! —Comenta Lucy con tono sombrío.
—Correcto. —McGovern suspira y sacude la cabeza.
—Si Benton no tenía idea de la compañía privada que ustedes planeaban crear —digo—, entonces ¿es posible que él las haya oído mencionar Último Intento, el concepto acerca del cual ustedes dicen que solían hacer bromas? Estoy tratando de descubrir por qué bautizó a ese archivo con ese nombre.
—¿Cuál archivo? —Pregunta Lucy.
—Marino lo va a traer. —Dejo de amasar una porción de masa y la envuelvo fuertemente en plástico.—Estaba en el maletín de Benton, en Filadelfia. —Les explico lo que Anna me escribió en su carta y Lucy me ayuda a esclarecer al menos un punto. Está bastante segura de que le mencionó a Benton la filosofía de Último Intento. Parece recordar que ella estaba un día en el auto con él y le preguntaba acerca de los trabajos de asesoramiento privado que había comenzado a hacer ahora que estaba jubilado. Él le dijo que todo iba bien, pero que resultaba difícil manejar la logística de dirigir su propio trabajo, que extrañaba tener una secretaria y alguien que contestara el teléfono y esa clase de cosas. Lucy le respondió que quizá todos deberíamos unirnos y formar nuestra propia compañía. Fue entonces cuando ella empleó el término Último Intento, algo así como «una asociación del todo nuestra», recuerda ella que le dijo a Benton.
Cubro la mesada con repasadores limpios y secos.
—¿Te parece que él pensó que era en serio, que algún día realmente lo harían? —Pregunto.
—Yo le dije que, si alguna vez llegaba a tener suficiente dinero, lo destinaría a dejar de trabajar para el maldito gobierno —contesta Lucy.
—Bien, entonces. —Pongo parte de la masa en la máquina para pastas y la libro en la abertura máxima. —Cualquiera que te conoce pensaría que era sólo cuestión de tiempo que ganaras dinero haciendo lo que fuera. Benton siempre decía que eras demasiado rebelde para durar para siempre en una burocracia. A él no le sorprendería nada lo que te está pasando ahora, Lucy.
—De hecho, era algo que ya te había empezado a pasar desde el principio —Le señala McGovern a mi sobrina—. Que es la razón por la que no duraste en el FBI.
Lucy no se sintió insultada. Al menos ha aceptado que cometió equivocaciones al principio, la peor de las cuales fue su aventura con Carrie Grethen. Ella ya no culpa al FBI por haber dejado de respaldarla hasta que por último ella renunció. Aplasto un trozo de masa con la palma de la mano y la paso por la máquina.
—Me pregunto si Benton usó el concepto de ustedes como nombre para su misterioso archivo porque de alguna manera sabía que Último Intento —O sea, nosotros— investigaríamos su caso algún día —digo—. Que «nosotros» estamos donde él terminaría, porque lo que fuera que empezó con esas cartas amenazadoras y todo el resto no iba a parar, ni siquiera con su muerte. —Vuelvo a pasar la masa por la máquina, y otra vez más, hasta que consigo una tira perfecta de masa que pongo sobre el repasador. —Él lo sabía. De alguna manera, lo sabía.
—De alguna manera, él siempre lo sabía todo.—En la cara de Lucy aparece una expresión de profunda tristeza.
Benton está en la cocina. Lo sentimos cuando yo preparo la pasta para la cena de Navidad y hablamos acerca de cómo le funcionaba el cerebro. Era un hombre muy intuitivo. Siempre pensaba mucho más allá del lugar donde estaba. Me lo imagino proyectándose a un futuro después de su muerte y preguntándose cómo reaccionaríamos nosotros a todo, incluyendo a un archivo que tal vez encontremos en su maletín. Benton sabría fehacientemente que, si algo llegara a pasarle —Y era evidente que temía que eso sucedería—, entonces yo revisaría su maletín, cosa que hice. Lo que tal vez no habría anticipado era que Marino lo revisaría primero y se llevaría un archivo de cuya existencia yo no sabía nada hasta ahora.
Al mediodía, Anna tiene su automóvil cargado para la playa y las mesadas de su cocina están cubiertas de lasaña. La salsa de tomate se cocina sobre la hornalla. Los quesos reggiano parmesano y asagio están rallados y puestos en
bowls, y
la mozzarella fresca descansa sobre un repasador y entrega parte de su humedad. En la casa flota un olor a ajo y a humo de leña, y las luces de Navidad brillan mientras el humo brota de la chimenea, y cuando Marino llega con su típico barullo y su torpeza, encuentra más felicidad de la que ha visto entre nosotros en mucho tiempo. Viste jeans y camisa de denim, y está cargado de paquetes y de una botella de Virginia Lightning. Veo el borde de una carpeta que se asoma por entre los paquetes que trae en una bolsa y mi corazón se saltea un latido.
—Jo! Jo! Jo! —grita—. ¡Maldita y feliz Navidad! —Es lo que dice habitualmente en estas fiestas, pero su corazón no acompaña a sus palabras. Tengo la sensación de que no pasó las últimas horas solamente buscando el archivo UI. Lo ha leído.
—Necesito un trago —Anuncia a toda la casa.
En la cocina, enciendo el horno y preparo las lasañas. Mezclo el queso rallado con ricotta y comienzo a poner capas de esa mezcla y de salsa de carne entre la pasta en una asadera profunda. Anna rellena dátiles con queso crema y llena un bowl con nueces saladas, mientras Marino, Lucy y McGovern sirven cerveza y vino o mezclan la poción que quieren, que en el caso de Marino es un Bloody Mary con especias, preparado con su licor destilado ilegalmente.
Está de un extraño humor y camino de emborracharse. El archivo UI es un agujero negro, todavía dentro del bolso de los regalos, irónicamente debajo del árbol de Navidad. Marino sabe lo que hay en ese archivo, pero yo no le pregunto nada. Nadie lo hace. Lucy reúne los ingredientes para unos bizcochos y dos pasteles —Para lo primero, manteca de maní; para lo segundo, jugo de lima—, como si tuviéramos que alimentar a toda la ciudad. McGovern descorcha un borgoña tinto Chambertin Grand Cru, mientras Anna pone la mesa y el archivo ejerce un intenso y silencioso poder de atracción sobre nosotros. Es como si todos hubiéramos acordado tácitamente hacer un brindis y cenar antes de empezar a hablar de homicidios.
—¿Alguien más quiere un Bloody Mary? —Marino habla muy fuerte y da vueltas en la cocina sin hacer nada útil.—Eh, Doc, ¿qué tal si te preparo un trago? —Abre la heladera y toma un puñado de jugos Spicy Hot V8 y comienza a abrir esas pequeñas latas. Me pregunto cuánto habrá bebido Marino antes de venir aquí y de pronto salta en mí el seguro contra la furia. En primer lugar, me insulta que haya puesto el archivo debajo del árbol, como si ésa fuera su idea de una broma morbosa y de mal gusto. ¿Qué quiso decir con eso? ¿Que es mi regalo de Navidad? ¿O está tan encallecido que ni siquiera se le cruzó por la cabeza que, cuando nada ceremoniosamente metió el bolso debajo del árbol, todavía tenía el archivo adentro? Me empuja al pasar junto a mí y comienza a oprimir mitades de limón en la juguera eléctrica y después arroja las cascaras en la pileta.
—Bueno, como veo que nadie va a ayudarme, me serviré yo mismo —murmura—. ¡Eh! —grita, como si no estuviéramos todos en la misma habitación que él—. ¿A alguien se le ocurrió comprar rábano picante?
Anna me mira. Un malhumor colectivo empieza a instalarse en nosotros. La cocina parece volverse más oscura y más fría, y mi furia crece. En cualquier momento voy a dispararle a Marino y trato desesperadamente de reprimir ese deseo. Es Navidad, no hago más que decirme. Es Navidad. Marino toma una cuchara larga de madera y hace toda una escena de revolver su jarra con Bloody Mary y agregar una cantidad impresionante de su licor ilegalmente destilado.
—¡Qué asco! —Lucy sacude la cabeza.
—Al menos usa Grey Goose.
—De ninguna manera pienso beber vodka de Francia. —La cuchara hace ruido cuando él revuelve y después golpea contra el borde de la jarra.