Una monarquía protegida por la censura (17 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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En cualquier país democrático europeo la información de este libro, tan clara, hubiera constituido un escándalo de gran dimensión. Aquí se desvió la atención con las declaraciones de Suárez Illana, se echó tierra al asunto y aquí paz y después gloria.

LA CLAVE FUE ARMADA

Independientemente de que hubiera dos o hasta tres golpes de Estado superpuestos, la clave de lo que ocurrió en La Zarzuela la noche del 23-F y el por qué el jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo dijera aquella enigmática frase de que allí no estaba el general Armada ni se le esperaba, es por la especial relación que tenía éste general con el rey. Tras aquella noche, Alfonso Armada ha sido tratado como un maldito, corno si nunca hubiera conocido al rey, y como una especie de aventurero al que se le ocurrió llamar aquella noche a La Zarzuela. Pero la historia no es así, de ahí que Luis Herrero haya escrito con tanta crudeza y con datos sobre la responsabilidad del rey en el nombramiento de su antiguo preceptor como segundo jefe del Estado Mayor.

Y es que la relación databa de 1955, 26 años antes, cuando Alfonso Armada Comyn, hijo del marqués de Santa Cruz de Rivadulla, fue nombrado ayudante del autoritario general Carlos Martínez Campos, duque de la Torre, que era el encargado de un grupo de profesores que en el caserón de Montellano se ocuparon de la educación del joven hijo de D. Juan. Alfonso Armada, su ayudante, fue el coordinador del selecto grupo de profesores y, desde aquella fecha, no se separaría de él. Ayudante del preceptor, ayudante del príncipe, secretario General de la Casa del Príncipe, secretario general de la Casa del Rey, así se le ve detrás de Juan Carlos en diciembre de 1975 cuando el príncipe juraba ante los procuradores franquistas el cargo de rey. Y todo eso hasta el 23-F, donde éste buen señor amigo, preceptor y hombre de confianza que entraba en La Zarzuela como Pedro por su casa, cae en desgracia y aparece como el gran culpable de aquella fallida intentona. En su libro
Al servicio de la Corona
, el general Armada escribió lo siguiente:

Continué teniendo relación frecuentísima con los Reyes. A Baqueira subí desde Lérida muchas veces. Siempre me llamaban. Baste decir, como ejemplo, que en diciembre del 80 hablé personalmente con Su Majestad tres veces; en enero, una; en febrero del 81, antes del 23-F, hablé por teléfono y el 3, y por diversos motivos que ya detallaré estuve con el Rey los días 6, 7, 11, 12, 13 y 17 de dicho mes de febrero. No cuento las veces que hablé por teléfono el 23 y el 24, pues eso es parte de otra historia. Lo que quiero resaltar es que, contrariamente a lo que se ha afirmado, el Rey me distinguía con su confianza.

Otro dato de interés que no se suele mentar a menudo es la especial relación que mantenían Alfonso Armada y Sabino Fernández Campo ya que sirvieron juntos durante muchos años destinados a la Secretaría del Ministerio del Ejército, incluso en el mismo despacho. En éste tiempo nacería su amistad. Con ellos compartía espacio José Juste, el general que el 23-F estaba al mando de la División Acorazada. Todos, pues, se conocían muy bien.

Pero Armada se había enfrentado con Suárez y con el ministro Gutiérrez Mellado; y por eso había perdido su puesto en La Zarzuela como hombre de la máxima confianza del rey al llegar Suárez al poder pero en aquellos meses de 1981, cuando el rey quiso rescatarle tras su periplo como Director de la Academia de Artillería, después en el Cuartel General del Ejército y, algo más tarde, al frente de la División Urgel de Lérida (Lleida), donde esperaba, conspiraba y hablaba con La Zarzuela y en Baqueira Beret.

Por eso decimos que ésta historia está aún sin contar y, por lo tanto, ya está bien del continuo panegírico hacia un rey que fue quien, por sus errores, puso en riesgo la democracia, que no es lo mismo, ni se escribe igual.

LA IMPLICACION DEL REY

La sutil censura que padecemos permite, hasta cierto punto, publicar ciertos libros sobre lo ocurrido aquella noche con tal de que no se discutan en público. Uno de estos casos ocurrió al cumplirse el 25 aniversario de aquel golpe donde hubo un denso silencio sobre la implicación de La Zarzuela en todo aquello, sólo roto por periodistas-historiadores, dispuestos a no seguir añadiendo loas a un monarca, como fue el caso de Francisco Medina, periodista que ha sido redactor jefe y enviado especial a conflictos internacionales al servicio de medios como la Cadena Ser o Antena 3 Televisión, así como corresponsal en Estados Unidos. No es, pues, un insolvente que afirma cosas por decirlas, sino un riguroso profesor de periodismo y corresponsal en España de la cadena de televisión norteamericana ABC.

Francisco Medina escribió un interesantísimo libro que, por serlo, no tuvo más que un relativo eco con motivo de aquella efemérides. En su portada se veía al coronel Tejero, pero sus epígrafes decían: «La implicación del Rey», «La relación entre Armada y el PSOE», «Los intereses de los Estados Unidos en el golpe», «Los periodistas conspiradores». ¡Casi nada! No me extrañó, por tanto, el espeso silencio que se hizo sobre este trabajo de investigación.

Se trata de un libro fundamental que se acerca al avispero de este secreto de Estado con juicio de opereta y del que nadie quiere hablar, porque, de seguir hurgando en la herida, ahí nos encontraríamos con la especial responsabilidad de un señor que jugó con fuego, llamado Juan Carlos de Borbón, y a quien sorprendentemente han convertido en un héroe.

Lo que dice Francisco Medina coincide totalmente con lo escrito por Luis Herrero. En su libro 23-F,
La verdad
, en la página 72, escribió lo siguiente:

El plan que me dio Alfonso Armada —continúa el general Sabino Fernández— lo que venía a decir era: dada la situación confusa que se vivía, en la que Suárez ya está un poco superado y gastado y que no se encuentra una salida, entonces, lo que conviene es hacer una gran propuesta en la que todo el mundo se involucre. Se había producido ya la moción de censura de Felipe González del mes de mayo, una moción que, como se recordará, Felipe perdió porque las matemáticas parlamentarias no permitían otro resultado, pero que le valió para demostrar que era un candidato con peso, con capacidad suficiente para presidir el gobierno. Se consideraba, sin embargo, que un Felipe que venía desde el socialismo más republicano, significaba una transición demasiado drástica, y es entonces cuando se piensa en esta salida que un constitucionalista entrega a Armada: en lugar de apoyarse una moción de censura por parte de Felipe, lo que se va a hacer es presentar esa moción de censura, pero con una propuesta de que no fuera a ocupar el gobierno el jefe de la Oposición, como debía hacerse por ley, si la moción triunfaba, sino que pasaría a establecerse un gobierno con representación de todos los partidos políticos y presidido por una persona neutral... Se hablaba de un catedrático, un historiador, o también, un general... Esa era la propuesta.

Lo que se quería era una persona absolutamente ajena a la política. Y ese documento que, como digo, Armada me entrega, se le pasa al Rey, que es para lo que me lo dio. Y lo ve el Rey. Pero después, en lugar de hacerse eso, lo que se hace es el golpe del 23-F.

¿Era éste el documento del que me habló en una de nuestras conversaciones el propio general Alfonso Armada? Él me había hablado de pasada de un documento, realizado por un constitucionalista, aunque por las fechas..., no concordaba. No fui capaz entonces de darle su importancia adecuada; una trascendencia que ahora la encontraba no sólo por su contenido —había gente en la sombra trabajando para encontrar una manera «legal» de «echar» a Suárez de la Presidencia del Gobierno, puesto para el que le habían elegido los españoles—, sino, sobre todo, porque hubiera quizás gente «trabajando» para Armada, o gente que viera ya en Armada la forma de empujar sus deseos. Ahora, al pensar en aquella recomendación de mi interlocutor —«sería interesante saber quiénes andaban a su alrededor en aquel entonces»—, el documento tomó más relevancia a mis ojos.

NO FUE UN GOLPE CONTRA EL REY

Vistas las cosas con perspectiva nadie hoy en su sano juicio puede pensar que aquel golpe, o aquellos golpes, iban contra el rey. Y si no iban contra el rey y si se sabía que aquello tenía un cierto beneplácito real, ¿no fue ésta la razón por la que se organizaron?

Medina, en la página 169, da esta clave:

Tiene que pensar que, aunque se había aprobado la Constitución, que limitaba mucho los poderes del Rey —resume sus ideas mi confidente—, don Juan Carlos seguía siendo una figura de enorme peso en la vida política. Esto, por un lado, porque él mismo así lo quería, pero también porque los demás de alguna manera le incitaban a ello... Por ejemplo, aunque los militares no fueran mayoritariamente de ideología monárquica, ni los viejos generales en las alturas, ni entre la oficialidad más joven, a nadie se le ocultaba que el ejército respondería a las órdenes del Rey disciplinadamente. Franco así lo había dejado dispuesto. Ésa era una razón de mucho peso, aunque ahora pueda parecer casi increíble. Cualquier militar que estuviera en activo entonces se lo confirmará... Y además, la Monarquía, en tiempos que los militares percibían como de «disgregación de la Patria», les parecía una garantía de unidad y estabilidad... Entonces, como le digo, tiene que darse cuenta de que el Rey cumplía en ese año 1980 un papel mucho más activo en la política diaria que el que tiene ahora. Incomparable. Y muchos personajes, de todo el espectro social, se veían con él, e interesadamente le hacían partícipe de sus ideas, temores, proyectos... y, luego, estaban otros que también le sugerían soluciones.

SE ENCONTRÓ CON EL BORBÓN

En las páginas 313 a 316 hay información suficiente y coincidente con la de Luis Herrero en relación con la obsesión del rey de nombrar a Alfonso Armada:

El 22 de enero el presidente tiene cita en la Zarzuela. Antes, por la mañana se desayuna con la publicación en
El Alcázar
del segundo artículo de «Almendros», el que, se piensa en el CESID, ha escrito el coronel San Martín. Por la tarde, después del almuerzo con el Rey, le espera un buen quebradero de cabeza: una reunión del Comité Ejecutivo de UCD para cerrar los preparativos del Congreso. Con esa agenda, Suárez sale desde el palacio de la Moncloa, por la carretera de El Pardo, hacia el palacio de la Zarzuela. Se trata, eso parece, de un despacho rutinario más de los que mantiene con el Rey. A priori, casi el momento más relajado del día para Suárez. Pero la conversación entre ambos al poco de iniciarse da un giro que la carga de trascendencia.

El monarca pregunta por el proceso de nombramiento de Armada como segundo JEME y no oculta su deseo de que se concrete lo antes posible, aunque sabe que no puede ordenarlo: es una decisión que debe tomar el ministro de Defensa. El presidente vuelve, lo hizo en Baqueira, a mostrar su resistencia al cambio de destino del general. Argumenta que resultará mucho más adecuado esperar a que éste ascienda del rango de general de división al de teniente general y que entonces podría ser nombrado incluso para algún puesto de más relieve en el ejército. En resumen, deja claro que no quiere tener a Armada en Madrid en esos momentos, en los que suena por todas partes su nombre como jefe de un gobierno de coalición. El Rey es crudo también en su exposición a la hora de hablar de la necesidad de tenerle en Madrid para poder controlar cualquier movimiento involucionista. No existe hasta el momento certeza de que sea así, pero se puede deducir, por un hecho posterior, que es posible que incluso el Rey sea más contundente de lo que lo ha sido pocas semanas antes en Baqueira, y a la hora de buscar salidas a la crisis patente que vive España, y la no menor, que vive el partido que dirige plantee o insinúe a Suárez la necesidad de su relevo. Como hacía siempre en estas ocasiones, Suárez se queda a almorzar en la Zarzuela, y aprovecha la sobremesa para acabar de tratar con el monarca. Cuando sale esa tarde, quienes lo ven, dirán que el presidente lo hace «preocupado y triste».

Tras la reunión con la Ejecutiva de «su» UCD, que se desarrolla de una manera tan agria como Suárez podía haber imaginado, vuelve a salir de La Moncloa. Esta vez se traslada a Barajas, donde debe tomar el avión hacia Sevilla. Al día siguiente tiene que recibir allí al presidente mexicano, López Portillo. Es entonces, mientras está el presidente en Barajas, cuando se produce la prueba de lo duro que ha resultado el encuentro entre los dos hombres: el Rey le llama en persona. Quiere saber cómo se encuentra. Suárez debe de estar ya para entonces rumiando la decisión que tomará a lo largo del fin de semana siguiente: su dimisión.

El fin de semana no sirve para rebajar la temperatura. En
El Alcázar
hablan de que se está preparando una operación Galaxia 2, pero lo que preocupa es la noticia de que un grupo de generales, se habla de nada menos que de diecisiete, se han reunido en Madrid.

Y, sin embargo, la gran noticia se está gestando sin que nadie lo sepa. El sábado 24 es el día en el que Suárez decide no resistir más y se rinde. Su mujer, Amparo Illana, es, al parecer, la primera persona con quien, esa misma noche, comparte su decisión. Aparte de quejarse de la delirante situación que vive en su partido, el presidente le comenta que ha notado que el Rey ya no confía en él, que teme un golpe militar. Calvo-Sotelo, ya el lunes, durante el almuerzo, es el segundo a quien confía su decisión.

Pidió a todos discreción y después llamó a la Zarzuela para anunciar que quería tener una audiencia con el Rey al día siguiente. Habla también con Sabino Fernández Campo, al que pregunta si estará en la Zarzuela cuando vaya él, porque quiere hablarle.

«Cuando llegó el presidente, el Rey estaba aún en la audiencia previa, si no recuerdo mal con algún general —lo cuenta el general Fernández Campo—. Y entonces Suárez me lo dijo: venía a presentar la dimisión. Y me enumeró las razones que le llevaban a hacer aquello. Primero, la oposición se mostraba cada vez más enfrentada a él, y cada vez más dura. Segundo, me dijo, dentro de mi propio partido tengo una mina llena de traidores. Tercero, el ejército no me puede ver, no me perdona la legalización del PCE. Y cuarto, como hemos hablado ya antes, estoy convencido de que he perdido la confianza del Rey. Yo le dije, en fin, lo que se puede decir en una situación así: que si estaba convencido... Pero entonces llamó el Rey, que había quedado libre. Subimos hacia el despacho del Rey, yo le acompañé. La costumbre era que hablaran un rato breve, luego comían y, después, volvían a acabar el despacho. Yo aquel día, claro, ante las circunstancias, me quedé a comer en Zarzuela. Al poco me llamó el Rey y cuando entré en el despacho me dijo algo así como: "Oye, que Adolfo me dice que se va... ¿Qué es lo que hay que hacer en este caso?". Lo dijo con frialdad, sí, sí, con Suárez delante... Yo vi que se le quedó una cierta cara de sorpresa... Y entonces, al marchar, Suárez me dijo: "¿Ves? Qué te decía yo... Mira qué frialdad. Lo único que ha preguntado es por los procedimientos para sustituirme". Suárez en aquel momento estaba abandonado por todos...» Según recoge Carlos Abella en su ya citado libro biográfico sobre el presidente, Adolfo Suárez había dicho a sus íntimos, tras la entrevista en Baqueira con el Rey, «antes de que me eche, me voy», y una de esas personas cercanas al presidente interpreta así su dimisión: «Cuando Adolfo buscó el amparo del Rey, se encontró con el Borbón».

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