Visiones Peligrosas III (24 page)

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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas III
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Laumer es un hombre singular. Es una masa de contradicciones, un talento ofensivo, un pilar de fortaleza, un hombre que valora y comprende la ética y la moralidad casi a un nivel celular. Eso lo demuestra en su obra. Es un escritor que se niega a ignorar la realidad, ni siquiera cuando escribe sus fantasías interestelares. Hay unas leyes básicas en el universo que son inmutables para Laumer. No puedo descubrir en mi corazón nada en lo que esté en desacuerdo con él. El amor, el valor y la determinación son cosas buenas; la guerra, la pereza y la hipocresía son cosas malas. Si pudiera citar a un hombre al que conociera y que me pareciera incorruptible, ése sería Laumer. (De todos modos, soy cauteloso a la hora de hacer esos juicios de valor. Demasiado a menudo he alzado a simples mortales sobre un pedestal, sólo para descubrir que son tan fuertes y débiles como todos los demás simples mortales, incluido yo mismo. Puede que Laumer sea una excepción.)

Las notas biográficas de Keith son bastante interesantes. Las incluyo aquí simplemente porque me han sido enviadas, y porque creo que reflejan la veracidad de lo que acabo de decir sobre él. En sus propias palabras:

Nací en el estado de Nueva York, y viví allí hasta la edad de doce años, y luego en Florida. De modo que puedo ver la guerra civil desde los dos lados. Quizás ésta sea en el fondo la causa de mi incapacidad de creer verdaderamente en una causa popular. (He descubierto que los seres humanos sólo pueden ser divididos en dos categorías significativas: los Humanos Decentes y los Hijos de Puta; ambos tipos parecen estar distribuidos equitativamente entre todas las formas, colores, tamaños y nacionalidades.)

En 1943, a la edad de dieciocho años, entré en el ejército. Vi Texas, Georgia, Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, y otros extraños lugares. Todos ellos parecían estar poblados por la misma clase de amables/detestables individuos mugrientos y ávidos que había conocido allá en casa. En 1946 me encontré en el campus de la Universidad de Illinois, estudiando arquitectura. Cinco años más tarde tenía una esposa, dos chicos y dos diplomas. Mientras tanto había puesto punto final a las conclusiones de mis teorías acerca de la gente después de encontrar a bribones tanto blancos como negros, a buenos cristianos y a buenos judíos. Ninguno de ellos parecía tener la exclusiva de la virtud o de la villanía.

En 1953 engañé a las autoridades alistándome en las fuerzas aéreas como subteniente antes de que pudieran alistarme para la tercera guerra mundial, por aquel entonces inminente. Ellos, en venganza, me engañaron a mí saltándose la guerra. Pasé un año en solitario sobre un peñón en el Labrador. En 1956 abandoné las fuerzas aéreas para entrar en el servicio diplomático y consular. Allí descubrí una leve preponderancia de Hijos de Puta. Me pasé dos años en Birmania rascándome las pulgas y descubrí (¡sorpresa!) que era un escritor. Volví a las fuerzas aéreas en 1960, fui destinado a Londres, abandoné mi trabajo en 1965 para dedicarme a escribir a tiempo completo, y nunca he intentado volver a cambiar de trabajo.

Laumer olvida mencionar libros tales como
Embassy
(
Embajada
),
Catastrophe Planet
(
Planeta catástrofe
),
Envoy to New Worlds
(
Envío a nuevos mundos
),
Worlds of the Imperium
(
Mundos de Imperio
),
Retiefs War
(
La guerra de Retief
) y
Earthblood
(
La sangre de la Tierra
), escrita en colaboración con Rosel G. Brown. También olvida mencionar que es uno de los pocos nuevos talentos importantes que han surgido en el campo de la ficción especulativa en los últimos cinco años. Pero podemos atribuir todo esto a la increíble modestia de Keith.

Antes comenté la naturaleza seria de lo mejor de la obra de Laumer. La historia que sigue, Prueba para la destrucción, es indicativa de esta seriedad. Pero Laumer no es un mero Edgar Guest de la ciencia ficción, un desgranador de trivialidades… La vida es real, la vida es seria, y por eso nos ofrece una visión peligrosa acerca de la naturaleza básica del hombre. Y el hecho de que este relato de moralidad esté redactado en la forma inmemorial de la aventura de acción y persecución constituye un apoyo a su necesidad de convertirse en un contador de historias completo.

* * *

1

La helada lluvia de octubre castigaba el rostro de Mallory, mientras esperaba oculto entre las sombras que daban acceso a un estrecho callejón.

—Esto es ridículo, Johnny —murmuró el hombre pequeño y adusto que lo acompañaba—. Tú, el hombre que esta noche tendría que haber sido nombrado Presidente Mundial, ocultándote al amparo de la noche mientras Koslo y sus matones beben champaña en el palacio ejecutivo.

—Es cierto, Paul —convino Mallory—. Es posible que esté demasiado ocupado con la celebración de su victoria para preocuparse de mí.

—Y también puede que ocurra lo contrario —observó el hombre pequeño—. Que no permanezca tranquilo mientras sepa que tú sigues vivo y puedes oponerte a él.

—Sólo faltan unas pocas horas, Paul. Para el desayuno Koslo ya sabrá que su elección fraudulenta fracasó.

—Pero si da contigo antes, éste será el fin, Johnny. Sin ti el golpe se desbaratará como una pompa de jabón.

—No pienso abandonar la ciudad —anunció llanamente Mallory—. Es verdad que existe cierto riesgo, pero no se puede derrocar a un dictador sin correr algunos albures.

—Pues éste de entrevistarte con Grandall no era precisamente necesario.

—Será útil que me vea; ya sabe que estoy involucrado en este asunto.

En silencio, los dos hombres aguardaban la llegada de su camarada conspirador.

2

A bordo del acorazado intersideral que navegaba a medio parsec de distancia de la Tierra, el cerebro autónomo combinado observaba el lejano sistema solar.

Radiación en múltiples longitudes de onda desde el tercer cuerpo; las células Perceptoras dirigían el impulso de las seis mil novecientas treinta y cuatro unidades que componían el cerebro segmentado que guiaba a la nave. Modulaciones desde el espectro de mentalización número cuarenta y nueve hasta el noventa y uno.

Parte del esquema es característico de una inteligencia manipuladora exocósmica, dedujeron los Analizadores a partir de los datos. Otros indicios muestran una complejidad que oscila entre los niveles uno a veintiséis.

Ésta es una situación anómala, observaron los Recolectores. £. el fin esencial de una Inteligencia Superior destruir toda formación mental inferior rival, del mismo modo que yo/nosotros sistemáticamente aniquilamos a aquellos que encontramos en el curso de mi/nuestra exploración a lo largo del Brazo Galáctico.

Antes de proceder, es indispensable procurar una clarificación del fenómeno, indicaron los Intérpretes. Será necesaria una aproximación a un margen no mayor de una radiación/segundo para la extracción y análisis de una unidad mental estimable.

En este caso el nivel de riesgo se eleva a la Categoría Última, anunciaron fríamente los analizadores.

LOS NIVELES DE RIESGO YA HAN DEJADO DE ACTUAR; el poderoso impulso mental del Egon puso fin a la discusión. AHORA NUESTRAS NAVES NAVEGAN POR UN ESPACIO INEXPLORADO, EN BUSCA DE LUGAR DE EXPANSIÓN PARA LA RAZA SUPERIOR. LA ORDEN INAPELABLE DE AQUEL QUE ES GRANDE REQUIERE QUE MI/NUESTRA BÚSQUEDA PROSIGA HASTA El LÍMITE DE LAS POSIBILIDADES DEl REE, COMPROBANDO MI/NUESTRA CAPACIDAD DE SUPERVIVENCIA Y DOMINIO. NO PUEDE HABER IRRESOLUCIONES O FRACASOS. EMPRENDAMOS YA UNA ÓRBITA DE ESTRECHA VIGILANCIA.

En el mayor silencio y a una velocidad de una fracción de kilómetro por debajo de la velocidad de la luz, el acorazado Ree se aproximó a la Tierra.

3

Mallory se puso tenso al ver que la fuerte luz del poliarco de la otra manzana iluminaba una oscura silueta.

—Ahí está Grandall —susurró el hombre pequeño—. Me alegro…

Lo interrumpió el rugido de un poderoso motor a turbina que se acercaba velozmente por la desierta avenida. Un patrullero apareció de pronto desde una calle lateral y dobló la esquina haciendo chirriar los neumáticos. El hombre que estaba bajo el farol se dispuso a salir corriendo, en el preciso momento en que el vivido resplandor azul de un rifle SURF relumbraba desde el coche. La andanada dio de lleno en la espalda del hombre, lo proyectó contra la pared de ladrillo, lo arrojó al suelo y lo hizo rodar, antes de que el ruido causado por los disparos llegara a los oídos de Mallory.

—¡Dios mío! ¡Han matado a Tony! —profirió el hombre pequeño—. ¡Tenemos que escapar de aquí!

Mallory comenzó a dar unos pasos para introducirse en el callejón, pero se detuvo al ver unas luces que se encendían en el extremo más distante del mismo. Escuchó el taconeo de unas botas y una voz gruesa que emitía una orden.

—Estamos atrapados —dijo.

A pocos metros vio una tosca puerta de madera. De un salto llegó hasta ella y empujó con todas sus fuerzas. No cedió. Retrocedió unos pasos y la abrió de un puntapié. Empujando a su compañero delante de él, entraron en una habitación oscura que apestaba a encierro y excrementos de rata. A tientas y tropezando en la oscuridad, Mallory se abrió camino entre la basura que cubría el piso y tanteando la pared encontró una puerta que colgaba de un solo gozne. La empujó y se encontró en un pasillo con suelo de linóleo, apenas iluminado por la débil luz que atravesaba el montante que coronaba una maciza puerta asegurada por una tranca. Cambió de dirección y corrió hacia la puerta más pequeña que se veía en el otro extremo del corredor. Cuando le faltaban tres metros para llegar, el panel central voló de pronto en pedazos con una violencia que le hizo tambalearse. A sus espaldas el hombre pequeño lanzó un gemido ahogado; Mallory giró rápidamente para verlo desplomarse con el pecho y el estómago despedazados por el tremendo impacto producido por la descarga de mil disparos provenientes del rifle SURF de la policía.

Un brazo asomó por la improvisada abertura. Mallory se adelantó un paso, aferró la muñeca y tiró hacia atrás con todas sus fuerzas hasta que sintió crujir la articulación del codo. El alarido del policía fue sofocado por una segunda descarga de la mortífera arma, pero ya Mallory había saltado por encima de la barandilla de la escalera poniéndose a salvo. Subió de cinco en cinco los escalones, atravesó un rellano repleto de vidrios rotos y botellas vacías, siguió corriendo y se encontró en un pasillo semidestruido y cubierto de telarañas. Abajo podía oír el ruido de pisadas y voces que increpaban furiosas. Mallory se introdujo por la primera puerta que encontró y se quedó parado de espaldas a la pared. Fuertes pisadas resonaron en la escalera, se detuvieron un momento y se fueron acercando…

Mallory se preparó y en el momento en que el policía pasaba frente a la puerta salió y le asestó un poderoso golpe en la nuca con el canto de la mano. El hombre cayó hacia delante, y Mallory atrapó el revólver en el aire. Se asomó por la barandilla y vació el contenido del arma por el hueco de la escalera. Al volverse para escapar hacia el otro extremo del pasadizo, devolvieron el fuego desde abajo.

Un mazazo descargado por un gigante lo golpeó en el costado, cortándole el aliento y arrojándolo con fuerza contra la pared. Se recuperó y siguió corriendo; su mano tanteó una herida que sangraba abundantemente. La bala apenas lo había rozado.

Llegó a la puerta de la escalera de servicio y reculó violentamente ante una sucia sombra grisácea que se abalanzó sobre él con un fuerte aullido desde la oscuridad; en ese preciso instante se oyó el estampido de un disparo y un trozo de mampostería de la pared voló en pedazos. Un hombre corpulento con el uniforme oscuro de la Policía de Seguridad empezó a subir corriendo la escalera y se detuvo por un instante al ver el revólver en la mano de Mallory; pero antes de que tuviera tiempo de reaccionar, éste lo golpeó con el arma vacía y lo envió rodando escalera abajo. El gato que le había salvado la vida —un enorme gato de albañal lleno de cicatrices— yacía en el piso, con media cabeza volada por la descarga que había interceptado. Su único ojo amarillo lo miraba fijamente, y las zarpas aferraban el suelo como si aun después de muerto estuviera pronto para el ataque. Mallory saltó por encima del animal y trepó la escalera.

Ésta se acabó tres pisos más arriba, al llegar a un altillo atiborrado de paquetes de diarios y cartones podridos, de los cuales se escabulleron varios ratones al oír el ruido de sus pasos. Había una única ventana, oscurecida por la mugre. Mallory arrojó a un lado el arma inútil y escrutó el cielorraso en busca de alguna posible abertura, pero no encontró ninguna. El costado le dolía atrozmente.

Afuera resonaron pasos implacables. Mallory se refugió en un rincón del cuarto, y entonces nuevamente se oyó el ensordecedor estampido del rifle SURF, que hizo volar por los aires la endeble puerta. Por un instante se produjo un absoluto silencio. Luego:

—¡Salga con las manos en alto, Mallory! —ordenó una voz metálica.

En la penumbra comenzaron a aparecer pálidas llamas que abrasaban los fardos de papeles encendidos por los proyectiles. El humo empezó a llenar la habitación.

—Salga antes de morir calcinado —volvió a decir la voz.

—¡Escapemos de aquí! —exclamó otro—. ¡Esto va a arder como yesca!

—¡Su última oportunidad, Mallory! —gritó el primero de los hombres, en el momento en que las llamas, alimentadas por el papel seco, alcanzaban el techo con un aterrador rugido.

Mallory se deslizó pegado a la pared hasta la ventana, arrancó la rota persiana enrollable y tiró del bastidor de la ventana. Éste no se movió. Rompió el vidrio de un puntapié, pasó una pierna por encima del marco y saltó a la oxidada escalera de incendios. Cinco pisos más abajo lo esperaban unos rostros expectantes y media docena de coches patrulleros que bloqueaban la calle mojada por la lluvia. De espaldas a la barandilla, levantó la vista hacia arriba. La escalera de incendios se prolongaba tres o quizá cuatro pisos más. Se cubrió el rostro con el brazo para protegerse del calor de las llamas y subió los escalones metálicos de tres en tres.

El último rellano se encontraba debajo de una cornisa saliente. Mallory se paró en la barandilla, se asió con ambas manos a la moldura de piedra y quedó meciéndose en el aire. Por un instante se balanceó a treinta metros de la calle; luego se izó, logró sujetarse con una pierna de la albardilla y cayó rodando sobre el techo.

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