Authors: Ken Follett
─No lo eran cuando las entrevistó el Ejecutivo, pero podrían serlo ahora. Las mujeres han aprendido a hacer de todo. ─En fin, vamos a averiguarlo.
No fue fácil dar con ellas. Por desgracia, una de las tres había fallecido. Las otras dos estaban en Londres. Ruby Romain, en la Prisión para Mujeres de Su Majestad, en Holloway, a cinco kilómetros al norte de Baker Street, esperando a que la juzgaran por asesinato. En cuanto a Maude Valentine, calificada en su expediente con un escueto «psicológicamente inadecuada», era conductora del FANY.
─Ahora sólo tenemos dos ─murmuró Paul con desánimo.
─Lo que me preocupa no es el número, sino la calidad ─dijo Percy.
─Sabíamos desde el principio que tendríamos que conformarnos con rechazadas.
─¡No podemos arriesgar la vida de Flick con mujeres así! ─ replicó Percy colérico.
Paul comprendió que Thwaite intentaba proteger a Flick desesperadamente. El coronel se había avenido a cederle el control de la operación, pero no parecía dispuesto a renunciar al papel de ángel de la guarda de la chica.
Una llamada telefónica interrumpió la discusión. Era Simon Fortescue, el distinguido liante del M16 que había culpado al Ejecutivo del fracaso de Sainte-Cécile.
─¿Qué puedo hacer por usted? ─le preguntó Paul con cautela, consciente de que Fortescue no era hombre en quien se pudiera confiar.
─Creo que podría hacer algo por ustedes ─respondió el espía─. Sé que van a llevar adelante el plan de la mayor Clairet.
─¿Quién se lo ha contado? ─replicó Paul con suspicacia.
─Eso es lo de menos. Naturalmente, aunque me opuse al plan, les deseo que tenga éxito, y me gustaría ayudar.
Paul estaba colérico. La misión era un secreto, pero al parecer corría de boca en boca. No obstante, no tenía sentido insistir.
─¿Conoce a alguna técnica en telefonía que hable francés perfectamente? ─preguntó a Fortescue.
─Pues no. Pero deberían hablar con alguien. Se llama lady Denise Bouverie. Una chica estupenda, hija del marqués de Inverlocky. A Paul lo traía sin cuidado su pedigrí.
─¿Dónde aprendió francés?
─La educó su madrastra, una francesa casada en segundas nupcias con lord Inverlocky. Siempre está dispuesta a colaborar.
Paul no se fiaba de Fortescue, pero no tenía mucho donde elegir. ─¿Dónde puedo encontrarla?
─Está en la PAF, en Hendon. ─El nombre «Hendon» no significaba nada para Paul, pero Fortescue se apresuró a explicárselo─: Es un aeródromo en los suburbios del norte de Londres.
─Gracias.
─Ya me contará qué tal se porta ─dijo Fortescue, y colgó. Paul le resumió la conversación a Percy.
─Fortescue quiere tener una espía en nuestro grupo. ─No podemos permitirnos rechazarla por eso.
─No.
Decidieron hablar con Maude Valentine en primer lugar. Percy concertó una cita en el hotel Fenchurch, que estaba a la vuelta de la esquina. Entrevistas como aquélla nunca se realizaban en el 64 de Baker Street, le explicó a Paul.
─Si la rechazamos, puede que adivine que la considerábamos para una misión secreta, pero no sabrá el nombre del departamento que la entrevistó ni dónde tiene la sede, de modo que no podrá hacernos mucho daño aunque se vaya de la lengua.
─Muy bien.
─¿Cuál es el apellido de soltera de su madre?
La pregunta cogió desprevenido a Paul, que tuvo que pensarlo un instante.
─Thomas. Edith Thomas.
─Entonces, usted será el mayor Thomas y yo el coronel Cox. Nuestros auténticos nombres ni le van ni le vienen.
Percy no era tan zoquete, se dijo Paul.
Se encontró con Maude en el vestíbulo del hotel. La chica le llamó la atención de inmediato. Era guapa y un tanto provocativa. La blusa del uniforme le modelaba los pechos y llevaba la gorra ladeada con desenfado.
─Mi colega nos espera en una habitación ─le dijo Paul en francés. La joven arqueó las cejas y le respondió en el mismo idioma:
─No acostumbro a ir a habitaciones de hotel con desconocidos ─dijo con picardía─. Pero en su caso, mayor, haré una excepción.
─Es un salón, con una mesa y demás, no un dormitorio ─ aclaró Paul, enrojeciendo.
─Bueno, si es así, no hay nada que temer ─replicó ella con sorna. Paul decidió cambiar de tema. Había notado que tenía acento del sur, de modo que le preguntó:
─¿De dónde es usted?
─Nací en Marsella.
─¿Y qué hace en el FANY?
─Soy la chófer de Monty.
─¿En serio? ─Se suponía que no debía darle ninguna información personal, pero Paul no pudo reprimirse─.Trabajé para Monty una temporada, y no recuerdo haberla visto.
─Es, que no siempre es él. Llevo a todos los generales importantes. ─Ah... Bien, sígame, por favor.
La acompañó a la habitación y le sirvió una taza de té. A Maude le encantaba que estuvieran pendiente de ella, advirtió Paul. Se dedicó a estudiarla mientras Percy la entrevistaba. Era menuda, aunque no tanto como Flick, y bonita: tenía el pelo negro y ondulado, boquita de piñón, que hacía resaltar con pintalabios rojo, y un lunar ─seguramente postizo─ en una mejilla.
─Mis padres vinieron a Londres cuando yo tenía diez años ─ dijo la chica─. Mi padre es chef.
─¿Dónde trabaja?
─Es jefe de cocina del hotel Claridge.
─Vaya.
El expediente de Maude estaba sobre la mesa; disimuladamente, Percy le dio un empujoncito con el dedo, y Paul dejó de mirar a la chica y posó la vista sobre una nota redactada cuando la entrevistaron por primera vez: «Padre: Armand Valentin, 39, mozo de cocina del Claridge.»
Cuando acabaron de entrevistarla, le pidieron que esperara fuera. ─Vive en un mundo de fantasía ─dijo Percy en cuanto salió─. Ha ascendido a su padre a chef y cambiado su apellido por Valentine. Paul asintió.
─En el vestíbulo me ha dicho que era la conductora de Monty. No podía imaginarse con quién estaba hablando.
─No me extraña que la rechazaran.
Paul comprendió que Percy había decidido descartarla. ─Esta vez no podemos permitirnos ser tan exigentes. Percy lo miró sorprendido.
─¡Sería un peligro en una operación encubierta! Paul hizo un gesto de desesperación.
─No tenemos elección.
─¡Sería una locura!
Percy estaba medio enamorado de Flick, se dijo Paul; pero la diferencia de edad y el hecho de estar casado lo obligaban a expresarlo en forma de solicitud paternal. A Paul le parecía admirable, pero al mismo tiempo comprendía que tendría que vencer la aprensión de Percy si quería llevar a buen término la misión.
─Hágame caso, Percy. No deberíamos eliminar a Maude. Dejemos que decida Flick cuando la conozca.
─Supongo que tiene razón ─dijo Percy a regañadientes─. Desde luego, tiene una capacidad para inventarse historias que puede resultarle la mar de útil en un interrogatorio.
─Muy bien. Subámosla a bordo. ─Paul la hizo entrar de nuevo. Queremos que forme parte de un equipo que estamos organizando ─le dijo─. ¿Está dispuesta a participar en una misión peligrosa?
─¿Iremos a París? ─preguntó Maude entusiasmada.
Paul no se esperaba aquella reacción y no supo qué contestar. ─¿Por qué lo pregunta? ─dijo al fin.
─Me gustaría ver París. Nunca he estado allí. Dicen que es la ciudad más hermosa del mundo.
─Vaya a donde vaya, no le quedará tiempo para hacer turismo ─dijo Percy sin ocultar su irritación.
Maude no se dio por enterada.
─Lástima ─murmuró─. Aun así, me gustaría ir.
─¿Qué me dice del peligro? ─insistió Paul.
─No hay problema ─dijo Maude con despreocupación─. No me asusto fácilmente.
«Pues deberías», se dijo Paul; pero mantuvo la boca cerrada.
Cogieron el coche y se dirigieron hacia el norte de Londres atravesando un barrio obrero muy castigado por los bombardeos. En cada calle al menos una casa era un esqueleto negro o una montaña de escombros.
Paul había quedado con Flick a la entrada de la prisión, para entrevistar juntos a Ruby Romain. Percy continuaría hasta Hendon para hablar con lady Denise Bouverie.
Thwaite conducía con seguridad por las castigadas calles de los suburbios.
─Veo que conoce bien Londres ─dijo Paul.
─Nací en este barrio ─respondió Percy.
Paul estaba intrigado. Sabía que no era frecuente que un chico de familia humilde llegara a coronel del ejército británico. ─¿Cómo se ganaba la vida su padre?
─Vendía carbón con un carro tirado por un caballo. ─ ¿Trabajaba por su cuenta?
─No, para un mayorista.
─¿Fue usted a la escuela por aquí?
Percy sonrió. Comprendía que Paul intentaba sondearlo, pero no parecía importarle.
─El párroco del vecindario me ayudó a obtener una beca en un colegio de pago. Allí es donde perdí mi acento de Londres.
─ ¿Queriendo?
─¡A regañadientes! Le contaré algo. Antes de la guerra, cuando estaba metido en política, había gente que me decía: «¿Cómo se puede ser socialista con semejante acento?». Yo les explicaba que en el colegio me azotaban por comerme las haches iniciales. Eso le bajó los humos a más de un gilipollas.
Percy detuvo el coche en una calle flanqueada de árboles. Paul miró por la ventanilla y vio un castillo de fantasía, con almenas, torrecillas y una torre alta.
─¿Eso es una cárcel?
─Arquitectura victoriana ─respondió Percy con un gesto de desdén.
Flick lo esperaba en la entrada. Vestía el uniforme del FANY: guerrera de cuatro bolsillos, falda pantalón y gorrito de ala vuelta. El cinturón de cuero, apretado alrededor de su estrecha cintura, acentuaba su menuda figura, y sus rubios rizos sobresalían bajo la gorra. Por un instante, Paul se quedó sin aliento.
─Es una chica preciosa ─murmuró.
─Y casada ─se apresuró a decir Percy.
«Me está advirtiendo», se dijo Paul divertido.
─¿Con quién?
Percy dudó.
─Supongo que debe saberlo ─dijo al fin─. Michel pertenece a la Resistencia. Es el jefe del circuito Bollinger.
─Vaya... Gracias.
Paul se apeó y Percy se alejó con el coche.
Temía la reacción de Flick cuando supiera que apenas habían encontrado candidatas rebuscando entre los expedientes. Sólo la había visto dos veces, pero lo había puesto como un trapo en ambas. Sin embargo, parecía estar contenta y, cuando le habló de Maude, se limitó a responder:
─De modo que somos tres, contándome a mí. Eso significa que ya tenemos medio equipo, y sólo son las dos de la tarde.
Paul asintió. Era una forma de verlo. Él en cambio estaba preocupado; no obstante, comprendió que no ganaría nada diciéndolo.
La entrada a la prisión de Holloway era una arcada con saeteras medievales.
─¿Por qué no hicieron las cosas como Dios manda y pusieron un rastrillo y un puente levadizo? ─bromeó Paul.
Entraron en un patio donde un puñado de mujeres vestidas de negro recogían hortalizas. En Londres no quedaba un palmo de tierra donde no hubieran plantado verdura.
El complejo de la prisión se alzaba ante ellos. La entrada estaba guardada por monstruos de piedra, grifos de enormes alas con llaves y cadenas en los picos. De la torre de entrada partían cuatro alas de cuatro pisos, con largas hileras de estrechas y puntiagudas ventanas.
─¡Vaya sitio! ─murmuró Paul.
─Aquí es donde hicieron la huelga de hambre las sufragistas ─ le explicó Flick─. A la mujer de Percy la alimentaron a la fuerza. ─Dios santo...
En el interior, el aire apestaba a lejía, como si las autoridades confiaran en los desinfectantes para exterminar la bacteria del crimen. Una funcionaria los acompañó al despacho de la señorita Lindleigh, subdirectora de la prisión, que tenía figura de barril y cara mofletuda y avinagrada.
─No sé por qué quieren ver a Romain ─dijo la mujer, y con una nota de resentimiento, añadió─: Por lo visto, no es asunto mío.
Flick esbozó una mueca burlona, y Paul supo que estaba a punto de soltar alguna impertinencia y se le adelantó:
─Lamento el secretismo ─dijo con una sonrisa encantadora─. Nos limitamos a cumplir órdenes.
─Sí, lo mismo hago yo ─reconoció la señorita Lindleigh en tono más amable─. De todos modos, debo advertirles que Romain es una presa violenta.
─Tengo entendido que está aquí por asesinato.
─En efecto. Deberían haberla colgado, pero los jueces son cada día más blandos.
─Cuánta razón tiene usted... ─dijo Paul, que distaba de pensar como aquella energúmena.
─En realidad, nos la mandaron aquí por embriaguez; luego, mató a otra interna durante una pelea en el patio de ejercicio, así que ahora está esperando a que la juzguen por asesinato.
─Una cliente dura ─murmuró Flick cada vez más interesada.
─Sí, mayor. Al principio, puede parecer la mar de razonable, pero no se dejen engañar. Se sube a la parra por nada, y monta la de Dios es Cristo en un santiamén.
─Con fatales consecuencias ─concluyó Paul. ─Veo que ha captado la idea.
─Andamos escasos de tiempo ─terció Flick con impaciencia─. Me gustaría verla ya.
─Si no es molestia ─se apresuró a añadir Paul.
─Muy bien.
La subdirectora abrió la marcha. Los duros suelos y las paredes desnudas hacían que los pasos resonaran como en una catedral, sobre un constante ruido de fondo de gritos lejanos, portazos y pisadas de botas en las pasarelas metálicas. Tras recorrer un dédalo de angostos pasillos y empinadas escaleras, llegaron a una sala de entrevistas.
Ruby Romain los estaba esperando. Tenía la piel color nuez, el pelo negro y liso y ojos azabache de intensa mirada. Sin embargo, no era la típica beldad gitana: la nariz aguileña y la barbilla curvada la hacían parecer un gnomo.
La señorita Lindleigh dejó a una funcionaria montando guardia al otro lado de la puerta acristalada. Flick, Paul y Ruby se sentaron en torno a la mesa, sobre la que había un cenicero mugriento. Paul sacó un paquete de Lucky Strike.
─Sírvase usted misma ─dijo en francés dejándolo sobre la mesa.
La presa cogió dos cigarrillos. Se llevó uno a los labios y se guardó el otro detrás de la oreja.
Paul le hizo unas preguntas de rutina para romper el hielo. Ella respondió en francés con claridad y educación, pero con marcado acento.
─Mis padres son gente viajera ─explicó─. Cuando era niña, recorrimos toda Francia con una feria ambulante. Mi padre tenía un puesto de tiro al blanco y mi madre vendía crépes con chocolate caliente.