Authors: Ken Follett
Efectivamente, hacía unos diez años, había pasado un fin de semana en aquella casa de campo, y se acordaba de los padres de Charlie y Helicóptero, un inglés afable y una francesa muy chic. Charlie tenía un hermano pequeño, Brian, un adolescente vergonzoso que aún llevaba pantalones cortos y estaba entusiasmado con su cámara de fotos nueva. Habían hablado poco, pero Flíck aún recordaba que el chico se la comía con los ojos.
─¿Y qué ha sido de Charlie? No he vuelto a verlo desde la universidad.
─De hecho, murió ─murmuró Brian, repentinamente afligido─. En el cuarenta y uno. De hecho, lo mataron en el B ... jodido desierto. Flick temió que se echara a llorar.
─No sabes cuánto lo siento, Brian ─dijo cogiéndole una mano y sosteniéndola entre las suyas.
─Es usted muy amable ─murmuró el chico y, tragando saliva, intentó animarse─.Yo sí que la he visto a usted después de aquello. Dio una charla a mi clase de aspirantes a agentes. No tuve oportunidad de hablar con usted al final.
─Espero que os fuera de utilidad.
─Nos habló de los traidores dentro de la Resistencia y de lo que hay que hacer con ellos. «Es muy sencillo ─dijo─. Cogéis al hijo de puta, le ponéis el cañón de la pistola en la nuca y le pegáis dos tiros.» De hecho, nos puso mal cuerpo a todos.
El chico la miraba con adoración, y Flick comprendió el regocijo de Percy. Brian seguía comiéndosela con los ojos. Se apartó de él y se sentó al otro lado de la mesa.
─Bueno, más vale que empecemos. Ya sabes que vas a establecer contacto con un circuito de la Resistencia que ha sufrido un serio revés.
─Sí, tengo que averiguar cuántos hombres quedan y qué pueden hacer, si es que pueden hacer algo.
─Es probable que algunos fueran capturados durante la operación de ayer y estén siendo interrogados por la Gestapo en estos precisos momentos. Tendrás que andarte con ojo. Tu contacto en Reims es una mujer cuyo nombre en clave es Burguesa. Todos los días a las once de la mañana va a rezar a la cripta de la catedral. Generalmente está sola, pero, si hubiera otras personas, recuerda que irá calzada de forma extraña, con un zapato negro y otro marrón.
─Es fácil de recordar.
─Te acercas y le dices: «Rece por mí». Ella responderá: «Rezo por la paz». Ésa es la contraseña. ─Brian repitió las frases─.Te llevará a su casa y te pondrá en contacto con el jefe del circuito Bollinger, cuyo nombre en clave es Monet. ─Estaba hablando de su marido, pero Brian no necesitaba saberlo─. No menciones la dirección o el verdadero nombre de Burguesa ante ningún miembro del circuito; por razones de seguridad, es mejor que no lo sepan.
La propia Flick había ideado el dispositivo de seguridad y reclutado a la intermediaria. No la conocía ni el propio Michel.
─ Entendido.
─¿Quieres preguntarme algo?
─Seguro que hay cientos de cosas, pero ahora mismo no se me ocurre ninguna.
Flick se levantó y rodeó la mesa para estrecharle la mano.
─ Entonces, buena suerte.
El chico le retuvo la mano.
─Nunca olvidaré aquel fin de semana que pasó en casa ─dijo─. Seguro que me porté como un memo, pero fue muy amable conmigo.
─Eras un chico estupendo ─respondió Flick con una sonrisa.
─La verdad es que me enamoré de usted.
Le habría gustado obligarlo a soltarle la mano y salir del estudio, pero al pensar que el chico podía morir al día siguiente se dijo que no podía ser tan cruel.
─Me siento muy halagada ─dijo procurando mantener un tono amistoso y ligero.
Fue un error: Brian iba en serio.
─Me preguntaba... ¿Le importaría... sólo para desearme suerte... darme un beso? Flick vaciló. «joder!», murmuró para sus adentros. Se puso de puntillas y acercó sus labios a los del chico. Se los rozó durante apenas un segundo y se apartó. Brian se quedó arrobado. Flick le dio una palmadita en la mejilla.
─No dejes que te maten, Brian ─dijo, y salió.
Cuando llegó al cuarto de estar, Percy tenía una pila de libros y varios montones de fotografías sobre el escritorio.
─¿Ya está? ─le preguntó el hombre.
Flick asintió.
─Como agente secreto deja mucho que desear, Percy.
Thwaite se encogió de hombros.
─Es valiente, habla francés como un parisino y sabe apuntar un arma.
─Hace dos años lo hubieras devuelto al ejército.
─Cierto. Ahora voy a mandarlo a Sandy. ─En un caserón del pueblo de Sandy, cerca del aeródromo de Tempsford, Brian se disfrazaría de francés y recibiría la documentación falsa necesaria para pasar los controles de la Gestapo y comprar comida─. Mientras lo acompaño a la puerta, echa un vistazo a esta colección de angelitos, ¿quieres? ─le pidió Percy señalando las fotos del escritorio─. Son todos los retratos de oficiales alemanes de que dispone el M16. Si el hombre al que viste en la plaza de Sainte-Cécile está entre ellos, me gustaría saber su nombre ─añadió, y salió de la habitación.
Flick cogió uno de los libros. Era el anuario de una academia militar, y contenía un par de centenares de fotos del tamaño de sellos de cadetes recién graduados. Había más de una docena de libros idénticos, y varios centenares de fotografías sueltas.
No quería pasarse la noche mirando fotos de alemanotes, así que trató de acotar el terreno. El hombre de la plaza aparentaba unos cuarenta. Se habría graduado a los veintidós, más o menos, es decir, hacia 1926. Ninguno de los anuarios era tan viejo.
Optó por echar un vistazo a las fotografías sueltas. Mientras las miraba, se esforzó en recordar el aspecto del desconocido con la mayor fidelidad. Era bastante alto y vestía con elegancia, pero eso no habría quedado reflejado en una foto. Tenía el pelo negro y espeso, recordó Flick, y, aunque estaba recién afeitado, parecía tener barba cerrada. Volvió a ver sus ojos negros, las claras líneas de las cejas, la nariz recta, la barbilla cuadrada ... Todo un galán de película.
Las fotos habían sido tomadas en las situaciones más dispares. Algunas eran recortes de periódico que mostraban a oficiales estrechando la mano de Hitler, pasando revista a tropas u observando tanques o aviones. Otras debían de haber sido hechas por espías. Tomadas desde coches o ventanas, o en medio de la multitud, mostraban a los sujetos en situaciones cotidianas, comprando, hablando con niños, llamando a un taxi, encendiendo una pipa...
Las iba pasando y dejando a un lado tan rápido como podía. Cada vez que veía a un oficial moreno la asaltaban las dudas. Pero ninguno era tan atractivo como el hombre de la plaza. Descartó la foto de un individuo con uniforme de policía. Miró otras dos y volvió atrás. El uniforme la había despistado, pero, tras escrutar los rasgos del policía detenidamente, se dijo que era él.
Miró el reverso de la foto. Habían pegado un trozo de papel escrito a máquina:
FRANCK, Dieter Wolfgang, en ocasiones «Frankie»; nacido en Colonia, 3 de junio de 1904; Universidad Humboldt, Berlín (no licenciado), y Academia de Policía de Colonia; casado en 1930, Waltraud Loewe, niño y niña; superintendente, Departamento de Investigación Criminal, Policía de Colonia, hasta 1940; mayor, servicio secreto, Afrika Korps, hasta ?
Estrella del contraespionaje de Rommel, se le considera un hábil interrogador y un torturador despiadado.
Flick se estremeció al pensar en lo cerca que había estado de un sujeto tan poco recomendable. Un experimentado detective de la policía alemana que había puesto sus talentos al servicio del contraespionaje militar era un enemigo temible. Al parecer, el hecho de tener mujer y dos hijos en Colonia no le impedía estar liado con una francesa en su lugar de destino.
Percy entró en el despacho. Flick le tendió la foto. ─Ahí tienes a tu hombre.
─¡Dieter Franck! ─exclamó Percy asombrado─. Conocemos sus andanzas. Qué interesante... Por lo que oíste de su conversación con el mayor de la Gestapo, Rommel debe de haberle encomendado la lucha contra la Resistencia. ─Thwaite tomó nota en una libreta─. Más vale que se lo comunique al M16, ya que nos han prestado las fotos.
Se oyeron unos golpecitos en la puerta, y la secretaria de Percy asomó la cabeza.
─Tiene una visita, coronel Thwaite ─dijo la chica con una sonrisa coqueta. El paternal Percy no solía causar semejante efecto en las secretarias, así que Flick supuso que la visita debía de ser un hombre atractivo─. Un norteamericano ─añadió.
Eso lo explicaba todo, se dijo Flick. Los yanquis eran el no va más de la masculinidad, al menos para las secretarias.
─¿Quién le ha dado esta dirección? ─le preguntó Percy perplejo, pues Orchard Court era un lugar confidencial.
─Se ha presentado en el 64 de Baker Street y lo han mandado aquí.
─Mal hecho. Debe de ser muy persuasivo. ¿Quién es?
─El mayor Chancellor.
Percy miró a Flick, que seguía en las nubes. No conocía a ningún Chancellor, militar o no. De pronto, cayó en la cuenta: el arrogante mayor que había sido tan grosero con ella esa misma mañana, en la escuela de Monty.
─El que faltaba... ─murmuró con fastidio─. ¿Qué quiere ahora?
─Hágalo pasar ─dijo Percy.
Paul Chancellor apareció en el umbral. Caminaba con una ligera cojera, que Flick no había advertido por la mañana. Debía de agudizársele a medida que pasaban las horas. Tenía un rostro agradable, de nariz grande y barbilla prominente, muy norteamericano. Las escasas probabilidades de que alguien lo considerara guapo se habían esfumado con su oreja izquierda, de la que apenas conservaba el tercio inferior, poco más que el lóbulo. Flick supuso que era un recuerdo de la guerra.
─Buenas tardes, coronel. Buenas tardes, mayor ─dijo Chancellor tras el saludo reglamentario.
─Las formalidades militares están de más en el Ejecutivo, Chancellor. Por favor, tome asiento. ¿Qué lo trae por aquí?
El norteamericano acercó una silla y se quitó la gorra de uniforme.
─Me alegro de encontrarlos juntos ─empezó diciendo─. Me he pasado el día dándole vueltas a nuestra conversación de esta mañana ─aseguró, y esbozó una sonrisa modesta─. Aunque he de confesar que una parte la he pasado tratando de idear comentarios ingeniosos que hubieran hecho mucho efecto en su momento. ─Flick sonrió a su pesar. Ella había estado haciendo lo mismo─. Coronel Thwaite ─siguió diciendo Chancellor─, esta mañana ha sugerido usted que el M16 podía no haber contado toda la verdad sobre el ataque a la central telefónica, y sigo sin entenderlo. El hecho de que la mayor Clairet, aquí presente, me tratara con tan poca educación no quita que su versión de lo ocurrido merezca todos mis respetos.
Flick, que hacía un instante estaba medio dispuesta a perdonarlo, saltó de inmediato:
─Maleducada? ¿Yo?
─Cierra el pico, Flick ─la atajó Percy.
Flick calló de inmediato.
─De modo que he pedido su informe, coronel. Por supuesto, la petición la ha hecho la oficina de Monty, no yo personalmente, así que la motociclista del FANY nos lo ha traído al cuartel general sin perder un segundo.
Flick tuvo que admitir que no tenía un pelo de tonto y sabía mover los resortes de la maquinaria militar. Puede que fuera un cerdo arrogante, pero merecía la pena tenerlo como aliado.
─Cuando lo he leído, he comprendido que la causa fundamental de la derrota fue la inexactitud de la información.
─¡Que nos proporcionó el M16! ─exclamó Flick indignada.
─Sí, ya me he dado cuenta ─dijo Chancellor en tono levemente sarcástico─. Está claro que Fortescue intentaba ocultar la incompetencia de su departamento. No soy militar de carrera, pero mi padre sí lo es, de modo que no me sorprenden las jugarretas de los burócratas del ejército.
─¿No será usted hijo del general Chancellor? ─le preguntó Percy.
─Así es.
─Continúe, por favor.
─El M16 no se habría salido con la suya si el jefe del EOE hubiera asistido a la reunión de esta mañana para dar su versión de los hechos. Es mucha casualidad que lo llamaran a consulta a última hora.
Percy parecía no compartir sus sospechas.
─Lo convocó el primer ministro. No creo que el M16 pueda arreglar algo así.
─Churchill no asistió a la reunión. Lo sustituyó un asesor de Downing Street. Y le aseguro que todo ha sido un montaje del M16.
─¡Maldita sea! ─exclamó Flick colérica─. ¡Qué hatajo de mal nacidos!
─Lástima que no sean tan listos para captar información del enemigo ─murmuró Percy.
─También he estudiado en detalle su plan, mayor Clairet ─ siguió diciendo Chancellor─. Lo de apoderarse del palacio subrepticiamente, con un grupo de agentes disfrazadas de limpiadoras, es arriesgado, desde luego, pero podría funcionar.
¿Quería eso decir que volverían a considerarlo? Flick ni siquiera se atrevía a preguntarlo, pero el coronel Thwaite miró a Chancellor con calma y lo hizo por ella:
─Entonces, ¿qué piensan hacer al respecto?
─Casualmente, cené con mi padre anoche. Le conté toda la historia y le pregunté qué debía hacer el asesor de un general en semejantes circunstancias. Estábamos en el Savoy.
─¿Y qué respondió? ─preguntó Flick impaciente; le importaba un bledo en qué restaurante habían cenado.
─Que debía acudir a Monty y decirle que habíamos cometido un error. ─Chancellor hizo una mueca─. Toda una papeleta. A los generales les cuesta rectificar. Pero a veces hay que hacerlo.
─¿Y lo hará? ─preguntó Flick esperanzada.
─Ya lo he hecho.
─¡Vaya, está claro que no le gusta perder el tiempo! ─exclamó Thwaite sorprendido.
Flíck contuvo la respiración. Apenas podía creer que, cuando estaba a punto de arrojar la toalla, hubieran decidido darle la segunda oportunidad que tanto ansiaba.
─Monty se mostró bastante receptivo, al final. Flick se moría de impaciencia.
─Por amor de Dios, ¿qué opina de mi plan?
─Lo ha autorizado.
─¡Gracias, Dios mío! ─exclamó Flick levantándose de un salto ¡Otra oportunidad!
─¡Espléndido! ─dijo Percy.
Chancellor alzó una mano en un intento de atemperar su entusiasmo.
─Dos cosas más. La primera puede que no les guste. Me ha puesto al mando de la operación.
─¿A usted? ─se asombró Flick.
─¿Por qué? ─preguntó Percy.
─No les recomiendo que pidan explicaciones a Monty cuando les dé una orden. Siento decepcionarlos. El general confía en mí, a diferencia de ustedes.
Percy se encogió de hombros.