Corazón enfermo (37 page)

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Authors: Chelsea Cain

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: Corazón enfermo
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—Consiguió atraer a Addy —le dijo a Reston.

Reston asintió.

—Ella necesitaba a alguien que le hiciera sentirse especial.

—Pero secuestró a las otras chicas —replicó Archie—, ¿ Cómo consiguió sus coartadas?

—Eso resultó muy sencillo —contestó Reston—. Yo miro los ensayos desde la cabina de iluminación, pero los chicos no pueden ver su interior. Hacemos una lectura rápida. Hago mis comentarios, y luego hacemos otra lectura rápida. Me ven entrar en la cabina antes de comenzar y salir cuando terminan. Yo me iba a los pocos minutos de empezar el primer acto. —Colocó un mechón de pelo de Susan, como si fuera una muñeca. Ella trató de evitar su roce—. Las buscaba, hablaba con ellas, las mataba y volvía antes de que cayese el telón con el último acto. Las chicas estaban muertas, ocultas por una sábana en mi coche, mientras yo entregaba a mis actores las notas que había escrito. Ni siquiera necesitaba mirar los ensayos. Siempre cometían los mismos errores.

Reston observó a Susan y después a Archie—. No voy a dejar que te la lleves.

Archie miró a su alrededor.

—Es un bonito barco.

—Es de Dan McCallum.

—Ya lo sé —afirmó Archie—, Dan McCallum. El asesino en serie suicida.

Reston sonrió fugazmente.

—Sólo quería ganar un poco de tiempo.

Archie tomó otra pastilla, la lanzó al aire, la atrapó con la lengua y se la tragó con un poco de agua. Volvió a dejar el vaso sobre la mesa.

—Podría matarle si quisiera —amenazó Reston con voz hueca y temblorosa—. Podría matarle y también a ella, antes de bajar.

Archie se pasó la mano por el cabello, intentando parecer aburrido.

—No me asusta, Paul. Yo sé lo que es estar asustado.

Reston se estaba desmoronando ante él, descargando su peso en uno u otro pie y apretando los ojos en un fuerte parpadeo, un tic involuntario. Forcejeaba con Susan, intentando agarrarla de una forma más firme, jugueteaba con el arma, dirigiéndola a veces hacia Archie y colocándola de nuevo en la sien de la periodista. Susan mantenía los ojos fijos en el arma. Todo su cuerpo temblaba, pero ella parecía tranquila. Las lágrimas habían cesado. Reston acercó su cabeza a la de ella y la besó en la mejilla.

—No tengas miedo —la tranquilizó—. Será rápido.

Ella parpadeó, y Reston la estrechó aún más fuerte. Después se volvió hacia Archie. Las axilas y el cuello de su camisa estaban manchados de sudor. Su fuerte olor corporal se extendía por el camarote.

—¿No me reconoce? —le preguntó a Archie. Su expresión era suplicante, deseosa.

Sin duda alguna, Reston estaba empezando a desvariar.

—¿De ayer en su casa? —preguntó Archie. Los ojos de Reston se entrecerraron.

—Mucho antes.

El profesor parecía tan serio, tan seguro, que Archie se encontró rebuscando en su memoria, intentado saber a qué se refería. ¿ Había arrestado a Reston con anterioridad? No, no tenía antecedentes. ¿Lo había entrevistado como testigo? Había visto a miles de testigos relacionados con el caso de la Belleza Asesina. Negó lentamente con la cabeza, sin recordar nada.

Reston se estaba impacientando.

—He matado a cuatro personas —anunció.

Eso significaba que Addy estaba viva.

El detective oyó el motor de otro barco que se acercaba. Y el helicóptero. Las brillantes luces resplandecían más allá del ojo de buey.

Tomó otra pastilla, repitiendo el mismo proceso. Era su particular ceremonia del té, un tanto siniestra.

—¿Sintió placer? —preguntó.

Otro parpadeo involuntario.

—Tuve que hacerlo. No quería, pero no tuve elección. —La irritabilidad de Reston preocupaba a Archie. No estaba lo suficientemente nervioso por el despliegue policial del exterior. No le importaba ser arrestado, y para Archie eso significaba una cosa: ya había decidido morir.

Y si los del SWAT abordaban el barco, lo primero que haría Reston sería matar a Susan Ward.

—¿Pero sintió placer? —volvió a preguntar Archie.

—La primera fue difícil. Después ya resultó más sencillo. —Hizo un gesto enfermizo con la boca—. No disfrutaba matándolas. Pero sí después.

—¿Cómo las eligió? —le preguntó Archie.

—Todas se presentaron para el musical del distrito el año pasado. —Reston se rió por lo ridículo que le parecía todo—. Los musicales son caros. Debido a los recortes presupuestarios, ninguno de los institutos podía permitirse el lujo de montar un espectáculo solo, así que todos se unieron para subvencionar uno. Yo era el director, aunque no elegí a ninguna de ellas. No eran lo suficientemente buenas, Pero no las olvidé. Y ellas no me olvidaron a mí. Todas querían ser estrellas. Les dije que me gustaría que participaran en mí próxima obra.

—Las adolescentes son fáciles de manipular —observó Archie.

Reston sonrió.

—Soy un profesor muy popular.

Susan puso los ojos en blanco.

—Por favor —exclamó.

Archie tomó otra píldora.

—¿Para qué son las pastillas? —preguntó Reston.

Una sonrisa cruzó los labios de Archie. Puede que funcionara. Pasó su dedo por el borde del vaso, sin dejar de mirar a Reston.

—Tengo terribles fantasías. —Allí estaba Gretchen otra vez. La mano de ella contra su mejilla. Las lilas.

De repente, Archie tuvo una idea. Quizá pudiera conseguir que Reston le disparara. Provocarlo un poco más. Hostigarlo hasta que se enfadara tanto que estuviera dispuesto a apartar el arma de Susan lo suficiente como para dispararle. Archie estaba seguro de que no tendría buena puntería, no creía que hubiese ido nunca a un campo de tiro. Pero a él se acercaba lo suficiente, Reston podía darle en la cabeza o en el cuello. Era una salida sencilla. Habría muerto en cumplimiento del deber. Todos lo entenderían. Henry sabría la verdad, y, probablemente, Debbie también. Pero toldos los demás atribuirían la tragedia a su mala suerte. Pobre Archie Sheridan. Tal vez fuese mejor así. Jamás volvió a ser él mismo después de lo que sufrió.

Pero tenía que pensar en Susan. Lo siguiente que Reston haría después de dispararle a Archie sería pegarle a ella un tiro en la cabeza, y no fallaría. Los del SWAT no serían capaces de detenerlo a tiempo. Entrarían al oír el primer disparo, pero, para entonces, Susan estaría muerta y quizá Reston fuera capaz de meterse el arma en la boca y suicidarse. O a lo mejor podían detenerlo, quitarle el arma y arrestarlo Aunque Archie y Susan estarían muertos y Reston sobreviviría. No le parecía justo.

Tenía que volver al plan A, aquel en que Reston recibía un balazo en la cabeza. «De todos modos, era un plan mejor», pensó Archie.

Había llegado el momento de alertar a sus hombres. El detective apoyó el codo sobre la mesa y colocó la barbilla en su mano derecha, de forma que quedara visible por el ojo de buey. Dobló su meñique y anular y extendió el índice y el medio, como si fuera el cañón de un arma, sobre su sien. Lo estarían mirando; había estado sentado el tiempo suficiente, como un pez en una pecera. Henry entendería aquel gesto. Los ojos de buey estaban hechos de una especie de cristal de un material acrílico. El disparo más certero procedería de la escotilla, que Archie había dejado abierta. Si los francotiradores habían llegado. Si todos habían visto la señal. Si pudiera hacer que Reston se pusiera en la línea de tiro.

Reston dio un pequeño paso hacia delante, sin dejar de apuntar con el arma a la cabeza de Susan.

—¿Las píldoras le ayudan?

—No —respondió Archie, honesto—. Pero te hacen sentir menos culpable.

—Déme algunas —exigió Reston.

Archie cogío una pastilla y la miró.

—¿Tiene receta?

—La mataré.

—La va a matar de todas formas.

—Le mataré a usted.

Archie volvió a dejar la pastilla sobre la mesa.

—No me da miedo, Paul.

Reston agarró por el pelo a Susan y golpeó su cabeza contra los paneles de madera del camarote.

—¡Mierda! —gritó Susan. Archie se puso de pie.

Reston lo apuntó con el arma, sosteniendo todavía.

Susan por el cabello. A ella le sangraba la frente, pero seguía consciente, forcejeando. Reston estaba furioso, su rostro enrojecido, los ojos desorbitados. Su pecho se agitó y sus facciones se desfiguraron, deformadas por la ira.

—Vale —claudicó Archie. Agarró una pastilla y se la lanzó. Cayó sobre la alfombra verde a medio camino entre los dos hombres. El profesor se adelantó, arrastrando a Susan por el pelo, con el arma apuntando a Archie. Al llegar a donde estaba la pastilla, y decidido a no dejar la pistola ni a Susan, agachó la cabeza, sin apartar la mirada de Archie, y cogió la píldora con la boca. Dirigió al detective una victoriosa sonrisa y se la tragó. En aquel momento, sí oyó el chasquido del rifle del francotirador a través de la escotilla abierta. Reston cayó sobre la alfombra, sacudiendo la cabeza hacia delante. Susan soltó un grito y retrocedió, boquiabierta.

El equipo del SWAT entró corriendo, con las armas desenfundadas. Sus uniformes negros les daban un aspecto de extrañas criaturas surgidas del Willamette. Susan se había cubierto el rostro con las manos.

—Mierda. Mierda. Mierda —repitió con insistencia, como una letanía.

—Mirad allí —ordenó Archie, señalando hacia el pasillo. Pero él se quedó inmóvil. Todavía quedaban dos pastillas sobre la mesa. Las recogió y las dejó caer en su bolsillo.

CAPÍTULO 48

Archie estaba narcotizado. Se encontraba de pie, a la orilla del río, con las manos en los bolsillos, mientras una fina llovizna caía sobre sus hombros. Uno de estos días tenía que comprarse uno de esos impermeables que todo el mundo le recomendaba. Eran casi las dos de la mañana. Pero no estaba cansado. La dosis correcto de Vicodina lo mantenía en un estado intermedio. Ni cansado ni despierto. Cuando uno se acostumbraba, no estaba tan mal.

Detrás de él, a unos veinte metros de la orilla del río, estaba la oficina de la patrulla costera de las Avispas Verdes. Se trataba de un edificio rectangular, con las paredes revestidas con paneles de plástico. Parecía como si hubiera llegado en una aja y lo hubieran montado en una tarde. Henry, Claire y los demás estaban dentro, hablando con Susan. Luego le tocaría el turno a Archie. Él había salido a tomar un poco de aire. El barco había sido remolcado a la orilla y Archie observaba cómo los expertos en criminalística dirigían los focos de 1.800 vatios para iluminar el exterior de la embarcación como si fuera un equipo de filmación.

Addy Jackson estaba estabilizada y camino del hospital. El sopor causado por el Roinol se iba disipando, y ella estaba consciente, aunque confundida, y todavía era incapaz de responder a las preguntas. A Archie le hubiera gustado que la muchacha no recordara nada a causa de las propiedades amnésicas de la droga.

Los periodistas todavía no habían llegado. Ya habrían oído la llamada de la policía, pero Portland era un lugar pequeño, y las emisoras de radio y las televisiones contaban con poco personal nocturno. Archie los imaginó poniéndose sus ropas de periodista, corriendo al lugar de los hechos, preparados para salir en directo con una noticia en la que podrían destacar todo su dramatismo. Todo volvería a empezar.

El detective oyó al hombre a su espalda antes de verlo. En k oscuridad se recortó la silueta de un hombre gordo. No necesitó darse la vuelta, reconoció el ligero olor a licor y a cigarrillos rancios.

—Quentin Parker —dijo Archie.

—Me he enterado de que has arrestado a otro.

—¿Estás cubriendo el caso?

—Tengo a un novato conmigo —declaró Parker—. Derek Rogers. Además, Ian Harper está en camino.

—Ah.

Parker lanzó un gruñido.

—Si ahora piensas que es un imbécil, espera a que lo conozcas.

Ambos permanecieron de pie, uno junto al otro, durante bastante tiempo, observando el barco de McCallum, las luces, el oscuro río. Finalmente, Archie se decidió a hablar:

—Nunca viniste a verme al hospital. Todos los demás intentaron por todos los medios colarse en mi habitación, rogándome que les concediera entrevistas, enviando flores, haciéndose pasar por médicos. Tú no.

El hombre gordo se encogió de hombros.

—Nunca tuve tiempo.

—Se agradece —dijo Archie.

Parker sacó un cigarrillo, lo encendió y le dio una calada. En su mano regordeta, resultaba diminuto; la brasa ardiente soltó un destello naranja en la oscuridad.

—Vas a ser famoso de nuevo.

Archie alzó la vista al cielo. Un rayo de luz plateada trataba de abrirse paso entre las espesas nubes.

—Estoy pensando en irme a vivir a Australia.

—Ten cuidado, Sheridan. Esos artículos de Susan han removido las cosas. Lo del héroe trágico está muy bien, pero después querrán más. Las pastillas. Tus encuentros semanales con Gretchen Lowell. Te comerán vivo por toda esa mierda. El alcalde y Henry sólo pueden protegerte hasta cierto punto. Si el cuarto poder huele sangre, entonces habrá un baño de sangre.

—Gracias por el consejo.

—Una mala decisión, ¿eh? —dijo Parker llevando el cigarrillo a su boca, como una linterna diminuta.

—¿Qué? —preguntó Archie.

—Hacerte policía —explicó, mirando al cigarrillo—. Tendrías que haber sido profesor. —Tiró la ceniza con un delicado movimiento de su gran muñeca—. Enseñar en alguna escuela.

—Ahora es demasiado tarde —replicó Archie.

—También para mí. Yo quería ser vendedor de coches. —Miró a la lejanía, sonriendo—. Coches antiguos. —Se encogió de hombros y examinó el cigarrillo—. Me metí en el periódico como chico de los recados. En tercero de secundaria. Mil novecientos cincuenta y nueve. Nunca fui a la «Diversidad. Solían imprimir el periódico allí mismo, en el sótano. Me encantaba el olor de la tinta. —Se llevó el cigarrillo a la boca otra vez, dio una calada y expulsó el humo—. ¿Hoy en día? El periódico no contrata a nadie para hacer prácticas sin sueldo a menos que tenga un título de una universidad prestigiosa.

—Los tiempos cambian.

—¿Cómo está nuestra chica? Archie miró hacia la oficina.

—Furiosa.

—Es una muchacha fantástica.

—¿Me podría dar un chicle? —pidió Susan. Estaba en la sala trasera de la oficina de la patrulla fluvial con Henry y Claire. Había una mesa y una silla. Los muros estaban cubiertos con cartas náuticas. Amontonadas sobre la mesa reposaban unas carpetas negras con el sello de la ciudad, y una montaña de papeles blancos y de color rosa que parecían formularios e informes, con casillas cubiertas y un montón de explicaciones, todos sellados, certificados y firmados. Erala oficina de un hombre. En las paredes colgaban fotografías en color de él mismo, colocadas en marcos baratos. Pesca. A su alrededor, aparecían otros hombres con uniformes verdes. También había retratos en familia. Tenía bigote y una expresión eufórica. En alguna de las fotos más recientes llevaba barba. A la izquierda de la mesa había una estantería metálica en la que se alineaban libros sobre leyes de navegación y la historia de Oregón. Encima de la estantería, un cuenco lleno de chicles.

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