Miles examinó a fondo las habitaciones de Auson y de Thorne, registrando indicios de la personalidad de ambos. La de Thorne, interesantemente, estaba muy cerca de pasar la inspección; Auson pareció prepararse para un alboroto cuando llegaron por fin a su cabina. Miles sonrió suavemente e hizo que Bothari reordenara las cosas mejor de como las habían encontrado, después de la inspección.
De la evidencia, o de la falta de ella, Auson emergió como alguien que no tenía vicios graves, más allá de una indolencia natural, exacerbada por el aburrimiento hasta la holgazanería.
La colección de exóticas armas personales recogida durante el recorrido conformaba una pila impresionante. Miles hizo que Bothari examinase y probara cada una de ellas. Realizó una elaborada muestra de observación de cada articulo y los contrastó con una lista de propietarios. Animado y entusiasmado, se puso asombrosamente sarcástico; los mercenarios se retorcían de angustia.
Inspeccionaron el arsenal. Miles tomó un arco de plasma de un polvoriento armero.
—¿Se guardan las armas cargadas o descargadas?
—Descargadas —murmuró Auson, estirando ligeramente el cuello.
Miles alzó las cejas y levantó el arma, apuntando al capitán mercenario, y presionó el dedo contra el gatillo. Auson se puso blanco. En el último momento, Miles desvió apenas su muñeca hacia la izquierda y disparó un rayo de energía que pasó silbando junto a la oreja de Auson. El corpulento hombre retrocedió cuando una salpicadura de metal y plástico de la pared, fundidos, saltó detrás de él.
—¿Descargadas? —canturreó Miles—. Ya veo. Una sabia política, estoy seguro.
Ambos oficiales se estremecieron. Cuando salían, Miles pudo oír a Thorne murmurar.
—Te lo dije.
Auson gruñó sin decir nada.
Miles llevó a Baz a un lado para hablarle en privado antes de empezar con la sala de máquinas.
—Ahora eres el comandante Bazil Jesek, de los Mercenarios Dendarii, jefe de máquinas. Eres áspero y rudo y te comes en el desayuno a los técnicos de máquinas descuidados; y estás horrorizado por lo que han hecho con esta hermosa nave.
—No está tan mal en realidad, hasta donde yo puedo ver —dijo Baz —; es más de lo que yo haría con estos sistemas avanzados. Pero ¿cómo voy a hacer una inspección cuando ellos saben más que yo? ¡Se darán cuenta al instante!
—No, no lo harán. Recuerda que tú estarás haciendo las preguntas y ellos, respondiéndolas. Di «hmm», y frunce con frecuencia el ceño. Mira… ¿nunca has tenido un comandante de máquinas que fuera un verdadero hijo de puta, al que todo el mundo odiaba…, pero que tenía siempre la razón?
Baz parecía confusamente reminiscente.
—Estaba el capitán de corbeta Tarski. Solíamos sentarnos a pensar maneras de envenenarle; la mayoría de ellas no eran muy prácticas.
—Está bien, imítale.
—Jamás me creerán. No puedo… Nunca fui… ¡Ni siquiera rengo un puro!
Miles pensó un segundo, salió volando y volvió corriendo, un momento después, con un paquete de cigarros que sacó de uno de los cuartos de los mercenarios.
—Pero yo no fumo —dijo Baz, preocupado.
—Mastícalo, entonces. Probablemente es mejor que no lo enciendas; sólo Dios sabe qué tiene eso dentro…
—Ahora se me ocurre una idea para envenenar al viejo Tarski que podría haber funcionado…
Miles se lo llevó a empujones.
—Bien, eres un hijo de puta contaminador de aire y no aceptas un «no sé» como respuesta. Si yo puedo hacerlo —destapó nuevamente su argumento desesperado—, tú puedes hacerlo.
Baz se detuvo; se irguió, mordió una punta del cigarro y la escupió osadamente en la cubierta. La miró un momento.
—Una vez me resbalé con una de esas desagradables colillas y casi me rompo el cuello. Tarski. Está bien.
Apretó el cigarro entre los dientes, en plan agresivo, y entró en la sala principal de máquinas.
Miles reunió a toda la tripulación de la nave en la sala de reuniones y ocupó el centro de la escena. Bothari, Elena, Jesek y Daum se colocaron por parejas en cada salida, fuertemente armados.
—Mi nombre es Miles Naismith. Represento a la Flota Mercenaria Dendarii.
—Nunca la he oído —respondió algún osado de entre la nube de rostros que rodeaba a Miles.
Miles sonrió cáusticamente.
—Si la hubieras oído, habrían rodado cabezas en mi departamento de seguridad. No hacemos publicidad. El reclutamiento se efectúa únicamente por invitación. Francamente —miró entonces uno por uno los rostros, relacionando las caras con sus nombres y pertenencias personales—, si lo que he visto hasta ahora representa el nivel general, ninguno de vosotros hubiera oído nunca nada de nosotros, a no ser por nuestra tarea aquí.
Auson, Thorne y el jefe de máquinas, sumisos y agotados tras catorce horas de haber sido arrastrados y rastreados acerca de cada herramienta, arma, soldadura, banco de datos y cuarto de suministros, de una punta a otra de la nave, apenas podían reaccionar. Pero Auson parecía nostálgico ante la idea.
Miles se paseó delante de su audiencia, irradiando energía como una comadreja enjaulada.
—Normalmente, no hacemos conscripción de reclutas, y menos de entre materia prima tan tétrica como ésta. Después del rendimiento que mostrasteis ayer, personalmente yo no tendría ningún remordimiento en disponer de todos vosotros de la manera más rápida, tan sólo para mejorar el tono militar de esta nave. —Miró a todos con fiereza. Parecían nerviosos, inseguros; ¿acaso había por allí el más leve rumor? Adelante—. Pero un soldado, mucho mejor de lo que la mayoría de vosotros podéis aspirar a ser, ha suplicado por vuestras vidas, en un gesto que la honra… —Señaló entonces con la mirada a Elena quien, ya sobre aviso, alzó el mentón y adoptó una especie de pose militar, y les presentó a todos la fuente de esa inusual misericordia.
En realidad, Miles se preguntaba si ella no hubiera preferido empujar personalmente a Auson por la esclusa de aire más cercana. Pero al asignarle el rol de «Comandante Elena Bothari, mi oficial ejecutiva e instructora de combate sin armas», se le ocurrió que tenía el montaje perfecto para un rápido asalto de buen tipo-mal tipo.
—Por eso es por lo que acepto el experimento. Para ponerlo en términos que os sean más familiares, el ex capitán Auson me ha cedido a mí sus contratos.
Esto suscitó un murmullo de indignación. Un par de hombres se levantaron de sus asientos; un precedente peligroso. Afortunadamente, vacilaron, como si no supiesen si acogotar primero a Miles o a Auson. Antes de que la agitación pudiera convertirse en una marea irrefrenable, Bothari alzó apuntando su inhibidor con un sonoro movimiento. Tenia los labios retraídos en un gesto canino y sus ojos descoloridos resplandecían.
Los mercenarios perdieron su momento. La agitación cesó. Los que se habían levantado volvieron a sentarse cuidadosamente, con las manos apoyadas discreta y torpemente en las rodillas.
Maldito
, pensaba Miles,
desearía provocar yo también ese temor
… El truco de eso era, ay, que no había ningún truco en absoluto: la ferocidad de Bothari era palpablemente sincera.
Elena apuntó su inhibidor aferrándolo nerviosamente, los ojos engrandecidos; pero una persona obviamente nerviosa con un arma letal también tiene su sello de amenaza, y más de un mercenario desvió la mirada hacia la otra posible fuente de fuego cruzado. Uno de ellos ensayó una prudente sonrisa de apaciguamiento, mostrando las palmas de las manos. Elena gruñó en voz baja, y la sonrisa del hombre se evaporó rápidamente. Miles alzó la voz tapando los persistentes murmullos de confusión.
—De acuerdo con el reglamento Dendarii, empezaréis todos con el mismo rango: el más bajo, el de recluta en adiestramiento. Esto no es un insulto; todo Dendarii, y me incluyo, ha empezado así. Los ascensos y promociones serán por capacidad demostrada… demostrada ante mí. Por la experiencia previa que tenéis y por las necesidades del momento, las promociones serán probablemente mucho más rápidas que lo usual. Esto quiere decir, de hecho, que cualquiera de vosotros podría acceder en semanas al cargo de capitán de esta nave.
De repente, el murmullo se trocó en atención. Esto quería decir, de hecho, pensó Miles, que acababa de tener éxito al separar a los mercenarios de bajo rango de sus antiguos superiores. Casi sonrió al ver la ambición que iluminaba visiblemente los rostros diseminados. E incluso había encendido una pequeña mecha entre los superiores; Auson y Thorne se miraban el uno al otro con nerviosa especulación.
—El nuevo adiestramiento comenzará de inmediato. Aquellos que no sean asignados a los grupos de entrenamiento en esta tanda, retomarán provisionalmente sus anteriores funciones. ¿Alguna pregunta? —Contuvo el aliento; su plan se balanceaba en la punta de un alfiler. En un minuto más, sabría…
—¿Cuál es su rango? —preguntó un mercenario.
Miles decidió mantenerse flexible.
—Podéis dirigiros a mi como señor Naismith. —Eso es, déjalos que saquen sus teorías sobre el asunto.
—Entonces, ¿cómo sabremos a quién obedecer? —preguntó el tipo de mirada penetrante que había hecho la primera interrupción.
Miles dejó ver sus dientes, en una sonrisa que parecía una cimitarra.
—Bueno, si desobedeces una de mis órdenes, te disparo en el acto. Decide tú mismo a quién obedecer. —Hizo tamborilear los dedos ligeramente sobre su inhibidor enfundado. Algo del aura de Bothari debió de haberse asentado en él, porque el hombre languideció.
Un mercenario levantó la mano, serio como un niño en la escuela.
—¿Sí, recluta Quinn?
—¿Cuándo tendremos copias del reglamento Dendarii?
El corazón de Miles pareció detenerse; no había pensado en eso. Era una pregunta tan razonable… Sonrió, con la boca seca, y graznó audazmente:
—Mañana. Distribuiré copias para todo el mundo. —
¿Copias de qué? Algo se me ocurrirá
…
Hubo un silencio. Luego otra voz preguntó desde atrás:
—¿Qué clase de seguro tienen los…, los Dendarii? ¿Tenemos vacaciones pagadas?
Y otra:
—¿Tenemos algún tipo de gratificación? ¿Cuál es el sueldo establecido?
Y otra más:
—¿Nuestros contratos anteriores cuentan para la pensión? ¿Hay algún plan de jubilación?
Miles casi echa a correr de la sala, confundido por este torrente de preguntas prácticas. Se había estado preparando para los desafíos, para la incredulidad, para una acometida sin armas… Tuvo una súbita visión enajenada de Vorthalia el Audaz exigiendo un seguro de vida a todo riesgo a su emperador, a punta de espada.
Tragó en seco, absolutamente aturdido, y aventuró con esfuerzo:
—Distribuiré un folleto —prometió; tenia una vaga idea de la clase de información que traían los folletos —más tarde. En cuanto a los beneficios suplementarios… —apenas se las arregló para devolverle una mirada glacial a un gélido mercenario—, os estoy permitiendo vivir; cualquier otro privilegio hay que ganárselo.
Examinó sus rostros. Confusión, sí; era eso lo que él quería. Desaliento, división y, más que nada, distracción. Perfecto. Déjalos, arremolinados patas arriba en este chorro de incoherencias y engaños, que se olviden de que su primer deber era recuperar la propia nave. Que lo olviden durante una semana, mantenerlos muy ocupados sólo durante una semana; una semana es todo lo que hacia falta. Después, sería un problema de Daum. Había algo más en sus rostros, sin embargo; Miles no podía decir a ciencia cierta qué era. No importa… La siguiente tarea era abandonar la escena con gallardía y dejarlos a todos en movimiento. Y hablar un minuto a solas con Bothari…
—La comandante Elena Bothari tiene una lista de las funciones de cada uno de vosotros, consultadla antes de salir. ¡Atención! —Pronunció la orden con un chasquido en la voz. Se irguieron con descuido, como si la posición la recordaran sólo vagamente—. ¡Disuélvanse!
Sí, antes de que vinieran con más preguntas extrañas y su inventiva empezara a fallarle.
Escuchó parte de una conversación
sotto voce
mientras salía de allí:
—… enano homicida lunático…
—Sí, pero con un jefe como éste, tengo probabilidades de sobrevivir a mi próxima batalla…
De repente, se dio cuenta de ese algo más de sus rostros: era la misma expresión de anhelo descorazonado que había visto en Mayhew y en Jesek. Le generaba una inexplicable frialdad en la boca del estómago.
Llevó a un lado al sargento Bothari.
—¿Tienes aún esa vieja copia del reglamento del Servicio Imperial Barrayarano que solías llevar encima?
Era la biblia de Bothari; Miles se había preguntado en ocasiones si el sargento habría leído alguna vez otro libro que no fuera ése.
—Sí, mi señor. —Bothari le miró como diciendo, ¿y ahora qué?
Miles suspiró aliviado.
—Bien, la quiero.
—¿Para qué?
—El reglamento de la flota Dendarii.
Bothari pareció desmoronarse.
—No irá a…
—La pasaré al ordenador; haré una copia, cambiaré los nombres y quitaré todas las referencias culturales; no llevará mucho tiempo.
—Mi señor…, ¡es el reglamento antiguo! —La grave voz monótona del sargento estaba casi agitada—. Cuando esos gusanos sin agallas le echen un vistazo a la vieja disciplina de ceremonias…
Miles sonrió.
—Sí…, si vieran las especificaciones de los trajes antiguos, probablemente se desmayarían. No te preocupes, lo pondré al día según lo vaya copiando.
—Su padre y el Estado Mayor ya lo intentaron hace quince años; les llevó dos años poner los reglamentos al día.
—Bueno, eso es lo que pasa con los comités.
Bothari sacudió la cabeza, pero le dijo dónde podía encontrar el viejo disco de datos entre sus cosas.
Elena se incorporó a la reunión; parecía nerviosa. Pero imponente, pensó Miles; como un pura sangre.
—Los he dividido en dos grupos, según tu lista —informó—. Y, ahora, ¿qué?
—Llévate a tu grupo al gimnasio y comienza con las clases de entrenamiento físico. Primero, las cosas básicas y luego les enseñas lo que te enseñó tu padre.
—Nunca le he enseñado a nadie antes…
Miles le sonrió, infundiéndole confianza a su rostro, a sus ojos, a su cuerpo.
—Mira, probablemente puedas pasarte los dos primeros días haciendo que demuestren ellos lo que saben, mientras te paras al lado y dices cosas como «mm», «ajá» o «que Dios nos ayude». Lo importante no es enseñarles algo, sino mantenerlos ocupados, cansarlos, no darles tiempo para que piensen ni para que planeen nada ni para que coordinen sus fuerzas. Es sólo una semana. Si yo puedo hacerlo —dijo virilmente—, tú puedes hacerlo.