Muy pocas luces, comprobó Miles cuando se aproximaron. El sitio parecía cerrado. ¿Un turno libre? No era muy probable; aquello representaba una inversión demasiado grande para permanecer parada por la biología de sus encargados. Propiamente, las fundiciones deberían operar todo el tiempo para alimentar esfuerzo de la guerra. Debería haber remolcadores con minerales maniobrando para atracar, los cargueros salientes deberían estar alejándose con sus escoltas militares en un minué de tráfico espacial…
—¿Siguen respondiendo correctamente a nuestros códigos de reconocimiento? —le preguntó Miles a Daum. Apenas lograba mantenerse quieto.
—Sí—. Pero Daum parecía nervioso.
Tampoco le gusta la apariencia de esto, pensó Miles.
—¿Una instalación estratégica tan importante como ésta no debería estar más activamente resguardada? Seguramente, los pelianos y los oseranos habrán intentado ponerla fuera de combate alguna vez. ¿Dónde están las naves de vigilancia?
—No lo sé. —Daum se humedeció los labios y miró la pantalla.
—Tenemos una transmisión en directo en este momento, señor —informó el oficial de comunicaciones mercenario.
Un coronel feliciano apareció en la pantalla.
—¡Fehun! ¡Gracias a Dios! —gritó Daum. La tensión de su rostro se evaporó.
Miles soltó el aliento. Por un horrible momento, había estado aterrado por una visión: no poder descargar sus prisioneros junto con el cargamento de Daum, ¿qué haría entonces? Estaba tan agotado al cabo de una semana como lo había vaticinado Bothari, y vislumbró ansiosamente, con un estremecimiento de alivio, el fin de aquello.
El teniente Thorne, al entrar, sonrió y le dirigió a Miles un pulcro saludo. Miles imaginó la cara de Thorne cuando la mascarada fuera revelada al fin. Se le revolvió el estómago. Contestó al saludo y ocultó su malestar prestando atención a la conversación de Daum. Tal vez pudiera arreglárselas para estar en otra parte cuando la trampa saltara.
—… lo hicimos —decía Daum—. ¿Dónde están todos? Este lugar parece desierto.
Hubo un destello de estática, y la figura militar se encogió en la pantalla.
—Hace unas pocas semanas rechazamos un ataque de los pelianos. Los colectores solares fueron dañados. Estamos esperando a las cuadrillas de reparación en este momento.
—¿Cómo están las cosas en casa? ¿Ya hemos liberado a Barinth?
Otro destello de estática El coronel, sentado tras su escritorio, asintió con un gesto y dijo:
—La guerra está yendo bien.
El coronel tenía una diminuta escultura en su escritorio, observó Miles. Un caballo hábilmente formado por una variedad de fragmentos de componentes electrónicos soldados in duda por algún técnico de la refinería en sus horas de descanso. Miles pensó en su abuelo, y se preguntó qué tipo de caballos tenían en Felice. ¿Habían retrocedido tecnológicamente lo suficiente alguna vez como para haber usado un cuerpo de caballería?
—¡Excelente! —dijo Daum, mirando con avidez el rostro de su camarada feliciano—. He estado mucho tiempo en Beta, temía que… ¡Así que aún estamos en carrera! Te invitaré a un trago cuando llegue ahí, vieja víbora, y brindaremos juntos por el primer ministro. ¿Cómo está Miram?
Estática.
—La familia está bien —dijo gravemente el coronel. Estática—. Aguarda instrucciones para desembarcar.
Miles dejó de respirar. El caballito, que había estado junto a la mano derecha del coronel, estaba ahora junto a su mano izquierda.
—Sí —acordó Daum con alegría—, y podremos continuar sin toda esta basura en el canal. ¿Eres tú quien hace ese ruido?
Hubo otra ráfaga de estática.
—Nuestro equipo de comunicaciones resultó dañado en un ataque de los pelianos hace algunas semanas. —El caballo estaba ahora otra vez a la derecha. Zumbido en la pantalla—. Aguarda instrucciones para desembarcar. —Ahora, a la izquierda. Miles tuvo ganas de gritar.
En vez de eso, le indicó al oficial de comunicaciones que cerrara el canal.
—Es una trampa —dijo Miles en el mismo instante en que se cortó la transmisión.
—¿Qué? —Daum le miró—. ¡Fehun Benar es uno de mis más viejos amigos! Él no traicionaría…
—Usted no ha estado hablando con el coronel Benar, ha tenido una conversación sintetizada con un ordenador.
—Pero su voz…
—Oh, es que realmente era Benar… pregrabado. En su escritorio había algo que se movía entre cada ráfaga de estática. Esas ráfagas fueron transmitidas deliberadamente para disimular la discontinuidad… casi. Negligencia de alguien. Probablemente las respuestas fueron grabadas en más de una sesión.
—Pelianos —gruñó Thorne—. No pueden hacer nada bien…
La oscura piel de Daum palideció.
—Él no traicionaría…
—Probablemente, tuvieron bastante tiempo para preparar esto. Hay… —Miles tomó aliento—, hay muchas maneras de quebrantar a un hombre. Apuesto a que hubo un ataque peliano hace unas semanas, sólo que no fue rechazado.
Entonces, todo estaba acabado, la rendición era inevitable. La RG 132 y su cargamento serían confiscados; Daum hecho prisionero de guerra; y Miles y sus vasallos internados, si no ejecutados en el acto. La seguridad de Barrayar le rescataría eventualmente, suponía Miles, con todo el escándalo debido. Además, el betano, Calhoun, con sus Dios-sabe-qué cargos civiles y, luego, el hogar para explicarlo todo delante del último tribunal: su padre. Miles se preguntó si podía renunciar a su inmunidad diplomática Clase III en Colonia Beta, tal vez podría ser encerrado allí; pero no, los betanos no encarcelaban a sus delincuentes, los curaban.
Los ojos de Daum estaban agigantados; su boca, tensa.
—Sí —susurró, convencido—. ¿Qué haremos, señor?
¿Me preguntas a mí?, pensó Miles, furioso. Socorro, socorro, socorro… Observó las caras a su alrededor: Daum, Elena, Baz, los técnicos mercenarios, Thorne y Auson. Le miraban a su vez con interesada confianza, como si fuera una gallina a punto de poner un huevo de oro. Bothari se apoyaba contra la pared; por una vez, su mirada estaba desprovista de sugerencias.
—Están preguntando por qué se interrumpió nuestra transmisión —informó el oficial de comunicaciones.
Miles tragó saliva y produjo su primer basilisco.
—Ponles alguna música pegadiza —ordenó —y mándales una señal de dificultades técnicas; por favor manténgase en línea por el vídeo.
El oficial de comunicaciones sonrió y se apresuró a obedecer.
Bueno, eso cubría los siguientes noventa segundos…
Auson, con los brazos inmovilizados, parecía tan enfermo como Miles se sentía. Sin duda no le agradaba la perspectiva de tener que explicarle a su almirante la humillante captura que había sufrido. Thorne contenía la excitación. El teniente está a punto de conseguir vengarse por esta semana, se dijo Miles miserablemente, y lo sabe.
Thorne preguntó, en posición de firmes:
—¿Órdenes, señor?
Dios mío, ¿no se dan cuenta de que están libres?, pensó Miles. Y entonces consideró, con nueva y más desatinada esperanza:
me siguieron a casa, papá; ¿puedo quedarme con ellos?
Thorne, experimentado, conocía la nave, los soldados y el equipo muy íntimamente, no superficialmente, sino en profundidad; más importante aún, Thorne tenía también una inercia hacia adelante, dispuesto siempre a avanzar. Miles se irguió cuanto pudo y ladró:
—Así que crees que estás preparado para comandar una nave de guerra, ¿no, recluta Thorne?
Thorne se enderezó más todavía, con la barbilla ansiosamente pronunciada.
—¿Señor?
—Nos encontramos con un problema táctico de lo más interesante. —Ésa era l frase que su padre había empleado al describir la conquista de Komarr—. Voy a darle una oportunidad al respecto. Podemos hacer esperar a los pelianos un minuto más, aproximadamente. Como comandante, ¿cómo manejaría esto?
Miles cruzó los brazos y ladeó la cabeza, a la manera de un supervisor particularmente intimidatorio que había tenido en sus exámenes de aspirante.
—Caballo de Troya . dijo Thorne inmediatamente—. Emboscar su emboscada, y tomar la estación desde dentro… Usted desea capturarla intacta, ¿no?
—Ah —respondió Miles vagamente—, eso estaría bien. —Recorrió rápidamente su memoria en busca de algunos tonos que sonaran a consejero militar—. Pero deben de tener algunas naves ocultas por alguna parte, aquí alrededor. ¿Qué propones hacer a ese respecto, una vez que te has propuesto defender una base inmóvil? ¿Acaso la refinería está armada?
—Puede estarlo en pocas horas —señaló Daum —con los interceptores máser que tenemos en la bodega de la RG 132. Aprovechar partes de los satélites de fuerza, e, incluso, reparar los colectores solares, si hay tiempo, para cargarlos…
—¿Interceptores máser? —murmuró Auson—. Creí que habían dicho que el contrabando era de consejeros militares…
Miles alzó rápidamente su voz para invalidar esto.
—Recuerda que estamos escasos de personal y que, decididamente, no podemos despilfarrarlo justo ahora. —Particularmente, a los oficiales dendarii… Thorne puso una mirada de abatimiento; Miles estaba momentáneamente aterrado por haberse excedido en las objeciones, provocando que Thorne le devolviera la iniciativa ante el problema—. Convénceme, entonces, recluta Thorne, de que tomar la base no es tácticamente prematuro. —Miles se apresuró a hacer la invitación.
—Sí, señor. Bien, las naves de defensa por las que debemos preocuparnos son, casi seguro, oseranas. La capacidad de la ingeniería peliana está muy por debajo del promedio; no tienen en absoluto la biotecnología para fabricar naves de saltos. Y nosotros tenemos todos los códigos y procedimientos oseranos, pero ellos no conocen nada de nuestros códigos y procedimientos dendarii. Creo que yo… nosotros podemos tomarlos.
¿Nuestros códigos dendarii?, se repitió Miles para sí.
—Muy bien, recluta Thorne. Adelante —le ordenó en voz alta y resuelta—. No intervendré a menos que sea necesario. —Se metió las manos en los bolsillos a manera de símbolo de énfasis, y también para evitar morderse las uñas.
—Llévennos al desembarcadero, entonces, sin levantar sospechas —dijo Thorne—. Yo prepararé la partida de asalto… ¿Puedo llevar al comandante Jesek y a la comandante Bothari?
Miles asintió con un gesto; el sargento Bothari contuvo el aliento, pero no dijo nada, cubriéndole la espalda a Miles, como siempre. Thorne resplandecía con visiones de capitanazgo; salió, seguido por los consejeros reclutados. La cara de Elena brillaba de excitación. Baz hizo girar entre sus labios un cigarro, más bien empapado, y salió detrás de ella, su mirada brillaba indescifrablemente. Había color en su rostro, observó Miles.
Auson permaneció de pie, cabizbajo, con el rostro surcado por la ira, la vergüenza y la sospecha. Hay un motín en ciernes, pensó Miles. Bajó la voz para que sólo el ex capitán lo oyera.
—Debo señalarte que todavía sigues en la lista de heridos, recluta Auson.
Auson meneó los brazos.
—Hace dos días que me podrían haber quitado esto, maldita sea.
—Debo señalarte también que, si bien le he prometido la recluta Thorne un mando, no le he dicho de qué nave. Un oficial debe ser capaz de obedecer tanto como de mandar. A cada uno, su propia prueba; a cada uno, su propia recompensa. Estaré observándote a ti también.
—Hay sólo una nave.
—Estás lleno de suposiciones. Un mal hábito.
—Usted está lleno de… —Auson cerró la boca con un chasquido, y le dirigió a Miles una larga, pensativa mirada.
—Dígales que estamos listos para las instrucciones de desembarco —le ordenó Miles a Daum.
Miles ansiaba ser parte de la pelea, pero descubrió, para desánimo suyo, que los mercenarios no tenían armaduras espaciales tan pequeñas como para su tamaño.
Bothari gruñó aliviado. Miles pensó entonces en acompañarlos con un simple traje de presión; si no al frente de la acometida, en la retaguardia al menos.
Bothari casi se atragantó con la sugerencia.
—Juro que le golpearé y me sentaré encima suyo si se acerca a esos trajes —gruñó.
—Insubordinación, sargento —le susurró Miles como respuesta.
Bothari miró de reojo primero a los mercenarios reunidos en el depósito de armaduras para asegurarse de no ser escuchado.
—Yo no voy a acarrear su cuerpo sin vida de vuelta a Barrayar para descargarlo a los pies de mi señor conde como algo que atrapó el gato, maldita sea. —El sargento devolvió una fuerte mirada a cambio del aire irritado con que Miles le miraba.
Miles, en pobre reconocimiento de un hombre empujado al límite, insistió hoscamente.
—¿Qué harías si yo hubiera pasado mis exámenes de entrenamiento de oficiales? —preguntó—. No podrías haberme detenido en esta clase de asunto, entonces.
—Me hubiera retirado —murmuró Bothari—, aunque seguiría manteniendo mi palabra.
Miles sonrió involuntariamente y se consoló a sí mismo comprobando el equipo y las armas de los que iban a ir. La semana de vigorosas reparaciones y retoques había pagado evidentemente dividendos inesperados; el grupo de combate parecía brillar con perversa eficiencia. Ahora, pensó Miles, veremos si toda esta belleza es algo más que la mera piel.
Controló con especial cuidado la armadura de Elena. Bothari revisó personalmente las correas del traje de su hija antes de colocarle el yelmo, un asunto innecesario que ocultó las más necesarias instrucciones, susurradas rápidamente, para indicarle cómo manejarse con ese equipo que le era sólo a medias familiar.
—Por el amor de Dios, manténte atrás —la reconvino Miles—. Se supone que estás observando la eficacia de cada uno y que me mantienes informado, lo cual no podrás hacer si estás… —se tragó el resto de la frase: horrorosas visiones de todas las maneras en que una hermosa mujer podía ser mutilada en combate le atravesaron el cerebro—, si estás al frente —sustituyó. Seguramente debía de estar fuera de sí mismo cuando permitió que Thorne la reclamara.
Sus rasgos quedaron enmarcados por el yelmo; el cabello, echado hacia atrás y escondido, de tal modo que la fuerte estructura de su rostro resaltaba, mitad caballero, mitad una monja. Sus pómulos estaban acentuados por las aletas del yelmo y la piel de marfil brillaba con las minúsculas luces coloreadas del mismo. Sus labios estaban entreabiertos por el entusiasmo.
—Sí, mi señor. —Su mirada era brillante y sin temor—. Gracias. —Y más quedamente, apretándole el brazo con su mano enguantada para remarcarlo—: Gracias, Miles… por el honor.