—Lamento lo del viejo Bothari —dijo Ivan cuando la joven hubo salido—. ¿Quién hubiera pensado que podía pasarle eso limpiando armas, después de tantos años? Sin embargo, hay un aspecto positivo; finalmente tienes oportunidad con Elena sin que él esté echándote el aliento en la nuca, así que no es una pérdida inútil.
Miles exhaló lentamente, abatido por la ira y el dolor recordado. Él no sabe, se dijo a sí mismo. No puede saber…
—Ivan, uno de estos días alguien va a sacar un arma y va a dispararte, y tú vas a morir en medio del asombro, preguntando: «¿Qué he dicho? ¿Qué he dicho?»
—¿Qué he dicho? —preguntó indignado Ivan.
Antes de que Miles pudiera entrar en detalles, vino Baz, flanqueado por Tung y Auson; Elena les seguía. La habitación estaba repleta. Todos parecían estar sonriendo como tontos. Baz agitó en el aire, triunfalmente, unas finas hojas de plástico. Estaba tan radiante como un faro, orgulloso, apenas reconocible como el hombre que, cinco meses atrás, Miles había encontrado escondido entre la basura.
—El cirujano dice que no podemos quedarnos mucho, mi señor —le dijo a Miles—, pero pensé que esto podría darle ánimos.
Ivan se sobresaltó ligeramente ante el honorífico y le llamó la atención solapadamente al maquinista.
Miles tomó las hojas.
—Tu misión… ¿pudiste completarla?
—Como un reloj… Bueno, no exactamente, hubo algunos momentos malos en una estación de trenes… debería ver el sistema ferroviario que tienen en Tau Verde IV. La maquinaria… magnífica. Barrayar se perdió algo al pasar directamente del caballo al transporte aéreo…
—¡La
misión
, Baz!
El maquinista rebosó alegría.
—Échele una mirada. Son las transcripciones de los últimos despachos entre el almirante Oser y el alto mando peliano.
Miles empezó a leer. Después de un rato, comenzó a sonreír.
—Sí…, ya había oído que el almirante Oser tiene un famoso repertorio de invectivas cuando… se excita… —La mirada de Miles se cruzó ligeramente con la de Tung. Los ojos de éste brillaban de satisfacción.
Ivan estiró el cuello.
—¿Qué pasa? Elena me contó lo de los saqueos a las nóminas, también tengo entendido que os las arreglasteis para alterar las transferencias electrónicas. Pero no comprendo… ¿los pelianos no van a pagar otra vz, cuando vean que la flota oserana no ha sido pagada?
La sonrisa de Miles se se volvió maligna.
—Ah, pero es que sí fue pagada: ocho veces de más. Y ahora, como creo que dijo un general de la Tierra, Dios los ha puesto en mi mano. Después de no poder entregar, durante cuatro veces seguidas el pago en efectivo, los pelianos han exigido que se les devuelva el sobrepago electrónico. Y Oser —Miles miró las hojas —se niega. Categóricamente. Ésa fue la parte más delicada, calcular exactamente la cantidad adecuada de sobrepago; demasiado poco, y los pelianos podrían haberlo dejado pasar; excesivo, y Oser se hubiera sentido incluso inclinado a devolverlo. Pero justo la cantidad adecuada…
Suspiró, y se recostó feliz contra la almohada. Tenía que aprenderse de memoria algunas de las frases selectas de Oser, decidió. Eran únicas…
—Esto le gustará, entonces, almirante Naismith —prorrumpió al fin Auson, exaltado con las novedades—. Cuatro de los capitanes-propietarios independientes que estaban con Oser tomaron sus naves y se largaron del espacio local de Tau Verde en los dos últimos días. Por las transmisiones que hemos interceptado, no me parece que piensen volver, tampoco.
—Glorioso —susurró Miles—. Oh, bien hecho…
Miró a Elena. Orgullo. También para ella hacía falta, lo suficientemente fuerte para desalojar algo del dolor en su mirada.
—Como había pensado, interceptar esa cuarta nómina de pagos fue vital para el éxito de la estrategia. Bien hecho, comandante Bothari.
Ella le devolvió la mirada, vacilante.
—Te echamos de menos. Nosotros… tuvimos muchas bajas.
—Anticipé que las tendríamos. Los pelianos debían de estar esperándonos para entonces. —Miró a Tung, quien estaba haciéndole a Elena un gesto de silencio—. ¿Fue mucho peor de lo que habíamos calculado?
Tung sacudió la cabeza.
—Hubo momentos en que hubiera jurado que ella no sabía que estaba vencida. Hay ciertas situaciones en las que uno no pide a los mercenarios que le sigan…
—No le pedí a nadie que me siguiera —dijo Elena—, vinieron por su propia voluntad. —Agregó en un susurro a Miles—: Creí que era como en las batallas de abordaje. No sabía que resultaría tan terrible.
Tung habló al ver el aire alarmado de Miles.
—Hubiéramos pagad un precio más alto si no hubiera insistido en que el almirante Naismith la había puesto en el cargo, rehusando retirarse cuando lo ordené. Entonces, hubiésemos pagado mucho por nada… esa proporción determina infinito. —Tung le hizo a Elena un gesto de aprobación, que ella devolvió con gravedad. Ivan parecía más bien aturdido.
Se escuchó una discusión en voz baja proveniente del pasillo. Thorne y el cirujano. Thorne estaba diciendo: «Tiene que dejarme. Esto es vital…»
Thorne arrastró al cirujano, que protestaba, al interior del cuarto.
—¡Almirante Naismith! ¡Comodoro Tung! ¡Oser está aquí!
—¿Qué?
—Con toda su flota… lo que queda de ella… están justo fuera de alcance. Pide permiso para atracar su nave capitana.
—¡No puede ser! —dijo Tung—. ¿Quién está vigilando el agujero?
—¡Sí, exacto! —dijo Thorne—. ¿Quién? —Se miraron con una alborozada, fantástica suposición.
Miles se incorporó de un salto, rechazó una oleada de vértigo y echó mano a su bata.
—Traigan mi ropa.
Halcón era la palabra apropiada para Oser, determinó Miles. Pelo entrecano, un pico por nariz y una mirada inteligente, penetrante, fija ahora sobre él. Era dueño del aspecto que hace que los oficiales jóvenes indaguen en su conciencia, pensó Miles. Se quedó de pie ante semejante apariencia y le dirigió al verdadero almirante mercenario una lenta sonrisa, allí en el desembarcadero. El penetrante y frío aire reciclado le parecía más amargo, como un estimulante. Se podría drogar uno con él, seguramente.
Oser estaba flanqueado por tres de sus capitanes-empleados y dos de sus capitanes-propietarios, cono sus segundos. Miles traía a todo su cuerpo Dendarii, Elena a la derecha y Baz a la izquierda.
Oser le examinó de arriba abajo.
—Maldita sea —murmuró—. Maldita sea…
No ofreció su mano, sino que se detuvo y habló con deliberada, ensayada cadencia.
—Desde el día en que entró usted en el espacio local de Tau Verde, sentí su presencia. En los felicianos, en la situación táctica a mi cargo, en el rostro de mi propios hombres… —su mirada pasó por Tung, quien sonreía dulcemente—, incluso en los pelianos. Hemos estado peleando en la oscuridad, nosotros dos, a distancia, mucho tiempo.
Miles abrió al máximo los ojos. Dios mío, ¿está a punto de desafiarme a un combate individual? ¡Sargento Bothari, ayuda! Levantó la barbilla y no dijo nada.
—No creo en prolongar las agonías —siguió Oser—. En lugar de mirar cómo embruja al resto de mi flota, hombre por hombre, mientras aún me quede flota que ofrecer, tengo entendido que los Mercenarios Dendarii buscan nuevos reclutas.
Le llevó un momento a Miles darse cuenta de que acababa de escuchar uno de los discursos de rendición más tercos de la historia.
Benignos, vamos a ser benignos como el demonio, oh, sí
… Alargó su mano; Oser la aceptó.
—Almirante Oser, su inteligencia es aguda. Hay una sala privada donde podremos resolver los detalles…
El general Halify y algunos oficiales felicianos oteaban desde un balcón, a cierta distancia. La mirada de Miles se cruzó con la de Halify:
y, así, la palabra que te di a ti, al menos, queda redimida
.
Miles marchó por la ancha explanada con el rebaño íntegro, todos los Dendarii ahora, extendido a sus espaldas. Veamos, pensó Miles, el Flautista de Hamelin llevó a todas las ratas al río —miró hacia atrás —y a todos los niños a una montaña de oro. ¿Qué hubiera hecho si las ratas y los niños hubieran estado inextricablemente mezclados?
Miles se reclinó en un sofá relleno de líquido, en la sala de observación de la refinería, y contempló las profundidades de un espacio ya no vacío. La flota dendarii brillaba y fulguraba, suspendida en el vacío junto a la estación, como una constelación de hombres y naves.
De niño, en su dormitorio de Vorkosigan Surleau —donde pasaba los veranos—, había tenido un móvil de naves de guerra espaciales, clásica artesanía militar barrayarana, mantenidas en un orden cuidadosamente equilibrado por hilos casi invisibles, de gran resistencia. Hilos invisibles. Lanzó un soplido hacia los ventanales de cristal, como si pudiera hacer que las naves Dendarii girasen y bailaran.
Diecinueve naves de guerra y más de 3.000 hombres entre tropas y técnicos. «Mío», probó a decir, como experimento, «todo mío», pero la frase no le produjo una conveniente sensación de triunfo; se sentía más como un blanco.
En primer lugar, no era verdad. La propiedad real de aquel capital de millones de dólares betanos en equipo era una cuestión de asombrosa complejidad. Había llevado cuatro días íntegros de negociaciones resolver los «detalles» que había mencionado, como de paso, en el muelle de desembarco. Había ocho capitanes-propietarios independientes, además de Oser, quien tenía la posesión personal de ocho naves. Casi todos tenían acreedores. Por lo menos el diez por ciento de «su» flota resultó ser propiedad del First Bank de Jackson's Whole, famoso por sus cuentas numeradas y sus discretos servicios; hasta donde pudo saber, Miles contribuía ahora al mantenimiento del juego clandestino, el espionaje industrial y el comercio de esclavas blancas de un extremo a otro del nexo del agujero de gusano. Parecía que era no tanto el dueño de los Mercenarios Dendarii sino, más bien, su principal empleado.
La propiedad del
Ariel
y del
Triumph
se tornó particularmente compleja por haberlos capturado Miles en batalla. Tung tenía hasta entonces la pertenencia completa de su nave, pero Auson estaba profundamente endeudado, por el
Ariel
, con otra institución de préstamos, también de Jackson's Whole. Oser, cuando todavía trabajaba para los pelianos, había dejado de pagarle cuando le capturaron, dejando que, ¿cómo se llamaba…? Luigi Bharaputra e Hijos, Compañía Tenedora y Financiera, de Jackson's Whole Sociedad Anónima Limitada, cobrara su seguro, si tenía alguno. El capitán Auson se había puesto pálido al enterarse de que un agente de dicha compañía llegaría muy pronto para investigar.
Tan sólo el inventario era suficiente para empantanar la mente de Miles, y cuando llegara el momento de clasificar y ordenar los contratos del personal… su estómago le dolería, si todavía podía. Antes de que llegara Oser, los Dendarii tenían derecho a una considerable ganancia, a partir del contrato feliciano. Ahora, la ganancia de 200 debía ser repartida para mantener a 3.000.
O más de 3.000. Los Dendarii seguían creciendo. Otra nave libre había llegado el día anterior, atravesando el agujero, al haber oído de ellos Dios sabe en qué fábrica de rumores. Y ansiosos pretendientes a reclutas provenientes de Felice se las arreglaban para aparecer con cada nueva nave que venía del planeta. La refinería de metales estaba operando como refinería otra vez y el control del espacio local cayó nuevamente en manos de los felicianos; sus fuerzas en aquel mismo momento estaban devorando instalaciones pelianas por todo el sistema.
Se hablaba de un nuevo contrato por parte de Felice, para que bloqueasen ellos ahora el agujero de gusano. La frase «retírate mientras estás ganando» se le aparecía espontáneamente a Miles cada vez que surgía el tema; la propuesta le aterraba en su interior. Ansiaba irse de allí antes de que todo el castillo de naipes se desmoronara. Debía mantener la realidad y la fantasía separadas, en su mente al menos, aun cuando tenía que mezclarlas tanto como le fuera posible en la de los demás. Le llegaron voces desde el pasillo de acceso, rebotando hasta su oído por algún accidente de acústica. El tono alto de Elena le llamó la atención.
—No tienes que pedírselo. No estamos en Barrayar, no vamos a volver nunca a Barrayar…
—Pero será como tener un pequeño fragmento de Barrayar para llevar con nosotros —contestó la voz de Baz, amable y alegre como Miles jamás la había escuchado—. Un atisbo del hogar en sitios sin aire. Dios sabe que no puedo ofrecerte mucho de eso «conveniente y adecuado» que tu padre quería para ti, pero toda la miseria de que pueda disponer será tuya.
—Mm.
La respuesta de ella no fue entusiasta, casi hostil más bien. Toda referencia a Bothari parecía en esos días caer en ella como martillazos en carne muerta, un sonido sordo que a Miles le enfermaba, pero que en ella no provocaba respuesta.
Surgieron desde el corredor. Baz iba detrás de Elena. Sonrió a su señor con una tímida actitud de triunfo. Elena también le sonrió, pero no con los ojos.
—¿Meditación profunda? —le preguntó jovialmente Elena—. A mí me parece más bien que estás mirando por la ventana y comiéndote las uñas.
Se incorporó con esfuerzo y respondió en el mismo tono:
—Oh, le dije al guardia que no dejase entrar a los turistas. En realidad he venido aquí para echar una siesta.
Baz le sonrió nuevamente.
—Mi señor, entiendo, en ausencia de otros parientes, que la tutela legal de Elena ha recaído en usted.
—Vaya…, así es. No he tenido mucho tiempo para pensar en ello, a decir verdad.
Miles se sintió incómodo ante este giro de la conversación, no muy seguro de qué iba a venir.
—Bien. Entonces, como su señor y guardián, formalmente le pido la mano de Elena en matrimonio. Por no mencionar el resto de ella. —Su estúpida sonrisa le hizo desear a Miles patearle los dientes—. Oh, y como mi señor y comandante, le pido permiso para casarme y… «y que mis hijos puedan servirle, señor». —La versión abreviada que Baz pronunció de la fórmula era apenas un poco diferente de la real.
Tú no vas a tener ningún hijo, porque te voy a cortar los huevos, ladrón de corderos, pérfido, traidor
… Alcanzó a controlarse antes de que su emoción mostrara no más que una forzada, cerrada sonrisa.
—Ya veo. Existen… existe algunas dificultades.
Ordenó su argumentación lógica como un escudo, para proteger su cobarde y desnuda rabia del aguijón de esos dos honestos pares de ojos marrones.