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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (55 page)

BOOK: El día de las hormigas
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202. Enciclopedia

ABRACADABRA:
La fórmula mágica «Habracadabrah» significa, en hebreo «que pase como está dicho» (que las cosas dichas cobren vida). En la Edad Media, se utilizaba como encantamiento para curar las fiebres. La expresión fue repetida luego por prestidigitadores, expresando con esa fórmula que el número llegaba a su fin y que el espectador iba a asistir a lo mejor del espectáculo (¿el momento en que las palabras cobran vida?). La frase, sin embargo, no es tan anodina como parece a primera vista. Hay que escribir la fórmula constituida por nueve letras (en hebreo no se escriben las vocales: HA BE RA HA CA AD BE RE HA, lo cual da HBR HCD BRH) en nueve líneas y de la siguiente manera, para descender progresivamente hasta la «H» original (Aleph: que se pronuncia Ha).

HBR HCD BHR

HBR HCD BR

HBR HCD B

HBR HCD

HBRHC

HBRH

HBR

HB

H

Esta disposición está concebida de forma que capte cuanto sea posible las energías del cielo y las haga descender hasta los hombres. Hay que imaginar ese talismán como un embudo, a cuyo alrededor la danza espiral de las letras que constituyen la fórmula «Habracadabrah» desemboca en un torbellino vertiginoso. Atrapa y concentra en su extremidad las fuerzas del espacio-tiempo superior.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

203. Una hormiga en el Metro

Ya está, la multitud se ha dispersado. 103 sale de su escondite y camina por los vastos pasillos del Metro. La verdad es que no se acostumbrará nunca a este lugar. No le gusta esa luz de neón de un blanco tan duro.

De pronto huele en el aire un mensaje feromonal: «Dirígete a la zona más iluminada.» Reconoce ese acento olfativo. Es el de la máquina de traducir de los Dedos. ¡Bueno! Basta con buscar el rincón más iluminado.

204. Encuentro imposible

Por toda la ciudad de Bel-o-kan se oye el choque de las armas. Las rebeldes caen del techo. Ninguna soldado acude para rescatar a la reina. Se lucha entre los cadáveres secos de las deístas. Pero rápidamente las más numerosas van obteniendo ventaja en los combates.

Chli-pu-ni está rodeada de mandíbulas que presiente hostiles. Se diría que aquellas hormigas no reconocen sus feromonas reales. Una de ellas se acerca, con las mandíbulas abiertas, como si quisiera decapitarla. Y, al acercarse, la asesina emite.

¡Los Dedos son nuestros dioses!

Ésa es la solución. Hay que entablar contacto con los Dioses. Chli-pu-ni no tiene intención de dejarse matar. Se lanza en medio de la pelea, zarandea las mandíbulas y antenas que tratan de pararla, galopa por todos los pasillos que descienden. Sólo hay una dirección los Dedos.

Piso –45.
Piso –50.
Descubre en seguida el pasaje que lleva debajo de la Ciudad. A su espalda, las rebeldes deístas la persiguen y siente sus olores hostiles.

Chli-pu-ni atraviesa el corredor de granito y penetra en la «Segunda Bel-o-kan», la ciudad secreta que su madre construyó en el pasado para acudir a hablar con los Dedos.

En el centro hay una silueta de la que sale un grueso tubo.

Chli-pu-ni sabe lo que es ese ser mal tallado en la resina. Las espías le han dicho su nombre. «Doctor Livingstone».

La reina se acerca. Las deístas la alcanzan, la rodean, pero la dejan avanzar hacia el representante de sus dioses.

La soberana toca las antenas de la seudo hormiga.

Soy la reina Chli-pu-ni, emite en su primer segmento.

Al mismo tiempo, a través de sus otros diez segmentos antenarios, lanza en desorden y en todas las longitudes de ondas olfativas una multitud de informaciones.

Tengo la intención de salvaros. De ahora en adelante, yo me encargo de alimentaros. Quiero hablar con vosotras.

Como si también ellas esperasen un prodigio, las deístas no se mueven.

Sin embargo, no ocurre nada. Desde hace varios días los dioses se han callado e incluso se niegan a hablar con la reina.

Chli-pu-ni aumenta la intensidad olfativa de sus mensajes. En el doctor Livingstone no se produce el menor estremecimiento. Permanece inmóvil.

De pronto, una idea cruza la mente de la soberana con la vivacidad y la fuerza luminosa de un relámpago.

Los Dedos no existen. Los Dedos no han existido nunca.

Ha sido un gigantesco engaño, rumores, historias, falsas informaciones difundidas por las feromonas de varias generaciones de reinas y por movimientos de hormigas enfermas.

103 ha mentido. Madre Belo-kiu-kiuni ha mentido. Las rebeldes mienten. Todo el mundo miente.

Los Dedos no existen y no han existido nunca.

Allí se detienen todos sus pensamientos. Una decena de láminas de mandíbulas deístas perforan su pecho.

205. En busca de 103

El jefe de estación apagó todas las luces, como se lo había ordenado Méliés. Luego les proporcionó una linterna lo suficientemente potente como para iluminar el andén. Juliette Ramírez y Laetitia Wells habían vaporizado la feromona de llamada por toda la estación. Sólo les quedaba esperar, impacientes, con el corazón latiendo con fuerza, a que 103 se acercase a su faro.

103 percibe unas sombras generadas por una luz más potente que los neones que ha aprendido a conocer. De acuerdo con el mensaje difundido por los Dedos «amables» para encontrarla, avanza hacia la zona iluminada. Deben estar esperándola allí. En cuanto se reúna con ellos, todo volverá al orden.

¡Qué larga se hacía aquella espera! Jacques Méliés, incapaz de permanecer en su sitio, paseaba arriba y abajo por el corredor. Encendió un cigarrillo.

—Apágalo. El olor a tabaco podría hacerla huir. El fuego le da pánico.

El policía apagó su cigarrillo con el talón y siguió andando arriba y abajo.

—Deja de andar. Podrías aplastarla si llegase por ahí.

—No te preocupes por eso, si hay algo que no dejo de hacer desde hace días es mirar dónde pongo los pies.

103 ve nuevas placas acercándose hacia ella. Esa feromona es una trampa. Unos dedos matadores de hormigas han difundido el mensaje para matarla mejor. Huye.

Laetitia Wells la descubrió en el círculo de luz.

—¡Mirad! Una hormiga sola. Seguro que es 103. Se ha acercado pero tú le has dado miedo con tus suelas. Si consigue huir, la volveremos a perder.

Avanzaron con breves pasos, pero 103 aceleró la marcha.

—No nos reconoce. Para ella, todos los humanos son montañas —dijo desolada Laetitia.

Le presentaron sus Dedos y sus manos, pero 103 echó a correr como ya lo había hecho durante la comida campestre. Se precipitó en dirección a las vías.

—No nos reconoce. No reconoce nuestras manos. ¡Se desvía ante nuestros Dedos! ¿Qué podemos hacer? —Exclamó Méliés—. Si sale del andén, ¡nunca la volveremos a encontrar entre la gravilla!

—Es una hormiga. Y con las hormigas sólo funcionan los olores. ¿Tienes tu rotulador? La tinta huele mucho, lo suficiente al menos para detenerla.

Laetitia se apresuró a trazar una gruesa línea frente a 103.

Corre y se precipita cuando, de pronto, una pared olorosa, con fuerte sabor a alcohol, se yergue ante ella. 103 frena con todas sus patas, bordea aquella pared nauseabunda como si allí hubiera una frontera invisible pero infranqueable, luego la contornea y prosigue su carrera.

—¡Está contorneando la línea de tinta! Laetitia corrió para bloquear el camino con el rotulador. Trazó tres trazos rápidos en forma de triángulo prisión.

Estoy prisionera entre estas paredes olorosas, se dijo 103. ¿Qué puedo hacer?

Sacando fuerzas de flaqueza, se proyecta a través del trazo de tinta como si se tratara de una pared de cristal y corre a todo correr sin mirar adonde va.

Los humanos no esperaban tanta valentía y audacia. Se atropellaron unos a otros ante la sorpresa.

—Está ahí —indicó Méliés con el Dedo.

—¿Dónde? —preguntó Laetitia.

—¡Cuidado…!

Laetitia Wells estaba desequilibrada. Todo ocurrió como a cámara lenta. Para sostenerse, dio un pasito de lado. Puro reflejo. La punta de su zapato de tacón alto se alzó y luego cayó sobre…

—NNNOOOOOOOOOOOO —aulló Juliette Ramírez.

Empujó con todas sus fuerzas a Laetitia antes de que su pie tocara el suelo.

Demasiado tarde.

103 no tiene el reflejo de evitarlo. Ve una sombra que se cierne sobre ella y sólo le queda tiempo para pensar que su vida termina aquí. Su vida ha sido rica. Como en una pantalla de televisión, por sus cerebros desfilan imágenes. La guerra de las Amapolas, la caza del lagarto, la visión del confín del mundo, el vuelo en el escarabajo, el árbol cornígero, el espejo de las cucarachas, y tantas y tantas batallas antes del descubrimiento de la civilización dedalera…, el fútbol, Miss Universo…, el documental sobre las hormigas.

206. Enciclopedia

BESO:
A veces me preguntan qué es lo que el hombre ha copiado de la hormiga. Mi respuesta es: el beso en la boca. Se ha creído durante mucho tiempo que los romanos de la Antigüedad habían inventado el beso en la boca varios centenares de años antes de nuestra Era. De hecho, se limitaron a observar a los insectos. Comprendieron que, cuando las hormigas se tocaban los labiales, producían un acto generoso que consolidaba su sociedad. Nunca captaron su significado completo, pero se dijeron que había que reproducir aquel contacto para encontrar la cohesión de los hormigueros. Besarse en la boca es representar una trofalaxia. Pero, en la verdadera trofalaxia, hay un don de alimento mientras que, en el beso humano, no hay más que un don de saliva no nutritivo.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

207. 103 en el otro mundo

Estupefactos, contemplaron el cuerpo aplastado de 103.

—¿Está muerta?

El animal no se movía. Nada.

—¡Está muerta!

Juliette Ramírez golpeó la pared con el puño.

—Todo está perdido. No podemos salvar a mi marido. Todos nuestros trabajos no han servido de nada.

—¡Es demasiado estúpido! ¡Fracasar tan cerca del final! Estábamos a punto de conseguirlo.

—Pobre 103… Toda esa vida extraordinaria, y un simple zapato de tacón la ha…

—Ha sido culpa mía, ha sido culpa mía —repetía Laetitia.

Jacques Méliés era más pragmático.

—¿Qué hacemos con su cadáver? ¡No iremos a tirarlo!

—Habría que erigirle una pequeña tumba…

—103 no era una hormiga cualquiera. Era una Ulises o una Marco Polo de los mundos del espacio-tiempo inferior. Un personaje clave de toda su civilización. Merece más que una tumba.

—¿En qué estás pensando? ¿En un monumento?

—Sí.

—Pero, por ahora, nadie salvo nosotros sabe lo que esta hormiga ha hecho. Nadie sabe que ha sido el puente entre nuestras dos civilizaciones.

—¡Hay que proclamarlo por todas partes, hay que avisar a todo el mundo! —Afirmó Laetitia Wells—. Esta historia ha adquirido demasiada importancia. Es preciso que tenga una continuación, que nos permita llegar más lejos.

—Nunca habrá otra «embajadora» tan capacitada como 103. Tenía la curiosidad y la apertura de mente necesarias para el contacto. Lo he comprendido hablando con las otras hormigas. Era un caso único.

—Entre un millar de hormigas, deberíamos terminar encontrando otra igual de dotada.

Pero sabían de sobra que no. Empezaban a adoptar a 103 como ella les había adoptado. Así de sencillo. Nada más que por un interés bien entendido. Las hormigas necesitan a los hombres para ganar tiempo. Los hombres necesitan a las hormigas para ganar tiempo.

¡Qué lástima! ¡Qué lástima fracasar tan cerca de la meta!

Ni el propio Jacques Méliés conseguía permanecer insensible. Dio puntapiés contra los bancos.

—Es demasiado estúpido.

Laetitia Wells se echaba la culpa.

—No la he visto. Era tan pequeña. ¡No la he visto!

Y los tres miraban el pequeño cuerpo inmóvil. Era un objeto. Viendo el pobre caparazón retorcido nadie hubiera podido creer que aquello había sido 103, la guía de la primera cruzada contra los Dedos.

Se recogieron delante del cadáver.

De pronto, Laetitia Wells abrió desmesuradamente los ojos y dio un brinco.

—¡Se ha movido!

Escrutaron el insecto inmóvil.

—Ves lo que deseas ver.

—No, no he soñado. Os digo que la he visto mover una antena. Apenas era perceptible, pero sí claro.

Se miraron y observaron largamente el insecto. No había la menor onza de vida en aquel animal. Estaba fija en una especie de espasmo doloroso. Sus antenas estaban alzadas, y sus seis patas recogidas como para un largo viaje.

—¡Estoy… estoy segura de que ha movido una pata!

Jacques Méliés cogió a Laetitia por los hombros. Comprendía que la emoción le hiciese ver lo que deseaba ver.

—Lo siento. Puro reflejo cadavérico probablemente.

Juliette Ramírez no quería dejar a Laetitia Wells en la duda, cogió el pequeño cuerpo ajusticiado y se lo puso muy cerca de la oreja. Lo depositó incluso en la caverna de su cavidad auricular.

—¿Crees que vas a oír los latidos de su corazón?

—¿Quién sabe? Tengo muy buen oído, percibiría el menor movimiento.

Laetitia Wells volvió a coger los despojos de la heroína y lo depositó en un banco. Se puso de rodillas y colocó con precaución un espejo delante de sus mandíbulas.

—¿Esperas verla respirar?

—Las hormigas también respiran, ¿no?

—Su respiración es demasiado ligera para que podamos descubrir la menor huella.

Contemplaron al animal desarticulado con una cólera sorda.

—Está muerta. ¡Está completamente muerta!

—103 era la única que confiaba en nuestra unión entre especies. Había tardado tiempo, pero había imaginado una interpretación de nuestras dos civilizaciones. Había abierto una brecha y hallado unos denominadores comunes. Ninguna otra hormiga habría podido dar tal paso. Ella empezaba a volverse algo… humana. Le gustaba nuestro humor y nuestro arte. Cosas todas perfectamente inútiles, como ella decía…, pero, ¡tan fascinantes!

—Educaremos a otra.

Jacques Méliés tomó a Laetitia Wells entre sus brazos y la consoló.

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