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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (58 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Si queréis comprender a la orquídea, tratad de sentiros flor. Poneos en el lugar de los demás en vez de cortarlos en trozos y observarlos desde vuestras ciudadelas de conocimientos.

Ninguno de vuestros grandes inventos ha sido descubierto por convencionales sabios de blusa blanca. En la televisión he visto un documental sobre vuestros grandes inventos. No eran más que accidentes de manipulación, cacerolas con cuyo vapor levantabas una tapa, niños mordidos por perros, manzanas que caían de un árbol, productos mezclados por azar.

Para resolver vuestro problema de cáncer habríais debido involucrar a poetas, filósofos, escritores, pintores. En resumen, creadores dotados de intuición y de inspiración. Y no a gentes que han aprendido de memoria todas las experiencias de sus predecesores.

Vuestra ciencia clásica está anticuada.

Vuestro pasado os impide ver vuestro presente. Vuestros logros de antaño os impiden triunfar ahora. Vuestras glorias antiguas son vuestros peores adversarios. He visto a vuestros científicos en la televisión. No hacen más que repetir dogmas, y vuestras escuelas no hacen otra cosa que frenar las imaginaciones con protocolos de experimentación fijados para siempre. Además, sometéis a exámenes a vuestros estudiantes para aseguraros de que no se aventurarán a modificar esos protocolos.

Por eso no sabéis curar el cáncer. Para vosotros, todo es lo mismo. Como se ha conseguido vencer el cólera de un determinado modo, se conseguirá vencer el cáncer empleando los mismos procedimientos.

Sin embargo, el cáncer merece que os intereséis en él en su calidad de cáncer. Es una entidad en sí misma.

Voy a daros la solución. Voy a enseñaros la forma en que nosotras, las hormigas, a las que aplastáis tan fácilmente, hemos resuelto el problema del cáncer.

Observamos que entre nosotros había algunos raros individuos afectados por el cáncer pero que no morían. Entonces, en vez de estudiar a la multitud de los que morían, empezamos por estudiar a éstos, a los raros que estaban afectados y que, de pronto, se curaban sin razón. Buscamos entre ellos su mínimo denominador común. Buscamos durante mucho tiempo, durante muchísimo tiempo. Y descubrimos lo que había de común en la mayor parte de esas curaciones «milagrosas»: una capacidad para comunicar con su entorno más fuerte que las de la media de las hormigas.

De ahí una intuición: ¿y si el cáncer fuera un problema de comunicación? ¿De comunicación con quién, me diréis? Pues bien, de comunicación con otras entidades.

Investigamos en el cuerpo de los enfermos: no había en él ninguna entidad palpable. No había espora, microbio ni gusano. A una hormiga se le ocurrió entonces una idea genial: analizar el ritmo de propagación de la enfermedad. ¡Y nos dimos cuenta de que ese ritmo era un lenguaje! La enfermedad evolucionaba según una onda que podía analizarse como una forma de lenguaje.

Disponíamos por tanto del lenguaje, pero no de su emisor. Pero eso no era importante. Descodificamos el lenguaje. En líneas generales significaba: «¿Quiénes sois, dónde estoy?»

Entonces comprendimos. Los individuos afectados por él cáncer son, de hecho, receptáculos involuntarios de entidades extraterrestres no palpables. Extraterrestres que, de hecho, no serían más que una onda comunicante… Al llegar a tierra, esa onda no tendría más que una sola idea para hablar: reproducir lo que la rodea. Y como había aterrizado en cuerpos vivos, la onda extraterrestre reproducía las células que la rodeaban a fin de emitir mensajes del tipo «Buenos días, ¿quiénes son ustedes?, nuestras intenciones no son hostiles, ¿cómo se llama su planeta?».

Eso era lo que nos mataba: frases de bienvenida, preguntas de turistas extraviados.

Y así es como él cáncer os mata.

Para salvar a Arthur Ramírez tenéis que fabricar una máquina «Piedra de Roseta» semejante a la que os permite comunicaros con las hormigas pero destinada, en este caso, a traducir el lenguaje del cáncer. Estudiad sus ritmos, su onda, reproducidlos, manipuladlos, para emitir una respuesta. Desde luego, no estáis obligados a creer esta versión. Pero no perderéis nada probando este método.

Jacques Méliés, Laetitia Wells y los Ramírez quedaron desconcertados por la extraña propuesta. ¿Dialogar con el cáncer…? Sin embargo, Arthur, el señor de los duendes, estaba condenado a no vivir más que unos pocos días y en horribles condiciones. Cierto que todo en ellos les decía: es un absurdo. Esta hormiga no tiene ninguna prerrogativa para darnos lecciones de medicina. Este razonamiento es un disparate. Pero Arthur iba a morir. Entonces, por qué no tratar de explotar esa vía a priori completamente absurda? ¡Ya verían adonde les llevaba!

218. Contactos

Martes, 14.30 horas. Atendiendo a la cita concertada con mucha antelación, el comisario Jacques Méliés es recibido por el señor Raphaél Hisaud, ministro de Investigación Científica. Le presenta a la señora Juliette Ramírez, a la señorita Laetitia Wells y una botella donde se agita una hormiga. Estaba prevista una conversación de veinte minutos, sin embargo se prolongará ocho horas y media. Y otras ocho horas al día siguiente.

Jueves, 19.23. El presidente de la República Francesa, el señor Regís Malrout, recibe en su salón al señor Raphael Hisaud, ministro de Investigación Científica. En el menú, zumo de naranja, cruasanes, huevos revueltos y comunicación de un mensaje que el ministro de Investigación considera de capital importancia.

El presidente se inclina por encima de los cruasanes.

—¿Qué me está pidiendo? ¿Que discuta con una hormiga? ¡No, y mil veces no! Ni aunque, como usted pretende, haya salvado a diecisiete personas encerradas bajo un hormiguero. ¿Se da usted cuenta de lo que dice? El caso Wells se le ha subido a la cabeza. ¡Vamos, consiento olvidar el tenor de esta entrevista, pero no vuelva a hablarme nunca, pero nunca más, de su hormiga!

—No es una hormiga cualquiera. Es 103. Una hormiga que ya ha hablado con humanos. También es la representante de la mayor federación mirmeceana de la región. ¡Una federación con ciento ochenta millones de individuos!

—¿Ciento ochenta millones de qué? ¡Palabra que está usted loco! ¡Hormigas! ¡Insectos! Animales que se aplastan con los Dedos… No sea usted víctima de juegos de manos de farsantes, Hisaud. Nadie creerá nunca su historia. Los electores pensarán que tratamos de distraerles con cuentos chinos para luego hacerles pagar nuevos impuestos. Por no hablar de las reacciones de la oposición… ¡Ya estoy oyendo sus carcajadas!

—¡Se conoce muy poco de las hormigas! —Objetó el ministro Hisaud—. Si nos dirigiéramos a ellas como a seres inteligentes, constataríamos probablemente que tienen mucho que enseñarnos.

—¿Se refiere a esas teorías extravagantes sobre el cáncer? Lo he leído en los periódicos sensacionalistas. ¿No pretenderá hacerme creer que se toma eso en serio, Hisaud?

—Las hormigas son los animales más esparcidos por la tierra, y seguramente se hallan entre los más antiguos y los más evolucionados. Durante cien millones de años han tenido tiempo de aprender muchas cosas que nosotros ignoramos. Los hombres sólo estamos en la tierra desde hace tres millones de años. Y nuestra civilización moderna tiene como máximo cinco mil años. Probablemente tenemos cosas que aprender de una sociedad tan experimentada. Las hormigas nos permiten imaginar nuestra sociedad dentro de cien años.

—Ya he oído eso, pero es estúpido. ¡Sólo son… hormigas! Si me hubiera hablado de perros, en fin, podría entenderlo. Una tercera parte de nuestros electores tienen perros, ¡pero hormigas…!

—No tenemos más que…

—Basta. Métaselo bien en la cabeza, amigo mío. No seré el primer presidente de República del mundo que hable con una hormiga. No estoy dispuesto a que todo el planeta se ría a mandíbula batiente a mi costa. Ni mi Gobierno ni yo mismo nos pondremos en ridículo por esos animaluchos. No quiero volver a oír hablar de esas hormigas.

Con el tenedor, el presidente se apoderó violentamente de una buena parte de los huevos revueltos y los engulló.

El ministro de Investigación permaneció impasible.

—Pues yo le hablaré de ellas una y otra vez. Hasta que cambie usted de opinión. Han venido a verme varias personas. Me lo han explicado todo con palabras sencillas y los he comprendido. Hoy tenemos la oportunidad de saltar por encima de los siglos, de dar un gran salto hacia el futuro. Y no la dejaré pasar.

—¡Pamplinas!

—Escuche, yo moriré un día, y usted también. Entonces, dado que estamos condenados a desaparecer, ¿por qué no dejar una huella original, diferente, de nuestro paso por esta Tierra? ¿Por qué no firmar acuerdos económicos, culturales e incluso… militares con las hormigas? Después de todo, es la segunda especie terrestre más fuerte.

El presidente Malrout se atraganta con una tostada y tose.

—¿Y por qué no inaugurar una Embajada de Francia en un hormiguero, de paso?

El ministro no sonríe.

—Sí, ya he pensado en ello.

—¡Increíble, es usted increíble! —exclama el presidente alzando los brazos al cielo.

—Olvídese que se trata de hormigas. Piense en ellas como en extraterrestres. No son extraterrestres sino ultraterrestres. Su único error consiste en ser minúsculos y en ocupar este planeta desde siempre. Por eso no percibimos ya lo que tienen de maravilloso.

El presidente Malrout le miró directamente a los ojos.

—¿Qué es lo que me propone?

—Una entrevista oficial con 103 —responde Hisaud sin vacilar.

—¿Quién es?

—Una hormiga que nos conoce perfectamente y que podrá servir de intérprete llegado el caso. La invita usted al Elíseo, para un almuerzo informal, por ejemplo; lo más que come es una gota de miel. Poco importa lo que usted le diga, lo que cuenta es que el jefe supremo de nuestra nación se dirija a ella. La señora Ramírez le proporcionará el traductor feromonal. Por lo tanto, usted no tendrá ningún problema técnico.

El presidente pasea arriba y abajo por el salón y contempla largamente los jardines. Parece sopesar los pros y los contras.

—No. ¡Decididamente no! Prefiero desperdiciar la ocasión de marcar mi época antes que exponerme al ridículo. Un presidente que habla con hormigas… ¡Cuántas burlas en perspectiva!

—Pero…

—Hemos terminado. Ha abusado usted de mi paciencia con sus historias de hormigas. La respuesta es no, definitivamente no. ¡Adiós, Hisaud!

Epílogo

El sol está en su cenit. Una vasta claridad se extiende sobre el bosque de Fontainebleau. Las telas de arañas bárbaras se transforman en tapetes de luz. Hace calor.

Unos pequeños seres insignificantes tiemblan entre los ramajes. El horizonte está carmesí. Los helechos se adormecen. La luz hiere todo y a todos. Esa irradiación intensa y pura reseca la escena donde se ha desarrollado una aventura más.

Y, más allá de las estrellas, en el fondo último del firmamento, la galaxia gira lentamente, indiferente a lo que ocurre en su polvo de planetas.

Sin embargo, en una pequeña población mirmeceana de la Tierra, se celebra la última Fiesta del Renacimiento de la estación. Ochenta y una princesas de Bel-o-kan despegan para salvar a la dinastía.

Dos humanos que pasan por allí las ven.

—Mamá, ¿has visto todas esas moscas?

—No son moscas. Son hormigas reina. Recuerda el documental que viste en la tele. Es su vuelo nupcial, y en vuelo se unirán a los machos. Luego algunas se irán tal vez muy lejos para crear imperios.

Las princesas suben muy arriba en el cielo. Arriba, cada vez más arriba, para escapar de los pájaros. Los machos las alcanzan. Juntos, suben, suben y suben. Esa claridad las absorbe y, poco a poco, se funden en los rayos ardientes del astro solar. Calor, claridad, luz. Todo se vuelve blanco, de un blanco resplandeciente.

Blanco.

— FIN —

Glosario

Abeja:
vecinas voladoras. Las abejas se comunican mediante la danza giratoria en suspensión o mediante la danza sobre cera.

Acacia cornígera:
árbol que es, de hecho, un hormiguero viviente.

Ácido fórmico:
arma de lanzamiento de las hormigas rojas. El ácido fórmico más corrosivo está concentrado a un 60%.

Batalla de la «Pequeña nube gris»:
en el año 100.000.667 del calendario federal, primer choque entre las tropas hormigas rojas y las habitantes de la Ciudad de oro.

Bel-o-kan:
ciudad central de la federación roja.

Belo-kiu-kiuni:
madre de la reina Chli-pu-ni. Primera reina que mantuvo un diálogo con los Dedos.

Biblioteca química:
invención reciente. Lugar de almacenamiento de feromona memoria.

Cestodos:
parásitos que vuelven a las hormigas blancas y débiles.

Cicindela:
depredador oculto en el suelo, peligro. Hay que mirar bien dónde se ponen las patas.

Comunicación Absoluta (CA):
intercambio total de pensamiento mediante contacto antenario.

Chinche:
la chinche es probablemente el animal de sexualidad más original.

Chli-pu-ni:
Reina de Bel-o-kan. Iniciadora del movimiento revolucionario federal.

Cortón (o topo-grillo):
modo de transporte rápido subterráneo.

Dedos:
fenómeno reciente en curso de interpretación.

Dios:
concepto reciente en curso de interpretación.

Ditisco:
coleóptero acuático capaz de nadar bajo el agua tras aprisionar una burbuja de aire.

Doctor Livingstone:
apelación dedesca de su sonda emisora.

Duela del hígado del cordero:
parásito que vuelve sonámbulas a las hormigas.

Edad:
una hormiga roja asexuada vive por término medio 3 años.

Escarabajo:
navío de guerra volador.

Feromona:
hormona volátil emitida por las antenas hormigas para transformar informaciones o emociones.

Fuego:
el uso del fuego está prohibido por una convención aceptada por la mayoría de los insectos.

Glándula de Dufour:
glándula que produce las feromonas pistas.

Gran Cuerno:
viejo escarabajo domesticado por 103.

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